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ALEMANIA HA VUELTO: ¿SALVARÁ EL REARME A LA UNIÓN EUROPEA?

...Lo que se está produciendo es una gigantesca redistribución del poder a escala planetaria; es decir, lo que se está redefiniendo es el papel de las grandes potencias y sus relaciones...


Manolo Monereo
20 marzo, 2025 

ALEMANIA HA VUELTO: ¿SALVARÁ EL REARME A LA UNIÓN EUROPEA?

“La UE se ha convertido en la correa de transmisión de la OTAN, cuando no en la rueda de repuesto, respecto a la totalidad de los asuntos esenciales, empezando por el gasto militar y el suministro de armas”  Marco d’Eramo. 2025

Es tan viejo como nuestro mundo: buscar un saludable y bien plantado enemigo para unir al pueblo e identificar el enemigo interno. Ambos asuntos están conectados y forman parte de nuestra experiencia histórica. Rusia da la talla como antagonista de lujo. Nuestro imaginario está colonizado por representaciones de un oscuro mal que viene del Este: asiáticos, rusos, soviéticos y, desde hace años, Putin. Una Unión Europea en crisis desde que Alemania impuso las políticas de austeridad, agravada -sí, agravada- por el conflicto ucraniano. El enemigo interno fue identificado desde el principio: los que se opusieron a la subordinación de la UE a los intereses estratégicos de los EEUU; los que denunciaron las políticas dirigidas y organizadas por la OTAN para aislar, asediar y presionar al país euroasiático; los que defendieron la necesidad de una salida negociada al conflicto político y militar. Con una rapidez inusitada, se impuso un discurso único que devino en disciplinario, estableciéndose un concurso en los medios para ver quien insultaba más y quien identificaba con mayor precisión a los agentes de Putin.

Con la victoria de Trump todo parece haber cambiado; sin embargo, hay que tener cuidado con este Presidente -nos lo enseñó en su anterior mandato-, la distancia entre lo mucho que dice (y rectifica) y lo que realmente hace puede ser muy grande, a veces enorme. Lo fundamental, no equivocarse en el diagnóstico. De ganar Kamala Harris -dada la dramática situación del frente militar ucraniano- tendría que haber elegido entre la escalada militar o negociar la paz. No había posiciones intermedias. La diferencia sustancial entre Trump y la candidata del Partido Demócrata es que aquel no estaba por la escalada y esta sí. Dicho de otro modo, muchos sabíamos que una de las decisiones cruciales que se dilucidaban en estas elecciones era la continuidad, ampliada y multiplicada, de la guerra en Europa. Los dirigentes y los gobernantes de la UE también lo sabían y por eso apostaron por la señora Harris.

Una de las criticas favoritas contra los y las políticas populistas es aquello de “pretender resolver problemas complejos con respuestas simples, con discursos emotivos y sin rigor”. Lo paradójico es que, cuando nuestros sesudos tertulianos y escribidores pretenden analizar las decisiones políticas de sus adversarios o enemigos, sustituyen los argumentos con descalificaciones e insultos varios, difunden, sin apenas parpadear, los guiones temáticos producidos por las terminales gubernamentales o reproducen una y mil veces las insidias de los aparatos encargados de la lucha contra la desinformación en su fatigosa tarea de ocultar la verdad. Lo que viene a decir, aquí y ahora, Trump es claro: la escalada militar en Ucrania lleva directamente a la tercera guerra mundial; no queda otra que “imponer por la fuerza”, por la fuerza de los EEUU, una salida negociada al conflicto político-militar. Hay que estar atentos. La “narrativa” es ya distinta; ahora nuestros gobiernos han pasado, en apenas unos días, de oponerse a cualquier negociación con Putin, de defender la derrota sí o sí de Rusia (¿qué habrá pasado con su arsenal nuclear?) a ponerse detrás del odiado Presidente norteamericano y exigir una tregua sin condiciones.

Las cosas han cambiado mucho en estos tres años de guerra en Ucrania. El genocidio del pueblo palestino y la entera situación de Asia Occidental clarifica el sentido y la orientación de esta “gran transición” geopolítica que estamos viviendo y que se acelera por momentos. Digámoslo sin rodeos: lo que se está produciendo es una gigantesca redistribución del poder a escala planetaria; es decir, lo que se está redefiniendo es el papel de las grandes potencias y sus relaciones, la posición del Sur del mundo en el nuevo orden internacional en gestación, la reforma sustancial de las instituciones internacionales y las nuevas funciones de las Naciones Unidas y el derecho internacional. Bien, digan lo que digan las instituciones de la Unión Europea y de los gobiernos que la componen, su papel en esta “gran transición”, en esta mutación histórica-mundial es secundario, aliado subalterno de un bloque de poder organizado y dirigido por los EEUU. La UE hará, a final, lo que Donald Trump decida. Más allá de las protestas, de los lamentos, de las añoranzas de la espléndida etapa de Biden. Su única posibilidad es crear un escenario que obligue al Presidente norteamericano a cambiar de opinión; en eso andan, de la mano del gobierno británico con la complicidad suicida de Zelensky.

