Además del calentamiento global, la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos y el cambio de usos de la tierra mediante la deforestación, la inyección de nitrógeno y fósforo en la biosfera y la atmósfera ya han alcanzado o incluso superado los límites de capacidad de carga.
El sistema Tierra está cambiando bruscamente. Constituyen la nueva normalidad.
La explotación del trabajo y el saqueo de la naturaleza han progresado de una manera todavía más desenfrenada en todo el mundo
Christian Zeller
Las recientes olas de calor en el noroeste de EE UU, el oeste de Canadá, Siberia y el Mediterráneo, así como las inundaciones en Alemania y China, han sido extremas, pero en modo alguno inesperadas. Estos fenómenos meteorológicos extremos son indicios de que el sistema Tierra1 está cambiando bruscamente. Constituyen la nueva normalidad. Estas disrupciones abruptas del clima y del sistema Tierra convierten en ilusorias todas las ideas políticas de una transformación socioecológica gradual. Únicamente una estrategia de ruptura revolucionaria es suficiente y realista para afrontar este desafío, pero el contenido de esta estrategia solo es discernible en un contorno borroso. Este artículo es una continuación del debate sobre estrategias ecosocialistas y la actualidad de una perspectiva de doble poder puesto de relieve por David McNally y Gareth Dale2. Imperativos ecológicos hacen que estos planteamientos sean todavía más urgentes.
El clima está cambiando bruscamente
Las inundaciones e incendios recientes y la devastación de muchas regiones distintas, además de la muerte de muchas personas, convierten temores abstractos en experiencias vividas. Estos sucesos no acaecen por sorpresa, sino que confirman lo que vienen anunciando estudios del clima desde hace décadas. El resumen del 6º Informe de Evaluación del Grupo de Trabajo I del GIECC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) sobre las causas físicas del calentamiento del planeta en proceso de rápida aceleración3, publicado el 9 de agosto, constituye una advertencia técnica formal sobre las consecuencias de las ineludibles leyes de la física de la naturaleza.
El informe del GIECC resume el proceso del futuro calentamiento global en cinco ilustrativas Vías Socioeconómicas Compartidas (SSP, Shared Socioeconomic Pathways)4. Sorprendentemente, condensa el abanico de posibilidades en: SSP1 Sostenibilidad, SSP2 Medianera, SSP3 Rivalidad regional, SSP4 Desigualdad y SSP5 Desarrollo fósil. Las vías se combinan con diferentes volúmenes de forzamiento radiativo (una medida del balance radiativo de la Tierra, del que las emisiones de gases de efecto invernadero son un componente importante), dando lugar a diferentes proyecciones. Los hallazgos son tan brutales como aleccionadores. El objetivo de la Conferencia de París 2015 sobre el clima, de limitar el calentamiento a 1,5 °C, ya no se puede alcanzar en el marco de las condiciones capitalistas existentes, condiciones que el GIECC acepta.
Incluso si los gobiernos acordaran en la Conferencia COP 26 en Glasgow la opción más radical (SSP1-1,9) de reducción rápida y generalizada de las emisiones de gases de invernadero –lo que ya está descartado–, el mundo seguiría inmerso en una trayectoria catastrófica. En esta proyección, el sistema Tierra cambiaría de forma tan dramática y abrupta en apenas unas décadas que toda esperanza de una importante transformación socioecológica en el marco del modo de producción capitalista carecería de fundamento.
Para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C con una probabilidad del 50 %, el mundo puede seguir emitiendo 500 gigatoneladas (Gt) de CO2. A fin de asegurar una probabilidad del 83 % habría que reducirlas a tan solo 300 Gt de CO25. Esto conduce a una idea absurda. Si el mundo sigue emitiendo alrededor de 40 Gt de CO2 al año, de aquí a 2030 habría que parar en todo el planeta la totalidad de las máquinas que emiten CO2. Este cálculo ni siquiera tiene en cuenta la deuda ecológica histórica de los países imperialistas tempranamente industrializados, que han estado colonizando la atmósfera con sus emisiones y ya han agotado su presupuesto de carbono.
En realidad, el desarrollo avanza en la dirección contraria. Las emisiones de CO2 siguen aumentando significativamente. Según las últimas contribuciones determinadas a escala nacional de 191 países, las emisiones anuales de gases de invernadero, sin incluir el uso de la tierra, los cambios de uso de la tierra y la silvicultura, aumentarán a 55,1 Gt de CO2 equivalentes de aquí a 2030. Esto representa un incremento del 59,3 % sobre 1990, del 16,3 % sobre 2010 y del 5 % sobre 20196.
