El discurso inaugural de Trump y sus primeros decretos ejecutivos son el típico debut de un líder populista que promete al pueblo redimirlo de la angustia en la que ha caído y guiarlo por un camino de renacimiento.
por Pino Arlacchi*
¿Cuántas veces hemos visto este sórdido espectáculo, desde Mussolini hasta Hitler, Berlusconi y los xenófobos líderes europeos de hoy? ¿Cuántos han prometido restaurar la grandeza y la prosperidad nacionales en virtud de su carisma personal para luego derrumbarse ignominiosamente, y a veces trágicamente, ante crisis económicas, guerras y revulsiones por parte de los mismos intereses que los habían favorecido?
Es cierto que Trump llegó al poder gracias a elecciones democráticas, pero su historia sólo valida el argumento principal contra la democracia electiva. Fue Platón quien la planteó por primera vez contra un Ágora ateniense presa de demagogos atados al uno por ciento del tiempo (al que pertenecía el propio Platón).
Los procesos electorales son víctimas de fuerzas irracionales porque presuponen una capacidad de los votantes para evaluar candidatos y programas que es claramente inexistente. La tesis confirmada por la famosa ocurrencia de Churchill de que el mayor argumento contra la democracia es una charla de cinco minutos con el votante medio. Y lo compensa el chiste igualmente famoso de que el convento no ofrece nada mejor.
La democracia es vulnerable a la manipulación por parte de oligarquías que explotan en su beneficio la baja participación política y la desinformación generalizada. Todo esto, sin embargo, hasta cierto punto, porque son entonces los desastres finales de las políticas populistas los que hacen que los votantes enmienden sus caminos. Después de pagar el precio.
Una de las interpretaciones más superficiales del éxito de Trump consiste en atribuirlo a una reacción del votante estadounidense contra la inmigración descontrolada y la cultura del despertar, como si éstos no fueran los manidos chivos expiatorios de una manida tradición demagógica y fascista.
Los pontificadores más vanos llegan incluso a explicar el giro pro-Trump de los magnates de la información, hasta hace poco demócratas, por la posesión de antenas especiales capaces de captar la revuelta anti-gay, anti-extranjero y anti-sistema de La América profunda, y no el clásico salto al carro del ganador, que también se ha visto quién sabe cuántas veces.
¿Por qué la aventura de Trump terminará como la de sus tristes predecesores europeos? Porque su fórmula política es una respuesta pobre y fraudulenta al resentimiento de las masas populares angustiadas y desmoralizadas por adversidades pesadas como piedras: el empobrecimiento de la clase media y de la clase trabajadora, la degradación de la calidad de vida, la inseguridad hacia el futuro, la sensación de amenaza o pérdida de derechos fundamentales como la salud, el trabajo y la dignidad personal.
Trump promete una nueva edad de oro a una población estadounidense cuya degradación psicofísica es desconcertante. Entre los idiotas italianos que despotrican contra Estados Unidos hay personajes que hablan de una sociedad americana que ya no existe desde hace cincuenta años. Los estudios procedentes de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos intentan explicar por qué una de las poblaciones más longevas, más sanas y más optimistas del planeta -la de Estados Unidos hasta los años 1970- se ha transformado en un medio cotolengo. hospital, donde las expectativas de vida se reducen año tras año en lugar de crecer como en el resto del mundo: 6 años y medio de vida menos que en Italia (76,4 frente a 82,9) y 3,7 respecto a Europa (80,1).
Los estadounidenses de hoy viven casi dos años y medio menos que en 2010 porque viven pobremente. Su salud física y mental está en ruinas, debido al aumento de la pobreza, las drogas duras legalizadas (fentanilo y similares), los suicidios, el alcoholismo, la obesidad y el trastorno de estrés postraumático (trastornos mentales principalmente debidos a las secuelas de la guerra).
La sobredosis de opioides se ha convertido en la principal causa de muerte entre los estadounidenses menores de cincuenta años, con más de 100.000 muertes al año (siete mil en Europa), el equivalente a dos guerras de Vietnam perdidas cada año, y una audiencia de 10 millones de consumidores (menos de un millón en Europa). ). Los suicidios son un 45% más altos que el promedio europeo y crecen en contra de una tendencia global decreciente. Los homicidios, aunque están disminuyendo, son cinco veces superiores a los de Europa y diez veces superiores a los de Italia, por no hablar de la tasa de violencia privada. Hay 16 millones de personas que sufren estrés severo (TEPT), el 5% de la población: el regalo de décadas de militarismo y agresión extranjera. En el país más rico del planeta, la mortalidad infantil ha aumentado en lugar de disminuir desde 2019, y en 2023 será casi el triple que en el norte de Italia (1,9 frente a 5,4 nacidos vivos por cada mil). Las personas sin hogar y sin hogar suman un par de millones casi fuera de control en California.
Los datos sobre la altura de una población coinciden estrechamente con los de sus ingresos y salud. Documentan cómo el estadounidense alto, delgado y vigoroso de las películas de Hollywood de los años 50 existe sólo en los sueños de algún periodista italiano que necesita ayuda. La altura media de los hombres estadounidenses es ahora entre 3 y 8 centímetros inferior a la de Europa, desde que dejó de crecer en los años 60 junto con el bienestar, la salud y todo lo demás. Los ciudadanos estadounidenses de hoy son más pequeños, más gordos y más vulnerables que los de Europa.
Estos datos no proceden de la izquierda radical estadounidense (que también ha desaparecido) sino de los estudios de Putnam (Harvard), Deaton (Princeton) y de un sinfín de demógrafos, historiadores, sociólogos y economistas ignorados por los grandes medios de comunicación. Estos estudiosos destacan que la degradación de la sustancia humana y natural de la sociedad ha ido acompañada en Estados Unidos de una degradación de la economía, hoy en manos del capital financiero y sin la infraestructura necesaria para su recrecimiento, de un deterioro del medio ambiente y por un colapso de la cohesión social básica, es decir, de la fuerza vital de una civilización.
Ahora bien, reconstruir un sistema tan roto requiere mucho tiempo, enormes recursos y proyectos políticos complejos y de largo alcance. Ciertamente, a Estados Unidos no le faltan tiempo ni recursos. Es y seguirá siendo durante mucho tiempo una potencia de primera magnitud, dotada de suficientes recursos naturales y técnicos para respaldar un renacimiento.
Estos son los proyectos que faltan. Para regenerar a Estados Unidos se necesitarían estrategias integrales, visiones creíbles del futuro, similares a las que salvaron al capitalismo estadounidense en las décadas de 1920 y 1930, y similares a las que lo relanzaron después de 1945, bajo la apariencia de un gobierno mundial. Estrategias y visiones imperiales, por supuesto. Pero adecuadas a los desafíos en el terreno, eficaces y portadoras de prosperidad, incluso a costa de otros.
No me parece que los cuatro arrebatos de Trump contra los inmigrantes, los competidores comerciales, las energías renovables y la diversidad sean siquiera vagamente comparables a una estrategia de salida del declive. Pero el estilo paranoico de la política estadounidense es un problema del pueblo de ese país.
La pregunta relevante para nosotros es entender si el populismo trumpiano tendrá un final sangriento o pacífico fuera de las fronteras de Estados Unidos.
Pino Arlacchi
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* Publicado en Il Fatto Quotidiano el 28 de enero de 2025. Reimpreso con la amable autorización del autor. Ex subsecretario de la ONU. Su último libro es "Contra el miedo" (Chiarelettere, 2020)
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