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LAS PELIGROSAS AMENAZAS DEL TECNOPOPULISMO

El ser humano nunca se agota en un pedazo de la historia.
La tecnología, como totalidad de instrumentos, mecanismos y aparatos que caracterizan la edad de la electrónica, es un modo de organizar y perpetuar (o cambiar) las relaciones sociales y los modelos de comportamiento. Una herramienta para el control y la dominación.


León Sarcos
28/01/2025

Lo único peor que la ignorancia es la ignorancia con poder (Allen Ginberg)

¡Despertad jóvenes de la nueva era! ¡Desplegad vuestras inteligencias contra los mercenarios ignorantes! Pues llenos están los campamentos, los tribunales, las universidades de mercenarios que, si pudieran, prolongarían por siempre la guerra de los cuerpos, y arruinarían la lucha de la inteligencia (William Blake)

El arte degradado, negada la imaginación, la guerra gobernaba las naciones. La consumación de esa aterradora trilogía no podía sorprender a la condición humana, espectadora consciente durante décadas del proceso de idiotización y dominación al que nos conduciría una nueva oligarquía resultado de la alianza entre los nuevos gobernantes populistas y los monarcas millonarios propietarios de las nuevas tecnologías.

Pienso que Roszak fue un profeta cuando escribió su libro El nacimiento de una contracultura, en 1970. Se adelantó en medio siglo, con mucha certeza, para anunciar el advenimiento del totalitarismo tecnológico, y la mansedumbre y satisfacción, para nuestra propia desgracia, asumido como una panacea o falso empoderamiento para hacernos protagonistas de nuestro destino.

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El incierto camino del dominio tecnocrático

Lo que debió ser asistencia promovida para aprender y ser y acortar la brecha entre ricos y pobres, se ha convertido en mecanismo de manipulación que hace al individuo –y sus atributos materiales y físicos– a la violencia, la crueldad, la truculencia, la pornografía, material accesible a todos, sin ningún tipo de discriminación de edad o sexo; hecho para gustar con fines comerciales, transformado en mercancía degradada y degradante que explota los más bajos instintos humanos.

Esa es la razón por las que las argumentaciones del historiador estadounidense me siguen atormentando. Observo que la mayor parte de la humanidad es feliz con las redes, la imaginería, los malos chistes, lo grotesco y la mentira como parte de una etapa donde se hace evidente la distante separación de la sociedad y las representaciones tradicionales, y la pobreza conceptual, la carencia de formación política y el extravío de algunos liderazgos que nacen de las modernas plataformas tecnológicas que se consolidan hoy en el mundo.

Sin duda da la impresión de que la ausencia de sentido común y sensatez será prolongada, como la de los liberales que nunca aceptaron la intervención del Estado, hasta que tuvieron que tragarse el estado de bienestar, o como los partidarios del marxismo a quienes una parte de la humanidad ha tenido que vivir soportando sus truculentos dictados y sus famosos asaltos al poder que tanta muerte y miseria han ocasionado. Pocos intelectuales sabios y fríos como Raymond Aron destacan por su promisorio trabajo de análisis y visión de adelantado que lo cuestiono teóricamente hasta el final.

La contracultura más que ‘‘merecer’’ atención, la exige desesperadamente, puesto que yo –dice Roszax– al menos, ignoro por completo dónde puede encontrarse, además de en esa parte de la juventud disidente –los jóvenes que encabezaron la rebelión de los sesenta– y entre los herederos de sus próximas generaciones, un profundo sentimiento de renovación y un descontento radical susceptible de ayudar a transformar esta desorientada civilización nuestra en algo que el ser humano pueda identificar como su hogar.

Creo, además, dice, que es cosa de todos impedir la consolidación definitiva del totalitarismo tecnocrático, en el que terminamos ingeniosamente adaptados a una existencia totalmente enajenada de todo aquello que siempre ha hecho de la vida del hombre una aventura interesante.

