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GAZA. PATOLOGÍAS DE LA VENGANZA

La nazificación de los adversarios es una vieja estrategia que ha sustentado durante mucho tiempo las guerras y las políticas expansionistas de Israel

ADAM SHATZ
 
PALESTINIAN-ISRAEL-CONFLICT
Rafah, tras un bombardeo

El 16 de octubre, Sabrina Tavernise, presentadora del podcast The Daily, del New York Times, habló con dos palestinos de la Franja de Gaza. Empezó preguntando a Abdallah Hasaneen, un residente de Rafah, cerca de la frontera egipcia, que sólo podía captar la señal desde su balcón:

“Dígame, Abdallah, estábamos hablando de los ataques aéreos que se están produciendo desde el pasado sábado y, por supuesto, del mortífero ataque de Hamás contra Israel. ¿Cómo interpreta usted este ataque? ¿Cuál es su opinión?”

Abdallah Hasaneen responde: “No se puede encarcelar a la gente, privarla de sus derechos fundamentales y esperar que no reaccione. No se puede deshumanizar a la gente impunemente... No soy miembro de Hamás y nunca he sido un gran admirador de Hamás... Pero lo que está ocurriendo aquí no tiene nada que ver con Hamás”.

Tavernise (un poco avergonzada): "¿Entonces con qué tiene que ver?"

Se trata de la limpieza étnica del pueblo palestino, que afecta a 2,3 millones de palestinos. Por eso lo primero que hizo Israel fue cortar el suministro de agua, electricidad y alimentos. El problema no es Hamás. El problema es que cometimos el error de nacer palestinos.

Una tumba al aire libre

La segunda persona entrevistada por Tavernise era una mujer, Wafa Elsaka, que había regresado recientemente a Gaza después de trabajar como profesora en Florida durante 35 años. Ese fin de semana, Elsaka había abandonado su casa familiar después de que Israel ordenara a los 1,1 millones de habitantes del norte de Gaza que abandonaran sus hogares y se dirigieran al sur en previsión de una inminente invasión terrestre. Decenas de palestinos y palestinas perecieron bajo las bombas mientras tomaban rutas que el ejército israelí les había asegurado que eran seguras. Le dijo a la periodista estadounidense:

Ya vivimos [la Nakba] en 1948 y lo único que pedimos es poder criar a nuestros hijos en paz. ¿Por qué tiene que repetirse la historia? ¿Qué es lo que quieren? ¿Quieren Gaza? ¿Qué van a hacer con nosotros? ¿Qué van a hacer con la población? Quiero respuestas a estas preguntas, quiero saberlo con certeza. ¿Quieren arrojarnos al mar? Pues adelante, háganlo, ¡no prolonguen nuestro sufrimiento! No lo duden, háganlo... Antes decía que Gaza era una prisión al aire libre. Ahora digo que es una tumba al aire libre... ¿Cree que la gente de aquí está viva? Son todos zombis.

Cuando Tavernise volvió a entrevistar a Hasaneen al día siguiente, explicó que toda su familia se había refugiado en la misma habitación para tener al menos una oportunidad de morir juntos.

En los últimos días, la situación en Gaza ha llegado a extremos inimaginables, pero esto no es nada nuevo. En un relato de 1956 titulado "Carta desde Gaza", el escritor palestino Ghassan Kanafani describía su territorio como "más sofocante que la mente de una persona durmiente, presa de una pesadilla aterradora, con el olor singular de sus calles estrechas, el olor de la derrota y la pobreza". El héroe de la historia, un profesor que trabajó durante años en Kuwait, regresa a casa tras un bombardeo israelí. Le recibe su sobrina y descubre que tiene una pierna amputada: fue mutilada intentando proteger a sus hermanos y hermanas del impacto de las bombas.

Para Amira Hass, periodista israelí que ha cubierto Gaza durante muchos años, "Gaza encarna la contradicción central del Estado de Israel: democracia para unos, desposesión para otros; es nuestro nervio en carne viva". Cuando los israelíes quieren maldecir a alguien, no lo envían metafóricamente al infierno, sino a Gaza. Las autoridades de ocupación siempre la han tratado como una zona fronteriza, más parecida al sur del Líbano que a Cisjordania, y donde aplican normas diferentes y mucho más estrictas.

Tras la ocupación de Gaza en 1967, Ariel Sharon, entonces al mando del Comando Sur de Israel, supervisó la pacificación"del territorio conquistado, es decir, la ejecución sin juicio de decenas de palestinos (no se sabe exactamente cuántos) sospechosos de haber participado en la resistencia, y la demolición de miles de casas. En 2005, el mismo Sharon presidió la desconexión: Israel obligó a ocho mil colonos a abandonar la Franja de Gaza que, sin embargo, permaneció en su mayor parte bajo control israelí.