El GIECC califica la proyección intermedia (SSP 2-4.5) de proyección sin referencia adicional a la política climática. Esta proyección corresponde a la franja superior de las contribuciones determinadas nacionalmente (NDC) agregadas que comunican los gobiernos, NDC que se comunicaron tras la Conferencia de París 20157. Supone que se llegará al pico de emisiones aproximadamente entre 2040 y 2050 y predice que el mundo rebasará el umbral de los 1.5 °C a comienzos de la década de 2030 y el de 2 °C a mediados de siglo. Entre 2080 y 2100, la temperatura media del planeta en superficie subirá casi con seguridad a 2.7 °C (en una franja de 2,1 a 3,5 °C) por encima de la época preindustrial8. Por esta vía, el calentamiento seguirá acelerándose. La Tierra se convertiría en un planeta caliente cuyo sistema Tierra cambiaría totalmente de manera abrupta.
Sin embargo, la experiencia nos dice que hasta ahora los gobiernos ni siquiera cumplen estos planea y promesas insuficientes. Si siguen aumentando las emisiones al ritmo actual, la temperatura media en superficie podría incrementarse entre 3,3 °C y 5,7 °C hasta finales de siglo. Esto supondría un colapso total del sistema climático. La última vez que la temperatura global en superficie era 2,5 °C más elevada que en 1850-1900 fue hace más de 3 millones de años9. Lo que ocurre ahora tiene una importancia geohistórica inconmensurable.
Salta a la vista que la sociedad mundial avanza en dirección a una serie de cambios bruscos del sistema Tierra. Gran parte de nuestro planeta, incluidas numerosas megaciudades, dejarán probablemente de ser habitables en apenas unas pocas décadas. Si se mantienen las políticas climáticas actuales, el nicho de temperaturas dentro del cual ha podido desarrollarse la humanidad cambiará más en los próximos 50 años que en cualquier otro periodo de los últimos 6.000 años. En función del aumento de la población y del calentamiento global, de mil a seis mil millones de personas no vivirán ya en unas condiciones climáticas como las que han existido durante los últimos 6.000 años. Si descartamos la migración, un tercio de la población mundial se verá expuesta, según esta proyección, a temperaturas anuales medias superiores a 29 °C, que actualmente solo se dan en el 0,8 % de la superficie terrestre, principalmente en el Sahara. Las regiones potencialmente más afectadas figuran entre las más pobres del planeta10. Muchísimo más grave que las consecuencias de la actual pandemia de covid-19, este proceso comportará el exterminio de una parte de la población pobre del mundo.
Semejante calentamiento desencadenaría por sí mismo una dinámica desastrosa y daía un impulso adicional al calentamiento global. Una cascada de mecanismos que se reforzarán mutuamente convertirán la Tierra en un planeta caliente, que solo será habitable dentro de una franja limitada para las sociedades humanas y muchas otras especies.
El capitalismo del antropoceno: por la senda verde hacia la barbarie
Además del calentamiento global, la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos y el cambio de usos de la tierra mediante la deforestación, la inyección de nitrógeno y fósforo en la biosfera y la atmósfera ya han alcanzado o incluso superado los límites de capacidad de carga. Durante más de 200 años, el modo de producción capitalista ha cultivado un metabolismo social con la naturaleza que ha alterado el sistema Tierra hasta el punto de que por lo menos desde la gran aceleración posterior a la segunda guerra mundial la Tierra ha entrado en una nueva era geológica, que los científicos del sistema Tierra llaman antropoceno11.
La fase estable del holoceno, que comenzó tras la última glaciación y ha durado unos 11.700 años, ya es historia. Pero fue precisamente la configuración climática del holoceno favorable a la vida la que permitió el desarrollo de la civilización humana tal como la conocemos. La transición a la nueva era geológica del antropoceno supone un enorme desafío a la sociedad humana, cuyo alcance es difícil de prever en estos momentos.
La crisis ecológica generalizada es expresión de la contradicción entre los límites de crecimiento planetarios y la dinámica de acumulación interminable del capital12. El modo de producción capitalista practica un metabolismo social con la naturaleza que le empuja a violar los límites planetarios13. La rutina de la acumulación conduce a una sobrecarga del planeta y a una “ruptura general de la relación de la humanidad con la naturaleza, derivada a un sistema alienado de capital sin fin”14. Esta alienación ecológica es fruto de una alienación social: la dominación de unos humanos por otros humanos15. La destrucción ecológica amenaza la supervivencia física de millones de personas y supone un desafío para la reproducción de sociedades enteras. De finales de la década de 1970 en adelante, el capital financiero se hizo progresivamente con las riendas de los procesos de acumulación de capital. La explotación del trabajo y el saqueo de la naturaleza han progresado de una manera todavía más desenfrenada en todo el mundo16.
En respuesta a la destrucción de la naturaleza se redoblan los esfuerzos por considerar que la naturaleza o los llamados servicios del ecosistema son capital. Esta extensión conceptual de una relación colonial con la naturaleza no protege los ecosistemas, sino que más bien crea una nueva categoría de activos. Ofrece al capital financiero –organizado en bancos, fondos de inversión, fondos de pensiones, grandes empresas de toda clase e individuos ricos– una nueva oportunidad para obtener ingresos en forma de intereses y renta17.