El poder de la tecnocracia, de la técnica y la tecnología

El Leon duerme al sol. Tiene la nariz sobre las patas. El Tigre corre por el tejado. Tiene el cerebro entre las garras (Allen Ginsberg)

Grosso modo, la tecnocracia es el sistema, la técnica los procedimientos o la función y la tecnología los instrumentos que produce la técnica en alianza con la ciencia. Cuando un sistema político cualquiera controla todo el entorno cultural, tenemos un totalitarismo. Generalmente son regímenes criminales brutales sostenidos a fuerza de represión, persecución, asesinato y fusil, en el intento de poner toda la vida entera bajo control autoritario.

En el caso de la tecnocracia, el camino es diferente. Se llega a un totalitarismo muy perfeccionado, que logra hacer felices temporalmente a los seres humanos porque sus técnicas son cada día más subliminales –y sirven a todos los sistemas políticos por igual: a los liberales, a los socialismos autoritarios como el de Rusia o al comunismo chino–, porque a pesar de tener un enorme poder de coerción, prefiere ganar nuestra conformidad explotando nuestra veneración profunda por la visión científica del mundo. Por ese motivo salta, ríe y aplaude Elon Musk emocionado cuando Donald Trump exalta el proyecto de poblar Marte, manipulando la seguridad y el confort de la abundancia que nos da la ciencia y la tecnología.

Marcuse hace un llamado de atención en El hombre unidimensional. La administración científica del aparato productivo es la condición del capitalismo avanzado, pero también del desarrollo socialista y lo fue del fascismo y del nacional socialismo, y distingue entre técnica y tecnología. La técnica es funcional a los intereses sociales y políticos, no tiene signos de valor en sí misma y puede ser utilizada tanto para la libertad como para la esclavitud.

La tecnología la considera como un proceso social que integra a los aparatos técnicos, pero los excede. La tecnología como modo de producción, como totalidad de instrumentos, mecanismos y aparatos que caracteriza a la edad de la máquina, hoy electrónica, es así, al mismo tiempo, un modo de organizar y perpetuar (o cambiar) las relaciones sociales como manifestación del pensamiento prevaleciente y de los modelos de comportamiento, instrumento para el control y la dominación.

Para Marcuse, no es la técnica sino el sistema el que ha universalizado su lógica; entonces la salida no es oponerse al progreso técnico, vital para el desarrollo material y espiritual, sino a los intereses que subyacen en ese proceso, que en el capitalismo se reduce a la acumulación de capital que hoy ostentan con desenfado, en proporciones inimaginables, los inventores y dueños de las nuevas tecnologías.

Ricos y eficientes para su satisfacción personal y para continuar ampliando su dominio del mundo, pero muy lejos de invertir en el verdadero desarrollo humano, en la prevención del cambio climático, en la atención a la cadena de millones de enfermos mentales que deja la drogadicción, el uso adictivo de las redes y la mala alimentación de los estadounidenses.

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Los desafíos de las nuevas tecnologías y la democracia

Para ganar voz propia hay que olvidarse de que otros la escuchen (Allen Ginsberg)

Uno de los principales problemas a abordar en los tiempos que corren, es cómo frenar la enajenación psicológica y las enfermedades mentales que está generando el uso abusivo y descontrolado de las nuevas tecnologías y cómo está contribuyendo a erosionar el sistema democrático.

¿Cómo regular el uso de las tecnologías? ¿Cómo moderarlas? ¿Cómo hacer que sean útiles a la cultura, a la educación y a la misma ciencia? Controlada en democracia, por expertos que decidan y elijan en conjunto con la sociedad civil, la forma en que deben administrarse para que sean auténticos instrumentos de progreso, de crecimiento personal y verdadera pedagogía para hacer mejores ciudadanos y mejores seres humanos.

En el caso de la democracia, es urgente prestar atención a la manera en que se está descomponiendo, ante la emergencia de los nacionalismos, las nuevas tecnologías y la mundialización de la economía, en el proceso de reconfiguración geopolítica que se vive.

