Millones de personas se ven obligadas a aceptar condiciones de trabajo deficientes...
Trabajo decente, condiciones indecentes
..el empeño en explotar más intensamente no es simplemente el producto de la codicia ni de una estafa, ni de una obsesión ideológica neoliberal, sino de la dinámica inherente al propio sistema..
Eduardo Camín
Foto: project-syndicate.org
La evolución en la reducción del desempleo a nivel mundial no va acompañada de mejoras de la calidad del trabajo, lo que se destaca y repite en un sinnúmero de informes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que dejan en claro que el principal problema de los mercados de trabajo en el mundo es el empleo de mala calidad.
Millones de personas se ven obligadas a aceptar condiciones de trabajo deficientes. En 2018, la mayoría de los 3.300 millones de personas empleadas en el mundo no gozaba de un nivel suficiente de seguridad económica, bienestar material e igualdad de oportunidades. Es más, el avance de la reducción del desempleo a nivel mundial no se ve reflejado en una mejora de la calidad del trabajo.
Los informes se suceden y se repiten, pero todos ellos aluden a la persistencia de diversos déficits de trabajo decente, y advierten de que, al ritmo actual, la consecución del objetivo de trabajo decente para todos establecido entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible es inalcanzable para muchos países, a pesar de las promesas.
“Tener empleo no siempre garantiza condiciones de vida dignas”, señaló Damián Grimshaw, director del Departamento de Investigaciones de la OIT, y agregó que “un total de 700 millones de personas viven en situación de pobreza extrema o moderada pese a tener empleo.”
Frente a estas constataciones, son los responsables de formular las políticas quienes deben afrontar el problema, pues de lo contrario se corre el riesgo de que algunos de los nuevos modelos empresariales, en particular los propiciados por nuevas tecnologías, socaven aún más el mercado laboral.
Sin que se advierta demasiado, se está deslizando en las sociedades contemporáneas un cambio de perspectiva. Es cierto que cada época tiene su sistema de preferencias: algunas veces aparecen en primer plano unos temas, mientras que se relegan otros al límite del horizonte. La historia consiste sobre todo en eso, en la manera de cómo se reparten los acentos de la realidad que nos rodea.
Deslizar un cambio de perspectiva no quiere decir que debemos aceptar que esta variación sea real. El trabajo siempre es decente, la indecencia es producida por las condiciones en las cuales se desarrolla, ignorando las normas de trabajo, la formalidad laboral, la seguridad, la protección social.
La sociedad civil: el nuevo paradigma sin clases sociales
Hemos llegado a una época en que las técnicas sociales son tan complejas y eficaces que se puede conseguir la manipulación de las vigencias. Hoy es un lugar común apelar a la “sociedad civil”, de forma abstracta, olvidándose del horizonte que nos enseña que la sociedad se divide en clases sociales.
Y el Estado es, en última instancia, una especie de Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la burguesía, subordinados muchas veces a un núcleo de instituciones supranacionales, como por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, entre otras.
Esa estructura de redes de poder que se ha puesto en funcionamiento y a las que se han sometido todas las fuerzas políticas que aceptan la sociedad tal y como es, genera ese statu quo que garantiza el dominio de los intereses de una minoría sobre la mayoría, de una clase social burguesa de millonarios privilegiados, sobre las demás clases sociales, esencialmente sobre el pueblo trabajador.
Y para ello necesitan un ejército de burócratas, militares, policías, jueces, obispos, catedráticos, cuya función es defender los privilegios de la clase dominante. No se trata de que la gente sea mejor o peor, o que los políticos sean más o menos honestos, de lo que se trata es de defender un sistema social que se preserva por la fuerza, la coacción y la represión en beneficio de una ínfima minoría.
El capitalismo ha convertido el “capital” en algo aceptado, que no se puede discutir en su bondad. ¿Acaso no nos enseñan que las empresas privadas, o los fondos de inversión son “la fuente de la riqueza” que genera trabajo?