Las razones de la operación Diluvio de Al-Aqsa

Desde la victoria electoral de Hamás en 2006, la Franja de Gaza está sometida a un bloqueo, que el gobierno egipcio contribuye a hacer cumplir. "¿Por qué no abandonar esta tierra de Gaza y huir?", se preguntaba el narrador de Kanafani en 1956. Hoy, una idea semejante sería pura fantasía. Los habitantes de Gaza -no es exacto llamarlos gazatíes, ya que dos tercios de ellos son hijos y nietos de refugiados de otras partes de Palestina- son en realidad cautivos en un territorio que ha sido amputado del resto de su patria. Sólo podrían abandonarla si los israelíes les ordenaran instalarse en un corredor humanitario en algún lugar del Sinaí, y si Egipto cediera a la presión estadounidense y abriera la frontera.

No hay nada misterioso en los motivos de la operación Diluvio de Al-Aqsa, como Hamás llamó a su ofensiva: reafirmar la primacía de la lucha palestina en un momento en que ya no parecía estar en la agenda de la comunidad internacional; conseguir la liberación de los presos políticos palestinos; desbaratar un acercamiento israelí-saudí; humillar aún más a una Autoridad Palestina impotente; protestar contra la ola de violencia de los colonos en Cisjordania y las provocadoras incursiones de judíos religiosos y funcionarios israelíes en la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén; y, sobre todo, hacer comprender a los israelíes que no son invencibles, que hay un precio a pagar por mantener el statu quo en Gaza.

La operación fue un éxito rotundo: por primera vez desde 1948, combatientes palestinos, y no soldados israelíes, ocuparon ciudades fronterizas y aterrorizaron a sus habitantes. Nunca Israel se había parecido tan poco a un refugio inviolable para el pueblo judío. Como señaló Mahmoud Muna, propietario de una librería en Jerusalén, el impacto del ataque de Hamás fue "como si los últimos cien años se hubieran condensado en una semana". Sin embargo, esta ruptura con el statu quo, este violento intento de establecer una especie de macabra paridad con la formidable maquinaria bélica de Israel, ha tenido un coste, y es enorme.

Los comandos de Hamás y la Yihad Islámica, organizados en brigadas de unos 1.500 hombres, mataron a 1.400 personas, entre ellas 300 soldados y mujeres, niños y bebés. Aún no sabemos por qué Hamás no estaba satisfecha con haber logrado sus objetivos iniciales. La primera fase de la operación Diluvio de Al-Aqsa fue una clásica -y legítima- guerra de guerrillas contra una potencia ocupante: los combatientes cruzaron la frontera y la valla que rodea Gaza y atacaron puestos militares avanzados.

Las primeras imágenes de este asalto, junto con los informes de que habían penetrado en veinte centros urbanos israelíes, provocaron una euforia comprensible entre los palestinos, al igual que la muerte de cientos de soldados israelíes y la toma de no menos de 250 rehenes. En Occidente, no mucha gente recuerda que cuando los palestinos de Gaza se manifestaron en la frontera en 2018-2019 durante lo que llamaron la Gran Marcha del Retorno, el ejército israelí masacró a 223 manifestantes. Pero los palestinos lo recuerdan, y el asesinato de manifestantes no violentos no hizo sino reforzar el atractivo de la lucha armada.

La segunda fase de la ofensiva de Hamás, sin embargo, fue muy diferente. Acompañados por los gazatíes, muchos de los cuales abandonaban su ciudad por primera vez en su vida, los combatientes de Hamás se lanzaron a una embestida asesina. Convirtieron la fiesta rave de la Tribu de Nova en una sangrienta bacanal, un nuevo Bataclan. Cazaron a familias en sus casas, en kibutz. Ejecutaron no sólo a judíos, sino también a beduinos y trabajadores inmigrantes (varias de sus víctimas eran judíos muy conocidos por su labor solidaria con los palestinos, entre ellos Vivian Silver, una israelí-canadiense que ahora está secuestrada en Gaza). Como señaló Vincent Lemire en Le Monde, "se necesita tiempo para hacer salir y matar a más de mil civiles escondidos en garajes y aparcamientos o refugiados en cámaras acorazadas"[1]. El celo y la paciencia de los combatientes de Hamás son escalofriantes.

Las raíces de la rabia

Nada en la historia de la resistencia armada palestina a Israel se aproxima a la magnitud de esta masacre: ni el atentado de Septiembre Negro contra los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, ni la masacre de Maalot perpetrada por el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) en 1974[2]. El 7 de octubre murieron más israelíes que durante los cinco años de la segunda Intifada.

¿A qué se debe esta oleada de asesinatos? Sin duda, la rabia alimentada por la intensificación de la represión israelí tiene algo que ver con ello. En el último año, más de 200 palestinos han sido asesinados por el ejército y los colonos israelíes, muchos de ellos menores de edad. Pero esta rabia tiene raíces mucho más profundas que las políticas del gobierno derechista de Benjamin Netanyahu. Lo que ocurrió el 7 de octubre no fue una explosión, sino un acto metódico de exterminio; la difusión muy calculada de los vídeos de los asesinatos en las cuentas de las redes sociales de las víctimas sugiere que la venganza era una de las motivaciones de los comandantes de Hamás: Mohamed Deif, jefe del ala militar de la organización, perdió a su esposa y a sus dos hijos en un ataque aéreo en 2014.