Lejos de fortalecerse como el mejor sistema de convivencia civilizado inventado por el ser humano, por el contrario, la han ido erosionado sus enemigos y muchos de sus líderes, por falta de atención y actualización de su funcionamiento, por el incumplimiento de sus promesas y el fracaso de la representatividad partidista, por lo que progresivamente pierde seguidores que empiezan a mirar con un dejo de simpatía al autoritarismo. Mientras eso acontece, su desconstrucción avanza sin muros de contención hasta ahora creíbles.

Mientras en el mundo aún continúa la discusión de izquierda-derecha, centro-derecha, ultra-derecha, siempre recurriendo al maniqueísmo y ahora a la descalificación personal del adversario, considerado enemigo, por la calidad de los epítetos que se endilgan mutuamente los contrarios, la democracia cada día se empobrece y no hay una agenda política que le permita al ciudadano informarse, formarse y tener una visión de conjunto verdadera de lo que pasa en el mundo.

El debate de los tiempos llevado al centro de la mesa –con excepciones contadas–, no puede ser más pobre y empobrecedor cuando más retos por la calidad de vida, por el respeto a la naturaleza, por la salud mental de las próximas generaciones, por un futuro esperanzador demandan los habitantes de eso que hoy se conoce como el Occidente, cristiano y capitalista.

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El poder en la avanzada del tecnopopulismo

La política es tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra podemos morir una vez; en la política varias veces (Winston Churchill)

El politólogo estadounidense Elmer Eric Schattschneider formuló una teoría crítica al pluralismo que afirma que los miembros más educados y poderosos tienen mucho más eco en sus demandas como grupo de presión que el resto de sectores que conforman la sociedad civil. Crítica que comparto plenamente.

Schattschneider concebía la política como un sistema de conflictos: Nunca entenderemos la política si no entendemos el motivo del conflicto. Entender la naturaleza del conflicto es la llave para entender la política como un todo.

Mi enfoque para entender el fenómeno del tecnopopulismo hoy en el mundo, parte de la idea central de que tres procesos – la caída del muro de Berlín, la universalización del uso de internet a partir de los 90 y la mundialización del capitalismo– se constituyeron en un punto de inflexión en la historia de la humanidad y provocaron un cambio en la reconfiguración de la geopolítica mundial, una crisis civilizatoria y una mutación cultural, que en el campo político facilitó la aparición de los déficits del sistema democrático y expuso la carencia innovadora de los liderazgos que tradicionalmente la representaban.

El tecnopopulismo es un producto naciente de esa coyuntura y de las manifestaciones de sus consecuencias, especialmente por la proliferación y uso sin controles de las nuevas tecnologías, la permisividad absoluta derivada de su utilización y la disposición de sus propietarios para fomentar de forma indirecta liderazgos y partidarios incondicionales de las mismas. Y esos usos no tienen límites de consumo, por lo menos en las sociedades liberales; no así en las socialistas, comunistas o simplemente autoritarias formadas de sistemas híbridos.

El tecnopopulismo y los partidos políticos

El progreso tecnológico se permite solo cuando sus productos pueden aplicarse de algún modo a disminuir la libertad humana (George Orwell)

La segunda parte de mi enfoque está orientada a demostrar, con la ayuda de algunos expertos, cómo ha quedado el campo del juego democrático expuesto a sus detractores, a sus enemigos reales y camuflados, a causa de la inercia de sus liderazgos.

La alianza entre populistas y tecnócratas se manifiesta en que los dos dirigen sus ataques a un mismo objetivo: el descrédito de los políticos profesionales, los partidos y toda forma de intermediación entre el ciudadano común y el Estado. Para los populistas, los partidos y otros grupos de mediación son buscadores de renta, corruptos y egoístas, de los cuales la sociedad está obligada a desprenderse.

Bickerton e Invernizzi sostienen que si populismo y tecnocracia tienen esta afinidad con respecto a quienes consideran sus enemigos, no constituye ninguna sorpresa que sus apelaciones ‘‘al pueblo’’ y las referencias a las experiencias puedan ser combinadas en una sola oferta política. Este hecho encuentra su justificación en un largo proceso de desconexión entre la política y la sociedad; o más concretamente, entre los conflictos y divisiones políticas, por un lado, y los intereses y valores sociales por otro.


