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A LOS 160 AÑOS DE LA CONSTITUCIÓN LIBERAL-FEDERAL DE RIONEGRO

 Caudillos, intelectuales, guerras y constituciones (1863 – 2023)

 

Tomás Cipriano de Mosquera, Santiago Pérez y Manuel Murillo Toro, tres de los artífices del radicalismo liberal del siglo XIX. / tomadas de Intenet en: https://www.elespectador.com/colombia/mas-regiones/la-herencia-de-la-constitucion-de-rionegro-article-420974/

Rafael Rubiano Muñoz1

 

Presentación

 

1.  Del guerrero armado al letrado y legislador.

 

El 8 de mayo de 1863 se firmó la promulgación de la Constitución de Rionegro, que sentó las bases del régimen federal en el país, se le otorgó soberanía a las regiones, la nación ya no se denominó la confederación granadina, porque el país desde ese entonces se llamó Estados Unidos de Colombia y de otro lado, se garantizaron derechos fundamentales y progresivos que a un mismo tiempo, empujarían al país a cierta modernidad, a una modernidad alternativa2, pero elusiva, e inevitablemente empujó al país a nuevas confrontaciones y conflagraciones armadas3.

 

Rememorar el acontecimiento jurídico político es pertinente a la luz de lo ocurrido en términos de cultura política en el país en más de un siglo. Nuestra nación hasta el día de hoy no ha logrado mantener, ni menos aún garantizar íntegramente, las ideas liberales que se plasmaron en la carta de 1863. A los intentos de reformismo liberal se han impuesto ideas retrógradas y reaccionarias que han configurado concepciones ultraconservadoras y en específico, profundamente antiliberales, regímenes políticos que contrajeron los avances, de ahí que, al fracaso de la revolución liberal, le siguió el éxito de las contras revoluciones conservadoras y lo anterior se puede constatar entre 1934 a 19574 y luego hasta el 2022 5.

 

Pero el transito del liberalismo al autoritarismo no fue exclusivo de Colombia, pasó en Alemania, en Italia, en Francia y en España, lo plasmó analíticamente Herbert

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1 Sociólogo y Magister en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Doctor en Ciencias Sociales (Flacso-argentina). Profesor Titular, Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, Universidad de Antioquia.

 

2     Guerra Françoise-Xavier. Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. México: Fondo de Cultura Económica. 2001.

 

3.  España, Gonzalo. España, Gonzalo. El país que se hizo a tiros. Guerra civiles en Colombia (1810-1903). Bogotá: Debate, 2013.

 

4  De la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo se pasó luego por Laureano Gómez y de ahí a la Dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla. Véase. Gutiérrez Girardot, Rafael. Vida Civil y crisis política en Colombia. En: Magazín Dominical, No. 261, marzo 27 de 1988, entrevista en la cual el profesor explica cómo se dio la transición política del liberalismo a los protofascismos en Colombia, siguiendo la lectura de análisis de Herbert Marcuse de 1934.

 

5    Rubiano Muñoz, Rafael. “Colombia en un siglo. Caudillos, violencias y procesos políticos inconclusos (1917-2017). En: As Revoluciones na América Latina Contemporánea. Entre o ciclo revolucionario e as democracias restringidas. Maringa-Universidad de Maringa-Pulso y Letras, Universidad de Antioquia. 2017.


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Marcuse en un ensayo reflexivo de 19346, cuando sustentó que, al interior de los demócratas liberales yacían subrepticiamente actitudes no liberales, profundamente conservadoras, al ver precipitado el cambio social y político, es decir, la revolución social, sus anhelos de reforma y transformación generaban pánico y horror en algunos que se llamaban progresistas, por tanto, esos que antes eran liberales de convicción se arrepentían, giraban a posiciones despóticas, ultraconservadoras, autoritarias o tiránicas. El miedo a la revolución social hacía contraer a muchos y los instigaba a la contrarrevolución, vieja tesis de Karl Marx, cuando en sus dos ejemplares textos7 de análisis de coyuntura, constató que al fracasar la revolución social la sociedad deviene en dictadura, se inclina a regímenes tiránicos.

 

¿Quién sabe o quien puede pronosticar en qué derivará el programa progresista del presidente Gustavo Petro?, gobierno que por su agenda, en parte está inspirado en el liberalismo de la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo8 y en un acentuado Estado democrático de derecho y con inclinación social, sus reformas han causado una agitación en el suelo colombiano, con tendencias que han intensificado el odio y la intolerancia en los sectores denominados de la derecha, quienes han calificado este tipo de régimen, de populista y de comunista, pero esos sumisos reaccionarios por supuesto por su desconocimiento miran con saña cualquier reivindicación social y popular como el terror jacobino de un exguerrillero del M-19.

 

¿Por qué ha fracasado continuamente el liberalismo en Colombia? Tras el gobierno de López Pumarejo entre 1934 a 1938, se produjo la subida al poder de Laureano Gómez9, el 9 de abril de 1948 se produjo de Jorge Eliecer Gaitán10. y con su muerte se truncó la esperanza de un liberalismo popular con fuertes reivindicaciones sociales, la circunstancias la aprovecharon Eduardo Santos (1838- 1942), Laureano Gómez (1949-1951) y de allí se desató la violencia clásica para derivar en otras dos formas de violencias, la de Rojas Pinilla y la del Frente Nacional (1957-1974). Como muy bien lo analizó Rafael Gutiérrez Girardot, el fracaso del liberalismo de López Pumarejo fue lo que incitó a la violencia.

 

El fracaso del liberalismo colombiano en dos momentos nos plantea la exigencia de interrogarnos ¿Por qué? La pregunta no es insulsa toda vez que se pueda hurgar en el pasado para comprender de qué modo la resistencia en nuestro territorio frente a las ideas liberales se debe a la incoherencia entre discurso y prácticas políticas, ya que muchos se autonombran como demócratas liberales y sus acciones niegan en esencia esos principios. De hecho cuando se firmó la constitución de 1863, sus acendrados enemigos, fueron propiamente algunos que la proclamaron y con el

 

6 Marcuse, Herbert. “La lucha contra el liberalismo en la concepción totalitaria del Estado”. En: Cultura y Sociedad. Buenos Aires: Sur. 1970.

 

7  Marx, Karl. Las revoluciones de 1848. México. Fondo de Cultura Económica. 2008; El 18 Brumario de Luis Bonaparte. España: Sarpe. 1985.

 

8  Tirado Mejía, Álvaro. La revolución en marcha: aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo, 1934-1938. Medellín: Beneficencia de Antioquia. 1986.

 

9 Henderson, James D. Las ideas de Laureano Gómez. Bogotá: Ediciones Tercer Mundo. 1985.

 

10 Alape, Arturo. El bogotazo. Memorias del olvido. Bogotá: Círculo de Lectores, 1985.


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tiempo la socavaron hasta eliminarla de nuestro territorio, el caso épico fue el de Rafael Núñez, quien subió al poder con una concepción antiliberal, siendo que había defendido la constitución de Rionegro y luego de la Guerra en 1885, su delirio extremista lo llevó a formular un pensamiento político que se denominó La Regeneración que sobrevivió con ciertas interrupciones: 1904-1909 (Quinquenio de Rafael Reyes) y 1910-1914 (Republicanismo, Carlos E. Restrepo), para retornar en 1914 a 1930, en la ya conocida hegemonía conservadora.