Esto nos trae a la memoria la observación de Frantz Fanon de que "el colonizado es un perseguido que sueña constantemente con convertirse en el perseguidor". El 7 de octubre, ese sueño se hizo realidad para quienes cruzaron la frontera sur de Israel: por fin los israelíes iban a sentir la impotencia y el terror que ellos mismos habían conocido durante toda su vida. El espectáculo de júbilo palestino -y los posteriores desmentidos de Hamás de que se hubiera matado a civiles- es inquietante, pero apenas sorprendente. "En el contexto colonial", escribe Fanon, "lo bueno es simplemente lo que les duele".

Lo que conmocionó a los israelíes, casi tanto como el propio ataque, fue que nadie lo había visto venir. El gobierno israelí había sido advertido por los egipcios de que la Franja de Gaza estaba en ebullición, pero Netanyahu y sus ayudantes pensaban que habían conseguido contener a Hamás. Cuando los israelíes trasladaron recientemente un gran contingente militar de la frontera de Gaza a Cisjordania, donde los soldados tenían la misión de proteger a los colonos que estaban llevando a cabo pogromos en Huwara y otros asentamientos palestinos, pensaron que no tenían nada de qué preocuparse: Israel tenía los mejores sistemas de vigilancia del mundo y amplias redes de informadores dentro de la franja de Gaza. La verdadera amenaza era Irán, no los palestinos, que no tenían ni la capacidad ni los conocimientos técnicos para organizar un ataque de importancia.

Ya ocurrió en Philippeville en 1995

Fue esta arrogancia y desprecio racista, alimentados por años de ocupación y apartheid, lo que condujo al fallo de inteligencia del 7 de octubre. Se han hecho muchas analogías para describir la operación Diluvio de Al-Aqsa: Pearl Harbor (1941), la Ofensiva Tet durante la Guerra de Vietnam (1968), el ataque egipcio de octubre de 1973, que desencadenó la Guerra de Yom Kippur, y, por supuesto, el 11 de septiembre de 2001. Pero quizá la comparación más acertada sea con un episodio crucial y en gran parte olvidado de la Guerra de Independencia argelina: el levantamiento de Philippeville en agosto de 1955.

Rodeado por el ejército francés y temeroso de perder terreno frente a los políticos musulmanes reformistas partidarios de un acuerdo negociado, el Frente de Liberación Nacional (FLN) lanzó un feroz ataque en la ciudad portuaria de Philippeville y sus alrededores. Campesinos armados con granadas, cuchillos, garrotes, hachas y horcas masacraron - a veces destripando- a 123 personas, principalmente europeos, pero también algunos musulmanes. Para los franceses, esta violencia era puramente gratuita, pero en la mente de los autores, era una venganza por las masacres de decenas de miles de musulmanes en Sétif, Guelma y Kherrata por parte del ejército francés con el apoyo de milicias de colonos, tras los disturbios independentistas de mayo de 1945.

En respuesta a los sucesos de Philippeville, el gobernador general francés, Jacques Soustelle, un liberal al que la comunidad europea de Argelia consideraba demasiado cercano a los árabes e indigno de su confianza, dirigió una campaña de represión en la que murieron más de diez mil argelinos. Con esta reacción desproporcionada, Soustelle cayó en la trampa tendida por el FLN: la brutalidad del ejército francés empujó a los argelinos a los brazos de los insurgentes, del mismo modo que la feroz respuesta de Israel iba a fortalecer a Hamás, al menos durante un tiempo, incluso entre los palestinos de Gaza a los que no les gustaba demasiado el régimen autoritario de los islamistas. El propio Soustelle admitió en su momento que había contribuido a "cavar un abismo entre las dos comunidades por el que corre un río de sangre".

Hoy se ha abierto un abismo similar en Gaza. Decidido a superar su humillación a manos de Hamás, el ejército israelí no se ha comportado de forma diferente -ni más inteligente- que los franceses en Argelia, los británicos en Kenia o los estadounidenses después del 11 de septiembre. El desprecio de Israel por la vida palestina nunca ha sido tan flagrante ni tan despiadado, y está alimentado por una retórica sobre la que el adjetivo genocida ya no resulta hiperbólico. En los seis primeros días de ataques aéreos, Israel ha arrojado más de seis mil bombas sobre Gaza, y el número de personas muertas por los bombardeos hasta el 27 de octubre asciende ya a 7.326. Estas atrocidades no son excesos ni daños colaterales: son el resultado de una intención deliberada. Como dijo el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, "luchamos contra animales humanos y actuaremos en consecuencia" (Fanon: "El lenguaje del colono, cuando habla de los colonizados, es un lenguaje zoológico. (...) El colono, cuando quiere describir bien y encontrar la palabra adecuada, se remite constantemente al bestiario"). Desde el atentado de Hamás, la retórica exterminadora de la extrema derecha israelí ha alcanzado su punto álgido y se extiende también entre las corrientes supuestamente más moderadas. "Cero gazatíes", proclama un eslogan israelí. Un miembro del partido Likud de Netanyahu declaró que el objetivo de Israel debería ser "una Nakba que eclipse la Nakba de 1948". El ex primer ministro israelí Naftali Bennett se "desahogó" ante un periodista de Sky News: "En serio, ¿vas a seguir haciéndome preguntas sobre los civiles palestinos? ¿Qué te pasa? (...) Estamos luchando contra nazis”.

