El oxímoron desarrollo sostenible, efecto colateral del sistema económico global
Walter Chamochumbi
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Lo que nos acontece hoy con la pandemia Covid-19, con más de 4 millones de infectados y 285,000 fallecidos (cifras en aumento diario), confirma el inmenso grado de afectación y levedad de la condición humana, que ahora más que nunca -al igual que con la crisis ambiental y climática- evidencia también la alteración dramática en las interacciones y desequilibrios de los sistemas sociales y naturales, consecuencia de la arrogancia antropocentrista y su sesgo economicista sobre el ya muy deteriorado hábitat planeta, inviabilizando de hecho la aspiración y transición real al desarrollo sostenible.
Las críticas sobre la evolución conceptual y fáctica del desarrollo sostenible, analizado en el contexto y dinámica del capitalismo global, se resumen en que resulta un oxímoron, una construcción retórica de términos opuestos en la práctica (desarrollo versus sostenibilidad) que lo hacen inviable excepto como una figura metafórica. Sus principios han sido cooptados por las estructuras de gobernanza económica global, en base a los axiomas crecimiento y mercado, normalizando su hegemonía disruptiva sobre los sistemas sociales y ambientales, deviniendo en una praxis de desarrollo no sostenible que empero se internaliza como un efecto colateral ante el supuesto fin mayor del progreso de la humanidad.
En la última década se han publicado numerosos estudios sobre desarrollo e indicadores de progreso y bienestar global, considerados hitos o éxitos del modelo neoliberal (internalizando su enorme costo social, ambiental y climático). Pero más allá de logros y críticas, hoy el Covid-19 desnuda la realidad de 1300 millones de pobres, hambre, exclusión y mayor vulnerabilidad social, cuestionando la muy desigual respuesta sanitaria, ambiental y la falta de liderazgo de los países y de la comunidad internacional para enfrentarla. Desde antes, los esfuerzos de desarrollo humano de Naciones Unidas con los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM 2000-2015), luego el Acuerdo de París (COP 21 de 2015) y el mismo año la Agenda 2030 con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y otros importantes acuerdos, resultan infructuosos frente a los compromisos reales de 193 Estados Miembros. La multilateralidad y la buena gobernanza global es socavada sistemáticamente por el negacionismo, la mediocridad política de los líderes mundiales y por la inhumanidad de los poderes reales que rigen la economía global.
Capitalismo global: ¿crónica de una crisis terminal anunciada?
En general los análisis críticos y las lecturas optimistas -liberales, neoliberales- del sistema capitalista sostienen que sus diferentes crisis a través de la historia se corresponden con ciclos de expansión y contracción económica como parte de su evolución, desde el siglo XVI hasta hoy, sin que por ello se cuestione o se ponga en riesgo la viabilidad del sistema económico global per se. De hecho, esta premisa parece coincidir con la teoría marxista que analiza que uno de los elementos más interesantes del capitalismo es la generación de contradicciones dentro de su propia racionalidad y dinámica, que, lejos de paralizarlo o provocar su colapso, lo cataliza manteniendo su funcionamiento.
La corriente de pensamiento aceleracionista[1], analiza que el capitalismo se ha caracterizado porque “mantiene su voluntad de cambio, renovación y adaptación que le ha asegurado su supervivencia. Paradójicamente, el capitalismo se distingue por pervivir gracias al cambio”. Y frente a la interrogante ¿si el capitalismo puede tener fin? conjetura “Visto dialécticamente, pareciera que no. El capitalismo se mantiene en pie gracias a sus propias contradicciones y sale fortalecido de las crisis que su propia dinámica provoca.” Sin embargo, su postura radical supone el fin y un postcapitalismo por construir.