 

Para explicar el fracaso del liberalismo en Colombia es necesario examinar en el pasado y conversar con el presente. Al investigar cómo se ha propendido a aplicar las ideas liberales y cómo ellas han claudicado frente a nuestras diversas realidades, es inobjetable aproximarse al Olimpo radical, al radicalismo liberal del siglo XIX. Para cualquier lector y ciudadano establecer el diálogo entre el pasado y el presente es esencial en la imagen que se tiene del país y de ahí se perfilará lo que entiende como identidad nacional y ese es un objetivo de este aporte escrito, porque para poder comprender los variados nudos y procesos políticos inconclusos que vivimos en la actualidad, para comprender a ¿qué se debe la existencia de un país polarizado? y ¿por qué nuestra nación ha caído en extremos ideológicos inconciliables e insolubles? Es obligado y perentorio, saber qué fue la Constitución de 1863, cuáles fueron sus propuestas y a qué se debieron sus fracasos. Lo curioso es que Colombia se ha convertido en un territorio donde las posiciones ideológicas y políticas se han dividido en extremos, en polos y se basa en lealtades a personajes políticos particulares, al día de hoy, o Petro o Uribe; en su momento, o Mosquera o algunos de los radicales liberales, al parecer la cultura política del país ha involucionado, o se ha estancado desde el siglo XIX, por eso es exigible conmemorar lo que fue la Constitución de Rionegro de 1863, firmada hace 160 años.

 

Lo cierto es que una de las figuras esenciales de la coyuntura política del país que transitó de 1850 a 1878 fue el caudillo caucano y bolivariano, Tomás Cipriano de Mosquera (1798-1878), quien tras rebelarse contra el régimen vigente en 1860, insurrecto, entró en Bogotá en 1861 y decretó una serie de medidas que, propusieron de modo decidido la instauración del régimen liberal federal que se consagró en Rionegro en 1863. Caudillos militares ilustrados configuraron nuestra personalidad histórica liberal y democrática en el siglo XIX, junto al destacado caucano, son nombrables otros caucanos, José María Obando, José Hilario López y el tolimense Manuel Murillo Toro. Jhon Lynch un prestigioso historiador británico que dedicó su vida a los problemas hispanoamericanos, ha mostrado cómo ese caudillismo latinoamericano del Siglo XIX11, militarista y semi-ilustrado forjó nuestras naciones, y lo que se calificaría de anti cívico y no republicano, por el contrario fungió como medio de orden y control social, porque esos guerreros armados, a veces ilustrados o no, le dieron sentido a la integración política de nuestras regiones, en el prolongado proceso de descolonización e independencias, porque cumplieron


 

 

11 Lynch, John. Caudillos en Hispanoamérica 1800-1850. Madrid. Mapfre.1993 y Hispanoamérica 1750-1850. Ensayos sobre la sociedad y el Estado 1780-1850. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. 1987.


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con funciones políticas como las de la obediencia, agendaron recursos, reclutaron pero igualmente proveyeron de seguridad, de identidad y en especial fueron como lo dice Lynch, agentes y mediadores entre el Estado y los ciudadanos.

 

Fueron algunos de los caudillos militares de la era independista quienes en Colombia alentaron algunas de las ideas liberales y se constata al leer las biografías de esos próceres del país. La aparente tensión militarismo y civismo, o para decirlo de otro modo, guerreros armados con actividades cívicas ha sobrevivido en el país hasta el día de hoy, algunos se disfrazan de ciudadanos y de políticos pero su mente sigue siendo de guerreros armados y militares, el delirio del guerrero armado se puede travestir con el del funcionario público, el ciudadano y el político, asunto que es menester profundizar en nuestro país. Ahora, volver atrás sin detenerse, ha de ser la consigna como lo diría el liberal de izquierda de Rionegro, Baldomero Sanín Cano, en estas páginas se anhela, permitirán al lector, indagar o plantearse con argumentos ¿por qué el estancamiento y el empantanamiento moral y civil que ha vivido Colombia?, y si puede, deducir que no es extraño, ni es sorprendente encontrar que en casi 160 años, los derechos consignados en la carta de 1863, se han vulnerado y se han conculcado vergonzosamente, y que variados regímenes hasta el 2022 lo hicieron con desparpajo.

 

Valga mencionar entonces, que Caudillos, armados e ilustrados, guerreros y letrados, a un mismo tiempo, fueron nuestros líderes políticos a lo largo del siglo XIX, y ya desde nuestro nacimiento republicano con la constitución de Villa del Rosario12 (Bolívar13, Santander14 y Nariño15, los principales), pasando por José María Obando16, José María Melo17 (quien fue el promotor del primer estallido social y popular en el país en 1854), le dieron sentido político a nuestra geografía y territorio. En el siglo XX se forjó otro caudillismo en la sociedad de masas con otros elementos, pero al fin caudillismo quienes también realizaron reformas jurídicas y políticas, desde López Pumarejo, Gaitán, Laureano Gómez y Rojas Pinilla hasta Álvaro Uribe Vélez18 (2000-2010), en el tiempo reciente. Podemos aseverar que el caudillo, sea éste armado, letrado, terrateniente, universitario, comerciante, entre otros, tuvo una influencia y le dio contornos a nuestra identidad nacional y a nuestra nación, más allá, de los partidos políticos. Como muy bien lo ha investigado John Lynch, el historiador británico latinoamericano, los caudillos han generado en nuestras tierras, formas de orden y control social, formas de integración y a su vez

 

 

 

 

12 Mosquera Ruales, Luis Efraín. La Constitución colombiana de 1821. Personajes y desiderátum. Medellín: Asopen-Kuktur. 2021.

13 Arana, Marie. Simón Bolívar. Barcelona: Debate. 2019.

 

14 Moreno de Ángel, Pilar. Santander. Bogotá: Crítica, 2019.

 

15 Santos Molano, Enrique. Antonio Nariño. Bogotá: Colcultura (Instituto Colombiano de Cultura). 1972.

 

16 Obando, José María. Episodios de la vida del general José María Obando. Bogotá: Kelly, 1973.

 

17 Vargas Martínez, Gustavo. José María Melo: los artesanos y el socialismo. Santa Fe de Bogotá: Planeta. 1998.

 

18 De la Torre, Cristina. Álvaro Uribe o el neopopulismo en Colombia. Medellín: La Carreta Editores. 2005.


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de desorden, con sus guerras crearon formas sociales, junto o contra el Estado, consolidaron identidades y formas de nacionalidad, de ciertas ciudadanías.

 

El siglo XIX y aún, el XX e incluso el XXI, nuestras costumbres políticas se han basado a través de lealtades personales, más que programas e ideas, relaciones de parentesco o familiares, más que formas de sociabilidad ilustrada, adhesiones regionales, más que argumentos en la dimensión nacional, hasta prejuicios raciales, más que tolerancia y pluralismo, asuntos de análisis sociopolítico que han definido la cultura política de los colombianos hasta el día de hoy, como lo investigó con detalle y agudeza, Fernando Guillén Martínez19. Así que, no es asombroso afirmar que en esta época (la del siglo XIX), las sublevaciones, las guerras, las confrontaciones armadas, las disputas entre localidades y regiones, fue agenciada por caudillos regionales y en general la dirección de la política fue orientada por personalidades políticas (el personalismo político), porque estos líderes eran quienes controlaban amplios territorios y las querellas causadas comúnmente por discrepancias de opinión personal, inundaban la prensa y los altercados que muchas veces ocurrían inter pares e impares (se tornaban en nacionales) se resolvían en los campos de batalla, se pasaba de lo oral, al papel impreso luego se confrontaba con las balas en los campos de batalla. Por lo tanto, las guerras no se libraron solamente en el lodazal de las confrontaciones bélicas, también se libraron en el papel y en las imprentas.