Nuestros gobernantes siguen haciendo enormes esfuerzos para separar el conflicto ucraniano del genocidio del pueblo palestino. Nada más alejado de la realidad: ambas son manifestaciones de una política que tiene en su centro la defensa de un “Orden Internacional” basado en unas normas que han permitido a Israel intervenir militarmente más allá de sus fronteras cuando lo ha considerado oportuno, violar las normas fundamentales del derecho internacional e incumplir sistemáticamente las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Un “Orden” y unas “normas” que han permitido operaciones militares ilegales en Somalia, Afganistán, Yugoslavia, Irak, Libia, Siria, Yemen… Se entiende el comportamiento de nuestros dirigentes, relacionar Gaza, Cisjordania con Ucrania pone de manifiesto dramáticamente el doble rasero y la hipocresía que han sustentado sus prédicas moralizantes, sus discursos altisonantes sobre valores y libertades, su defensa postiza de la democracia y de los derechos sociales.

Hay un dato que da mucha información sobre la radicalidad y la hondura de los cambios que se están operando en el mundo. El Sur Global, la mayoría de nuestro planeta, no tiene la misma percepción, la misma mirada, sobre los conflictos y sobre el comportamiento de nuestros gobernantes. Para ellos (en su centro los BRICS) son políticas de poder, manifestaciones de un Occidente colectivo que se aferra económica y militarmente a sus viejos privilegios, a su control imperial del mundo. Luego votan lo que votan en la asamblea de la ONU o en los organismos internacionales, sabiendo que la transición hacia un mundo multipolar es una gran oportunidad para conquistar más autonomía económica, más capacidad para hacer políticas sociales y mayores opciones para un desarrollo más justo e inclusivo. Es algo más que el declive norteamericano, se trata del principio del fin de una larga hegemonía político-militar, económica y cultural de Occidente.

El Consejo, la Comisión de la Unión Europea, los gobiernos de la OTAN tampoco son capaces de asumir que todo el conjunto de sanciones contra Rusia no solo no la han quebrado financiera y comercialmente, sino que, al contrario, han tenido como consecuencia fortalecer su complejo militar, científico e industrial, implementar un eficaz proceso de sustitución de importaciones y, lo fundamental, cambiar a fondo su modelo productivo y sus formas de gestión. Las sanciones hacen daño siempre, pero obligan a cambiar a los países que las sufren; el gobierno ruso parece haber descubierto potencialidades en su economía, en su infraestructura técnico-científica y en su dominio de las condiciones financieras y comerciales internacionales desconocidas para los estrategas euroamericanos. De nuevo un viejo problema: subestimar al pueblo ruso y a sus cuadros sociales. Lo más significativo es que la imposición de sanciones a quién más ha perjudicado ha sido precisamente a Europa en su conjunto y, específicamente, a Alemania.

La cuestión más dramática sigue siendo la del frente militar en Ucrania. Visto con cierta perspectiva, sorprende el triunfalismo de los gobiernos europeos y de la Administración norteamericana ante el potencial técnico-militar ruso. Es como si se creyesen su propia propaganda. Una “guerra limitada” es un modo de organizar la contienda militar caracterizada por un fuerte (auto)control político, con normas no escritas pero existentes y con relación permanente con el “otro “lado. Los límites y las reglas se ajustan permanentemente y su lógica gobierna el proceso. Guerra de desgaste, sin duda, que ha ido cumpliendo sus objetivos, superando retos extremadamente complejos, donde poco a poco se fue imponiendo el arte operacional ruso y su modo específico de relacionar recursos y logística. Lo político-militar y lo técnico-militar se ha ido engarzando en el espacio y en el tiempo. En el propio conflicto bélico se aprecia que se trata de una guerra por delegación entre la OTAN y Rusia, donde los ucranianos ponen la totalidad sus recursos humanos, materiales y organizativos. De hecho, Ucrania depende económica, financiera, tecnológica y militarmente de una dirección político-estratégica dirigida por políticos, asesores, técnicos y cuadros de la estructura de la Alianza Atlántica. A pesar de lo que dicen hoy los dirigentes europeos, Biden y su equipo siempre supieron que Ucrania nunca ganaría la guerra; el objetivo era propiciar un conflicto largo e intenso que debilitara seriamente a la economía rusa, provocara una fuerte crisis social y, con un poco de suerte, la caída de Putin. Las cosas no han salido, una vez más, como se esperaba y Rusia esta ganando y el frente militar ucraniano debilitado y con grave riesgo de desplome.

Lo dicho: escalada o negociación. Pero el problema es que la Unión Europea, sus dirigentes, se ha comprometido tanto y con tal ímpetu que no le queda otra que seguir en la partida y jugársela ampliando los límites del conflicto, rebasando las líneas rojas y haciendo intervenir a otros actores. ¿Dónde está el dilema? Que sin la presencia activa y la dirección de los EEUU no es viable. Se lo dijo Trump a Zelensky delante de medio mundo: si soy tu ventaja y tu única posibilidad de ganar, yo impongo las condiciones. Hay otra cuestión no menor: que Putin tiene su propia estrategia negociadora que puede o no coincidir con la del Presidente norteamericano.

