Un repaso actualizado al concepto de guerra de Clausewitz, a sus implicaciones políticas y morales y a su eco actual, desde Ucrania a Palestina.
Chema Mazón
27 FEB 2024 07:00
El general prusiano Carl von Clausewitz (Burg, 1781), contemporáneo de Napoleón, prisionero en Francia en la derrota de la batalla de Jena (1806) del siempre victorioso ejercito prusiano, y participante como soldado profesional en las demás guerras que se sucedieron hasta Waterloo (1815), fue nombrado director de la Academia Militar prusiana en Berlín, donde se dedicó a recopilar la obra magna que titulada “De la guerra” fue publicada un año mas tarde de su fallecimiento (1832).
Dicha obra, compuesta de ocho libros (versión íntegra en español de Carlos Fonseca. Madrid. 2022) intenta fusionar su experiencia militar activa con la historia de diferentes hechos bélicos como ejemplos prácticos cercanos al arte y la ciencia, a fin de poder analizar el hecho de las guerras como poder político de primer orden.
Una obra de enorme influencia, al crear numerosos nuevos conceptos filosóficos y de psicología aplicados hasta el día de hoy, principios de inspiración tanto para ocupar un territorio como para ajustar un orden social.
Unos ejemplos: el concepto de “equilibrio de fuerzas” (mecanismo dinámico entre lo defensivo y lo ofensivo), de “polaridad” (determinante para tomar decisiones ante fuerzas desiguales), de “fricción” (clave para tener en cuenta la aparición de elementos de combate no considerados o planeados previamente) o de “niebla” ( contar con la mayor o menor incertidumbre), así como la diferencia entre “táctica” (el desarrollo de los múltiples enfrentamientos individuales) y “estrategia” (los fines unitarios de la guerra en sí misma) para reunificarlos en nuevas combinaciones.
Un tratado, en suma, para proporcionar distintas habilidades a los futuros comandantes y oficiales al mando de los ejércitos regulares, así como para enardecer a las poblaciones concernidas. Incluso recoge la experiencia de los guerrilleros españoles contra Napoleón a fin de destacar las ventajas tácticas que ofrece el poner las armas en manos de la población, pero no porque se sintiera guerrillero sino para incidir en que las fuerzas morales y los sentimientos patrióticos (nacionalistas) son los que motivan el morir de manera voluntaria con tal de defender la identidad de pertenencia (la nación).
La guerra integra el “plan del capital” (militar-industrial y científico-universitario de armamentos), en y contra la sociedad para conseguirlo
El marco ofrecido por Clausewitz, aprehendido de la Revolución francesa como sublevación popular, lo presenta de manera táctica (maniobras locales), aunque no suplanta ni sustituye la estrategia (dirección de la guerra ideal) que pertenece al ejército regular, aspectos imbricados y seguidos por las guerras de independencia latinoamericanas, donde los rebeldes patriotas de allí eran los traidores a la patria de aquí.
El libro, sin embargo, en las distintas modalidades de guerras descritas sirve también para inducir a error, como demuestra el acontecimiento de los esclavos inventando la primera guerra revolucionaria, invirtiendo el proceso del “arte de la guerra”. Ocurre en la isla de Santo Domingo en 1804 (que se convertirá en Haití), colonia francesa, que es desfondada y vencida por unos esclavos negros que enseguida aprendieron las técnicas mas sofisticadas del ejercito napoleónico. Unos esclavos iletrados alzados contra el denominado “ejército popular” del nuevo imperialismo.
Desde luego, el tratado clausewitziano ha sido leído e interpretado no solo durante las dos cruentas guerras mundiales, también en las revoluciones soviética y china y seguido luego por los movimientos revolucionarios de mitad del siglo XX (E. Alliez y M. Lazzarato;”Guerras y capital”. 2022).
La guerra como «mera continuación de la política por otros medios” (gestión de la política por otros medios según el manual militar) ha pretendido dar una definición de la política moderna en consonancia con el Estado unitario (nacional), dispositivo de administración de la violencia. Hemos aprendido a pensar la lucha política a través de la guerra, de tal manera que la obligación bélica siempre está inmersa en los conflictos. Incluso las guerras civiles europeas reclaman una cierta racionalidad armada a fin de reconducir esa violencia.