La desconexión de los partidos con la sociedad

No desgasta el poder. Lo que desgasta es no tenerlo (Giulio Andreotti)

Para ilustrar este aspecto, es bueno hacer referencia al hecho de que durante la mayor parte del siglo pasado, la política democrática no se elaboró en torno a aspiraciones competitivas de representar al pueblo en general, y de poseer la experiencia necesaria para trasladar su voluntad a las políticas. Las ideologías partidistas de la izquierda y la derecha estaban arraigadas en los intereses y valores particulares de grupos específicos de la sociedad.

Cada partido expresaba aspiraciones o era expresión de intereses de distintos sectores. Los comunistas y socialistas apelaban a los obreros. A diferencia de los partidos conservadores o demócratas cristianos, que representaban los intereses de la burguesía, la elite terrateniente y las clases medias.

Después de la Segunda Guerra Mundial se habían logrado significativas transformaciones que nunca fueron reflejadas en las nuevas formas de competencia política. Tal como afirman Lipset y Rokkan a finales de los 60, los sistemas políticos se mantuvieron inicialmente congelados en torno a categorías ideológicas que se habían cristalizado por primera vez más de un siglo atrás. En consecuencia, los conflictos y las divisiones partidistas se desconectaron cada vez más de los intereses y valores sociales subyacentes.

Las sociedades occidentales –dice Bickerton e Invernizzi– habían experimentado la creación del estado de bienestar: un avance masivo en los derechos de las mujeres, la eliminación de la discriminación racial avalada por el Estado, las revoluciones culturales de los 60 y una enorme aceleración de los empleos no manuales y la consiguiente expansión del sector privado. El resultado, a pesar de todos estos procesos de cambio, continuaría siendo la desconexión entre la sociedad y los partidos.

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El fin del maniqueísmo derecha e izquierda

En las últimas décadas, estas realidades basadas en la clasificación tradicional de derecha e izquierda resultaron no solo obsoletas, sino que han sido totalmente erosionadas por factores determinantes como el fin de comunismo y la revolución tecnológica; que a su vez, han provocado un verdadero cambio civilizatorio y cultural en las relaciones económicas y laborales, en la forma de relacionarse socialmente, en la aparición de nuevos retos humanos y ambientales, en la dinámica enseñanza-aprendizaje, en el proceso de secularización que ha eliminado la importancia entre ciudadano religioso y no religioso, y en el incremento cognitivo acelerado derivado de esos cambios, gracias a los cuales los votantes ya no están dispuestos a dar por aceptada a ciegas la plataforma de los partidos para otorgarles el voto. Incluso, de acuerdo con estos autores, hasta bien entrada la década de los 80, los sistemas de partido eran los mismos que hace 100 años, incluso sus nombres permanecían iguales.

El tecnopopulismo es, en diversos sentidos, una consecuencia directa de una falta de adecuación de la estructuración de la política a los cambios operados en la sociedad, y su consiguiente desconexión de esta, lo que fue abonando el camino para la aparición y consolidación del mismo.

Cito directamente a Bickerton e Invernizzi porque el párrafo no tiene pérdida:

Así, el auge del populismo y la tecnocracia como polos estructurantes de la política democrática contemporánea puede verse como resultado de lo que Peter Mair ha llamado el vacío entre una sociedad atomizada y políticamente impotente, por un lado, y una clase política autorreferencial que busca la validación electoral, apelando a generalidades abstractas como el ‘‘pueblo’’ o soluciones políticas “correctas”, por el otro.

Es aquí donde radica mi crítica al útil ensayo Las trampas del tecnopopulismo, que concentra toda su atención en la desconexión de los partidos como forma de representación y mediación de los ciudadanos con el Estado, por su falta de actualización doctrinaria y asunción de los cambios experimentados por las sociedades. Esa sin lugar a dudas es, una razón de vieja data que se hizo crucial en la nueva coyuntura histórica, donde se impuso la revolución tecnológica.