En un contexto tan dinámico y tan pleno de dificultades, el que será nuevo canciller, Friedrich Merz nos dice que Alemania ha vuelto, lema bien pensado y, sin duda, inquietante, no solo para rusos o bielorrusos, sino para muchos europeos, incluidos no pocos alemanes. La pregunta es obligada: ¿qué Alemania regresa? Por lo pronto, vuelve un país con una grave crisis económica, obligado a cambiar de modelo productivo-energético, en proceso de desindustrialización, social y territorialmente fracturado; con un sistema político en mutación y con sustanciales problemas de identidad como nación y pueblo. Como dice, quizás exagerando, Wolfgang Münchau: un país Kaput. ¿Cuál es la propuesta alternativa? Reconstruirse frente al enemigo ruso, reconvirtiendo su modelo productivo en torno a un renovado y ampliado complejo científico, industrial-militar. En su núcleo, el “partido de la guerra” compuesto por democratacristianos, socialdemócratas y verdes. Tampoco hay que engañarse demasiado. Más allá de las grandilocuentes declaraciones sobre cordones sanitarios y demás muros de contención, los que terminarán convirtiéndose en aliados naturales del nuevo militarismo alemán serán las fuerzas de la extrema derecha. Nacionalismo y militarismo van de la mano siempre.

Habría que hablar, por mucho que le pese a nuestros posmodernos, de la “venganza de la historia”. Alemania está donde le interesa a británicos y norteamericanos, y, aparentemente, solo aparentemente, donde quiere Francia. Es tan viejo como la Europa del siglo XX: encelar al toro alemán frente a la roja muleta rusa. No voy a citar aquello de que la historia se repite; esta vez ni rima. Quien realmente vuelve es una Eurasia en pleno proceso de reorganización espacio-temporal fundado en un acuerdo entre tres Estados-civilización: Rusia, China e Irán. Macron cometerá el mismo error –y con las mismas consecuencias– que Mitterrand con el euro: intentar controlar a Alemania militarizando la Unión Europea. El presidente francés cree que esta vez puede obtener ganancias gracias a su arsenal nuclear y a las dimensiones de su complejo militar-industrial. Se equivoca de estrategia y de mundo.

No puede extrañar que sea una alemana, la señora Von der Leyen (antigua ministra de defensa, por lo demás) quien, como presidenta de la Comisión Europea –este es su segundo mandato– dedique sus mejores energías a pensar, como diría el señor Borrell, en términos geopolíticos, es decir, en términos de poder, que es cómo funciona la “jungla” mundial. La clave, una decidida y audaz política de seguridad y defensa, complementaria de la OTAN, encaminada a frenar a Rusia. Su eje vertebrador, un plan de rearme de 800.000 mil millones, disponiendo de inmediato 150.000 millones a cargo del presupuesto comunitario. No es este el momento de hacer un análisis pormenorizado de la propuesta, solo tomar nota de un dato fundamental: la UE intenta, de nuevo, superar su crisis y la desafección que genera, impulsando la carrera armamentista y la militarización de la política y la sociedad.

No se trata de un nuevo inicio, tampoco de un renacimiento, es una fuga hacia adelante. Una huida de la realidad de unas elites políticas y culturales que son incapaces de entender que el mundo, su mundo ya no es el que era. El europeísmo soberano parece ser que es su última trinchera. Pasa lo de siempre, los que niegan el concepto mismo de soberanía, los mismos que consideran obsoleto y peligroso reivindicar el Estado Nacional, ahora pretenden recrear un patriotismo armado europeo. Es curioso: años y años, criticando el dispositivo político-estratégico populista para terminar copiándolo sin grandeza, identificando un enemigo externo que permita sumar y unificar las demandas sociales de seguridad, orden y justicia. El operativo no llega a los de abajo, no llega a las mayorías sociales, es una batalla entre élites que se da con tanta crudeza porque no existe una izquierda social y cultural digna de las tradiciones del movimiento obrero organizado europeo, al menos, por ahora.

Mientras un actor ha desaparecido del escenario mediático- político: ¿quién? Los que mandan y no se presentan a las elecciones, los grandes poderes económico, financieros-empresariales y comunicacionales. Ellos siempre ganan, saben que serán los grandes beneficiados del rearme y de la carrera armamentista, que seguirán sin pagar impuestos y que continuarán imponiendo políticas y agenda a una clase dirigente cada vez más aislada socialmente, decadente y mediocre.

Termino como empecé, con una cita de Marco d’Eramo; por cierto, su libro “Dominio”, traducido al español en el 2022, es imprescindible para conocer los mecanismos del poder en este mundo cada vez más ancho y ajeno.

“El servilismo de Europa a los Estados Unidos nunca ha sido tan claro como en la transición entre los gobiernos de Biden y Trump: precisamente porque los miembros de la Unión Europea se habían sumado con diligencia y entusiasmo a la guerra y le habían prodigado armas, miles de millones y credibilidad política a la misma, se han visto desplazados por el giro de 180º que el presidente electo Donald Trump había declarado que le daría a la guerra, encontrándose así en la incómoda posición beligerante de quien es más papista que el Papa” .

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