 

Y a partir del uso de las municiones, según se derrotara al adversario, se escribían leyes y normas que compondrían las constituciones, instrumentos para legitimar a los vencedores sobre los vencidos, la mayoría de las veces. No fue ajeno a la constitución liberal de 1863 se concibiera tras una de las tantas batallas que se habían precipitado en el país, que se hizo a tiros como afirmaría Gonzalo España20. Las constituciones entonces, y en especial la de Rionegro, no se plasmó, bajo el sosiego de los conocimientos jurídicos y normativos, y más realistamente, bajo el plomo que producían las batallas y la exigencia de derrotar a los adversarios y contradictores. Así que, la letra jurídica, constituía otra arma, un artefacto que prolongaba el espectro de las confrontaciones inconclusas e irresueltas, porque, como lo ha mostrado con experticia, Hernando Valencia Villa21, las constituciones fueron cartas de batalla, este texto es ineludible y un referente para cualquier lector que desee conocer el siglo XIX colombiano.

 

El problema de las autonomías regionales, la descentralización administrativa, la garantía de derechos fundamentales, como la salvaguarda de la intimidad, la libertad de opinión y de pensamiento, la libertad de imprenta, la educación laica y gratuita, la supresión de la injerencia de la iglesia en asuntos políticos, la separación del Estado y la Iglesia, la libertad de cultos, el matrimonio civil, el divorcio, el sufragio

 

19 Guillén Martínez, Fernando. El poder político en Colombia. Santa Fe de Bogotá: Planeta Colombiana Editorial. 1996.

 

20 España, Gonzalo. El país que se hizo a tiros. Guerra civiles en Colombia (1810-1903). Bogotá: Debate, 2013.

 

21 Valencia Villa, Hernando. Cartas de Batalla. una crítica del constitucionalismo colombiano. Bogotá: S. E. Rivela González, 1984.


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secreto y universal, la supresión de la prisión por deudas, el impuesto directo y progresivo, la supresión de la pena de muerte entre otros, fueron los asuntos disputados, debatidos, de álgida confrontación, ocuparon la agenda de mentes que en lo privado cavilaron y los hicieron públicos, derechos que incorporados por la Constitución de 1863, no invalidaban es cierto, las rivalidades y las desavenencias de las dirigencias quienes incentivaron pugnas personales que como dinamita, solo requerían de la chispa adecuada de las discordias para generar la explosión de odios y desacuerdos inconciliables.

 

Si bien la carta de 1863, determinó el rumbo jurídico político del país y sobrevivió veinte y tres años, - tras una guerra un año antes, que propició la derrota del sector radical de los liberales, quienes insulsamente se enfrentaron al sector ultraconservador-, ella misma (la constitución) condujo a que se impusiera otra carta, la de 1886 que alentada por el hacendado cartagenero Rafael Núñez (Ex liberal radical y convertido en conservador) y el bardo bogotano Miguel Antonio Caro (gramático, traductor de Virgilio y guerrero letrado católico conservador), instauró un régimen absolutamente contrario a la promulgada en Rionegro, ya que, suprimió algunos de los derechos que se habían establecido: contra la libertad de cultos, se impuso la religión católica, se consideró de todos los habitantes del país (no se declaró como oficial pero se hizo más adelante); se firmó el concordato entre el estado colombiano y la iglesia en 188722; se suprimió el divorcio y matrimonio civil; se entregó además la educación a la Iglesia23, se aplicó la censura al pensamiento, a la opinión pública y a la prensa y entre otros hechos, regresó al país la compañía de Jesús, que había sido expulsada por el caudillo caucano, Tomás Cipriano de Mosquera24 en 1860.

 

Con la censura, la educación religiosa y los poderes extraordinarios al ejecutivo, se limitó al congreso y se suprimió la división de los poderes públicos, se disolvió el régimen federal y se decretó la unidad del país bajo la centralización, así las cosas, la nación se denominó, República de Colombia, como anécdota, no por casualidad, Rafael Núñez escribió lo que se oficializaría en 1920 como el himno nacional25, y se otorgaron poderes extraordinarios al presidente, el periodo presidencial pasó de 2 a 6 años, el ejecutivo tenía dominio sobre el judicial y el legislativo; la emisión de papel moneda sin respaldo fue una practica económica del Estado y una crisis fiscal y generalizada carcomía lo poco de integridad y de unidad nacional, toda esa envoltura jurídico política se llamó, La Regeneración26. Con todo, y pese al carácter autoritario, centralista y presidencialista de la constitución de 1886, la personalidad

 

 

 

22 Valderrama Andrade, Carlos. Un capítulo de las relaciones entre el Estado y la Iglesia en Colombia. Miguel Antonio Caro y Ezequiel Moreno. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. 1986.

 

23  Helg, Aline. La educación en Colombia 1918-1957: una historia social, económica y política. Bogotá: Fondo Editorial CEREC. 1987.

 

24 Tamayo, Joaquín. Don Tomás Cipriano de Mosquera. Bogotá: Editorial Cromos. 1936.

25Serrano Camargo, Rafael. El Regenerador. Vida, genio y estampa de Rafael Núñez. 1825-1865;

1866-1894. Bogotá: Lerner. 1973.

 

26 Sierra Mejía, Rubén. Miguel Antonio Caro y la cultura de su época. Bogotá. Universidad Nacional de Colombia. 2002.


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política del país se definió durante la esa restauración conservadora27 y fue así porque la constitución de 1886 fue derogada y reformada en su totalidad en 1991, tras otros eventos de horror, la guerra del narcotráfico estimulada por los carteles de Medellín y Cali y la guerra de las guerrillas contra el Estado colombiano, o sea, otras guerras propician otras constituciones.

 

2.  Los sepultureros y sus opositores ¿qué leer y cómo analizarlos?

 

En sus memorias28, Salvador Camacho Roldán29, un ilustrado, prestigioso comerciante y abogado nacido en Nunchía- Casanare, considerado el padre de la sociología en Colombia, pues dictó la primera cátedra inspirada en el positivismo de Augusto Comte en la Universidad Nacional de Colombia, relató las peripecias acaecidas en las sesiones que condujeron a la promulgación de la Constitución de 1863, y según sus recuerdos, luego de explicar el estado de guerra y de incertidumbre que vivía el país entre 1861 y 1862, narró que junto a una decena de representantes de nuestro territorio, él mismo propuso una convención con la ilusión de conjurar el estado de confrontaciones armadas, inestabilidad institucional y ante todo, crisis permanente de la nación. Luego de reparar en varias localidades, Mosquera se decidió por el pueblo liberal de Antioquia, Rionegro, porque:

 

“En Rionegro creyó encontrar el general Mosquera un centro liberal y un pueblo muy adicto a su persona, y quizás por eso fue el designado por éste a última hora. Allí había además un caserío muy decente, sociedad culta de antiguas familias acomodadas, clima suave perfectamente sano y víveres y recursos abundantes. La convocatoria sé había hecho para el 1° de febrero, y el 2, no sólo había quorum, sino que estaban presentes casi todos los miembros. El número total era de 63”30.

