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UN PREMIO NOBEL DE LA PAZ COMO ASESINO SERIAL

Un Premio Nobel de la Paz como asesino serial


Miradas al Sur 

A continuación un anticipo de este nuevo libro de Roberto Montoya, uno de los más importantes expertos sobre el tema, que describe como el presidente Barack Obama se ha convertido en un asesino serial que con sus drones ha quitado la vida de entre cuatro y cinco mil personas, la inmensa mayoría de ellos inocentes y con ejecuciones que tuvieron lugar en países contra los cuales Estados Unidos no está en guerra. Con estos antecedentes a la vista habrá que lanzar una campaña mundial para que el Comité Nobel del Parlamento de Noruega le retire el Premio Nobel a Barack Obama, por violar el mandato y los términos de quien instituyera ese premio, Alfred Nobel, que explícitamente dejó establecido que el mismo debía entregarse "a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz." Barack Obama es la antítesis perfecta de todo esto y con su conducta deshonra el espíritu del Premio Nobel de la Paz.

Aprobando lista de personas que van a ser asesinadas

Imaginemos la siguiente escena. El hombre más poderoso del mundo se encuentra en su despacho. Allí, todos los martes, aprueba una lista de personas a las que matar y unos aviones no tripulados despegan y las asesinan en el lugar del mundo en que se hallen. Ya van cientos de ataques y miles de muertos, no sólo los objetivos que aparecen en las listas, también cualquier persona que se encontrase en las proximidades. Parece una película futurista pero no lo es. Está sucediendo ahora y el hombre del despacho no es el malo de la película como podría parecer, al contrario, es el Premio Nobel de la Paz Barack Obama.

El periodista Roberto Montoya está especializado en política internacional y es el autor de dos libros básicos sobre el ‘modus operandi’ de Estados Unidos en su guerra contra todo lo que considera terrorismo, a costa de pulverizar los derechos humanos y la legislación internacional, ‘El imperio global’ y ‘La impunidad imperial’. Sin duda es la persona adecuada para investigar con rigor y profundidad este nuevo método que no conoce fronteras para asesinar por todo el mundo.”

Ésta es parte de la introducción que el periodista y escritor español Pascual Serrano, responsable de la nueva colección A Fondo, de la Editorial Akal, hace del nuevo libro de Roberto Montoya, corresponsal de Miradas al Sur en Madrid, que próximamente llegará a las librerías argentinas.

Estos son algunos de los pasajes de la introducción del autor y de varios de los capítulos del libro.

Así como tuvieron que pasar años, hasta 2005, para descubrirse el programa secreto de la CIA de secuestros que se había iniciado en realidad cuatro años antes, en 2013 el mundo se enteraría también que las ejecuciones extrajudiciales con drones nacieron igualmente en aquella época. Pero junto a ese dato se supo de igual manera que hubo sólo 48 ataques de ese tipo en los ocho años que Bush estuvo en el poder, mientras que Obama adoptó los asesinatos con drones como su método favorito, como el arma ideal, y al cumplir cinco años como inquilino de la Casa Blanca ya llevaba más de 390 ataques realizados en Pakistán, Irak, Afganistán, Yemen o Somalia, que provocaron la muerte de entre 4.000 y 5.000 personas, buena parte de ellas civiles.

Sólo tres días después de asumir el poder, el 23 de enero de 2009, cuando seguían escuchándose en todo el mundo los elogios a Obama por acabar con la cruzada de Bush, el flamante presidente ordenaba su primer ataque con drones. Sucedió en Pakistán, murieron entre siete y 15 personas, la mayoría de ellas civiles, simples daños colaterales para la CIA.

Meses después, en diciembre de ese mismo año, el presidente ordenaba su primer ataque en Yemen, contra lo que según la CIA era un campamento de Al Qaeda al sudeste de la localidad de Al-Majala. Fue un ataque combinado con misiles disparados por un drone y bombas de racimo lanzados por un cazabombardero. Luego se conocería que en el ataque habían muertos 14 mujeres y 21 niños.

Y, cuando sólo 11 meses después de llegar al poder Obama fue a Oslo a recoger su Premio Nobel de la Paz 2009, ya habían muerto por los ataques de drones más personas que durante los ocho años de mandato de Bush.