El complejo financiero-fósil-estatal no tiene freno. Los propietarios del capital invertido y colocado en el sector fósil no piensan en amortizar sus activos18, sino todo lo contrario. Los países del G20 han subvencionado la energía fósil y su infraestructura hasta un total de unos 3,3 billones de dólares de 2015 a 2019. Mientras que los países del G20 han dedicado más de 360.000 millones de euros a iniciativas positivas para el clima, han invertido cuatro veces más dinero en sectores intensivos en CO219. Claro que esto no es nuevo, ni mucho menos. Los Estados capitalistas han estado conchabados inextricablemente con el sector financiero y el de los combustibles fósiles durante décadas.
En parte gracias a este apoyo público, la economía de los combustibles fósiles sigue siendo rentable. Por tanto, este sector sigue atrayendo capital. El Financial Times informó el 23 de julio de que el aumento de la demanda de electricidad ha hecho que el carbón térmico pase a ser la clase de activo más lucrativa20. Por consiguiente, el carbón seguirá tapando el agujero durante mucho tiempo. Dado que recientemente la demanda de electricidad ha mantenido su tendencia alcista, los precios del carbón térmico también han aumentado. Pese a que las energías renovables, como la eólica y la solar, crecen rápidamente, no mantienen el paso con la creciente demanda de electricidad y energía. Animadas por las expectativas de ganancia del capital financiero, las empresas de combustibles fósiles siguen invirtiendo ampliamente en nuevos proyectos en todo el mundo21.
A escala global, simplemente no hay suficiente capacidad para satisfacer la demanda existente de energía sin recurrir a fuentes de energía fósiles. Ni siquiera la industria del automóvil sería capaz de desarrollar y procesar técnicamente suficiente cobre, cobalto, coltán y tierras raras para convertir la totalidad de sus flotas en coches eléctricos. Por mucho que quisiera, la industria carece actualmente de suficientes materias primas necesarias. Esto se debe a que las energías renovables son extremadamente intensivas en recursos y la propia construcción de una infraestructura de energías renovables seguirá consumiendo grandes cantidades de energía fósil. A fin de mantener los precios de las materias primas en un nivel bajo para que los precios de las renovables no superen los de las fósiles, ya está en marcha una carrera imperialista por el control y la explotación de yacimientos de materias primas. Por tanto, un capitalismo verde es necesariamente imperialista.
El presupuesto de emisiones de gases de invernadero ya se ha agotado en los países imperialistas, que históricamente son los principales responsables de dichas emisiones. Sin embargo, los gobiernos hablan de emisiones cero neto: tras esta retórica se esconde una gran trampa en la que por desgracia caen a veces el movimiento por el clima y los partidos de izquierda cuando adoptan el concepto acríticamente. Las estrategias cero neto implican la apropiación y aprovechamiento de vastas áreas de tierra en países pobres dependientes para que absorban emisiones de carbono, de manera que los grandes emisores de los países imperialistas puedan evitar reducciones significativas de sus emisiones.
Tales estrategias de compensación dan pie a una explosión de la demanda de tierras. Los bosques y plantaciones industriales para el secuestro de CO2 entran en competencia con la producción de alimentos y por tanto agravan el hambre. Este planteamiento comporta un incremento masivo de la distribución desigual de tierras y por tanto el empobrecimiento y desplazamiento de poblaciones en los países afectados. De este modo, la modernización capitalista verde intensifica el saqueo neocolonial y la rivalidad interimperialista que es preciso detener. Cero neto forma parte de una política climática imperialista global. El movimiento por el clima necesita aclarar y combatir esta táctica distractiva.
Hipótesis; estrategia revolucionaria
Con el capitalismo del antropoceno entramos en una fase llena de incertidumbres y cambios bruscos, que afectan a los fundamentos físicos de la vida social y agravan la inestabilidad económica, los conflictos sociales y la rivalidad imperialista intensificada, que vendrá acompañada de cambios de la hegemonía geopolítica. La dinámica del sistema con sus puntos de no retorno impondrá alteraciones agudas e inesperadas de las sociedades. Las pandemias, así como las catástrofes sociales derivadas de sequías, inundaciones y olas de calor, pasarán a ser el estado de cosas normal. Condicionarán la lucha entre clases.
El planeta recalentado ya está quebrando bruscamente muchos modos de vida tradicionales y con los que la gente está familiarizada. Esto es lo que ya experimentamos en estos tiempos de pandemia, lo que ya han experimentado personas cuyos hogares ha sido destruidos por el agua o el fuego, y que seguirán experimentando las personas que tienen que abandonar sus ciudades debido al calor insoportable. No hay seguridad ni certezas.