 

Con detalle agrega Camacho Roldán, que antes de ser instalada el 4 de febrero de 1863, él y otros representantes, quienes eran Rafael Núñez, José Araujo, Camilo Antonio Echeverri, se reunieron para acordar en líneas generales cómo proceder en la convención y consensuaron que debían impedir la presidencia de Mosquera; organizar un ejecutivo plural; distanciar las fuerzas militares de la casa de la convención y limitar al máximo el omnipoder del caudillo caucano, por ello comenta que:

 

“El día 4 estuvieron puntuales en su asistencia todos los miembros: el general Mosquera se presentó a las 11 escoltado por doce o diez y seis hombres que, se notó, traían armas debajo de las ruanas. En la puerta del salón se encontró con Camacho Roldán, diputado a quien atribuía ciertas medidas dictadas por la gobernación de Cundinamarca, que

 

27 Deas, Malcolm. Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas. Santafé de Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1993.

28 Camacho Roldán, Salvador. Memorias. Bogotá: Bedout.1923.

 

29   Cacúa Prada, Antonio. Salvador Camacho Roldán. Tunja: Publicaciones de la Academia Boyacense de Historia. 1989.

30 Ob. Cit. Camacho Roldán, p. 273.


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parecían contrariar sus planes de organización política, y a dos pasos de distancia se detuvo fijando en él una mirada amenazadora; cuando se creyó que esa escena se tornaría en algo desagradable, el general abrió los brazos y se dirigió a él estrechándolo con efusión amistosa. En seguida le tomó del brazo, y entrando al salón, tomó asiento a su lado. Me vinieron a acompañar algunos hombres armados, me dijo, porque creyeron que ustedes los gólgotas querían asesinarme hoy; pero ya veo que estaban engañados. Y ¿por qué lo habíamos de asesinar a usted? le contesté. Usted ha prestado y puede seguir prestando muy útiles servicios al país, sobre todo si hay una oposición que lo detenga dentro de ciertos límites necesarios; en lo que sus oposicionistas sirven al interés público y son de utilidad incontestable para usted”31.

 

La carta de 1863 no fue la creación divina de unos días. Los concurrentes iban de ruana y debajo de ellas llevaban revólveres debido al ambiente de desconfianza y de incertidumbre de la convención, aseguró Camacho Roldán. La del 63 fue una carta concebida en sus ideas por varios políticos regionales, quienes desde sus actividades privadas y públicas incidieron para desencadenar la variedad de reformas que condujeron a darle legitimidad a los derechos que se consignaron en sus 93 artículos. Se crearon 9 estados soberanos (Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander y Tolima) y se derogaron medidas provenientes del derecho indiano, hispánico y colonial. Algunos de los protagonistas de la Constitución de Rionegro eran expertos en el derecho colonial español y en el de Estados Unidos y Francia, lo revela sus textos y sus discusiones.

 

Un lector atento tendrá entonces que apropiarse de la vida y obra de políticos como Tomás Cipriano de Mosquera, Ezequiel Rojas, Manuel Murillo Toro, Aníbal Galindo, Miguel Samper, Salvador Camacho Roldán, Santiago Pérez, Felipe Pérez, José Hilario López, como los principales. Gonzalo España, uno de nuestros historiadores heterodoxos reunió en un pequeño volumen estos líderes y seleccionó sus escritos más propicios para que los lectores colombianos pudieran acceder y conocer lo que ellos plantearon y cómo incidieron en lo que se denominó la generación que introdujo las reformas de mitad de siglo XIX, la obra se titula: Los radicales del siglo XIX32 y cuando salió editado este impreso, en un artículo publicado en el Magazín Dominical33 de El Espectador en su formato estilo revista afirmó que:

 

“El próximo año se cumple un siglo de la caída de los radicales en Colombia. Aunque se denominó radical a la fracción liberal que tuvo el mando del país a partir de 1867, es cierto que en lo fundamental, desde antes de la mitad del siglo XIX, el Liberalismo jugó un papel subversivo y transformador, y fue radical por principio, pues, le correspondió la tarea de abatir el estorboso legado colonial heredado de la dominación

 

 

31 Ibid. pp. 274-275.

 

32 España, Gonzalo. Los radicales del siglo XIX. Bogotá: Áncora. 1984.

 

33 España, Gonzalo. “Los radicales del siglo XIX”. En: Magazín Dominical, El Espectador. No. 53, abril de 1984. Pp. 8-11.


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española. La faena, adelantada con tenacidad, quedó trunca, y con la derrota del Olimpo Radical, su ala más ortodoxa y extrema, ocurrida en 1885, cayó, para no volver a levantarse, aquel viejo Liberalismo revolucionario colombiano cuya obra y acción merecen ser estudiadas

 

[…]  El legado de los radicales del siglo XIX, que hoy publica El Ancora

 

Editores, constituye el principal acerbo doctrinario del Liberalismo revolucionario. El Partido Liberal que en 1930 reconquistó el poder, tras casi cincuenta años de hegemonía conservadora, ya no poseía nada de esto. Su equipo dirigente representaba una nueva clase, formada al calor de los negocios surgidos al calor de la penetración del capital yanqui en Colombia. El Liberalismo, desde entonces, ha perdido cualquier tinte progresista. Y con excepción de la rebeldía gaitanista, no existe nada que lo enlace a la gesta de los radicales del siglo XIX”.

 

Nada parecido al ideario liberal decimonónico se podrá encontrar en Colombia hasta el día de hoy, seria oportuno añadir al comentario final de Gonzalo España. Al revisar el pequeño volumen publicado en 1984 del historiador España admite casi asombrado cómo estos líderes entre militares, políticos e intelectuales se adelantaron en muchas nociones jurídicas a nivel continental y hay que añadir desde nuestro lente que si se juzga a la luz de la constitución colombiana de 1991, que nos rige como base normativa general, no nos ampara como cultura ni como mentalidad porque, variedad de derechos han sido conculcados cotidianamente en nuestro país. Examinando entonces el pequeño volumen son de destacar los textos de Mosquera sobre religión, la reforma fiscal de Murillo Toro, la desamortización de bienes eclesiásticos de Camacho Roldán, la enseñanza universitaria de Aníbal Galindo, de Rojas Garrido su discurso en la convención de Rionegro, incluidos los temas sobre el divorcio, el sufragio universal, la división de poderes y el periodo presidencial, relatos que leídos en clave del presente son palpitantes y vigentes de nuestros debates jurídicos y políticos actuales.