Obama creyó encontrar en los drones la fórmula ideal para dar continuidad a la guerra contra el terror de Bush, y a su vez evitar el rechazo nacional cada vez mayor que ya provocaba en Estados Unidos la muerte de los miles de jóvenes soldados caídos en las guerras de Irak y Afganistán. El mediático presidente vio también que la guerra protagonizada por drones dirigidos por control remoto desde miles de kilómetros de distancia, le permitía a Estados Unidos evitar el rechazo de la comunidad internacional ante el cúmulo de atropellos a la población civil que siempre van vinculados con las intervenciones de sus tropas en conflictos en el extranjero.

Él, el hombre que reivindica a Luther King, el hombre defensor de los derechos humanos, el presidente a quien pocos meses después de asumir el poder se le otorgó el Premio Nobel de la Paz no por sus hechos sino simplemente por sus promesas, es el que no ha tenido ningún reparo moral a la hora de ordenar personalmente ejecuciones sumarias en lejanos países, con o sin el consentimiento siquiera de sus propios gobiernos y sin que medie en ningún caso una declaración de guerra.”

La vida o la muerte se decide los martes en la Situtation Room de la Casa Blanca. Todos los martes por la mañana el presidente mantiene una reunión con el gabinete antiterrorista constituido por Jack Brennan, ex consejero jefe en materia antiterrorista de Obama y actual director de la CIA; Thomas E. Donilon, consejero nacional de Seguridad, y otras dos decenas de altos cargos de otras agencias de Inteligencia y de las fuerzas armadas.

Obama instauró estas reuniones en la Situation Room de la Casa Blanca para controlar de forma personal la kill list que le ofrecen sus asesores semanalmente. Son ellos los que eligen los candidatos, generalmente sospechosos de pertenecer a algunas de las organizaciones que forman parte de Al Qaeda o que tienen algún acuerdo con ella. El presidente analiza el dossier de cada candidato, los cargos existentes contra él, la importancia de su responsabilidad en la escala terrorista, examina fotos, vídeos, se le proporcionan datos sobre su localización, sobre su situación familiar, sobre las posibilidades para alcanzarlo con un misil disparado desde un drone, los riesgos de ‘daños colaterales’ (léase, muerte de civiles) y los previsibles efectos que pueda producir su ejecución extrajudicial.

Con esos datos en la mano, el presidente evalúa los pros y los contras de esa operación clandestina, valora las consecuencias políticas, y decide matar o perdonar al candidato, como los antiguos reyes absolutistas, o como el César hace tantos siglos, cuando tras una contienda entre gladiadores en el Circo romano indicaba con su pulgar, con un gesto hacia abajo o hacia arriba, si el gladiador vencido en la arena debía morir o no.

Y los drones de Obama son sólo una punta del iceberg, una pequeña muestra del mundo bélico que viene, un adelanto de la guerra robótica, de la futura guerra entre drones, aviones y helicópteros, de los camiones militares sin conductor, la guerra entre soldados-robot, de los videojuegos convertidos en realidad, donde el control de la alta tecnología jugará un papel fundamental, donde quien la controle, quien tenga el control de esas Play Station letales tendrá el poder, y el que no la tenga seguirá poniendo los muertos.

En numerosas bases aéreas en Estados Unidos se entrenan constantemente pilotos especializados en la conducción de drones, se ha convertido en una especialidad con futuro. En al menos 13 de esas bases operan cerca de 1.500 pilotos de drones militares, amén de los que trabajan desde otras bases de aparatos no tripulados situadas en Europa, Oriente Medio, África y Asia.

Inicialmente, la Fuerza Aérea estadounidense (USAF en sus siglas en inglés) utilizaba para operar los drones a veteranos pilotos de cazabombarderos convencionales, pero, posteriormente, a partir de 2009, se decidió crear una carrera específica.

Buena parte de los asesinatos ‘selectivos’ que comete la CIA o las fuerzas armadas de Estados Unidos y Reino Unido en Afganistán, Irak, Pakistán, Yemen, Somalia u otros países, son dirigidos directamente desde bases militares en suelo estadounidense, a más de 10.000 kilómetros de distancia de sus objetivos, o desde bases en suelo británico.