La nazificación del enemigo

La nazificación de los adversarios es una vieja estrategia que ha sustentado durante mucho tiempo las guerras y las políticas expansionistas de Israel. Durante la guerra de 1982 contra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Líbano, Menachem Begin comparó a Yasser Arafat con "Hitler en su búnker". En un discurso pronunciado en 2015, Benjamin Netanyahu sugirió que los nazis se habrían contentado con deportar a los judíos de Europa en lugar de exterminarlos si el Gran Muftí de Jerusalén, Hadj Amin Al-Husseini, no hubiera inculcado la idea de una "solución final" en la mente de Hitler. Al explotar descaradamente la Shoah y acusar a los palestinos de ser nazis peores que sus predecesores alemanes, los dirigentes israelíes se están "burlando del verdadero significado de la tragedia judía", como observó Isaac Deutscher tras la guerra de 1967. Por no mencionar que estas analogías contribuyen a justificar un embrutecimiento aún mayor del pueblo palestino.

El sadismo del atentado de Hamás facilitó la labor de esta empresa de nazificación al reavivar la memoria colectiva de los pogromos y la Shoah, transmitida de generación en generación. Es natural que los judíos, tanto en Israel como en la diáspora, busquen explicaciones a su sufrimiento en la historia de la violencia antisemita. El trauma intergeneracional es tan real para los israelíes como para los palestinos, y el ataque de Hamás ha afectado a la parte más sensible de su psique: su miedo a la aniquilación.

Pero la memoria también puede alimentar la ceguera. Hace tiempo que los judíos dejaron de ser parias impotentes, el Otro íntimo de Occidente. El Estado que dice hablar en su nombre tiene uno de los ejércitos más poderosos del mundo -y el único arsenal nuclear de la región. Las atrocidades del 7 de octubre pueden recordarnos a los pogromos del imperio zarista, pero Israel no es la "zona de residencia"[3].

Como ha observado el historiador Enzo Traverso, el pueblo judío "ocupa hoy una posición bastante singular en la memoria del mundo occidental". Su sufrimiento se pone de relieve y se protege jurídicamente, como si los judíos debieran estar siempre sujetos a una legislación especial"[4]. Dada la historia de persecución antisemita en Europa, esta preocupación occidental por proteger la vida de los judíos es totalmente comprensible.

Pero lo que Traverso llama la "religión civil" de la Shoah se ejerce cada vez más en detrimento de cualquier preocupación por los musulmanes y de cualquier reconocimiento genuino del problema de Palestina. “Lo que distingue a Israel, a Estados Unidos y a otras democracias a la hora de hacer frente a situaciones difíciles como ésta", declaró el Secretario de Estado estadounidense Antony Blinken el 11 de octubre de 2023, "es nuestro respeto por el derecho internacional y, si es necesario, por las leyes de la guerra". Y esto en un momento en que Israel hacía honor al derecho internacional arrasando barrios en Gaza y masacrando a familias enteras, recordándonos que, como escribió Aimé Césaire, "la colonización trabaja para descivilizar al colonizador, para embrutecerlo en el verdadero sentido de la palabra".

¿Les damos la bienvenida al [desierto de] Néguev?

En los días siguientes al atentado de Hamás, la administración Biden fomentó políticas de transferencia de población susceptibles de provocar una nueva Nakba, como la llamada evacuación temporal de cientos de miles de palestinos del Sinaí para permitir que Israel continuara su asalto a Hamás (el presidente egipcio Abdelfatah Al-Sissi replicó que si Israel estaba realmente interesado en el bienestar de los refugiados de Gaza, debería acogerlos en el Néguev, en el lado israelí de la frontera con Egipto).

Para reforzar su ofensiva militar, Israel recibió nuevas entregas de armas de Washington, que también envió dos portaaviones al Mediterráneo oriental como advertencia a los principales aliados regionales de Hamás, Irán y Hezbolá. El 13 de octubre, el Departamento de Estado estadounidense emitió un memorándum interno en el que pedía a sus funcionarios que no utilizaran los términos "desescalada/cese el fuego", "fin de la violencia/derramamiento de sangre" y "restablecimiento de la calma": no se puede tolerar ni la más inocua crítica a Israel.

Pocos días después, una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que pedía una "pausa humanitaria" en Gaza fue previsiblemente vetada por Estados Unidos. En el programa Face the Nation de la CBS, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, definió el "éxito" en el conflicto de Gaza como "la seguridad a largo plazo del Estado judío y del pueblo judío", sin mencionar la del pueblo palestino, ni su condición permanente de apátrida. En un extraordinario lapsus linguae, casi sin darse cuenta reconoció el derecho al retorno de los palestinos: "Cuando la gente tiene que abandonar sus hogares o sus casas a causa de un conflicto, tiene derecho a regresar, a reclamar esos hogares y esas casas". Y lo mismo ocurre en esta situación. Tal vez, pero es bastante improbable, sobre todo si Hezbolá abandona su cautela y se une a la batalla, un escenario que una ofensiva terrestre israelí hace mucho más plausible. El apoyo estadounidense a la escalada puede tener sentido electoral para Joe Biden, pero corre el riesgo de provocar una guerra regional.