Estos cambios obligan a todos los movimientos y organizaciones que se esfuerzan por superar el modo de producción capitalista a reflexionar a fondo sobre la estrategia. ¿Qué clase de estrategia anticapitalista sería la adecuada para hacer frente a estos desafíos fundamentales? Las estrategias orientadas a las reformas tienen desde hace tiempo los pies de barro. Los avances de la productividad desde la década de 1970 no han bastado para generar una elevada tasa de beneficio ni un aumento notable de los salarios, y mucho menos para construir y mantener una infraestructura social bien desarrollada22. Es más, los límites planetarios del sistema Tierra23 obstaculizan sustancialmente el proceso de acumulación en que necesitan basarse las estrategias de reforma.
La crisis ecológica global intensificada imposibilita totalmente una reforma socioecológica del capitalismo, especialmente en el corto lapso de tiempo disponible. Deviene más claro que nunca que las ideas de progreso gradual y de un refuerzo continuo de las fuerzas socialistas a través de la participación en gobiernos burgueses o asumiendo responsabilidades gubernamentales son castillos en el aire. En el marco del modo de producción capitalista simplemente no existen las condiciones políticas ni económicas ni ecológicas ‒o sea, materiales‒ necesarias para una estrategia de reforma gradual con el fin de mejorar las condiciones aceptando las restricciones ecológicas24.
Lamentablemente, las fuerzas más radicales de los movimientos socialistas se han contentado con una escasez de debates estratégicos y una extraña autorrestricción durante varias décadas. Si el ecosocialismo quiere cambiar la relación de fuerzas, tiene que abordar el reto de formular hipótesis estratégicas que requieren una comprensión correcta del periodo actual y de las dinámicas sociales en el tiempo y en el espacio. Prácticamente no hay debates sobre la manera de cambiar la relación de fuerzas hasta tal punto que la construcción de instituciones de contrapoder dé lugar a una situación de doble poder. Sin embargo, toda forma de doble poder será frágil y, por tanto, ha de conducir finalmente a una lucha decisiva entre a continuidad mediante la restauración del antiguo orden y la victoria de las fuerzas revolucionarias.
Solo si se impone rápidamente una ruptura anticapitalista podremos frenar el calentamiento global hasta el punto de evitar que se desencadene una catastrófica dinámica propia, que pondría en tela de juicio gravemente la supervivencia de nuestras sociedades.
Antes de esbozar algunas líneas de una estrategia ecosocialista revolucionaria, quiero presentar brevemente unas reflexiones sobre las consecuencias sociopolíticas de la evolución no lineal y errática del sistema Tierra y de la sociedad. Con este fin me referiré a los planteamientos de Vladímir Ilyich Lenin, Walter Benjamin y Daniel Bensaid sobre la comprensión no lineal del tiempo. Sostengo que las fuerzas ecosocialistas tienen que estar preparadas para gestionar estos giros abruptos y desarrollar programas de transición adecuados, encaminados a reforzar la autoorganización y el contrapoder.
El tiempo roto y condensado en el capitalismo del antropoceno
En un artículo inspirador, Bensaid explicó que la idea de progreso mecánico sin crisis o rupturas corresponde a una noción del tiempo como algo homogéneo y vacío25. En última instancia, es un tiempo no político. Recordó la noción que tenía Lenin de la política como estrategia de intervención directa y ruptura de las estructuras estatales y económicas. En contraste con la socialdemocracia clásica, Lenin veía la política como un tiempo lleno de luchas, un periodo de crisis y colapsos. Al bosquejar su concepto de crisis revolucionaria, se remitió a situaciones que no corresponden a un refuerzo continuo de un movimiento social, sino que expresaban una crisis general de las relaciones entre todas las clases de una sociedad26.
Bensaid desarrolló esta línea de pensamiento a través de la noción de la historia que tenía Benjamin. Este sostenía que el tiempo estratégico de la política no es lineal ni vacío en el sentido de un proceso mecánico. Más bien, decía, es un tiempo discontinuo, inconexo y fracturado, lleno de nudos y sucesos impregnados de significado. Benjamin criticaba la noción lineal del progreso que tenía la socialdemocracia, una crítica que también se aplicaba al movimiento comunista degenerado de su época y que sigue siendo válida actualmente. El progreso no avanza inexorablemente. Los potenciales socialistas no pueden crecer a partir de un reformismo lineal en medio del rápido colapso del sistema Tierra. En medio de súbitos cambios sociales y de la devastación ecológica, la idea de un desarrollo lineal en un tiempo homogéneo y vacío es completamente impropia27.
Otra idea de Benjamin nos ayuda a ver la brusquedad del desafío actual. Bajo la impresión de fascismo, del pacto Hitler-Stalin, del comienzo de la segunda guerra mundial y de la incapacidad del movimiento obrero de frenar el fascismo y la degeneración burocrática de la URSS, escribió: “Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia mundial. Pero tal vez… las revoluciones son el intento del género humano de tirar del freno de emergencia de este tren28.” Al señalar esto, Benjamin expresó claramente su visión de la evolución de las sociedades: no hay progreso lineal; el desarrollo se caracteriza más bien por saltos, condensaciones, estancamiento y regresión. Lo importante es la acción, porque el freno de emergencia no se activa solo. “La única esperanza reside en los movimientos sociales reales”, concluye Michael Löwy29.