Es cierto que los partidos se anquilosaron o se osificaron, pero lo que abre las puertas como razón primera al fenómeno tecnopopulista es la quiebra definitiva del comunismo y su apertura al mercado, la vuelta a los nacionalismos, y la revolución tecnológica que consolida la tecnocracia y provoca una transición civilizatoria que exhibe también los déficits de la democracia como sistema y motiva por personales los populismos autoritarios. Si no entendemos eso como la razón esencial de la aparición del tecnopopulismo, no estamos haciendo honor a la frase de Schattschneider para entender toda la naturaleza del conflicto político actual. El resaltado también es mío.

La consagración del tecnopopulismo

Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología y en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una forma segura para el desastre (Carl Sagan)

Los dos, populismo y tecnocracia –los nuevos populismos aparecen para combinarse con los viejos, viven un momento de ascenso vertiginoso que debilita las reglas del sistema democrático, y crean ofertas e ilusiones de prosperidad imposible de lograr–, coinciden en un momento en el que las nuevas tecnologías sorprenden a los seres humanos con su inusitado poder de comunicación que logra transformar por primera vez al individuo como espectador empoderado e influyente de primera fila para decidir el destino de las naciones, pero para convertirse también, por primera vez en carne y hueso, en nuevos productos –como parte de una res de la cual todas sus partes son comestibles– cuyas especificidades, sentidos y sentires pueden mercadearse.

Es aquí donde vale la afirmación de Christopher Bickerton y Carlox Invernizzi en su destacado ensayo Las trampas tecnopopulistas: Las sociedades siguen divididas por desigualdades socioeconómicas importantes, pero los partidos políticos ya no las traducen en conflictos ideológicos. La confrontación ideológica del pasado se ha transformado en un escenario donde la tecnocracia y el populismo son los nuevos polos de la competición política democrática.

Para estos autores,

…la síntesis entre populismo y tecnocracia es posible porque ambos coinciden en cuestiones importantes. Ambos dicen poseer un tipo específico de verdad política, ya sea en forma de una concepción concretizada, ya sea en forma de la voluntad popular o en forma de un tipo específico de conocimiento al que los tecnócratas tienen acceso.

Da la impresión de que los populistas con su monotematismo, después que los estudiosos del mercado electoral hacen sus encuestas o, en otros casos, cuando un dirigente individual desconocido o desvinculado de la política descubre el cristal que la masa demanda, ya no sectorialmente sino de forma general, y logra conectar con ella, tengo la impresión que el asunto de la victoria está resuelto.

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Bukele con el tema de la seguridad, Milei con la economía y Trump con su recalcitrante y odioso nacionalismo. Una vez se descubre la conexión entre masa y el ‘‘aparecido’’, lo demás lo hacen las nuevas tecnologías y lo transforman en espectáculo, en consigna, en arrogancia, en ofensas, en show mediático, donde el cielo para la masa está asegurado. No hay suficiencia más insolente que la de un populista enamorado de la ciencia y la tecnología, sin cultura política.

En mi opinión, esa conexión está ligada a un resentimiento social que permanece en el interior de la masa y emerge espontáneamente para que la gente exprese su descontento con vehemencia. Sectorialmente no puede ser expresado, se diluye, se parcela, se fragmenta, se distribuye entre muchas opciones. Por eso los populistas desdicen con tanta fuerza de los partidos y de todo tipo organización pluralista no gubernamental que actúe como mediadora entre el ciudadano y el gobierno.

Todo lo que le faltó a Argentina como sociedad –se fue acumulando–, la gente se lo atribuye al peronismo; y ese sentimiento que ayer fue apoyo incondicional, convicción ciega como en el amor, se transformó en odio que, gracias a la influencia de las redes, se ha vuelto aceptación de un nuevo salvador con otro discurso que engloba. Todo el resentimiento del estadounidense medio, demócrata o republicano, lo recoge el discurso atrabiliario de Mr. Trump, que disfruta como en una taberna todo lo que uno de sus conciudadanos racista y nacionalista despotrica contra negros y latinos después de varias cervezas, y que él repite con jubilosa arrogancia blanca después en público.