 

Ahora, volviendo al contexto de la reunión en Rionegro, tras las sesiones en esa población antioqueña, ella se originó al calor de un acumulado de reformas primordialmente de carácter político con acentuada seño cultural, porque con la idea de federalismo, desde las reformas de José Hilario López en 185134, se inició un ciclo político incierto, cuya pretensión central fue descolonizar al país de la herencia hispano-católica, “desespañolizarlo” en su cultura y mentalidad, tras siglos de dominio y hegemonía. Los decoloniales o postcoloniales con sus discursos y relatos amañados y francamente mediocres por su intencionalidad, jamás, de seguro, reconocerán y premeditadamente ignorarán, que las bases sociales, políticas y culturales de la descolonización de América, no solamente se puede situar en el pensamiento de nuestros próceres independentistas, - basta leer La Carta de Jamaica de Simón Bolívar (1815)-, sino también, las aspiraciones a romper el cerco hegemónico de la colonia española se haya en el ideario de estas clases medias semi-burguesas. Obviamente y por condiciones de la época, esta descolonización,


 

 

34  Gutiérrez Jaramillo, Camilo. José Hilario López: un hombre de su siglo. Santa Fe de Bogotá: Cargraphics. 1997.


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fue parcializada y claramente inclinada por un sector que se integró al mercado mundial mediante el comercio y se hizo a las ideas de la ilustración y la Revolución Francesa liberal, leyeron la constitución federal de los Estados Unidos y algunas otras culturas jurídicas del mundo, por poner un ejemplo, eran militares comerciantes y viajeros, y como viajeros lograron superar los atavismos provinciales y alcanzaron a obtener una mirada cosmopolita del mundo, para el caso, Mosquera estuvo en Europa y fue diplomático en el sur del continente.

 

¿la carta de 1863, popular o de elites? Si, por supuesto, fue un discurso de elites que aspiraron al dominio mediante un discurso burgués racionalizado, donde como clase dominante buscaron romper los obstáculos de la rancia mentalidad hispano católica, terrateniente, conservadora y de raigambre profundamente hispánica, y si bien lo hicieron apelando a los valores de la modernidad de esa época, instrumentalizaron sus demandas, pues, el pueblo raso, las otras y otros, las otredades (clases, grupos, etnias) del país concurrían como espectadores de un profundo cambio frente al cual no podían acceder, menos aún ser partícipes directos, sino indirectos, y ese sino trágico de la libertad o de la igualdad para unos pocos, precipitó su fracaso y cavó su sepultura, que fue aprovechada por sus contradictores y enemigos más conspicuos, Núñez y Caro, con sus leales seguidores y perientes súbditos.

 

Por lo tanto, lo primero en afirmar es que si bien, la constitución de Rionegro plasmó una constitución liberal-federal, no es cierto como se afirmó en la historia oficial, que sus promotores, fueran exclusivamente caudillos armados, a quienes se les llamó con saña, el Olimpo Radical35. Los actores de 1863 eran comerciantes, abogados, economistas, algunos militares, y en la lista que establece Camacho Roldán en sus recuerdos la mayoría fueron de clases ilustradas pudientes de nuestro país. De modo que es válido afirmar que, alrededor de la constitución de 1863 se conformó una generación diferente a la que le precedía, aquella heroica y militarista de las independencias, y por eso, surgió como lo sustenta uno de sus observadores agudos, Lázaro Mejía Arango, en su libro sobre los Radicales36, que es una obra de consulta obligada, se constituyó una clase social con educación universitaria, con luces y ligadas a las profesiones liberales, no pocos eran intelectuales y siempre se dedicaron al periodismo y a la función pública (combinada con lo comercial privado), fueron en últimas letrados quienes armonizaron su talento con la política.

 

Intelectuales políticos fueron quienes ejecutaron la carta de 1863 y si algún evento lo constata fue la opinión que expreso Víctor Hugo de dicha letra jurídica, el insigne escritor y político francés, pues el radical galo la consideró muy civil y honradamente humana. La historia oficial falseó el comentario y en los libros históricos arguyeron que al serle presentada la constitución, por su avance e ideas progresistas dijo que

 

 

 

35 Piñeres Rodríguez, Eduardo. El olimpo radical. Ensayos conocidos e inéditos sobre su época, 1864-1884. Bogotá: Universidad Externado de Colombia. 2019.

 

36  Mejía Arango, Lázaro. Los radicales: historia política del radicalismo del siglo XIX. Bogotá: Universidad Externado de Colombia. 2007.


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“era para ángeles”37, la anécdota se divulgó como verdad y como cierta. Frente a ese evento, una contrahistoria para un cambio universitario y ciudadano en el país es esencial. Es realmente imprescindible una contrahistoria desde las aulas de clase (y estimular una profunda variación de la educación primaria y básica), porque en un país en el que la historia se narra desde lugares comunes y bajo la dominación de ciertas clases, es imposible la democracia y ante todo, la edificación de una identidad nacional más incluyente, alternativa, mirada desde abajo y desde las otredades, los otros y las otras quienes fueron desconocidos y premeditadamente ignorados (mal llamados grupos subalternos y clases desposeídas).

 

Entonces, valga señalar que, en carta enviada a Víctor Hugo por Antonio María Pradilla, representante de Colombia en Europa, fechada el 17 de agosto de 1863 en Londres, le anuncia la entrega de un ejemplar de la constitución e 1863, y dos meses después le respondió Víctor Hugo con carta enviada desde Hauteville House, el 12 de octubre con la siguiente comunicación:

 

“No podré expresar cuánta impresión me ha hecho vuestra carta. Yo he consagrado mi vida al progreso, y el punto de partida del progreso en la tierra es la inviolabilidad de la vida humana. De este principio emanan el fin de la guerra y la abolición del cadalso. El fin de la guerra y la abolición del cadalso son la supresión de la espada. Suprimida la espada, se desvanece el despotismo, porque así ya no tiene ni razón de ser ni medio de existir. En nombre de vuestra libre República vos me enviáis un ejemplar de vuestra constitución. Esta Constitución deja abolida la pena de muerte y vos os dignáis atribuirme una parte de ese magnífico progreso. La grande vía queda abierta. Que la América marche y la Europa seguirá. Transmitid, señor Enviado Extraordinario, la expresión de mi reconocimiento a vuestros nobles y libres conciudadanos y recibid la seguridad de mi alta consideración, Víctor Hugo”38.

 

Como se evidencia del intercambio epistolar, Víctor Hugo celebró el carácter progresista y avanzado de la carta colombiana de 1863. Y admira que dicha constitución haya garantizado las libertades y en especial haya establecido la inviolabilidad de los derechos humanos (en especial la vida) al suprimir la pena de muerte y la prisión por deudas y otras medidas que colocaron lo humano por encima de preceptos o concepciones retrógradas, reaccionarias, tradicionalistas o ultraconservadoras frente al individuo y sus características sociales. De hecho si se revisan y leen algunos textos significativos del pensamiento liberal de esa generación que promulgó la Constitución de Rionegro, sobresalen los escritos de


 

 

 

 

 

 

 

37 El caso de esa frase se repitió en los capítulos de la historia oficial por prestigiosos profesionales de la historia, Jaime Jaramillo Uribe, Jorge Orlando Melo, Germán Colmenares, entre muchos otros.

38 Magazín Dominical, El Espectador. No. 114, junio 2 de 1985. p. 16.


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Miguel Samper39, Florentino González40, Manuel Murillo Toro41, Salvador Camacho Roldán42, Tomás Cipriano de Mosquera43, Aníbal Galindo44, José María Rojas Garrido45, Santiago Pérez46, como los más sobresalientes.