Hoy, tirar del freno de emergencia es la única manera de evitar que las fuerzas productivas se conviertan totalmente en fuerzas destructivas y arrastren a la humanidad al abismo. La revolución no garantiza una perspectiva de emancipación, pero es una condición necesaria para evitar que la locomotora descarrile. Sin embargo, el tiempo que tenemos para tirar del freno de emergencia es corto y y cada vez menor. Así que la cuestión estratégica es: ¿cómo podemos tirar de este freno de emergencia?
Bensaid y Benjamin desarrollaron la noción de un tiempo roto. Por decirlo figuradamente: la manecilla de la esfera de un reloj va dando saltos, pero de forma irregular y por sorpresa. Esto significa que las constelaciones varían bruscamente, las sociedades cambian a saltos, la historia, por decirlo de esta manera, da saltos y la cantidad se convierte en calidad. Este enfoque ayuda a comprender los desafíos actuales a la vista de las brechas del sistema Tierra y de unos procesos sociales súbitamente desestabilizados. Pero el tiempo no solo se rompe, se condensa antes de romperse.
Este tiempo condensado es fruto de procesos históricos en parte interdependientes. Muchos cambios se fusionan: los cambios repentinos del sistema Tierra y de los ecosistemas, causados por el metabolismo social depredador y destructivo con la naturaleza, la crisis económica y social, el empobrecimiento, procesos de precarización y fragmentación, rivalidades geopolíticas, crisis de orientación política de las fracciones dominantes del capital y crisis existencial del movimiento obrero clásico.
Estas dinámicas forman un conglomerado inextricable con inmensas consecuencias sociales. Estas acaecen de una manera marcadamente desigual en el espacio, pero concentradas y selectivamente dispersas en una vasta zona, en su mayoría interdependientes. Este periodo de tiempo condensado se diferencia de las fases estables del capitalismo entre la segunda guerra mundial y la década de 1970, o incluso, hasta cierto punto, desde la década de 1990, cuando solo hubo pocos cambios súbitos y escasas erupciones sociales.
Un ejemplo actual de significado relativamente menor sirve para explicar esta concatenación de circunstancias: a finales de agosto de 2021, los contagios de SARS-CoV2 se expandieron rápidamente durante la cuarta ola pandémica en algunos Estados sureños de EE UU. Los hospitales estaban abarrotados. Por la región afectada pasó un huracán y no era posible evacuar los hospitales. Los gobiernos no habían tomado medidas preventivas. La infraestructura material y social en la región afectada era insuficiente debido a la búsqueda general de rentabilidad, a las políticas de austeridad de las últimas décadas y al desarrollo desigual del capitalismo en EE UU. Amplios segmentos de la población sufren pobreza. El gobierno federal y los gobiernos estatales y municipales tienen otras prioridades. Atrapados en su lógica de competencia y sus funciones de garantes de las condiciones de acumulación de capital, no actuaron conforme a lo que exigían las situaciones y de este modo, al negar la condensación cualitativamente nueva de grandes desafíos y al dar prioridad a las condiciones favorables para los negocios, exacerbaron efectivamente aquellos mismos desastres.
Los procesos de pandemia, repliegue del Estado, empobrecimiento y catástrofe climática colisionan, se encadenan y condensan en poco tiempo. No solo tienen un impacto enorme en gran número de personas, sino que también pueden reforzarse recíprocamente y desatar reacciones en cadena. La condensación y la rotura del tiempo son mutuamente dependientes. Si esta compresión da pie luego a un salto, o sea, a un cambio cualitativo en la sociedad, o no, dependerá de las acciones subjetivas de las personas afectadas y su fuerza organizativa.
Estrategias ecosocialistas revolucionarias
Una cuestión crucial es si estos procesos y sucesos entrelazados, algunos de los cuales se derivan de cambios sustanciales o incluso del rebasamiento de puntos de no retorno del sistema Tierra, también conducen a puntos de no retorno revolucionarios: a situaciones en que la transición a una situación cualitativamente nueva se produce en parte en virtud de una acción radical.
Hasta ahora, la coincidencia de los distintos procesos de crisis ha dado pie, en efecto, a crisis revolucionarias en varios lugares en las últimas décadas, como por ejemplo las revueltas revolucionarias en el mundo árabe en 2011 y las revueltas en Ecuador, Chile, Líbano e Irak en 2019 y 2020. Sin embargo, las fuerzas socialistas no han sido capaces de ganar en ninguno de estos casos una influencia sustancial. En ninguna parte se han implementado reformas estructurales anticapitalistas, ni siquiera en Venezuela. En todas partes ha prevalecido una u otra forma de contrarrevolución.
