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UNA VIEJA ADVERTENCIA…

Esta inmisericorde explotación del miedo, esta siembra de desesperanza que promueven los responsables de las desapariciones, de las torturas y de los ajusticiamientos, no es más que un terrorista y despiadado chantaje político efectuado con el propósito de lograr un pretendido consenso y uniformismo social.


Esa especie de perversa seducción que la autoridad ejerce sobre algunos individuos adultos considerados normales es el resultado del proceso mismo de conformación de sus personalidades. Se trata de formas de comportamiento que obedecen a profundas raíces culturales y sociales, la incapacidad para liberarse de esa condición de minoría de edad que señalara Kant.

Julio César Carrión Castro
Exdirector Centro Cultural – Universidad del Tolima


Bajo la criminal guadaña de la muerte que despiadadamente se blandía contra los activistas políticos de los sectores populares, los sindicalistas y los defensores de Derechos Humanos, provocando, primero la muerte selectiva de sus líderes, y luego mediante una total violencia de exterminio y aniquilamiento que llevó hasta el genocidio de la Unión Patriótica, escribíamos –hace ya treinta y dos años, en enero de 1990, precisamente dos meses antes del asesinato de Bernardo Jaramillo Ossa– ante la muerta democracia colombiana, este premonitorio texto que expresa el temor, pero también la esperanza, frente al encumbramiento del absolutismo político y frente también a los arteros mecanismos de terror institucional y ocultamiento que el poder emplea para mantenerse y que hoy parecieran totalmente oficializados, bajo un régimen político fascistoide, abiertamente apoyado por las mafias y el paramilitarismo y que arropa con la más terrible impunidad el crimen que unas supuestas “fuerzas oscuras”, de manera cotidiana, practican contra líderes sociales, defensores de derechos y, en general, contra la oposición política, mientras la ciudadanía insensible y aletargada; sumisa a los fletados medios de comunicación y sus plumíferos, cohonesta, dulcifica, calla y encubre los crímenes de Estado.

Asumo que tiene plena validez su contenido, en estos momentos de crisis y descomposición de la llamada “democracia” colombiana...

Miedo y democracia1

“Ningún poder está seguro sin la amenaza de la muerte y sin el reconocido derecho de administrarla”.
H. Marcuse

Esa especie de perversa seducción que la autoridad ejerce sobre algunos individuos adultos considerados normales es el resultado del proceso mismo de conformación de sus personalidades. Se trata de formas de comportamiento que obedecen a profundas raíces culturales y sociales, la incapacidad para liberarse de esa condición de minoría de edad que señalara Kant. Personas en quienes la carencia de autonomía y la entrega de la voluntad a unos protectores o apoderados genera satisfacción y goce, por la simple tranquilidad de no hacer uso de su propia razón; hombres y mujeres que han hecho de la obediencia y la sumisión su febril ideal de realización humana. Por sus sentimientos de autocompadecimiento y de impotencia personal encuentran plena gratificación en la sujeción a una férrea disciplina y en la identificación con el poder que les oprime.

Para mayor infortunio este tipo desgraciado de personalidad se encuentra profusamente extendido en nuestro medio debido a la creciente frustración social que padecemos, a la promoción de unos falsos valores y concepciones acerca de la vida que difunden los mecanismos ideológicos y a una educación establecida sólo para la eficiencia economicista y el adoctrinamiento adaptativo. Primero en la familia, y más tarde desde las aulas y desde los cuarteles, se fomenta la subalternidad, la muda obediencia, el desprecio al uso del propio pensamiento, el desmedido respeto a la autoridad y el recurso de la adulación como elementos vitales de supervivencia y éxito social.