 

La lectura de esos relatos, sintéticos pero sólidos, son representativos porque dan cuenta de modo íntegro del ideario liberal de esa época y al reconstruir los contextos como los debates de esos años brinda una comprensión sobre lo que fue ese liberalismo, ese pensamiento liberal, su historia como su evolución en el país. Sin embargo, se aprende con mayor fuerza y con más profundidad en los detalles, leyendo los contrarios, es decir, para una más adecuada e íntimo conocimiento del liberalismo colombiano de mitad de siglo, es necesario leer sus sepultureros, sus opositores. En historia de las ideas e historia intelectual aplicadas a la sociología y la ciencia política si uno quiere hablar con propiedad de una corriente de ideas o una ideología debe leer a un mismo tiempo sus críticos por eso es válido afirmar que para comprender a cabalidad al liberalismo decimonónico, sin dudarlo, es obligado leer el pensamiento de los conservadores, y dos personajes fueron los sepultureros de la Constitución de 1863, el cartagenero Rafael Núñez47 y el bogotano Miguel Antonio Caro48, ¿Pero qué se debe leer de ellos?

 

En la amplia y variada obra del exliberal y convertido en conservador, Rafael Núñez, quien se pasó al conservadurismo, - de haber sido un liberal radical-, por su inclinación pasional, por su irrefrenable deseo y por su erotismo por Soledad Román, es posible comprender a cabalidad la textura y la claridad de lo que fueron las ideas y las reformas de los liberales de mitad de siglo, no necesariamente hay que leer al Núñez librepensador, sino al contrario, al Núñez converso antiliberal, porque según su oposición y sus ataques al radicalismo y a la constitución de 1863,

 

 

 

39 Samper, Miguel. “La protección”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 19-

 

38.           

40 González, Florentino. “En defensa del sistema del librecambio”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 39-43.

 

41 Murillo Toro, Manuel. “El sufragio Universal”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 131-140.

 

42 Camacho Roldán, Salvador. “la desamortización de bienes de manos muertas”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 73-79; “El divorcio”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 144-149.

43 De Mosquera, Tomás Cipriano. “Carta autógrafa de Tomás Cipriano de Mosquera al Papa Pío IX”.

 

En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 90-98.

 

44 Galindo, Aníbal. “La enseñanza universitaria (1849-1852)”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 107-115.

 

45 Rojas Garrido, José María. “Discurso en la Convención de Rionegro”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 116-122.

 

46 Pérez, Santiago. “El proceso de la Regeneración” (En defensa de la libertad de prensa). En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 1141-143.

 

47  Del Castillo, Nicolás. El primer Núñez. Bogotá: Tercer Mundo. 1971; De la Vega, Fernando. Aspectos de Núñez. Cartagena: Ediciones Corralito de Piedra. 1975.

 

48 España, Gonzalo. Odios fríos. la novela de Miguel Antonio Caro en el poder. Bogotá: Penguin Random House Grupo Editorial. 2016.


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es posible asimilar con mayor nitidez, el contenido y la savia de esa corriente que llevó a la carta de 1863.

 

Es más pertinente escuchar a los opositores, pero cuando la controversia se hace con argumentos de calidad y con algo de respeto, porque en nuestros medios universitarios, ya no hay debate, porque según creen algunos profesores y directivos académicos, la crítica es un arma de enemistades, y arguyen según sus caprichos y según sus inclinaciones mentales y emocionales, que su norma es: “quien no está conmigo está contra mí”. Dicha consigna que hizo del conservadurismo de la Regeneración, un régimen para el despotismo y la tiranía es de uso diario por quienes fungen como directores y directoras en esas unidades académicas, se destiemplan vocal y corporalmente hablando de tolerancia y de libertad y son quienes con sus actitudes y sus comportamientos más conculcan los derechos en el recinto del Alma Mater de la Universidad de Antioquia.

 

La crítica en el medio universitario de hoy se tiene como sacrilegio y se instituye una inmunidad perversa, - más en los directivos que asumen circunstancialmente las unidades académicas, los burócratas académicos momentáneos (Jefes de Departamento, Decanos, Vicedecanos, Directores y otros especímenes)-, porque su crítica es impune ante sí mismos, pero la crítica de los demás debe ser impugnada y castigada soterradamente, con mañas y con actitudes simuladas en el diario acontecer de la vida universitaria, no necesitan gesticular, sólo actuar con su hipocresía y con su deshonestidad, así que, el crítico y la crítica han de ser desterrados y destruidos, por medios ¡sí, Sancto!, mediante artilugios de legalidad.

 

Volviendo entonces. Núñez escribió un sinnúmero de artículos en la prensa, en los diarios La Luz de Bogotá (1881-1882) y El Porvenir de Cartagena (1883-1884), compilados bajo la dirección del cubano Rafael María Merchán, volúmenes 1 y 2 y llevó por título: La Reforma Política en Colombia49. En esos escritos socaba el liberalismo radical, en ideas, contenidos, pensamiento y acciones, pero lo más valioso de este contenido es su manera de desvirtuar, invalidar y deslegitimar la constitución de 1863 y sus disposiciones y contenidos, además de horadar los presupuestos de las reformas liberales de mitad de siglo. Núñez ataca lo que consideró era la perversidad de la carta de 1863: A- El fomento de la soberanía dual del federalismo (la autonomía de los estados soberanos); B- la separación del Estado y de la Iglesia (la secularización); C- La ilustración y el afrancesamiento de la carta de 1863 (su marcada influencia de la Revolución de 1789); D-la educación laica y gratuita. En sus páginas trata a los liberales radicales, de criminales, sicarios, herejes, demonios, diablos, delincuentes, configuró a la manera de Carl Schmitt, la noción del enemigo absoluto que hay que desterrar y destruir.

 

No por casualidad, el Alter Ego de Miguel Antonio Caro, el obispo de Pasto Ezequiel Moreno y Díaz desde el pulpito alentaba a sus fieles a matar a los liberales porque si se mataban más, y más, y más, más rápido alcanzaban el cielo y la gracia de


 

49 Núñez, Rafael. La reforma Política en Colombia. Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. 1945.


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Dios50. Así que, Miguel Antonio Caro fundó el periódico, El Tradicionista (1871-1876)51 bajo el cual destiló todo su acendrado encono y pus frente al liberalismo colombiano y sus ideas. El antiliberalismo de Caro se fundó ante todo por la influencia que tuvo en él las Encíclicas52 del papa Pio IX, El Syllabus y Quanta Cura, publicadas en el periódico El Tradicionista, de hecho en 1874 con prólogo de Caro, se dieron a conocer las encíclicas de Pio IX en el país (traducidas por Caro) y a contracara en el cuento estético político, novela histórica de Tomás Carrasquilla, Luterito o el padre Casafús (1899), el batallón creado y alentado por Quiteria de Rebolledo (la matrona conservadora del pueblo) se llamó batallón Pio IX. En las encíclicas se condenaron el liberalismo, el socialismo y el protestantismo y otras ideologías de la época por su oposición y distancia con las ideas eclesiales y católicas. Pero por sobre todo, el antiliberalismo de Caro y su acentuado conservadurismo se produjo por la influencia que tuvo en él Edmund Burke53, Donoso Cortés54 y en particular el sacerdote Ezequiel Moreno y Díaz55.

