El éxito y la competitividad son la sal del sistema y en base a este brutal supuesto se calibran las relaciones interpersonales, que se manipulan según lo que sea más ventajoso.
por Angela Fais
l'AntiDiplomatico
Los valores que caracterizaron el glorioso siglo americano revelan la crisis clara y ahora irreversible que afecta a Occidente. Y, a la inversa, también escriben la historia de la salud mental y el bienestar de todos aquellos que han sido impactados por este paradigma tan poderoso.
De hecho, cada época desarrolla sus propias formas peculiares de patología. Según muchos médicos, desde la segunda mitad del siglo XX hemos asistido a una transición significativa en los problemas que se analizan. Si en el siglo XX la histeria y la neurosis obsesiva, tratadas por Freud y Charcot, eran las patologías prevalentes y representativas de la organización capitalista en la fase inicial de su desarrollo, en la fase neocapitalista hubo en cambio un aumento considerable de pacientes con problemas de carácter, predominantemente narcisistas. Pacientes que se quejan de insatisfacción con su vida, percibida como inútil y sin sentido. Ya no se produce parálisis histérica porque es el ser psíquico el que se ha entumecido. Anestesiados por el consumo compulsivo, exigimos una gratificación inmediata, desencadenando una espiral de insatisfacción perpetua. El problema ya no es la austera moral de la clase burguesa, extremadamente intransigente en la esfera sexual e igualmente rígida en su relación con su propio cuerpo. Aquí los impulsos infantiles no son reprimidos sino estimulados y pervertidos en ausencia de prohibiciones. La ética protestante, que siempre ha sido una de las piedras angulares de la cultura estadounidense, ha sido suplantada gradualmente por lo que caracteriza las fases posteriores de la sociedad capitalista. Se promueve y enfatiza la mejora personal. Con el neocapitalismo se impone el mito americano del “self-made man” y se construye el “mito del éxito” mientras el énfasis se desplaza hacia el consumo. El elemento competitivo, descuidado por el culto al éxito del siglo XIX donde los resultados no se evaluaban en comparación con los de los demás y por una sociedad disciplinaria aún vigente, se convierte ahora en la piedra angular de la promoción individual. Tienes que competir con tus compañeros para ganar la aprobación de tus superiores y surgen rivalidades internas. El mobbing puede ser tanto horizontal (entre compañeros) como vertical. Se habla incluso de ‘mobbing estratégico’: acciones de acoso implementadas intencionadamente por la dirección de la empresa hacia el empleado. La competitividad es brutal y está arraigada en todos los aspectos de la existencia, convirtiendo la nuestra en una sociedad de rendimiento. “La retórica de los resultados” invade también las actividades recreativas sujetas a estándares antes reservados al mundo del trabajo.
Ya no es juego libre sino rendimiento. Hoy en día, el performance predomina indiscutiblemente también en el ámbito sexual. La envidia se establece como el sentimiento impulsor de las relaciones sociales. El otro es precisamente el ‘invisus’, un obstáculo para el éxito personal. No es de extrañar, pues, que, teniendo en cuenta este panorama, los trastornos narcisistas se registren con mayor frecuencia en la terapia. El narcisismo se convierte en el trastorno electivo de la sociedad neocapitalista. Es la respuesta casi fisiológica para gestionar la ansiedad y la tensión. La familia, que es el factor determinante en la formación de la personalidad de un individuo, ha sido transformada por estos cambios sociales.
La crianza de los hijos con la idea de que tienen una posición de privilegio y una supremacía indiscutible dentro de ella, ayudada por la decadencia de la figura paterna y la nefasta teoría del padre amigo, unido a la creencia de que esta sociedad no tiene futuro y que no habrá otro tiempo que el nuestro, constituye una excelente base para la formación de una personalidad narcisista. Aunque la percepción del mundo como un lugar peligroso también corresponde a una visión realista, hay que decir que es fruto de la incapacidad narcisista de identificarnos con la generación a la que dejaremos nuestro lugar, así como de una profunda incapacidad de reconocer la presencia del bien incluso en el Otro. Toda esta proliferación de coaches que venden cursos de crecimiento personal y de gurús a los que “se sigue para madurar conciencias” unido a toda la tendencia new age, representan el naufragio absoluto de cualquier solución política; y dar testimonio de la fe ciega de aquellos que no confían en su prójimo. La comunidad y la solidaridad desaparecen. Prevalece el culto a las relaciones personales; donde 'culto' se entiende en su sentido participio: los otros son cultivados desde una perspectiva utilitarista. “Invertimos” en el otro, las relaciones personales se cultivan en vista de lo que podrían “producir”. El Otro 'se gestiona a sí mismo'. Toda esta terminología, tomada del lenguaje del mundo económico, es reveladora del gran eclipse del Otro que estamos viviendo hoy. Nos dedicamos a nuestro propio ego. Allí donde la individualidad reina suprema, al Otro se le da una bienvenida condicional, ligada a la confirmación del propio ego. De lo contrario, el Otro es percibido como una presencia peligrosa, en el contexto de una simplificación feroz de las relaciones que se suprimen de manera egoísta. Cómplices son las dinámicas de las redes sociales que, con un gesto extremo y perturbador, se trasladan a la vida real.
El éxito y la competitividad son la sal del sistema y en base a este brutal supuesto se calibran las relaciones interpersonales, que se manipulan según lo que sea más ventajoso. En este escenario, la empatía no tiene cabida. Una sociedad incapaz de sentir empatía es una sociedad destinada al colapso. Colocarse fuera de la dimensión empática significa definir la propia vida únicamente en primera persona del singular, incapaz de conocer la pluralidad del Nosotros. No saber escuchar al Otro significa también encontrarnos sin herramientas y recursos para reconocer nuestro propio malestar. Paradójicamente, es precisamente allí donde echan raíces la ideología del optimismo y las psicologías del bienestar y la felicidad; que funcionan como verdaderos dispositivos neoliberales destinados a desactivar cualquier descontento. No es fácil identificar “un antídoto”. Quizás un proyecto donde se dé prioridad no sólo a las cosas ‘útiles’ y convenientes, sino también a las auténticas. Construir una escala de valores que actúe como contrapunto a la inautenticidad que estructura nuestro ego hoy.
Ángela Fais
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Ángela Fais. Licenciada en Filosofía del Lenguaje en la Universidad La Sapienza de Roma y Doctora en Psicología, escribe para varias revistas y colabora con Antidiplomatico.
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