Además, estas revueltas carecieron de organizaciones revolucionarias con arraigo social que fueran capaces de procesar experiencia previas y combinar diferentes intereses en estos movimientos en un programa de transición anticapitalista30. En ningún país hay organizaciones revolucionarias o siquiera ecosocialistas con un arraigo social que les permita emprender grandes iniciativas políticas tan necesarias.
Los proyectos políticos de partidos socialdemócratas, verdes y de izquierda son completamente ineficaces en estos tiempos condensados, puesto que siguen asumiendo que la situación es estable. Realmente anhelan la estabilidad y la seguridad, pero solo en los centros imperialistas de la economía mundial. Estas estrategias contribuyen a que los problemas sociales y ecológicos se agraven todavía más y las cargas se desplazan a los pueblos de los países poscoloniales.
Los tiempos de debate sobre una transformación socioecológica gradual y a pequeña escala han pasado. Ya no queda espacio para esto. Las alianzas socioecológicas reformistas y los proyectos de un nuevo pacto social verde de izquierdas son insuficientes desde un punto de vista ecológico y económicamente inconsistentes. En los países imperialistas, carecen de toda base material, económica y política. Las orientaciones que se basan en una transformación socioecológica del capitalismo son castillos en el aire en el capitalismo del antropoceno y darán lugar a terribles derrotas.
Para limitar el calentamiento global a 1.5 °C es preciso clausurar muchos sectores productivos, empezando por la industria de armamentos y gran parte de la del automóvil. Aquellas partes menores de esta última y que todavía son útiles, como la producción de autobuses y la fabricación de vehículos comerciales y de uso comunitario, deben fusionarse bajo control democrático con el sector ferroviario para constituir una industria de movilidad sostenible. El sector financiero debe reducirse a lo estrictamente necesario para financiar estas transformaciones y una infraestructura social e industrial suficiente.
Todas estas necesidades reflejan una gran verdad inmutable: es preciso disolver el complejo financiero-fósil-estatal. Muchas empresas de energía fósil son (en parte) de propiedad pública, lo que demuestra que el control estatal por sí solo no es la solución. Tenemos que construir un movimiento capaz de apropiarse social y democráticamente del sector financiero y de la totalidad del sector de la energía, así como de otras industrias clave. Esto es imprescindible para una transformación industrial más amplia.
En estos tiempos condensados y de cambios rápidos, necesitamos estrategias sociales y políticas que correspondan a estos cambios bruscos y rupturas y permitan intervenir en ellos. Por eso es necesario introducir la perspectiva revolucionaria de los debates históricos en los conflictos actuales. Una perspectiva revolucionaria de ruptura social es la adecuada en los puntos de no retorno y las rupturas en el sistema Tierra. Sin embargo, las constelaciones revolucionarias pueden surgir a partir de fenómenos muy diferentes.
Supongamos, por ejemplo, que en un país industrializado tempranamente e imperialista fuera elegido un gobierno ‒apoyado por una inmensa movilización de sindicatos y movimientos sociales‒que se propusiera aplicar un programa radical de reforma socioecológica. Sería un gobierno totalmente distinto del gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos en España o del de una hipotética coalición SPD-Verdes-Die Linke en Alemania, de un presidente Mélenchon en Francia o incluso de un presidente Sanders en EE UU. Aquel gobierno implementaría reformas estructurales radicales basadas en una relación de fuerzas favorable, generada por potentes movimientos sociales y de la clase trabajadora. Abordaría el reto –lejos de las recomendaciones de contención de Poulantzas31– de intervenir decisivamente en los procesos de producción de industrias clave y sometiendo las empresas al control democrático de la sociedad. Esto de por sí ya sería un acto revolucionario.
Pero también cabe concebir otras situaciones de doble poder emergente. Por ejemplo, estructuras de base organizadas democráticamente y consejos obreros en las empresas y los barrios podrían establecer un poder rival frente a un gobierno burgués o incluso autoritario. Estos consejos de base tendrán que afrontar entonces el reto de defenderse frente a la represión.
También puede darse un doble poder territorial. Por ejemplo, podrían establecerse estructuras de autogobierno en algunas regiones de un país que tendrían que afrontar el reto de imponer e implementar enérgicamente medidas de transformación socioecológica para extenderlas después al conjunto de la economía nacional y favoreciendo que se propaguen a otros países, tal vez a través de formaciones similares.
Podrían surgir formas sectoriales de doble poder si trabajadoras y trabajadores de algunos sectores comienzan a hacerse cargo de una conversión industrial de manera autoorganizada en una situación en que la dependencia de la energía fósil todavía no se ha quebrado en otros sectores. Además, hay que tener en cuenta una situación completamente nueva desde el punto de vista histórico: en varios países podrían surgir, de forma más o menos simultánea, situaciones de doble poder limitadas a ciertos sectores o ciertas regiones a partir de movilizaciones masivas y procesos extensos de autoempoderamiento. Probablemente, estos levantamientos solo podrían ser capaces parcialmente de desafiar el poder de las empresas y del Estado. Esto plantearía el reto de buscar la decisión revolucionaria a escala continental o transnacional. En todas estas constelaciones habrá que tener en cuenta la relación de fuerzas internacional y las movilizaciones en otras partes del mundo, entre ellas en los países poscoloniales.