 

Estos dos adalides colombianos fueron los sepultureros del liberalismo, crearon la convicción de que el pensamiento liberal y las ideas liberales eran pecado y los creyentes o fieles de esas ideas, no eran humanos, no eran ciudadanos de Colombia y ante todo no eran cristianos, ni católicos, eran delincuentes y criminales, eran herejes y más aún eran “hijos del diablo”, por lo tanto debían ser extirpados y desterrados de la virginal tierra colombiana. Con Núñez y Caro se conformó, La Regeneración, que impuso la constitución de 1886, tras una serie de gobiernos conservadores que se fueron legitimando desde 1878. Recordemos que en ese año, se posesionó como presidente Julián Trujillo Largacha, y Núñez como presidente del congreso afirmó que el país iba al abismo por lo que debía afrontar la disyuntiva “o regeneración administrativa fundamental o catástrofe”.

 

Con esa frase lapidaria, la suerte de la carta de 1863 ya estaba sentenciada hacia su muerte como efectivamente ocurriría en el año de 188556 cuando el mismo Núñez con el triunfo sobre una fracción liberal sentenció que: “la constitución de 1863 ha dejado de existir”, promulgó la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente y dejó que su “Sancho Panza”, Miguel Antonio Caro escribiera, como

 

 

 

50 Abel, Christopher. Política, iglesia y partidos en Colombia. 1886-1953. Bogotá: Faes; Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, 1987.

 

51  Caro, Miguel Antonio. Escritos políticos. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. 1990; Caro, Miguel Antonio. El centenario de El Tradicionista. Bogotá. Instituto Caro y Cuervo. 1972.

 

52 Papa Pío IX. Syllabus. Bogotá: El Tradicionista. 1974.

 

53 Burke, Edmund. Reflexiones sobre la revolución francesa. Madrid: Instituto de Estudios Políticos. 1954

 

54 Cortés, Donoso. Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo. Buenos Aires: Espasa-Calpe. 1949.

 

55 Moreno y Díaz, Ezequiel. Cartas Pastorales. Circulares y otros escritos del Ilmo y Rmo. Sr. D. Fr. Ezequiel Moreno y Díaz. Madrid: Imprenta de la Hija de Gómez Fuentenebro. 1908. Valderrama Andrade, Carlos. Un capítulo de las relaciones entre el Estado y la Iglesia en Colombia. Miguel Antonio Caro y Ezequiel Moreno. Bogotá. Instituto Caro y Cuervo. 1986.

 

56 España, Gonzalo. La guerra civil de 1885. Núñez y la derrota del radicalismo. Bogotá: Áncora. 1985.


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se rumora de común, la constitución de 1886, en un pequeño templo de la séptima de Bogotá, donde rezaba.

 

3.  Conclusiones.

 

Una contrahistoria para la Constitución de 1863 de Rionegro, es necesaria. Formar a las profesoras y los profesores un desafío, para formar nuevos alumnos, nuevos ciudadanos. Algunos historiadores, sobre todo extranjeros han explorado con dedicación lo que fueron las ideas liberales conocidas como las del Olimpo Radical, o reformas de mitad de siglo XIX. El lector podrá acudir para conocer en detalle lo que fue la constitución de 1863 a David Bushnell, Helen Delpar, Jane Rausch y Aline Helg, por mencionar algunos al azar. Son de consulta y lectura obligada autores como Robert Louis Gilmore57, Abel Cruz Santos58, Diego Uribe Vargas59, Rodrigo Llano Isaza60, Manuel Suárez Cortina61, entre otros. Pero igualmente de modo pertinaz, algunos profesores colombianos han redescubierto el siglo XIX, para el caso del Federalismo basta mencionar a Edwin Cruz62 con su tesis doctoral y que ha sido recientemente publicada por la editorial Desde Debajo de Bogotá y Rubén Sierra Mejía63, con su compilación de textos producto de un seminario donde se cuestiona con solidez investigativa por varios autores, las desavenencias y las contradicciones del ideario liberal radical en relación con la libertad, las armas, las soberanías, la educación, la religión entre otros temas.

 

Lo pertinente de esa conmemoración de los 160 años de la carta de Rionegro de 1863, fue su defensa y garantía de derechos individuales que incluso al día de hoy son vulnerados por medios estatales y extraestatales, por ejemplo las redes sociales y la virtualidad. La defensa del librepensamiento, la libertad de opinión y de cultos bases constitutivas de una sociedad liberal y democrática no se han podido garantizar en nuestro país y se han violado por medios que ya son cotidianos, la censura desde la vida familiar, escolar, e instituciones en las que supuestamente se debería ser más acérrima su defensa, la universidad como espacio natural del pensamiento libre y abierto.

 

Hoy las aulas universitarias están atiborradas de pensamiento cerrado, sin alternativas y sin opciones a un mejoramiento en la formación y en la enseñanza, porque sencillamente; por un lado, los profesores y las profesoras repiten lo que la historia oficial ha inoculado en la cultura política y esos docentes como el megáfono

 

57 Gilmore, Robert Louis. El federalismo en Colombia 1810-1858. Santafé de Bogotá: Universidad Externado de Colombia. 1995.

 

58 Cruz Santos, Abel. Federalismo y centralismo. Bogotá: Banco de la República, 1979.

 

59 Uribe Vargas, Diego. Las Constituciones de Colombia: historia crítica y textos. Barcelona: Cultura Hispánica, 1977

 

60Llano Isaza, Rodrigo. Centralismo y federalismo, 1810-1816. Bogotá: Banco de la República, 1999.

 

61 Suárez cortina, Manuel. Federalismos. Europa del sur y América Latina en perspectiva histórica. Granada: Comares. 2016.

 

62 Cruz, Edwin. El federalismo en Colombia (1853-1886): una historia política conceptual. Bogotá: Desde Abajo. 2023.

 

63 Sierra Mejía, Rubén. El radicalismo colombiano del siglo XIX. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2006.


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rodante en el Alma Mater, reproducen la sordidez del despotismo y de la tiranía, de una historia del país, contada de modo sesgado, y más ignorada, por tanto, hay que aseverar que sin una contrahistoria, es imposible repensar el papel de la universidad pública en nuestro medio y menos aún aspirar a una sociedad más democrática, porque valga insistir, profesores y profesoras pueden que sepan algo de historia (la oficial) pero que ignorantes de esa otra historia desde abajo, mirada con fuentes diversas, con un lente alternativo y que contemple otros tiempos, espacios y sujetos, sencillamente están duplicando la mentira, la falsedad y con su farsa discursiva en las aulas, legitiman, validan, la voz de los vencedores, de los guerreros armados generalmente blancos, aquellos que fueron considerados héroes y heroínas, pero a espaldas de los antihéroes, los ciudadanos de a pie, la gente común que al parecer siempre es despreciada de esa historia oficial narrada por elites que dominan con su verdad impuesta.

 

Es una imbecilidad decir que quien no conoce la historia tiende a repetirla, porque ¿cómo sabrá si se repite o no, quien la desconoce? Es necesario aducir que el poco o nada conocimiento de la historia de nuestro país, de su pasado y de sus acontecimientos más traumáticos como los más loables, como en el caso de los 160 años de la firma de la Constitución de 1863, nos induce a expresar que el estado de postración y de delirante desviación que vive el país se debe, por un lado, a una nación en la que sus ciudadanos, en general, la mayoría, no saben de historia y si la saben, repiten sordamente, lo que mal y mediocremente enseñan desde sus hogares o en la escuela, siempre deformado y perennemente validado por quienes han dominado, los vencedores diría Ema Cibotti64 y Alfonso Reyes65, y nunca han querido, deseado, tenido la intención de incorporar pero sobre todo escuchar la voz de los vencidos, de los silenciados e invisibilizados.