Consecuencias del tecnopopulismo democrático

Una maquina puede hacer el trabajo de cincuenta hombres ordinarios. Ninguna maquina puede hacer el trabajo de un hombre extraordinario (Elbert Hubbard)

Pienso que las consecuencias del tecnopopulismo se exhiben a la vista, cuando se niegan a reconocer a los partidos políticos y toda forma de intermediación ciudadana. Están desconociendo a la representación tradicional de la democracia. A quienes consideran enemigos, no adversarios. A quienes someten a toda clase de epítetos para exponerlos al escarnio público. No hay límites para destruir corroyendo su imagen sin escrúpulos, mediante verdades o mentiras. Al final, hoy nadie sabe qué es falso o verdadero, tanto en relatos como en imágenes; la desnaturalización de ambos es juego de niños para los expertos.

El populismo y la tecnocracia, ambas, llevan una negación implícita de la legitimidad de la oposición política, que nace de la forma en que la mayoría de los políticos se tratan entre sí. En 2018, el Think Tank británico Policy Exchange publicó el informe titulado The Age of Incivility (La era de la incivilidad) que lamentaba el embrutecimiento de la vida política británica.

Pero, además, el tecnopulismo ha traído con él a la vida política la insustancialidad del debate. La pérdida de nivel, si es que alguna vez lo hubo, ha dejado atrás el debate sobre mejoras al capitalismo y la democracia como lo fue a lo largo del siglo XX. En el presente, además de monotemático, cultural y simbólico, en el fondo conduce a un laberinto tóxico que hace multiplicar los problemas, revivir los enterrados y llevar al centro los espectaculares, los dignos de circo, como está ocurriendo con el trato brutal e inhumano dado a los inmigrantes en Estados Unidos.

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Finalmente, está la baja calidad del liderazgo y la representación política, plena de ganapanes y buscavidas en pos de notoriedad, en una sociedad donde con estrictas e implacables reglas de juego no llegarían nunca a tener ninguna. Ni menos aún a ser revestidos de ningún tipo de poder ganado por prestigio o mérito.

Me gustaría que alguien me explicara, echando mano a cualquiera de las ciencias humanas, la diferencia, entre desconocer unas elecciones sin prueba alguna y mandar a asaltar el Capitolio donde se juramenta un nuevo presidente o intentar desalojar por un golpe de Estado a uno electo constitucionalmente. Mi modesto juicio ciudadano me dice que, el primero es la malcriadez de un millonario patán, altanero y prepotente, que se pretende elegido; en el otro, es un pobre hombre que, utilizando el decoro que da el uniforme, se atreve por puro resentimiento a asaltar el poder.

Conclusiones

El mundo está convertido en un hervidero: tóxico, confundido y desorientado. Necesita hoy más que nunca ponderación, paciencia, sensatez y sentido común. Creo tener algo de olfato para sentir con facilidad los vientos agrestes y ferruginosos de la violencia y las hemorragias dolorosas e incontenibles que desatan. La irracionalidad fanática y el momento en el que el impulso priva sobre la cordura. Son los momentos en que nadie se reconoce y quienes están llamados a convocar a la paz y a la concordia son los primeros en animar a la contienda.

La humanidad vive un proceso de transición en el que todo está marcado por la fragilidad institucional y todos los demócratas éticamente puestos a prueba. La democracia no es un invento reciente, ya tiene siglos, y es muy fácil de definir, difícil de mantener y hasta ahora, con muchos enemigos para perfeccionar.

Ahora es cuando más requiere de sus mejores ciudadanos, de los mejor formados y de las nuevas generaciones para preservarla a costa de la vida si es preciso. De ahí la necesidad de nuevos guardianes, más severos en su resguardo, más duros en su impecable cumplimiento y con las virtudes morales que le han dado las más grandes victorias a lo largo de la historia, para mantener encendida en el mundo la antorcha refulgente de la libertad. El ser humano nunca se agota en un pedazo de la historia.

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