Hasta el devastador bombardeo del hospital Al-Ahli Arabi el 17 de octubre -del que Netanyahu culpó inmediatamente a los "bárbaros terroristas de Gaza"- los artículos de la prensa estadounidense estaban prácticamente calcados de los comunicados del Ejército israelí. Las grietas en el consenso proisraelí que había empezado a dar espacio a la realidad palestina y a palabras como "ocupación" o "apartheid" desaparecieron de la noche a la mañana, sin duda como testimonio de la fragilidad de estas pequeñas victorias retóricas. El New York Times publicó un editorial en el que afirmaba que el ataque de Hamás no respondía a ninguna "provocación inmediata" por parte de Israel, y también publicó un elogioso retrato de un general israelí retirado que "empuñó su pistola para enfrentarse a Hamás" y aconsejó al ejército que "arrasara con todo" en Gaza (una vez más, la cobertura del extraordinario diario israelí Haaretz mostró en comparación la cobardía de los medios estadounidenses, al atribuir la responsabilidad del conflicto al "gobierno anexionista y expropiador" de Netanyahu).

Un nivel de islamofobia sin precedentes

Los tres presentadores musulmanes de la MSNBC tuvieron que abandonar temporalmente las ondas, al parecer para no herir la sensibilidad israelí. Rashida Tlaib, congresista palestino-estadounidense de Detroit, fue acusada de liderar una "facción pro-Hamás" en la Cámara de Representantes por sus críticas al Ejército israelí. Se han perpetrado crímenes de odio contra los musulmanes estadounidenses, alimentados entre otras cosas por un torrente de islamofobia a un nivel no visto desde el 11-S y la "guerra contra el terror". Una de las primeras víctimas fue un niño palestino de 6 años, Wadea Al-Fayoume, asesinado en Chicago por el casero de su familia, al parecer en represalia por el 7 de octubre.

En Europa, las expresiones de apoyo a los palestinos se han convertido prácticamente en tabú y, en algunos casos, se han criminalizado. A la novelista palestina Adania Shibli, por ejemplo, se le comunicó que la ceremonia de entrega de premios por su novela Un detalle menor había sido cancelada en la Feria del Libro de Fráncfort. Su libro está basado en la historia real de una joven beduina palestina que fue violada y asesinada por soldados israelíes en 1949. Francia ha prohibido las manifestaciones propalestinas y la policía francesa utilizó cañones de agua para dispersar una concentración de apoyo a Gaza en la plaza de la República de París. La ministra británica del Interior, Suella Braverman, propuso la prohibición de enarbolar la bandera palestina. El canciller alemán, Olaf Scholz, declaró que la "responsabilidad de Alemania por la Shoah" le obligaba a "defender la existencia y la seguridad del Estado de Israel" y culpó a Hamás de todo el sufrimiento en Gaza.

Dominique de Villepin, ex primer ministro francés, fue uno de los pocos dirigentes occidentales que expresó su horror por lo que estaba ocurriendo sobre el terreno. En France Inter, el 12 de octubre, arremetió contra la "amnesia" de Occidente sobre Palestina, un "olvido" que ha permitido a los europeos creer que los acuerdos económicos y el comercio de armas entre Israel y sus nuevos amigos árabes del Golfo borrarían la cuestión palestina de la faz de la tierra. El 14 de octubre, Ione Belarra, ministra española de Derechos Sociales y miembro del partido de izquierdas Podemos, fue incluso más lejos, acusando a Israel de llevar a cabo un castigo colectivo genocida y pidiendo que Netanyahu fuera juzgado por crímenes de guerra.

Pero las voces de Tlaib, de Villepin y Belarra se ven completamente abrumadas por las de los políticos y expertos occidentales alineados con Israel, que representa el campo de la "civilización" en este conflicto y está ejerciendo su "derecho a defenderse" contra la barbarie de los árabes. Los comentarios sobre la ocupación y las raíces del conflicto se tachan cada vez más de antisemitas.

Los "amigos de Israel" entre los judíos pueden considerar esta situación como un triunfo. Pero, como señala Enzo Traverso, "el paso de la estigmatización a la valorización de lo judío", y el hecho de que conduzca a un apoyo incondicional de Occidente a Israel y a una preocupación unilateral por el sufrimiento de los judíos y no de los musulmanes palestinos, "favorece (...) un posicionamiento de los judíos dentro de las estructuras de dominación". Peor aún, el abandono de cualquier neutralidad respecto al comportamiento de Israel expone a los judíos de la diáspora a un riesgo creciente de violencia antisemita, ya sea perpetrada por grupos yihadistas o por "lobos solitarios". La censura de las voces palestinas en nombre de la seguridad del pueblo judío, lejos de protegerlo, sólo intensificará su inseguridad.