Cualquiera que sea la constelación gobernante, siempre será necesaria y decisiva una estrategia encaminada a construir un contrapoder social. Es fundamental que el movimiento por el clima, los movimientos sociales y los sectores sindicalistas combativos y ecológicamente motivados echen raíces en la sociedad y construyan estructuras en barrios, centros de enseñanza y lugares de trabajo. Sobre esta base es posible cambiar la relación de fuerzas de manera que sea posible implementar medidas transformadoras concretas. Si se generalizan estos procesos y los órganos de contrapoder adquieren una mayor legitimidad social podrán surgir situaciones de doble poder.
Si las fuerzas de transformación ecosocialista consiguen entonces afirmarse o no dependerá de su organización y de la relación de fuerzas internacional. Si se endurecen los conflictos sociales, es evidente que una transformación ecosocialista tiene que internacionalizarse de inmediato para poder triunfar.
Cuestiones prácticas y organizativas
Necesitamos debatir inmediatamente sobre una estrategia de plena transformación social hacia una sociedad ecosocialista, una sociedad que toma las decisiones en común, comparte más y produce menos32. Como he sostenido en otro lugar, “un cambio de estilos de vida requiere una transformación radical de las formas de producción y las maneras de trabajar. En este sentido, hay que propugnar una transformación ecológica de la producción, del transporte, del desarrollo tecnológico y de la vida cotidiana en general, incluida la reproducción, con el fin de iniciar un metabolismo social sostenible con la naturaleza33.” Esto implica que la población explotada y oprimida se oponga efectivamente y ponga fin al poder económico y político de la clase burguesa en un proceso de autoempoderamiento.
Sin embargo, las estrategias socialistas revolucionarias han de afrontar el reto de formular respuestas concretas a escala local, regional, nacional, transnacional, continental y global. Por otro lado, la construcción necesaria de un contrapoder social se enfrenta a desafíos estratégicos que requieren urgentemente un debate abierto. Formulo tres grupos de preguntas inmediatas para poner en marcha este debate:
- ¿Como organizar un amplio movimiento social transnacional que cambie realmente y de forma sustancial la relación de fuerzas?
- ¿Cómo podemos atraer a este planteamiento a la gran masa de trabajadoras y trabajadores con toda su diversidad?
- ¿Son los sindicatos obreros, que hasta ahora se han preocupado más de la competitividad de las empresas que de la salud de la clase trabajadora y las bases naturales de la vida, un instrumento o un obstáculo?
- ¿Cómo podemos combinar efectivamente la solidaridad con el pequeño campesinado y los campesinos y campesinas sin tierra que luchan en los países dependientes contra el acaparamiento de tierras con una estrategia concreta en el plano local, nacional y transnacional en los países imperialistas? ¿Cómo puede madurar la clase diversa y heterogénea de gente trabajadora en alianza con pequeños campesinos y campesinas sin tierra y pueblos indígenas hasta convertirse en un sujeto político capaz de vencer en la lucha por el poder frente al capital nacional e internacional?
De modo inmediato es necesario que el movimiento por el clima y, dentro del mismo, las corrientes ecosocialistas, se conecten con sus homólogos de otros países para iniciar un debate estratégico común. El los países imperialistas tempranamente industrializados, el movimiento por el clima debería centrarse en unos pocos ejes y redoblar sus esfuerzos por cambiar a fondo la relación de fuerzas. Mientras tanto, debemos centrarnos en tres objetivos cruciales:
- En primer lugar, las empresas de combustibles fósiles. Es necesario que nos planteemos cómo podemos organizar campañas transnacionales efectivas por la expropiación de estas compañías y su traspaso a la propiedad social bajo control democrático. La socialización es un requisito indispensable para el desmantelamiento del sector fósil, de modo que este no comporte despidos masivos y procesos de empobrecimiento. La socialización permitirá que las compañías de combustibles fósiles se reconviertan en proveedoras de energía renovable. Esto deberá venir acompañado de una descentralización extensiva de la transformación y el suministro de energía.
- En segundo lugar, necesitamos urgentemente un cambio general de la organización de la movilidad en sentido ecológico, incluida la prohibición de gran parte del transporte individual motorizado desde las aglomeraciones urbanas y una fuerte limitación del tráfico aéreo. Esto presupone la apropiación social de las empresas aeronáuticas y automovilísticas y de sus principales proveedoras, su división y fusión con el sector ferroviario para formar una industria de movilidad integrada bajo control público y obrero. Es necesario plantear cómo puede concretarse esta perspectiva en el seno de una campaña social más amplia.