Pero la realidad es que la fuente de la riqueza primera es la naturaleza, y la segunda, el trabajo humano, que transforma las materias primas de la naturaleza en bienes útiles para atender necesidades humanas.
Y el trabajo humano, en última instancia, sólo se puede cuantificar en tiempo de trabajo. Eso es lo que permite que surja el fenómeno histórico del intercambio, lo que hace que productos de naturaleza muy distintas puedan intercambiarse: lo que Marx llamo su valor de cambio.
La explotación capitalista exige, por un lado, la propiedad privada de los medios de producción, y por el otro la existencia de una amplia masa de personas que no tengan otra cosa que vender que su fuerza de trabajo. Por eso el capitalismo se opone (o chantajea) con todas sus fuerzas la existencia de un sector público fuerte que limite sus apetencias o les haga competencia o de sistemas de desempleo o pensiones demasiado “generosos” que “desincentiven” la búsqueda de empleo.
Marx comprendió que lo que compra el empresario con el salario no es el trabajo, sino la capacidad de trabajar: la fuerza de trabajo. Al transformar con el trabajo humano la materia prima en mercancía se crea un valor nuevo dividido en dos partes diferenciadas: por un lado, la que será atribuida al trabajador y que expresará como el salario (el trabajo necesario), por otro lado, aquella de la que se apropiará el propietario de los medios de producción expresada en la plusvalía (el trabajo excedente). Pues la plusvalía es el trabajo no pagado.
Es cierto que todo esto puede ser muy teórico, hasta complejo, para tratarlo en un artículo referente a la condición del empleo, pero nos parece esencial resaltarlo porque ésta es la clave, la herramienta dialéctica fundamental que se pretende “ignorar” en los organismos internacionales.
Éste es el tema ausente de los informes, no sólo para entender la fuente del beneficio, sino la existencia de la desigualdad social y de las malas condiciones de empleo, incluido el aumento alarmante de la precariedad que va unida a la pérdida de derechos laborales, o la informalidad laboral, porque hay una tendencia inmanente al capitalismo a tratar de lograr cada vez más trabajo a cambio de menos o, en otras palabras, a explotar con más intensidad.
Pero el empeño en explotar más intensamente no es simplemente el producto de la codicia ni de una estafa, ni de una obsesión ideológica neoliberal, sino de la dinámica inherente al propio sistema. A Carlos Marx le debemos la compresión de ese fenómeno.
Claro está, que los cambios acontecidos a partir de la implantación de las nuevas tecnologías, con los cambios en las formas de organización del trabajo y la democratización de algunos sectores del consumo (educación, vivienda, sanidad, transporte) han añadido nuevos elementos que han hecho más complejas las antiguas divisiones de los grupos sociales.
Hoy en día el consumo proporciona, para algunos autores, los fundamentos para la aparición de nuevas divisiones sociales, lo que lleva a algunos a renegar simplemente de la lucha de clases, y establecer nuevos paradigmas de la sociedad civil. Asistimos al creciente énfasis sobre el significado cultural del consumo en la construcción de las identidades colectivas o de clase, así como en el mantenimiento de las posiciones de ventaja y desventaja tanto material como simbólica.
En realidad, se pretende valorar el consumo como la democratización de las clases sociales, y por ende la negación de su lucha, es decir se establece un criterio de igualdad amparado en el disfrute consumista. Por lo tanto, se crea la necesidad de analizar los diferentes comportamientos de los grupos sociales frente a estos nuevos fenómenos y de revalidar el efecto explicativo de los análisis más tradicionales de clase.
Porque la realidad determina que el desempleo continúa, que las condiciones de trabajo navegan en la precariedad y que la explotación se hace cada vez más visible. El horizonte de la justicia social se perpetúa bajo los signos de los nuevos tiempos de la robotización y la inteligencia artificial.
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Eduardo Camin
Periodista uruguayo, corresponsal de prensa de la ONU en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)