Los errores de cierta izquierda

La parcialidad sistemática de los medios de comunicación occidentales tiene su eco en la reacción simétrica del mundo árabe y de gran parte del Sur, donde el apoyo occidental a la resistencia ucraniana frente a la agresión rusa, al tiempo que se niega a reconocer la agresión israelí contra los palestinos ocupados, ya ha provocado acusaciones de hipocresía (una división que recuerda a las desavenencias de 1956, cuando los pueblos de los países en desarrollo apoyaron la lucha de Argelia por la autodeterminación, mientras que los países occidentales apoyaban la resistencia de Hungría a la invasión soviética). En las naciones que han luchado por acabar con el colonialismo, la dominación blanca y el apartheid, la lucha palestina por la independencia y las condiciones de obscena asimetría en las que se desarrolla tocan una fibra sensible.

También hay admiradores de Hamás en la llamada izquierda decolonial, muchos de los cuales han hecho carrera en universidades occidentales. Algunos de ellos -en particular el Parti des Indigènes de la République en Francia, que aclamó sin reservas la operación Diluvio de Al-Aqsa- parecen casi exaltados por la violencia de Hamás, que describen como una forma de justicia anticolonial que se hace eco de las tesis de Fanon en el muy controvertido primer capítulo de Los desheredados de la tierra, titulado "Sobre la violencia". En un mensaje en Twitter, la periodista estadounidense-somalí Najma Sharif ironizaba: "¿Qué creen que es la descolonización?, ¿una atmósfera fría?, ¿artículos académicos?, ¿ensayos? Pandilla de perdedores". En resumen, el estribillo de los fans del Diluvio de d'Al-Aqsa podría ser: "La descolonización no es una metáfora". Otros han sugerido que los jóvenes participantes en el festival Tribu de Nova merecían su destino por haber tenido la audacia de organizar semejante evento a pocos kilómetros de la frontera de Gaza.

Está claro que Fanon abogaba por la lucha armada contra el colonialismo, pero describía el uso de la violencia por parte de los colonizados como un proceso de desintoxicación ("A nivel del individuo, la violencia desintoxica"). Su concepción de las formas más asesinas de violencia anticolonial era la de un psiquiatra que diagnostica una patología de la venganza engendrada por la opresión colonial, no una receta. Era natural, escribió, que un pueblo "al que nunca se le ha dejado de decir que sólo entiende el lenguaje de la fuerza, decidiera expresarse por la fuerza". Refiriéndose a la experiencia fenomenológica de los luchadores anticoloniales, observó que, en la fase inicial de la revuelta, "para el colonizado, la vida sólo puede surgir del cadáver en descomposición del colono".

Lo que Fanon dijo realmente

Pero Fanon también describió con conmovedora elocuencia los efectos del trauma de la guerra, incluido el trauma sufrido por los insurgentes anticoloniales que masacraron a civiles. En un pasaje que pocos de sus admiradores actuales se atreven a citar, advertía a sus lectores:

El racismo, el odio, el resentimiento, "el legítimo deseo de venganza" no pueden alimentar una guerra de liberación. Estos destellos de conciencia que lanzan al cuerpo por caminos tumultuosos, que lo lanzan a un onirismo casi patológico donde el rostro del otro me invita al vértigo, donde mi sangre llama a la sangre del otro, donde mi muerte por simple inercia llama a la muerte del otro, esta gran pasión de las primeras horas se rompe si pretende alimentarse de su propia sustancia. Es cierto que las interminables atrocidades de las fuerzas colonialistas reintroducen elementos emocionales en la lucha, dando al militante nuevos motivos de odio, nuevas razones para partir en busca del "colono a masacrar". Pero el líder se da cuenta día tras día de que el odio no puede constituir un programa.

Para organizar un movimiento eficaz, Fanon creía que los protagonistas de la lucha anticolonial debían superar la tentación de la venganza primordial y desarrollar lo que Martin Luther King, citando al teólogo Reinhold Niebuhr, llamaba una "disciplina espiritual contra el resentimiento". En consonancia con esta perspectiva, su concepción de la descolonización argelina concedía un lugar no sólo a los musulmanes que luchaban por emanciparse del yugo colonial, sino también a los miembros de la minoría europea y a los judíos argelinos (ellos mismos una antigua comunidad "indígena") en la medida en que se unían a la lucha por la liberación.

En L'An V de la révolution algérienne, Fanon rindió un elocuente homenaje a los no musulmanes de Argelia que, junto a sus camaradas que profesaban el islam, imaginaron un futuro en el que la identidad y la ciudadanía argelinas estarían definidas por ideales comunes, no por la etnia o la fe. El eclipse de esta visión bajo los efectos combinados de la violencia francesa y el nacionalismo islámico autoritario del FLN es una tragedia de la que Argelia aún no se ha recuperado. Es la misma visión que defendieron intelectuales como Edward Said y un contingente minoritario, pero influyente, de representantes de las izquierdas palestina e israelí, y su destrucción no fue menos perjudicial para el pueblo de Israel-Palestina.

