Un "muerto viviente" en busca de sangre que deambula por Europa y que se llama OTAN
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Valdir da Silva Bezerra
Analista internacional
Al concluir la Segunda Guerra Mundial, los aliados europeos de Estados Unidos se acostumbraron a una relación de subordinación con su patrón del otro lado del Atlántico. Además, es a través del territorio de Europa donde la OTAN, principal símbolo de esa subordinación, deambula desde la década de 1990 en busca de la sangre de nuevas víctimas.
Ciertamente, este sistema de alianza militar multilateral representado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es diferente a cualquier forma de alianza que haya existido en la historia.
Después de todo, cuando la organización se estableció por primera vez en 1949, con la Unión Soviética como su principal amenaza, se advirtió que pretendía establecer una coordinación unificada de todos los planes de defensa nacional de sus países miembros.
Tiempo después, cuando Alemania Occidental se integró a la OTAN en 1955, su estructura militar se volvió aún más compleja y la asignación permanente de tropas de combate en territorio europeo pasó a ser responsabilidad de un mando militar coordinado y supervisado por Estados Unidos.
Durante muchos años, la alianza atlantista sirvió también como frente diplomático único, garantizando la sumisión política de los europeos a Washington ante los cambios que se estaban produciendo en la Unión Soviética y la China de Mao Zedong.
Por lo tanto, la principal dinámica del bloque militarista adquirió muy pronto el contorno de la formulación de una postura común (que en realidad fue dictada por la Casa Blanca) como resultado de una supuesta amenaza del comunismo soviético y chino.
Eran los balances de la preparación militar soviética los que definían la agenda diplomática de la OTAN, así como las actividades de sus comités, en la planificación de ejercicios conjuntos, la adquisición de armas o el despliegue de fuerzas en territorio europeo ocupado por los estadounidenses.
En este contexto, periódicamente se idearon varios escenarios de combate contra Moscú, que se convirtieron en la base conceptual de los ejercicios anuales y bianuales que mantenían en estado de alerta a las tropas de la OTAN. Como resultado, la alianza atlántica estuvo en alerta permanente durante los primeros 40 años de su existencia.
Sin embargo, como las tropas de la OTAN nunca fueron atacadas directamente por un adversario digno, la alianza nunca fue realmente puesta a prueba en una situación de guerra real, lo que significó que su cohesión se mantuvo casi por la fuerza desde Estados Unidos.
Durante la Guerra Fría, que recibió su nombre precisamente por la ausencia de un conflicto directo entre las dos superpotencias, todavía se pensaban escenarios en torno a una guerra total que involucrara a Moscú y la OTAN.
Si la alianza decidía, por ejemplo, utilizar armas nucleares contra la Unión Soviética, se imaginaba que no sólo los países europeos serían aniquilados en respuesta, sino que los propios Estados Unidos también quedarían devastados en el proceso.
Por otro lado, si la alianza decidiera utilizar tropas convencionales de manera ofensiva, los europeos probablemente sufrirían durante más tiempo —y de forma aislada— los efectos de la fricción directa con el Ejército Rojo, mientras que Estados Unidos observaría ileso desde el otro lado del océano, decidiendo el mejor momento para intervenir.
Ante esos escenarios nada alentadores, no ocurrió ningún conflicto —como se esperaba— entre las dos partes, lo que resultó en el hecho de que, en la práctica, la OTAN nunca corrió ningún riesgo real para su existencia, especialmente con la desintegración de la Unión Soviética en 1991.
A su vez, durante la década de 1990 quedó claro que Rusia no representaba ningún tipo de amenaza inmediata para la OTAN, y el Gobierno ruso de la época en realidad buscaba adherirse a las instituciones occidentales, no enemistarse con ellas.
Por varios años, por lo tanto, la burocracia de la alianza entró en un verdadero estancamiento, demostrando su falta de capacidad para articular y justificar la necesidad de su existencia.
El camino elegido por la OTAN, entonces, fue recurrir a intervenciones militares directas en regiones que no eran su responsabilidad y que estaban fuera de su ámbito de acción original, como los Balcanes, a finales de esa misma década, el norte de África y Oriente Medio, a mediados de los años 2000.
Esta situación hizo que los países europeos perdieran completamente su autonomía ante las nuevas intenciones políticas de la Casa Blanca respecto a las actividades de la OTAN, que ahora se extendían mucho más allá de sus funciones originales.
En cualquier caso, la alianza atlántica simplemente obedecía a los intereses geopolíticos de Estados Unidos, su principal financiador y patrocinador militar, a pesar del gran malestar causado entre una parte de la población europea que, con razón, ya no veía ningún sentido en la continuidad de la OTAN.
Estaba más que claro, como ya se mencionó, que el simple compromiso occidental de que "una amenaza a un país miembro en particular era una amenaza a todos" (como se establece en el artículo 5 de la carta fundacional de la OTAN) había perdido completamente su significado, porque tal amenaza no existía, excepto para los responsables políticos de Washington.
La OTAN, por lo tanto, pasó de representar un compromiso mutuo de seguridad establecido en la Guerra Fría a convertirse en una institución que formalizó la "presencia de Estados Unidos" en Europa.
Luego, el mantenimiento de su estructura, así como sus frecuentes reafirmaciones de propósitos y toda su pompa política, no fueron más que un disfraz para el logro de los objetivos norteamericanos en el continente, contra los cuales los europeos no estaban en condiciones de protestar.
Cuando la OTAN finalmente inició sus oleadas de expansión hacia el este, a principios del siglo XXI, quedó claro que tal movimiento servía a los intereses geopolíticos estadounidenses, pues Washington aún veía en Moscú una amenaza latente a su hegemonía en las relaciones internacionales, por actuar (especialmente durante el 2000) como actor político independiente.
A los estadounidenses les molestaba un mundo que se estaba volviendo cada vez más multipolar y hacían todos los esfuerzos posibles para defender su posición privilegiada en el tablero de ajedrez europeo y global.
El resultado de todo esto fue que la OTAN, un auténtico "muerto viviente" de la época de la Guerra Fría, sigue campando a sus anchas por el territorio europeo. Y actualmente lo hace alimentándose de la sangre de los ucranianos. Cuando esto termine, quedará en manos de los "muertos vivientes" elegir quién será su próxima víctima.
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