¿Cómo damos sentido a esta matanza? ¿Cómo se explican las peticiones laxas y engañosas de los líderes y lideresas occidentales para moderarla? ¿Por qué hemos sido incapaces de detenerla?
Sigue la actuación atroz y vergonzosa del jefe de la banda criminal llamada ejército israelí. Netanyahu muy pronto se topará, así lo espera la población víctima del sionismo militarizado, con una verdad irrefutable: el gobierno israelí es genocida.
Antonio Gershenson
Quienes llegaron a Palestina invadieron un territorio ya habitado por una nación indígena ancestral. Tomaron como pretexto la supuesta necesidad de regresar a la tierra prometida y volvemos a preguntar: ¿prometida por quién o qué?
Para simplificar, porque la historia es larga y también contradictoria, señalamos que fue el movimiento sionista creado por Theodor Herzl el paso que parió el desastre social para el pueblo palestino (incluida la población judía que allí convivía sin problema alguno).
El atraco lo hicieron, consciente y decididamente, con el apoyo de aquellos que sostuvieron económica y políticamente la idea de Herzl. Recurrir a la historia del pueblo judío errante para, aquí sí, regalarse un país para erigirse posteriormente como una nación potente. Por supuesto, a costa de lo que fuera. Y desde entonces las matanzas y las invasiones no han cesado. Incluso, con el reclamo de aquellos países que han señalado la violación constante a los derechos humanos del pueblo palestino.
Desde la organización La Internacional Progresista, nos comparten los compañeros Bernie Sanders y Yanis Varoufakis, fundadores y activistas por la restauración de la justicia mundial, el siguiente análisis al que daremos espacio en las próximas semanas.
En su Informe 19, titulado Aún no estamos ganando, pero ellos están perdiendo, nos queda claro que la fuente del conflicto ya ha tomado una magnitud totalmente inaceptable, injustificable y criminal.
No sólo por los daños directos a la población civil, sino por la mentira sobre la cual se está intentando justificar el ministro Netanyahu. El genocida quiere demostrar que el daño atroz no es otra cosa sino gajes del oficio, o un resultado colateral en la lucha por la defensa de su país. No tenemos duda alguna de que este episodio insoportable debe terminar con el alto el fuego ¡de inmediato!, así como la detención del ministro y sus seguidores. Son criminales de guerra que tienen que ir a juicio. Dejarlos libres sería un acto de impunidad inaceptable, como tantos otros que ha experimentado la humanidad.
Hasta el momento, la situación es como sigue. Las fuerzas israelíes han lanzado su asalto en Rafah contra 1.4 millones de refugiados civiles palestinos hambrientos, sedientos, enfermos o heridos. Los portavoces del régimen siguen afirmando que sus ataques son selectivos, una grotesca mentira tras la masacre indiscriminada de unos 40 mil hombres, mujeres, niños y niñas. Situación imposible de sostener.
La población de Rafah ya se enfrenta a una catástrofe de proporciones indescriptibles. Carecen de instalaciones, infraestructuras y los servicios más básicos. Muchos viven en tiendas de campaña. Los insectos y las enfermedades transmitidas por insectos proliferan. Se han agotado los alimentos, el agua, los medicamentos y el combustible. Estas graves carencias, que ponen en peligro la vida, son consecuencia directa del prolongado bloqueo israelí de Gaza, una política que adquirió proporciones genocidas desde el 8 de octubre.
¿Cómo damos sentido a esta matanza? ¿Cómo se explican las peticiones laxas y engañosas de los líderes y lideresas occidentales para moderarla? ¿Por qué hemos sido incapaces de detenerla?
Palestina es un punto de apoyo en el sistema internacional. No es sólo una zona central en la lucha regional por la soberanía y la autodeterminación: sin una Palestina libre, con aviones de guerra israelíes bombardeando rutinariamente a sus vecinos, no puede hablarse de establecer una base para el desarrollo o la integración regionales. Palestina es también el prisma a través del cual se enfocan casi todas las contradicciones globales.
Como escribió el investigador, politólogo y sociólogo Max Ajl, la resistencia palestina pone de manifiesto el relieve del sistema mundial: la impotencia de Naciones Unidas; el desprecio imperialista por el derecho internacional; la complicidad de los estados neocoloniales árabes con el capitalismo occidental; el racismo fascista en el corazón del capitalismo moderno europeo y estadunidense, mientras asesinos y mutiladores operan en las capitales occidentales; las estructuras neocoloniales del mundo árabe y del Tercer Mundo; y lo vacías que son la democracia liberal occidental y su constelación de instituciones de la sociedad civil.
La deshumanización y destrucción del pueblo palestino ha sido una característica repetida del sistema mundial desde la Nakba de 1948. Sólo en los últimos 20 años el pueblo palestino ha sufrido un flujo interminable de mortíferos asaltos militares israelíes, la mayoría de los cuales apenas irrumpen en la conciencia pública mundial: las operaciones Escudo Delantero, Días de Penitencia y Lluvias de Verano; la explosión de la playa de Gaza de 2006, el bombardeo de Beit Hanún de 2006, la operación Nubes de Otoño, el incidente de Beit Hanún de 2008, las operaciones Invierno Caliente y Plomo Fundido, el asalto a la Flotilla de la Libertad de Gaza, las operaciones Eco que Retorna, Pilar de Defensa y Margen Protector; el asesinato por disparos de francotiradores de 223 habitantes de la localidad y las heridas causadas a más de 9 mil cuando marchaban, casi totalmente sin portar armas, hacia la valla de la prisión de Gaza como parte de la Gran Marcha del Retorno, la operación Romper el Amanecer y ahora la operación Espadas de Hierro, esta última invasión de Gaza, acompañada de incursiones en Cisjordania.
Cada una de estas operaciones implica mares de tragedia humana que deberían ahogar nuestra humanidad común.
¿Cuándo y cómo van a resarcir al pueblo palestino?
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