Las guerras mantienen su continuidad de la misma manera que lo hace la economía capitalista. Si esta postula que el progreso se consigue con la “destrucción creativa”[...] la guerra lo hace mediante la “destrucción liberadora”
Al relacionar tan íntimamente guerra y paz asumimos su indisoluble resolución (“en la guerra la paz es posible”, o la contraria ,”en la paz la guerra puede desencadenarse”). Así, resulta que la guerra es la continuación de la paz por otros medios, y si no llega a impactarnos globalmente la clasificamos “guerra irregular” (esas que ha habido siempre, nos dicen, las guerras encapsuladas, limitadas; las del colonialismo en el continente africano, por ejemplo) que podrá ser continuada por movimientos insurreccionales que, como bien señala Clausewitz, será la denominada “guerra pequeña”, donde se interrelacionan los medios de defensa con los tipos de resistencia.
Cuando el vencedor ha ganado la guerra se cuenta el número de muertos y se pasa página, y poco importa quiénes y cómo han asesinado; se juzga solo a los generales (condenas de Nuremberg). Raphael Lemkim, jurista polaco que comenzó una encuesta acerca de las persecuciones de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, denominó “genocidio” a los crímenes en masa como “denegación del derecho a la vida”, concretándolo en los asesinatos cometidos pro el ejército nazi de manera industrial. Lemkim consigue que en 1946 la ONU reconozca y tipifique el “genocidio” dentro del Derecho Internacional, táctica de exterminio generalizada para desarmar al enemigo y ganar la guerra —finalidad clausewetsiana por excelencia—. “El ataque contra un grupo humano equivale a atentar contra la humanidad” (“Genocidio. Escritos.”. Estudio preliminar de A. Elorza. 2015).
Desde entonces, las muertes que hasta entonces se hacían invisibles en las historias militares, repetidas en algunos de los conflictos contemporáneos, cuentan a partir de 1947 con la Corte Internacional de Justicia, órgano de la ONU que enjuicia a Estados, y a través de la cual Sudáfrica ha denunciado a Israel por los crímenes cometidos en Palestina.
Precisamos, pues, de un critica radical de los conceptos de “guerra” y de “política” y no una simple permuta donde solo las muertes, de uno y otro bando, salen victoriosas
¿Matar para salvar las almas? No deja de ser sorprendente que el filósofo de mas prestigio del siglo XX, Martin Heidegger, planteara como tema importante para superar la metafísica occidental el “ser para la muerte” como experiencia de finitud humana que debe ser asumida. En la guerra podemos advertir y anticipar esa finitud (el filósofo no dejó de adherirse al partido nazi desde 1933 a 1945).
Las guerras mantienen su continuidad de la misma manera que lo hace la economía capitalista. Si esta postula que el progreso se consigue con la “destrucción creativa”, (expresión del economista Schumpeter en que se apoya la ley de productivismo), la guerra lo hace mediante la “destrucción liberadora”, apoyándose en lo mortífero, con la cual nos prepara (el plan de guerra) destrucción y muertes, como la solución salvadora. Cuando la guerra se vuelve industrial, capital y guerra son el mismo movimiento, y ese doble movimiento origina “crisis” periódicas. La guerra integra el “plan del capital” (militar-industrial y científico-universitario de armamentos), en y contra la sociedad para conseguirlo. ¿Y todavía nos preguntamos por el beneficio de las muertes? (E. Aliez y M. Lazzarato “Guerras y capital”: “Clausewitz y el pensamiento del 68”).
No se posible entender las dos grandes masacres actuales (superpuestas) sin interpelar a Clausewitz y las dos guerras mundiales: el derrocamiento del adversario sin límites, “hasta que llegue la victoria”. El gobierno ruso bombardea hospitales y bloques de viviendas y el gobierno israelí bombardea hospitales y viviendas. ¿A unos les ha obligado la OTAN (USA) y a los otros Hamas? ¿Qué responsabilidad tiene la política en ello? ¿Todavía nos creemos eso de que quien va a la guerra sabe que va a sobrevivir?
Precisamos, pues, de un critica radical de los conceptos de “guerra” y de “política” y no una simple permuta donde solo las muertes, de uno y otro bando, salen victoriosas. El papel de la reformar la ONU y su Consejo de Seguridad a fin de eliminar los vetos es decisivo, así como la completa igualdad de derechos para las mujeres. Difícil situar la paz en sí misma mientras esté indisolublemente unida a la guerra, se denomine “guerra de la información” o “paz del terror”
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