- El tercer objetivo aspira a la apropiación social del sector financiero. El capital financiero constituye un pilar central de la industria de combustibles fósiles; es preciso quebrar su poder. Junto con una campaña internacional conjunta por la apropiación social del sector financiero y la transferencia de los sistemas de pensiones privados a sistemas de pensiones contributivas, las fuerzas ecosocialistas y el movimiento por el clima podrían dar un gran paso adelante asociando importantes cuestiones sociales con la desfosilización.
Un elemento central de cara a la preparación de una transformación ecosocialista es un debate democrático sobre la cantidad de trabajo socialmente necesario y su reparto. Será preciso gestionar las jornadas de trabajo en función de la reducción de personal de los sectores obsoletos y de las necesidades de personal de los nuevos sectores, y en la medida de lo posible reducirlas drásticamente.
El análisis de las disrupciones del sistema Tierra y las contradicciones del modo de producción y dominación capitalista, así como los argumentos a favor de una perspectiva ecosocialista revolucionaria, quedarían incompletos a menos que se avance en un proceso sustancial de reorganización. Cuando la historia avanza a saltos, es necesario que la gente tome impulso, piense estratégicamente, actúe y de este modo contribuya a asegurar que los saltos que da la historia permitan avanzar hacia la emancipación.
Esto nos lleva al problema de la organización34. Este este terreno, Lenin nos ofrece algunas pistas, aunque bastante diferentes de las que señala Andreas Malm en su referencia sorprendente e improcedente a las lecciones del comunismo de guerra en los primeros años de la revolución rusa. Malm aboga por un leninismo ecológico y piensa que el comunismo de guerra en la Rusia revolucionaria ofrece una orientación útil de cara al desafío actual de la planificación de una economía que responda a los crecientes retos ecológicos. Su analogía está equivocada histórica y políticamente.
Malm no aclara cuál deberá ser la naturaleza de ese Estado ni quiénes serán los sujetos sociales del proceso de transformación. Su radicalismo parece carecer de sujetos y por tanto no puede ser políticamente practicable. Centra sus argumentos en cuestiones secundarias y tendencias peligrosas como la cuestión de las acciones violentas contra instalaciones fósiles. Mucho más importante que un debate sobre la acción combativa es la radicalización programática y estratégica necesaria para construir desde abajo organizaciones independientes e instituciones de base popular masiva35.
Una vez más, Bensaid puede servirnos de guía en esta cuestión36. Si asumimos que la clase obrera, con toda su variedad y su naturaleza polifacética, es la sujeta del cambio social, porque únicamente ella, en el sentido más amplio, puede determinar directamente el proceso de producción, entonces se plantea la cuestión del papel que le corresponde en el accionamiento del freno de emergencia. Esto, más que la insistencia de Malm en la violencia como tal, nos lleva al problema de la organización y la representación.
Refiriéndose a Lenin, Bensaid subrayó que las luchas de clases y las dinámicas del movimiento deben separarse claramente de la interpretación que hacen los partidos políticos. La lucha de clases no se reduce al antagonismo entre trabajador y patrón. En la lucha de clases, el conjunto de la clase trabajadora, con su diversidad, se enfrenta al conjunto de la clase capitalista en el plano del conjunto del proceso de producción y reproducción capitalistas. Esta idea es crucial precisamente en relación con la problemática de la reproducción, las luchas de fuera del lugar de trabajo y de la vida cotidiana y, por supuesto, con todos los aspectos materiales de la producción y reproducción. Aunque no las protagonicen trabajadores en un sentido estricto, todas estas luchas también forman parte de la lucha de clases.
La conciencia de clase política puede emerger fuera de las luchas estrictamente económicas, pero no fuera de las luchas de clases, que son políticas y sociales al mismo tiempo. Los partidos revolucionarios no solo representan a la clase obrera en una relación antagonista con un grupo de empresarios, sino en sus relaciones con todas las clases de la sociedad y el Estado. En este planteamiento, un partido revolucionario no es el resultado necesario de una experiencia lineal, homogénea y acumulativa, como tampoco desempeña el papel del maestro humilde que guía a la gente trabajadora afuera de la oscuridad y la ignorancia, sino que se convierte en el operador estratégico de la lucha de clases. Es la forma de organización mediante la cual la lucha puede comenzar a estar preparada y responder a lo inesperado.
Para Bensaid, la relevancia de Lenin en la situación actual se deriva de su pensamiento estratégico. La organización debe estar preparada para la acción, ocurra lo que ocurra. Debe comprender la situación para hacer política concreta, es decir, intervenir conscientemente en la sociedad a fin de cambiar estratégicamente la relación de fuerzas.
31/12/2021
Traducción: viento sur
Christian Zeller enseña Geografía Económica en la Universidad de Salzburgo, Austria. Es miembro activo de Netzwerk Ökosozialismus y de la Global Ecosocialist Network.
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