Sobre la evolución del capitalismo existen importantes estudios de economistas liberales, como del austro-estadounidense Joseph Schumpeter, en torno a la concepción cíclica e irregular del crecimiento económico, basado en la teoría del ciclo económico largo del economista ruso Nikolái Kondratiev, afirmando que el ordenamiento del sistema capitalista se basa en tres pilares: i) la propiedad e iniciativa privada, ii) la producción para el mercado y subdivisión del trabajo, y iii) el papel de la creación de los créditos por parte de las entidades bancarias. Según esta tesis el sistema sería estable per se, perdurando en el tiempo como un determinante de la sociedad, el progreso y su modo de vida. Empero, paradójicamente, este propio éxito del sistema sería lo que luego Schumpeter analizaría como una de las razones principales de su predicción sobre la desintegración sociopolítica del capitalismo[2].
El investigador estadounidense Inmannuel Wallerstein[3], principal teórico de análisis del sistema-mundo, analizó la importancia de los ciclos coyunturales de expansión y contracción del capitalismo (los estudiados por Kondratiev), anotando que la crisis global del 2008 se corresponde con la fase final de un ciclo excepcional de la historia del capitalismo (en más de 400 años). Porque siendo una crisis coyuntural similar a la gran crisis de 1929 y a la del periodo 1893-1896, ésta reviste características extraordinarias por devenir de una crisis estructural que inició hace treinta años, durante la década de 1970, conduciéndonos -según su análisis- a lo que sería el fin del sistema-mundo capitalista, y, por ende, la transición hacia otro sistema de características sustancialmente diferentes.
Wallerstein sostuvo que las posibilidades de acumulación del sistema capitalista habían tocado techo, pronosticando un horizonte temporal de tres décadas en que este “sistema-mundo” capitalista tal como hoy lo conocemos cambiará. O sea que, al borde de la década del 2040, el contexto socioeconómico y ambiental global será diferente; se formará un nuevo escenario en el que surgirán pugnas por la hegemonía entre las diversas fuerzas políticas[4]. Sería una transición muy compleja y difícil, cuya cuestión de fondo: el fin del capitalismo, deberá afrontarse y dilucidarse políticamente, porque de no ser así podría surgir un sistema aún más extremo e injusto que el actual.
El economista egipcio Samir Amin[5], desde la perspectiva marxista, analizó que la globalización asociada al capitalismo es por naturaleza polarizante, porque produce una desigualdad creciente entre quienes participan del sistema: “la lógica de la globalización capitalista es la del despliegue de la dimensión económica a escala mundial y la sumisión de las instancias políticas e ideológicas a sus exigencias.” Su explicación se basa en la ley del valor, propia del capitalismo, que supone la integración de los mercados a escala mundial pero sólo en dos de sus dimensiones: los mercados de productos y de capital, mientras que los mercados de trabajo permanecen segmentados. De allí el agravamiento de las desigualdades de la economía mundial. Al respecto, tenemos hoy la paradoja de que los mayores índices de crecimiento económico y reducción de la pobreza implican también mayores niveles de desigualdad social en varias regiones del mundo, como en América Latina, una de las más desiguales.
Ante las implicancias de las varias crisis generadas por la pandemia del Covid-19, el economista francés Thomas Piketty[6] reflexiona que es posible pueda precipitarse el fin del mercado y la globalización liberal y la aparición de un nuevo modelo de desarrollo, más equitativo y sostenible; pero que en esta etapa la urgencia absoluta es tomar medidas ante la crisis actual y hacer todo lo posible para evitar lo peor, las muertes humanas masivas. En efecto, el nuevo coronavirus parece implicar un quiebre de la economía global (para algunos incluso mayor que la gran crisis del 2008), por lo que no se descartan los vaticinios sobre el cambio de rumbo del sistema capitalista; los países cierran fronteras y priorizan sus propias políticas y estrategias sobre mercado, estado y sociedad, mientras el ciclo económico se acelera y se contrae dramáticamente en medio de las pugnas políticas y comerciales de los países industrializados, del interés corporativo de las multinacionales y de la fragilidad de los países dependientes, así como de la menoscabada multilateralidad y la débil arquitectura de gobernanza global y desarrollo.