 

Es perentorio que para democratizar y modernizar hoy la universidad y por ende transformar progresivamente, la Alma Mater, debe de modo obligado, exigir conocimientos históricos de nuestras tierras (Colombia y América Latina) a sus profesoras y profesores, de nada sirven docentes especializados en campos hiperseccionados y fragmentados, si su cultura política y conocimiento del país es nulo, es inútil las tan cacareadas acreditaciones con un pul de docentes que o conocen poco de nuestra historia social y política, o no conocen nada, ni les interesa ni les es de atracción, nuestros problemas del pasado, porque justamente, fueron del pasado y según su óptica y desde su premura global, o mercantil, leer, consultar, indagar e investigar la historia de nuestra nación, es perdida de tiempo, es infructuoso cuando no es vacuo frente a las urgencias, demandas y desafíos de los problemas actuales.

 

Si estas hiperdoctoras e hiperdoctores conocieran las riquezas culturales, espirituales e intelectuales de nuestra historia, su vanidad, arrogancia y egolatría disminuiría y contemplarían con seguridad otras dimensiones (que


 

 

64 Cibotti, Ema. América Latina en las clases de historia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2016.

65 Reyes, Alfonso. Ultima Tule y Otros ensayos. México: Fondo de Cultura Económica. 1992.


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premeditadamente ignoran), para reconstruir el tejido social no solamente de la universidad (derruido y deteriorado) y de nuestro país. Pero esa labor educativa y de cultura política la emprendieron olvidados, y no por ello, excluidos colombianos en su momento, basta mencionar al mismo rionegrero Baldomero Sanín Cano, quien fue un hijo que supo aprovechar con creces los derechos que garantizó la constitución de 1863, sobre todo en lo que respecta a la educación laica y pública.

 

De igual manera, prestantes personajes fueron quienes desde sus obras, pensamientos y acciones, le dieron vida y comprometieron su existencia, al defender los ideales de la Constitución de Rionegro, Fidel Cano, Felipe Pérez, Santiago Pérez Triana, Rafael Uribe Uribe, y con variantes llegará a María Cano, Débora Arango, Virginia Gutiérrez de Pineda Alfonso López Pumarejo, Jorge Eliecer Gaitán, Luis Tejada, Jorge Zalamea, Jorge Gaitán Durán, en fin y una lista que no es interminable, porque en el país pesa más lo godo, lo retardatario que lo liberal, incluso en quienes se jactan de llamarse docentes o científicos de la Universidad de Antioquia.

 

La Constitución de 1863 no solamente colocó en el espacio público la importancia de la defensa del individuo y de las libertades, también en la espesura de este nuestro territorio convulso y retrógrado puso en nuestras bocas y mentes asuntos de capital importancia, la región y sus autonomías, la descentralización administrativa, la pertinencia de los territorios, la importancia de las soberanías, la diversidad territorial, la educación laica, la libertad de cultos, la libertad de pensamiento y expresión, una serie de asuntos privados y públicos que en la actualidad son temas de la agenda política, pública y académica que atraviesa la vida cotidiana de cada uno de los ciudadanos de nuestro país. Con la carta de 1863, se apresuró el paso a la descolonización y a la separación tajante de nuestra cultura, con voz propia, de la herencia hispano católica. Los decoloniales que tanto alardean con sus berrinches intelectuales, jamás citan ni citarán en sus escritos ¿por qué no lo hacen? a la generación liberal colombiana, quienes de modo contundente propiciaron la des-españolización, la descolonización española y religiosa de los colombianos y eso ocurrió en 1863.

 

Una universidad de cara al siglo XXI y XXII, una universidad a la altura de los tiempos debe y está obligada a deconstruir la historia oficial, a divulgar una contrahistoria, ya no es la historia de héroes y heroínas, de las elites blancas, es otra historia alternativa, abierta y plural, que integre las voces de las otras y de los otros, de los antihéroes y en eso se ha estimulado y se han empeñado algunas profesoras y profesores, consultando nuevas fuentes, indagando más allá de la historia narrada y contada en los manuales y diccionarios, porque es inútil acreditarse y hacer propaganda en redes sociales y la virtualidad de una universidad avanzada, en la caricatura, cuando su cuerpo docente ignora y desconoce la historia de su propio suelo, nos podemos acreditar cientos de veces, pero la realidad y la verdad es que son acreditaciones espurias que rinden culto a lo ornamental y superficial, ya que aulas con docentes que no saben de nuestro pasado, ni propiciarían una alternativa, ni crearán democracia, ni sus alumnos podrán ser más


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libertarios, tolerantes, racionales y menos aún se podrán reformar los pensum, quizás de nombre pero no de contenido.

 

Una cátedra o varias dedicadas a la historia del país pero basada en una contrahistoria para profesoras y profesores es esencial, es perentoria y es éticamente una obligación hoy en la Universidad de Antioquia. Si hay que afrontar la educación virtual, pero hay que responder también a los vacíos deplorables y vergonzosos de un cuerpo docente sin conocimientos históricos de nuestro país, de nada sirve la inteligencia artificial, con el artificio intelectual de los docentes en general. Unas cátedras fundadas en contrahistorias, que no sean lineales, que incorpore nuevas formas de pensar el pasado con tiempos disímiles, discontinuos, con una noción de la espacialidad diversa, que no se estanque en confrontar la relación región-nación, simplemente, porque la política no hace la geografía, ni los mapas, son la dimensión de la geografía y los territorios los que se deben tener en cuenta; además, otras miradas, con sujetos que no son los mismos, los que siempre narran, los héroes armados (claro hay que tenerlos en cuenta), que hicieron nuestras patrias, hay que narrar a los héroes desarmados, que se llamarían antihéroes, ¿Cuántas y cuantos hicieron país en el siglo XIX, XX y XXI y no aparecen en los libros de historia?

 

Y de ese modo, si algún día los profesores y las profesoras dominan nuevos relatos sobre nuestro pasado, de seguro y eso sí es muy contundente, se podrá hablar seriamente, con ética y moral universitaria, de una Alma Mater con calidad, pública, al servicio de los pueblos, con miras a un futuro fundado en democracia y con una tendencia franca al desarrollo y a la modernidad. De resto como diría José María Vargas Vila, ese adalid, inconforme, irreverente y ante todo hijo de lo más radical del liberalismo colombiano en el siglo XIX, insumiso letrado del país, Colombia está llena es de la mortecina mental, la carcoma que hoy degrada nuestra universidad y nuestra sociedad, es la decadencia, la podredumbre espiritual, franca labor de los Césares, porque:

 

“Si no podemos salvar la Libertad, denunciemos siquiera sus

verdugos… Es más culpable el pueblo que sufre la Tiranía, que el

 

hombre que la ejerce; es más vil la debilidad del uno, que la audacia del otro… Un hombre libre, no es el cortesano de su época: es su juez”66.

 

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