‘Ver cómo los malos son eliminados en la pantalla e irte a comer al restaurante de la esquina resulta un poco surrealista’, reconoce un piloto de la USAF.

Otro piloto de drones, un oficial muy convencido de la ‘utilidad’ de los asesinatos que cometía sentado en su cómodo asiento en una base en Estados Unidos, decía a un periodista: ‘Hay una muy buena razón para matar a estas personas, Me lo repito una y otra vez’. ‘Pero nunca te olvidas de lo ocurrido’, añadía.

Otra ex piloto, la mayor ‘Meyer’, el nombre ficticio que dio a la prensa, recordaba en una entrevista a Der Spiegel que estaba embarazada cuando mataba personas con su Joystick en la base de Creech, cercana a Las Vegas. ‘No había tiempo para los sentimientos’, sostenía. Sentía, sí, que su corazón palpitaba con fuerza y que tenía ‘un subidón de adrenalina’ cuando estaba esperando la orden de disparar contra un objetivo.

Cuando la decisión había sido tomada y mis superiores confirmaban que se trataba de un enemigo, de una persona hostil, un objetivo legal que debía ser destruido, entonces no tenía reparos en realizar el disparo’.

No es la única piloto de drones que ama su trabajo. En el mismo largo artículo de Der Spiegel se recogen también declaraciones como esta del coronel Matt Martin, ex piloto de drones y autor del libro Predator, el nombre del modelo de su admirado avión no tripulado: ‘A veces me sentía como Dios lanzando rayos desde lejos’.

Pero no todos los pilotos de drones que diariamente y cumpliendo rutinariamente un horario como cualquier oficinista matan personas en lejanos países se sienten orgullosos de su trabajo. Heather Linebaugh, ex analista de imagen y analista geoespacial para operaciones con drones desde bases en Estados Unidos de 2009 a 2012, se dirigió a los políticos de su país y de Reino Unido que defienden a ultranza las ejecuciones sumarias con drones, a través de una columna en el periódico británico The Guardian. Linebaugh desmentía la precisión de las cámaras y los disparos de los drones que tanto reivindican líderes políticos y militares de la Administración Bush y del Gobierno británico: ‘Pocos de los políticos que tan descaradamente proclaman los beneficios de los drones tienen una idea de cómo funcionan’, decía en su columna.

‘¿Cuántas mujeres y niños han visto ustedes incinerados por un misil Hellfire?’, preguntaba a quienes tanto reivindican la precisión de los disparos de los drones. ‘¿Cuántos hombres han visto arrastrarse a través de un campo, tratando de llegar a la comunidad más cercana para obtener ayuda mientras se desangraba, con sus piernas cortadas?’.

‘Yo sí he visto de primera mano’, dice.

‘Nunca he estado físicamente en Afganistán pero lo vi con gran detalle en un monitor durante días y días. Conozco bien la sensación que se experimenta cuando ves a alguien morir, es horroroso. Y cuando uno está expuesto a ello se termina convirtiendo como un pequeño video empotrado en la cabeza que se repite y se repite, provocando un gran dolor psicológico. Los operadores de drones son víctimas no sólo de esos recuerdos inquietantes sino también de la culpa, de la inseguridad sobre la identificación de las víctimas’.

En la medida en que ni los talibán ni las milicias de Al Qaeda utilizan uniforme ni habitualmente tampoco ropa o distintivos particulares, esa es la única forma para seleccionar los objetivos, que sean varones ‘en edad de combatir’ y que estén armados.

Estados Unidos hace así caso omiso a que en zonas tribales de Yemen, Pakistán o Afganistán, las armas son habituales e incluso disparar con ellas al aire en bodas y otros festejos. Como son habituales las asambleas entre hombres en una aldea o comunidad, las tradicionales ‘jirgas’.

La mayoría de las víctimas civiles de los ataques con drones son causadas por esa forma en que las fuerzas estadounidenses pretenden detectar ‘potenciales enemigos’ cuando no tienen fuentes confiables sobre el terreno para proporcionarles objetivos con nombre y apellido.