Es en este propicio ambiente psicológico en donde se ha podido desarrollar el militarismo, el fascismo y la incultura. Dado que la obediencia servil responde a los anhelos de identidad y pertenencia con entidades consideradas superiores y trascendentales: la Patria, la Nación, las Instituciones, la Bandera, se despliega entonces toda la astucia del poder para intentar lograr un orden interior y un control social que funcione por consenso espontáneo, por autorregulación ciudadana. Sólo así se explica la incesante propaganda y exaltación de símbolos e imágenes con que nos atropellan cotidianamente. Constantemente se escuchan las demandas de entusiasmo patriótico, de lealtad, de valentía y de honor que nos hacen las autoridades militares, eclesiásticas y civiles; vemos cómo se fijan por estos mismos funcionarios días institucionales de amor patrio, así como otras muy conmovedoras recomendaciones y campañas para la exteriorización colectiva de los sentimientos de unidad y de nacionalismo. No debe extrañarnos que de pronto se establezca una orweliana “semana del odio” contra Venezuela, por ejemplo. Todo esto sería inofensivo y hasta divertido si los seguidores e incitadores de estas consignas o representaciones y emblemas no estuviesen ganados para una especie de misticismo y frenesí patriotero que les induce a cometer acciones irreflexivas y a la justificación de cualquier acto de crueldad y de sadismo, ejecutado con el propósito de suprimir las diferencias políticas en defensa de las instituciones y de un paraíso pretendidamente alcanzado. Es entonces cuando “por amor a la patria”, “en cumplimiento del deber”, “por amor a Medellín”, por “Cali limpia y bella”, por alcanzar méritos y honores o el simple reconocimiento de los superiores, se es capaz de llegar a la agresión, –a fraguar auto-atentados, para justificar posteriores represiones– o a la destrucción, a la tortura y hasta el asesinato de los contradictores y adversarios, al considerar éstos como traidores que atentan contra la unidad y la identidad ya idealmente establecidas. Es precisamente bajo estas condiciones que se ha intensificado la acción delirante del paramilitarismo y los sicarios que, cual mensajeros del terror, con sorprendente confianza y sospechosa facilidad de movimiento difunden la intimidación y el pavor entre los opositores políticos y objetores del establecimiento. En ejecución de su trajín de muerte y de barbarie, jinetes en sus apocalípticas motos o conducidos en lujosos automotores, recorren las calles de pueblos y ciudades de nuestra adolorida Colombia, en medio de la más infamante impunidad, colocando bombas y sembrando la muerte.

Esta inmisericorde explotación del miedo, esta siembra de desesperanza que promueven los responsables de las desapariciones, de las torturas y de los ajusticiamientos, no es más que un terrorista y despiadado chantaje político efectuado con el propósito de lograr un pretendido consenso y uniformismo social. Se ataca a los adversarios políticos con la ilegal y criminal pena de muerte y se impone a los sobrevivientes las amenazas permanentes para que estos, por el atávico instinto de conservación de la vida se sometan al silencio político, renunciando a sus derechos civiles y hasta a la facultad de disentir. El miedo que imponen los sicarios y sus jefes encubiertos que tras las bambalinas del poder deciden acerca de la verdad y administran la vida y la muerte, no es más que un insignificante miedo comparado con el que experimentan ellos mismos; el miedo a perder la posición social y el poder, el miedo a la soledad y al fracaso, el miedo a que en el ejercicio real de la democracia, a que en el debate civilista, pueda triunfar la opinión del otro. Ese es el verdadero miedo, el horror, el espanto ante las posibilidades de una vida sin autoridad y sin tutores, eso es lo que les provoca angustia y orfandad suprema, la que intentan remediar compensatoriamente con el terrorismo, el autoritarismo, la crueldad y el crimen. El odio, el miedo y la irracionalidad no prevalecerán si erguidamente nos les oponemos; si no callamos este clamor por la esperanza y por la vida. Sólo el ejercicio de la ética en la política, el civilismo y la democracia participativa, podrán lograr que la autoridad no predomine sobre la razón y el sentimiento; debemos entender con Horkeheimer que “El horror ante la expectativa de un período autoritario de la historia mundial no impide la resistencia (...) El pensar mismo es ya un signo de resistencia, el esfuerzo de no dejarse engañar más”.
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1 Publicado originalmente en la revista “Panorama universitario” No. 11. Universidad del Tolima. Ibagué, enero de 1990.Edición 762 – Semana del 22 al 28 de enero de 2022

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