Se acerca un invierno que será necesariamente difícil por el desabasto energético, la desaforada alza en los precios de los combustibles y la inflación generalizada, el panorama político no pinta mejor en diversos países del Viejo Continente
La crisis europea que se expresa en las situaciones mencionadas y en muchas otras ha sido en gran medida detonada por el conflicto en Ucrania y la política de sanciones contra el gobierno ruso emprendida por la UE
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Cuando se acerca un invierno que será necesariamente difícil por el desabasto energético, la desaforada alza en los precios de los combustibles y la inflación generalizada, el panorama político no pinta mejor en diversos países del Viejo Continente. La jefatura de gobierno del Reino Unido se encuentra vacante a partir de la renuncia de Liz Truss, quien duró menos de dos meses en el cargo, mientras los laboristas piden elecciones anticipadas y en las calles de Londres tienen lugar protestas en demanda del regreso de esa potencia colonial a la Unión Europea (UE).
Ayer, en Roma, la neofascista Giorgia Meloni rindió protesta como primera ministra, lo que coloca a Italia como el primer país de Europa occidental que será gobernado por la ultraderecha, la cual ha realizado en meses recientes significativos avances en España y Francia. Esta segunda nación se encuentra además convulsionada por un nuevo ciclo de protestas sociales y de huelgas en demanda de incrementos salariales para paliar los efectos de la inflación.
Otro tanto ocurre en Alemania, donde los manifestantes no sólo reclaman mayores subvenciones a los hidrocarburos y un reparto más justo de los fondos públicos para que las mayorías puedan hacer frente a los altos costos de la energía, sino también medidas para remediar el desastre que dejó la política de avanzada que pretendía acelerar la transición hacia las energías verdes y que hoy tiene al país dependiendo del carbón y de las centrales nucleares para generar la mayor parte de su electricidad.
Esta clase de circunstancias críticas se reproduce incluso en Hungría, integrante de la Unión Europea y de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que ha caído en un desbarajuste económico a raíz de la inflación descontrolada y la caída en los pronósticos de crecimiento. El abandono de los topes a las facturas de energía por el gobierno ha puesto en las calles de Budapest a miles de personas que reclaman ya un cambio político y la salida del primer ministro, el corrupto ultraderechista Viktor Orban, quien lleva ya más de 12 años en el cargo.
Cierto es la crisis europea que se expresa en las situaciones mencionadas y en muchas otras ha sido en gran medida detonada por el conflicto en Ucrania y la política de sanciones contra el gobierno ruso emprendida por la UE, estrategia con la que Bruselas se dio un tiro en el pie, pues significó la drástica reducción del abasto energético (petróleo y gas) procedente de Rusia y con ello, un impulso a la inflación que ya venía manifestándose.
Pero no debe soslayarse que desde mucho antes el modelo de integración multinacional y las políticas económicas asociadas a él ya mostraba signos de agotamiento; uno de ellos fue precisamente la salida de Gran Bretaña de la unión continental.
Por añadidura, el paradigma de democracia parlamentaria representativa también ha perdido respaldo de importantes sectores de la sociedad y en la mayor parte de las naciones europeas la política es vista como un juego excluyente de clanes, tecnocracias y oligarquías que margina, golpea y reprime a minorías nacionales y a mayorías laborales. Lamentablemente, no queda claro de qué manera podría Europa superar la crisis multifactorial en la que se encuentra. Y mientras tanto, el invierno se aproxima.
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