La descivilización comienza desde la infancia con la ausencia física o moral de padres y madres
Pero esta descivilización comienza en la familia. Si la instrucción es área de la escuela, la educación es deber de la familia
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Vilma Fuentes
El término décivilisation podría pasar por un neologismo francés, tan raro era su uso desde que esta noción fue introducida poco antes de la Segunda Guerra Mundial por el sociólogo alemán Norbert Elias. Ernst Bloch o Hannah Arendt comprendieron bien que la de-civilisation de los años 1930-1940 consistía en destruir al individuo para fundirlo en la masa. Hoy día, se ha vuelto de uso común desde hace algún tiempo en Francia. Con este contradictorio término, que podría traducirse al español como descivilización, se designa un estado de violencia creciente.
Ya no se trata de los famosos sauvageons (traduciríamos acaso por salvajones), expresión inventada hace más de 30 años por el entonces ministro francés Jean-Pierre Chevènement para designar los jóvenes delincuentes, estilo Naranja mecánica, que surgían de los suburbios y sus edificios multifamiliares, considerados un progreso en la décadas de 1950 y 1960, antes de compararlos con verdaderos gallineros, donde la asfixia de sus habitantes, aplastados entre encierro y promiscuidad, los expulsaba. Pero estos jóvenes salían a un universo donde no tenían cupo y no podían entrar sino con la violencia. Se trataba aún de una minoría. Por desgracia, esta minoría va en aumento como pudo constatarse durante las noches de vandalismo y pillaje de comercios ocurridas el verano pasado en toda Francia, especialmente, en París.
Si el vandalismo y el pillaje son formas extremas, por ahora, de la llamada descivilización, ésta se manifiesta bajo múltiples formas y parece extenderse a toda la sociedad francesa, comenzando por la muy bella capital parisiense.
Ustedes, turistas, podrán decir que ya hace buen tiempo sufrieron la falta de cortesía de meseros, choferes de taxi y otros. Por desgracia, ya no se trata de eso que, en un mundo pasado, llamábase cortesía. Se trata, ahora, de una falta de modales, ausencia de civismo, conducta agresiva, gestos y actos groseros. Se trata también de hechos graves que se suceden y repiten: un policía asesinado, una octogenaria violada, un alcalde y su familia agredidos.
Situación que llevó al presidente francés, Emmanuel Macron, a comparar las violencias en el seno de la sociedad como un processus de décivilisation. Pero este último término hizo rechinar los dientes, pues es el título de un libro del pensador de extrema derecha Renaud Camus. Por fortuna, Camus no tiene el monopolio de la palabra, y filósofos o pensadores considerados de izquierda lo analizan y utilizan.
Sin memoria, sin red, sin tejido social, sin facultad cognitiva, lo que queda del individuo se ve obligado a disolverse en la masa, a aullar con los lobos para no ser devorado por ellos, señala a este propósito el historiador Bozarslan en su ensayo Crise, violence et décivilisation, antes de resumir que nazismo, estalinismo o ideología y política desarrollada por el fundador de la República islámica de Irán son la conversión de este proceso de masificación en recurso último del poder.
Pero esta descivilización comienza en la familia. Si la instrucción es área de la escuela, la educación es deber de la familia. Hay quienes pretenden acusar el movimiento del 68 de la liberalización de costumbres, la indisciplina, la falta de modales y demás. Pero no todo puede achacarse a los movimientos estudiantiles. Si antes la gente se saludaba, aunque no fuera sino con un signo de asentimiento, al encontrarse en la calle con conocidos de vista, ahora se ignoran frente a frente, lado a lado, cuando no se empujan en las colas de cine o de tiendas sin otro lenguaje para advertir su presencia.
Los párpados bajan y los ojos sólo miran el celular o el suelo. O, en mejores casos, el cielo, tal vez en busca de un mundo menos mecánico, más humano.
La descivilización comienza desde la infancia con la ausencia física o moral de padres y madres. La grandeza de una civilización comienza en la cuna, con el respeto del otro, progenitor o hijo.
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