Recientemente me escribió el historiador palestino Yezid Sayigh:
Lo que me aterroriza es que nos encontramos en un punto de inflexión en la historia mundial. Ya habíamos visto una acumulación de profundos cambios en marcha durante al menos dos décadas, que dieron lugar a movimientos (y gobiernos) de derechas, incluso fascistas. Desde mi punto de vista, la masacre de civiles por parte de Hamás es un poco como Sarajevo en 1914, o quizá la Noche de los cristales en 1938[5], en el sentido de que desencadena o acelera movimientos fundamentales mucho más amplios. A un nivel más circunscrito, estoy furioso con Hamás, que prácticamente ha acabado con todo aquello por lo que hemos estado luchando durante décadas, y me asombra la gente que no puede hacer una distinción crítica entre la oposición a la ocupación israelí y los crímenes de guerra, y que hace la vista gorda ante lo que Hamás ha hecho en los kibutzdel sur de Israel. Esto es etno-tribalismo.

El culto a la fuerza

Las fantasías etno-tribales de la izquierda decolonial, con sus invocaciones rituales a Fanon y su exaltación de los guerrilleros parapoliciales de Hamás, son realmente perversas. Como escribió el escritor palestino Karim Kattan en un conmovedor ensayo publicado por el diario Le Monde[6], parece haberse vuelto imposible para algunos autoproclamados amigos de Palestina decir tanto que "masacres como las que tuvieron lugar en la fiesta rave de la Tribu de Nova son un horror indigno" como que "Israel es una feroz potencia colonial, culpable de crímenes contra la humanidad". En una época de derrota y desmovilización, en la que las voces más extremistas se amplifican a través de las redes sociales, el culto a la fuerza parece haberse instalado en ciertos sectores de la izquierda, cortocircuitando cualquier forma de empatía por los civiles israelíes.

Pero el culto a la fuerza de cierta izquierda radical es menos peligroso, porque carece en gran medida de consecuencias, que el de Israel y sus partidarios, empezando por la administración Biden. Para Netanyahu, la guerra es una lucha por la supervivencia, tanto la suya como la de Israel. Hasta ahora, en general ha preferido las maniobras tácticas y ha evitado las ofensivas militares a gran escala. Aunque Israel ha llevado a cabo varios asaltos a Gaza bajo su égida, el actual primer ministro es también uno de los principales artífices del acuerdo con Hamás, una postura que justificó en 2019 en una reunión de miembros del Likud en el Parlamento, durante la cual declaró que "cualquiera que quiera frustrar la creación de un Estado palestino debe apoyar a Hamás y transferirle dinero".

Netanyahu comprendió que mientras los islamistas estuvieran en el poder en Gaza, no habría negociaciones sobre la creación de un Estado palestino. La ofensiva del 7 de octubre no sólo echó por tierra su apuesta sobre la viabilidad del frágil equilibrio entre Israel y Gaza, sino que se produjo en un momento en el que se enfrentaba simultáneamente a acusaciones de corrupción y a un movimiento de protesta desencadenado por sus planes de poner bajo control al poder judicial y remodelar el sistema político israelí al estilo de la Hungría de Viktor Orbán. En un intento desesperado por hacer olvidar estos reveses, se lanzó a esta guerra presentándola como una "lucha entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, entre la humanidad y la ley de la selva". Los colonos fascistas israelíes -representados en su gabinete por Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir, ambos partidarios declarados de la limpieza étnica- han matado a muchos palestinos en Cisjordania desde el ataque de Hamás (incluyendo las bajas del ejército, el número de muertos asciende a casi ciento veinte [a 29 de octubre]). Los ciudadanos árabes de Israel temen tener que revivir el tipo de ataques que sufrieron a manos de bandas de alborotadores judíos en mayo de 2021, durante las movilizaciones conocidas como la "Intifada de la Unidad". En cuanto a los habitantes de Gaza, no sólo se ven obligados a pagar por las acciones de Hamás, sino también, una vez más, por los crímenes de Hitler. Y el imperativo de invocar la Shoah se ha convertido en la auténtica "cúpula de hierro" ideológica de Israel, su escudo contra cualquier crítica a sus acciones.

¿Cuál es el objetivo último de Netanyahu? ¿Eliminar a Hamás? Eso es sencillamente imposible. A pesar de todos los esfuerzos de Israel por presentar a esta organización como la rama palestina del Estado Islámico, y a pesar de su naturaleza innegablemente violenta y reaccionaria, Hamás es un movimiento nacionalista islámico, no una secta nihilista. Forma parte del paisaje político palestino y se alimenta de la desesperación engendrada por la ocupación. Por lo tanto, no puede ser liquidado sin más, al igual que los fanáticos fascistas del gabinete de Netanyahu (o, para el caso, los terroristas del Irgun que, tras cometer atentados con bomba y masacres en la década de 1940, pasaron a formar parte del establishment político israelí en las décadas posteriores[7]. El asesinato de líderes de Hamás como el jeque Ahmed Yassin y Abdel Aziz Al-Rantissi, ambos eliminados en 2004, no ha obstaculizado en absoluto la creciente influencia de esta organización, e incluso la ha fomentado.

