Detener la guerra no sólo es una cuestión política, sino humanitaria y profundamente social, pues la vida debería priorizarse antes de cualquier interés capitalista o desacuerdo territorial.
Las poblaciones más afectadas en contextos de guerra y conflictos armados son las mujeres y los niños
Mariana Bermúdez
Cerca de 300 personas claman por la paz y la lucha palestina - Foto: Sara Muniosguren
Las sociedades se han establecido a través de pactos sociales y reglas que determinan la forma en cómo interactúan y se relacionan las personas para vivir en paz y en comunidad. Cuando estos acuerdos se rompen o modifican se generan conflictos, los cuales pueden incrementarse al grado de irrumpir, de modo que se fractura la comunidad o incluso se destruye. Empero, cuando estos conflictos surgen entre pueblos o naciones se dan los conflictos armados y/o guerras donde el objetivo es imponerse ante la otra parte mediante diferentes medios y estrategias, usualmente con violencia, causando la muerte de miles de víctimas, por tanto, la pregunta es: ¿hasta cuándo seguir con estás prácticas que nos atraviesan de alguna manera a todas, todos, todes?, ¿Qué otros medios o formas de consenso y acuerdos podríamos ir construyendo pacíficamente?
Estas situaciones se han repetido históricamente en México y el resto de Latinoamérica y del mundo, principalmente por la obtención y despojo de recursos, tierras y territorios que son necesarios a los poderes hegemónicos, sustancialmente al sistema capitalista y al resto de las formas de opresión para seguir existiendo a costa de lo que sea. Por ello, los derechos humanos surgen, de cierto modo, como herramienta de contrapeso hacia las estructuras de desigualdad, en pro de la vida digna para todas las personas.
Sin embargo, ¿cómo pueden cumplirse esos derechos en contextos de guerra declarada (o no) y en medio de conflictos armados? Como ha documentado la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el ámbito internacional de los derechos humanos y su normatividad quedan limitados ante los regímenes de excepción que implementan los estados-nación en épocas de conflictos armados.
Por ende, limitan no sólo su ejercicio, sino la protección y garantía de gran parte de ellos, provocando sistemáticamente violaciones a derechos humanos. Ante ello, es necesario que la comunidad internacional pueda brindar apoyo y solidaridad para construir soluciones humanitarias que permitan salvaguardar la vida de las personas, con independencia de su origen o condición.
Es importante mencionar que las poblaciones más afectadas en contextos de guerra y conflictos armados son las mujeres y los niños, pues estos conflictos no sólo son una contienda por los recursos, sino una disputa por la conquista de las corporalidades consideradas también territorios y propiedad, como refiere la teórica Silvia Federici. De ahí que sucedan hechos inhumanos como los genocidios, cuyo objetivo es eliminar a un determinado grupo de personas por motivos políticos, raciales o religiosos, entre otros. Crímenes de lesa humanidad, como los genocidios de Ruanda y hacia la población yazidí son situaciones que debemos recordar para prevenir e imaginar procesos de construcción de paz en donde todas, todos y todes sean libres e iguales.
Si bien, la exigencia para la protección y garantía de nuestros derechos humanos pueden ser un camino que nos permita desmontar las estructuras de opresión y desigualdad, las acciones cotidianas pueden fomentar que estos sistemas se desmonten desde las luchas de los de abajo. Detener la guerra no sólo es una cuestión política, sino humanitaria y profundamente social, pues la vida debería priorizarse antes de cualquier interés capitalista o desacuerdo territorial. Por ello se vuelve fundamental que comencemos a comprendernos como personas diversas, pues más que personas somos historias que han sido formadas mediante las injusticias y las desigualdades, pero también por los logros y las luchas legítimamente ganadas.
Además, es necesario promover espacios de diálogo que nos posibiliten entender las diferencias como posibilidad de transformación y fortalecimiento de las luchas, mas no como conflicto y/o barrera que limite construir comunidad. Por tanto, se requiere la incorporación de las perspectivas de género, intergeneracionalidad e interseccionalidad para encontrar comunes que contribuyan al combate de la violencia y el fortalecimiento de la cultura de la no-discriminación, y que esos esfuerzos nos lleven a construir mundos más dignos y justos en donde quepamos todas, todos y todes, pero sobre todo, que haya paz para todas las personas.
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