Otro escenario de desarrollo es posible y necesario
Los diversos análisis y argumentos en torno al fin del ciclo capitalista, incluida su versión extrema neoliberal, puede implicar el fin de una forma específica de capitalismo y el surgimiento de otro tipo de capitalismo nuevo, cuyos rasgos principales podrían ser más o menos permisivos que el anterior. Lo que tampoco descarta un escenario de desarrollo no capitalista (postcapitalista), cuyos principios, modos de producción, estilos de vida y sociedades serían sustancialmente diferentes. Pero en cualquier escenario de desarrollo su viabilidad -condición sine qua non- dependerá de los límites reales de los recursos naturales disponibles y sobre todo del nuevo tipo de relación sociedad-naturaleza que se establezca.
La discusión sobre el futuro de la humanidad es muy controversial y no menos incierta, porque frente a la pandemia del Covid-19, su relación causal con el modelo neoliberal y las crisis ambiental y climática configura un escenario de desarrollo mucho más complejo y volátil donde impera el cálculo político y económico de los países antes que la solidaridad, la justicia social y el respeto a derechos fundamentales, y mucho menos el respeto y reconocimiento de los derechos de la naturaleza. El debate pues está totalmente abierto y sin duda a la sociedad civil le toca cumplir un papel fundamental.
Es debido al comportamiento muy poco responsable y errático de los principales líderes mundiales, que en las últimas décadas ha sido notable el ascenso de la movilización ciudadana organizada y la convergencia de numerosas fuerzas sociales cuestionadoras del estatus quo; empero debido a su gran diversidad, su escala local y temporalidad no siempre han sincronizado y se han consolidado como un único colectivo alternativo. Sin embargo, son inspiradoras las manifestaciones en distintas ciudades y regiones del mundo, por ejemplo, frente a los graves efectos del Cambio Climático y a la inacción de las élites políticas y la comunidad internacional; también lo son las movilizaciones de protesta de colectivos humanitarios y feministas por la exigencia de derechos fundamentales, manifestaciones por la justicia y libertad, entre muchas otras acciones de incidencia política y expresiones pacíficas de la ciudadanía.
El surgimiento de organizaciones de la sociedad civil, movimientos sociales indígenas, ambientalistas-ecologistas, agraristas, sindicalistas, grupos juveniles y estudiantiles, redes y colectivos de democracia participativa y alterglobalización, etc., siendo coincidentes en sus cuestionamientos generales a los efectos e impactos del capitalismo neoliberal, no necesariamente lo son en sus propuestas alternativas (capitalistas, postcapitalistas, socialistas); sus propuestas implican un mosaico de ideas y visiones políticas matizadas, diferentes o radicales, además de pugnas -incluso enfrentamientos- entre quienes quieren conducirlos. El debate entre partidos políticos y gobiernos de derecha, izquierda y centro ocurre entre programas y planes ya no tan definidos, sino más bien difusos y en mayor medida pragmáticos.
Las diversas experiencias pasadas y recientes del movimiento social -entre exitosas, fallidas y en curso- nos indica claramente que este sigue siendo uno de los mayores desafíos para la ciudadanía global-local. Samir Amin reflexionaba al respecto que hay que tener la capacidad y apertura para superar los localismos, saber articularse y dar el salto en la internacionalización de las luchas de los pueblos, construyendo una convergencia democrática y popular en la diversidad mundial.
Pero yendo más allá de estas consideraciones, el proceso de gestación y desarrollo de las formaciones sociales capitalistas de los países hegemónicos y en desarrollo es muy complejo, dispar y más incierto que lo pronosticado años atrás por los economistas liberales más acuciosos (en especial post caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS). La integración de las diferentes economías nacionales en un gran mercado mundial implica no sólo beneficios diferenciados para unos pocos países, en desmedro de muchos otros, sino que también implica múltiples dificultades fácticas y asimetrías en su estructuración y funcionamiento sistémico, que de hecho no han sido resueltas con la lógica de la mano invisible que regula el mercado. Pues contrario al dogma neoliberal, hoy vemos que estas fallas se están resolviendo con regulaciones o intervenciones directas de los Estados. El premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz, en efecto, señala la incapacidad de los mercados para regularse a sí mismos, salvo en condiciones excepcionales, siendo mayormente necesario el esquema de la intervención gubernamental para corregir sus fallas y distorsiones. Lo comprobamos hoy con la crisis del Covid-19 y la necesidad de tener sólidos sistemas de salud pública y protección social, siendo una responsabilidad central de los Estados garantizar el bien común, la vida y la salud como derechos fundamentales frente al mercado.