¿Cree Benyamin Netanyahu que puede obligar a los palestinos a renunciar a las armas o a su deseo de tener un Estado bombardeándolos hasta la sumisión? Esto ya se ha intentado antes y, más de una vez; el resultado invariable ha sido la aparición de una nueva generación de militantes palestinos aún más sublevados. Cierto, Israel no es un tigre de papel, como concluyeron imprudentemente algunos dirigentes de Hamás al día siguiente del 7 de octubre, demasiado contentos de haber podido exterminar a los soldados israelíes sorprendidos durmiendo. Pero Israel es cada vez más incapaz de cambiar de rumbo: su clase política carece de la imaginación y la creatividad necesarias para perseguir un acuerdo duradero, por no hablar del sentido de la justicia y de la dignidad del otro.

Judíos israelíes y árabes palestinos atrapados en un rincón

Una administración estadounidense responsable, menos sensible a las preocupaciones electorales y menos prisionera del establishment pro-israelí, podría haber aprovechado la crisis actual para instar a Israel a reexaminar no sólo su doctrina de seguridad, sino también sus políticas hacia la única población del mundo árabe con la que el Estado israelí no ha mostrado ningún interés en la idea de una paz genuina, a saber, los palestinos. En su lugar, Biden y Blinken se hicieron eco de los tópicos israelíes sobre la "lucha contra el mal", ignorando convenientemente la responsabilidad de Israel en el callejón sin salida político en el que se encuentra. La credibilidad de Washington en la región, que nunca ha sido muy fuerte, es ahora incluso más débil de lo que era bajo la administración Trump.

El 18 de octubre, Joshua Paul, que durante más de once años fue jefe de relaciones públicas y con el Congreso estadounidense de la Oficina de Asuntos Político-Militares del Departamento de Estado, dimitió de su cargo en protesta por las entregas de armas estadounidenses a Israel. En su carta de dimisión, escribió que una actitud de "apoyo ciego a un bando" había conducido a políticas "miopes, destructivas, injustas y contradictorias con los propios valores que defendemos públicamente". No es de extrañar que Emiratos Árabes Unidos fuera el único Estado de la región que criticara la operación Diluvio de Al-Aqsa. La hipocresía estadounidense -y la crueldad de la respuesta israelí- hicieron imposible tal crítica.

La verdad ineludible es que Israel no puede sofocar la resistencia palestina mediante la violencia, como tampoco los palestinos pueden ganar una guerra de liberación al estilo argelino: los judíos israelíes y los árabes palestinos están atrapados en una relación inextricable; a menos que Israel, con mucho el más fuerte de los dos adversarios, conduzca a los palestinos al exilio para siempre. Lo único que puede salvar a los pueblos de Israel y Palestina y evitar una nueva Nakba -que se ha convertido en una posibilidad real, mientras que una nueva Shoah no es más que una alucinación traumática- es una solución política que conceda a ambos pueblos los mismos derechos de ciudadanía y les permita vivir en paz y libertad, ya sea en un único Estado democrático, en dos Estados o en una federación. Mientras la búsqueda de tal solución siga en suspenso, la situación tiene prácticamente garantizado un mayor deterioro, y con él la certeza de una catástrofe aún más terrible.

https://orientxxi.info/lu-vu-entendu/gaza-pathologies-de-la-vengeance,6829

Artículo publicado originalmente en la London Review of Books, vol. 45, 20, 19/10/2023. Traducido del inglés por Marc Saint-Upéry.


Traducción: viento sur

Notas
[1] “Desde el ataque de Hamás contra Israel, hemos entrado en un periodo oscuro al que aún es imposible poner nombre", Le Monde, 14/10/2023.

[2] Nota del editor: El 15 de mayo de 1974, un centenar de alumnos fueron tomados como rehenes en una escuela de la ciudad de Maalot durante un ataque de militantes del FDLP. En total, 22 alumnos y tres profesores fueron asesinados por sus captores, junto con una pareja y su hijo de 4 años.

[3] Nota del editor: Región occidental del Imperio ruso donde los judíos fueron confinados por las autoridades zaristas desde finales del siglo XVIII hasta la revolución de febrero de 1917. No se les permitía abandonar el territorio salvo por dispensa especial.

[4] Las citas de Enzo Traverso están tomadas de La fin de la modernité juive, La Découverte, 2016.

[5] Nota del editor: en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, los nazis se lanzaron a una embestida antisemita por toda Alemania. Decenas de miles de judíos fueron detenidos y enviados a campos de concentración.

[6] " En la agitación que no ha hecho más que empezar, necesitamos mostrar corazón y amplitud de miras", Le Monde, 11 de octubre de 2023.

[7] Nota del editor: inspirada en el revisionismo, esta milicia sionista clandestina fue creada en 1931. Organizó el atentado contra el hotel Rey David de Jerusalén el 22 de julio de 1946, en el que murieron 91 personas. La milicia pasó a formar la columna vertebral del partido derechista Herout, que más tarde se convertiría en el Likud.

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