Estados Unidos y Venezuela: ¿El statu quo?
Eva
Golinger, abogada y escritora
Ya
pasaron las elecciones presidenciales en Estados Unidos y Venezuela y los
resultados no fueron sorprendentes. Los dos presidentes, Obama y Chávez, fueron
reelectos, uno por un margen muy estrecho, y otro por una victoria contundente.
Aunque las tensiones electorales en Estados Unidos persistieron hasta el final
y la reelección de Barack Obama no estaba muy segura, al final logró los votos
de un importante sector que antes no se tomaba en cuenta: los latinos. Por otro
lado, Hugo Chávez alcanzó un amplio porcentaje de ventaja sobre el candidato
opositor, logrando más de 55% del voto para llegar a un histórico tercer
mandato.
Washington
había hecho todo lo posible para impedir la victoria de Chávez. El Gobierno de Obama
canalizó más de 20 millones de dólares para la campaña opositora a través de
sus agencias, principalmente la Agencia Internacional de Desarrollo de Estados
Unidos (USAID) y la Fundación Nacional para la Democracia (NED). Fondos en
cantidades desconocidas llegaron a través de las agencias clandestinas de
Estados Unidos, trasnacionales, empresarios evadiendo impuestos, además de
numerosas fuentes ilegítimas, como el narcotráfico y el lavado de dinero. La
campaña mediática contra el presidente Chávez no tuvo límites en la prensa
internacional. Desacreditaron su popularidad, su Gobierno, sus políticas y
promovieron mórbidos rumores sobre su salud. Múltiples veces intentaron
'matarlo' en los medios. Internamente, grupos opositores respaldados por
agencias estadounidenses crearon inestabilidad dentro del país, explotando
problemas reales, como la inseguridad y fallas de infraestructura, buscando
imponer un estado de caos y violencia. A pesar de todas estas tácticas sucias,
Chávez y el pueblo mayoritario que votó por él, venció.
Semanas
antes de las elecciones en Venezuela, el presidente Obama declaró en una
entrevista que no percibía al Gobierno venezolano como una amenaza contra los
intereses estadounidenses. No obstante, expresó sus “preocupaciones” sobre los
derechos humanos, las libertades y el estado de la democracia en el país
suramericano, implorando un proceso electoral “libre y justo”. Por su parte, el
presidente Chávez tuvo palabras mucho más simpáticas para Obama, deseándolo
suerte en las elecciones e incluso declarando que votaría por él si fuera
estadounidense. Días antes de las elecciones en Estados Unidos, Chávez cambió
un poco su tono, admitiendo que no pensaba que hubiera cambios en las
relaciones si fuera electo Obama o el candidato republicano.
Frente
a la victoria de Chávez, el Departamento de Estado de Estados Unidos no envió
sus felicitaciones tradicionales como normalmente hace con casi todos los
países del mundo, con la excepción de sus enemigos. El presidente Chávez
tampoco felicitó a Obama por su reelección, optando por advertirle que debería
se enfocar más en los problemas económicos y sociales de su país en lugar de
seguir inmiscuyéndose en los asuntos internos en otras naciones.
Desde
2008, Venezuela y Estados Unidos no tienen embajadores en estos países. En
septiembre 2008, el Gobierno venezolano expulsó al embajador Patrick Duddy del
país, en parte en solidaridad con Bolivia, que había expulsado al embajador
estadounidense Philip Goldberg debido a su papel principal en actos de
desestabilización y un plan de golpe contra el presidente Evo Morales.
Venezuela también expulsó al embajador Duddy por los años de injerencia interna
y conspiración con sectores golpistas que estaban en proceso permanente de
desestabilizar al Gobierno de Chávez. Luego fueron revelados documentos del
Departamento de Estado escritos por Duddy en donde él mismo pedía millones de
dólares para reforzar las actividades de la oposición en Venezuela y sus
pretensiones de derrocar al presidente Chávez.
Washington
expulsó al embajador venezolano como un acto de reciprocidad. Nunca hubo
evidencia de ninguna violación de ley u otra irregularidad por parte del
embajador venezolano en Estados Unidos.
Las
relaciones entre los dos países han empeorado desde ese momento. Lo poco que
quedaba de conversaciones formales de alto nivel cesó de existir. Los complots
de las agencias estadounidenses junto a sus financiados venezolanos aumentaron
y crearon más tensiones entre los dos Gobiernos. Hubo numerosos intentos por
parte de un sector del Congreso de Estados Unidos de colocar a Venezuela en la
lista de estados 'terroristas', sin éxito. No obstante, el Gobierno de Obama
continuó y amplió las clasificaciones de Venezuela como su adversario, como un
país “narco” que “apoyó el terrorismo” y “viola derechos humanos”, sin
presentar pruebas de tan peligrosas acusaciones.
A
pesar de estas agresiones diplomáticas y el financiamiento subversivo a grupos
antichavistas por parte de Washington, las tensiones han quedado en un especie
de limbo. No hubo una escalada más allá de ese punto, como si estuvieran
congeladas las relaciones entre estos dos países que son interdependientes.
Estados Unidos sigue comprando el petróleo de Venezuela y Venezuela se lo sigue
vendiendo.
Ahora
con la reelección de sus dos presidentes, ¿habrá algún cambio? Lo más probable
es que no. No hay interés aparente de ninguno de los dos lados de mejorar las
relaciones. Aunque el Gobierno venezolano y el propio presidente Chávez han
expresado sus deseos de restablecer relaciones normales con Washington, el
fundamento de esas relaciones tiene que ser el respeto y la no injerencia,
asunto que Washington no puede asegurar.
Obama
no ha dado indicaciones sobre cambios en su política hacia América Latina.
Hasta ahora, ha mantenido la misma política anacrónica de sus predecesores.
Aunque depende de quién sea su nuevo secretario (o secretaria) de Estado, luego
de la salida anunciada de Hillary Clinton, lo más seguro es que ni América
Latina ni Venezuela vayan a ser prioridades para la política exterior
estadounidense durante los próximos años. Sus ojos siguen puestos sobre Medio
Oriente, África y Asia, dejando que la amplia y diversa tierra al sur de su
frontera siga en su camino de independencia e integración regional.
El
cambio más grande en la política de Washington hacia América Latina –y
Venezuela en particular– vendrá del Congreso. Uno de los principales enemigos
de la izquierda latinoamericana y el proponente de Venezuela como “país
terrorista”, el republicano Connie Mack de Florida, perdió la elección y está
fuera del cuerpo legislativo. La ausencia de Mack no significa que las
agresiones contra Venezuela no vayan a continuar, pero tal vez pierdan un poco
de su furia.
Twitter de Eva Golinger
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