‘En el pasado, todos los habitantes de Wessab conocían sobre Estados Unidos basado en mis maravillosas experiencias allí. La amistad y los valores que experimenté y describí a los aldeanos a mi vuelta ayudaron a que ellos entendieran la América que yo conocí y amé’.

Así comenzaba el relato del joven yemení de 23 años Farea Al Muslimi ante el Subcomité Judicial del Senado de Estados Unidos sobre Constitución, Derechos Civiles y Derechos Humanos en abril de 2013, audiencia a la que sólo acudieron cinco miembros, todos ellos demócratas. ‘Ahora, sin embargo’, continuó, ‘cuando ellos piensan en América piensan en el terror que sienten cuando los drones sobrevuelan sus cabezas, listos para disparar misiles en cualquier momento. Lo que antes los violentos no lograban, un ataque de drones lo consiguió en un instante: ahora hay un intenso odio contra América en Wessab’.

Las declaraciones Al Muslimi, un activista social y blogger, fueron realizadas sólo seis días después de que un drone de la CIA atacara su remota aldea vecina, situada a nueve horas de la capital de Yemen, y matara a cinco vecinos inocentes. Al Muslimi recorrió también otras tres localidades cercanas castigadas igualmente por la acción de los drones.

Sólo en una de ellas contabilizó 40 muertos. ‘Los cuerpos estaban tan deshechos que fue imposible diferenciar entre niños, jóvenes, mujeres, adultos y ancianos, todos fueron enterrados como animales en una fosa común’, testimonió.

Ante el subcomité del Senado, Al Muslimi dijo que ‘la muerte de civiles inocentes por los misiles estadounidenses en Yemen está desestabilizando mi país y crea un ambiente del que se beneficia Al Qaeda’. ‘Ellos usan la muerte de inocentes por ataques con drones para reclutar gente, sosteniendo que América está en contra de todos los yemeníes’.

Al Muslimi dijo que los civiles yemeníes no logran entender por qué son atacados y se hacen preguntas como ésta. ‘¿Por qué Estados Unidos está tratando de matar a una persona con un misil cuando todo el mundo sabe dónde está y puede ser arrestado fácilmente?’.

‘Antes no temía a los aviones, pero ahora, cuando los veo sobrevolar, me pregunto: ¿seré la próxima víctima?’. Así comenzaba el testimonio ante el Congreso de Estados Unidos de Nabila Rehman, una niña de 9 años de edad del noroeste de Pakistán, herida en uno de los ataques estadounidenses con drones en Pakistán. Sucedió en una pequeña localidad, en Ghundi Kala.

Nabila vio impotente a pocos metros de distancia cómo el cuerpo de su abuela, Mamana Bibi, de 68 años, quedaba totalmente destrozado tras ser alcanzada por el misil de un avión no tripulado. Su hermano Zubair, de 13 años resultó también herido en el ataque como ella. Zubair lo narró así: ’’Cuando el avión no tripulado lanzó el primer ataque, la tierra tembló y se levantó un humo negro. Se sentía en el aire un olor tóxico. Corrimos, pero minutos más tarde el avión volvió a disparar. La gente del pueblo acudió a ayudarnos y nos llevaron al hospital. Pasamos la noche sufriendo una gran agonía y a la mañana siguiente, me operaron’.

La escena temida

A pesar de que en Europa como en gran parte del mundo la crisis económica ha llevado a sus gobiernos neoliberales a recortar en la mayoría de los casos drásticamente los presupuestos para I+D civil, no sucede lo mismo sin embargo con la I+D militar, que sigue en general dotada de importantes medios para investigar y desarrollar armas cada vez más ‘inteligentes’ y autónomas.

Al igual que ha sucedido en el terreno de la carrera nuclear, las grandes potencias se esfuerzan por competir en el campo de las armas ‘inteligentes’ sabiendo que en ello se juega hoy día la superioridad militar. A pesar de su papel de vanguardia en ese sentido. ¿Qué sucedería si Washington o Nueva York fuera atacada por flotillas de cientos de drones con explosivos lanzados contra instalaciones de alto valor estratégico?

Miradas al Sur, Buenos Aires, junio de 2014.

http://www.atilioboron.com.ar/2014/06/un-premio-nobel-de-la-paz-como-asesino.html

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