A través de la historia han predominado los intereses económicos y geopolíticos a los que se han subordinado las consideraciones de orden social, ambiental, cultural, ético y las relativas a soberanía, democracia, libertad y derechos humanos. Por eso el debate y la acción ciudadana no se agota, ya que los nuevos procesos políticos y sociales que se van gestando pueden configurar un escenario de confrontación mayor entre ideologías, principios y propuestas de modelos de desarrollo. En ese sentido, serán las condiciones objetivas y subjetivas en base al diálogo continuo y constructivo, de abajo hacia arriba, los que en una transición definirán los términos de una nueva gobernanza global y desarrollo.
Otro escenario de desarrollo es posible y necesario, por lo que acogiendo la reflexión de Amartya Sen: “La noción de libertad se constituye en un elemento fundamental e instrumental de los procesos de desarrollo”. El desafío de superar el oxímoron desarrollo sostenible, en un contexto capitalista o postcapitalista, implica un punto de quiebre con el estatus quo, un enfoque holista, una nueva transición sociedad-naturaleza con cambios radicales en las estructuras políticas y económicas; un nuevo marco teórico-instrumental de desarrollo, recogiendo las lecciones aprendidas; un diálogo plural en la construcción de un nuevo orden y términos de relacionamiento entre los estados-naciones; diseñar políticas inclusivas y un nuevo pacto por la gobernanza y desarrollo que trascienda la mirada norte-sur, este-oeste, centro-periferia. Una nueva forma de mirarnos, de interactuar y de entendernos como pares.
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Walter Chamochumbi
Asesor de Eclosio, Programa Región Andina.
[1] Artículo “¿Qué es el aceleracionismo y por qué se considera la crítica más radical contra el capitalismo?” PIJAMASURF- 2015.
[2] Artículo “Crisis global en tiempos de incertidumbres: un debate inacabado”, de Walter Chamochumbi, Lima, 2010.
[3] Científico social fallecido el 2019 y quien décadas atrás, en medio de la guerra fría, vaticinó la caída del régimen socialista soviético y el fin de la bipolaridad este-oeste.
[4] Wallerstein avizoró un escenario bipolar de fuerzas en pugna: de un lado, las fuerzas que en general encarnan “el espíritu de Davos” (representan el gran poder económico de los países hegemónicos, las corporaciones multinacionales y el statu quo); y del otro lado, las fuerzas sociales que encarnan “el espíritu de Porto Alegre” (las del Foro Social y las de diversos colectivos ciudadanos y de movimientos sociales emergentes a favor de la justicia y defensa de derechos, del cambio social y la alterglobalización). (Citado en artículo de Walter Chamochumbi, 2010).
[5] “El concepto de desconexión o desvinculación, tal como lo ha formulado Samir Amin -(1988): La desconexión –IEPALA; (1999): El capitalismo en la era de la globalización. Editorial Paidos; y (1999): Miradas a medio siglo – IEPALA)-, citado en Irene Maestro y Javier Martínez (2006), p. 19. (En “Capitalismo global y desarrollo sostenible: analogía de un nuevo oxímoron”, artículo de Walter Chamochumbi, Lima, 2009).
[6] Artículo “La urgencia absoluta es hacer un balance de la crisis actual y hacer todo lo posible para evitar lo peor", publicado en Diario Le Monde del 10/04/2020, https://www.lemonde.fr/idees/article/2020/04/10/thomas-piketty-l-urgence-absolue-est-de-prendre-la-mesure-de-la-crise-en-cours-et-de-tout-faire-pour-eviter-le-pire_6036282_3232.html
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