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ESCUELA INSTRUMENTO DE DOMINIO IDEOLÓGICO RELIGIOSO


A pesar de que la Constitución de 1991 establece la libertad de cultos, subsiste el influjo católico que dejan varios siglos de dominio religioso en el país. Igual situación se vive en toda Hispanoamérica, construida bajo el perfil ideológico que viene desde la Colonia.

La noria del aparato educativo gira constante en su tarea de reproducir la escala de valores sociales imperantes. Resulta curioso, por tanto, que en una sociedad como la colombiana, afectada por una degradación social y política sin par en Latinoamérica, la escuela catolizada, que aun conserva un poder establecido desde la Colonia, aparezca con bajo perfil a la hora de rendir cuentas y sea, al contrario, la primera en señalar a los otros aparatos del Estado como responsables de la situación (1).

Valores políticos de la escuela catolizada

Una nota del periódico vaticano El Catolicismo, confirmaba en 2003 que “[esta religión] quiere generar una pastoral [...] que promueva los valores del Evangelio [...] queremos luchar en defensa de los valores de la sociedad, [...] (en) los procesos educativos” (2). No resulta descabellado, por tanto, precisar esos valores, comenzando por los de autoritarismo y sumisión, como ejes primarios de esta religión política. De acuerdo con los sistemas culturales imperantes desde la Colonia, el binomio autoridad-sumisión fue inoculado por el violento régimen político religioso de la Encomienda en el siglo XVI, coherente como era con la esencia autoritaria del aparato estatal vaticano (3/4). Otra herramienta política escolar ha sido el propósito dogmático vaticano de hacer equivalentes el orden moral católico con el orden político; en esta forma, la escuela se explica como instrumento para consolidar el poder terrenal del Vaticano mediante la difusión de preceptos que inducen a los sumisos educandos a vivir conformes con una situación política degradada, a condición de conservar un control subliminal o expreso, ejercido desde el centro vaticano (5). El mecano tiene base doctrinal inspirada en tesis previas y posteriores al Concilio Vaticano II, proponiendo las primeras, entre otras tesis, que “para el cristiano, la sociedad y la autoridad tienen como ‘fuente y principio’ a Dios mismo”, y ratificando las segundas que “la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana, y, por lo mismo, pertenecen al orden previsto por Dios” (6).

Lo anterior puede explicar, entre otras cosas, por qué el mayor esfuerzo del Estado colombiano por romper ese lastre a mediados del siglo XX, liderado por el gobierno de López Pumarejo, se vio frustrado gracias a una férrea oposición que mezcló a conservadores del también llamado “partido católico” con facciones de liberales catolizados, confirmando los estudiosos que “las dificultades para establecer una sociedad y un Estado laicos obedecieron [...] a que [...] amplios sectores del liberalismo se sumaron a las toldas clericales y conservadoras y atacaron con […] ímpetu la política religiosa de López […] [de modo que] el saldo final del fracaso reformador [fue] inevitable: la hegemonía de la visión religiosa sobre el conjunto de la cultura” (7/8). Para sustentar este coup de force, el Vaticano se apalancó en los postulados de Pío XI para conservar el eje orden moral-orden político mediante el instrumento educacional; ello le dio patente de corso para imponer la especie de que el derecho eclesial a controlar la educación era divino, lo que fue aceptado con toda sumisión por la élite catolizada de ambos partidos. No sorprende, por tanto, que la primera percepción de los educandos sobre lo político en Colombia, haya quedado reducida a aceptar un bipartidismo entendido como “desprecio y odio hacia el opuesto partido […] presupuestos [que] tornáronse convicción […] arraigada [y] explosiva”, quedando la escuela como un simple “mecanismo privilegiado para consolidar la cohesión de una sociedad […] en torno a lo religioso” (9). Haciendo énfasis en el profundo efecto ejercido por este mecanismo sobre la manera violenta de hacer política que caracteriza a la colombianidad (10).

Liberalidad, igual al ateísmo o la barbarie

La escuela también ha servido para inocular el valor negativo según el cual toda liberalidad se aproxima, ora al ateísmo, ora a la barbarie, lo cual no extraña debido a que la catolicidad se hizo impermeable a la Ilustración. Esta desfiguración se evidencia, por ejemplo, con las explicaciones dadas por la Iglesia luego del bogotazo de abril de 1948, que destruyó también vidas y bienes pertenecientes a las instituciones vaticanas. A pesar de que, en su típico comportamiento desviacionista, la Iglesia se sumó al coro de quienes culparon del estropicio al liberal-comunismo, no existen pruebas que permitan excusarla de haber sido, ella misma, inspiradora de esta reacción popular contra sus clérigos y edificios, a manera de efecto boomerang de su pedagogía proclive a instigar la violencia contra los que no profesaban las ideas políticas oficiales (11). Un breve balance muestra que desde 1886, gracias a una Constitución confesional mal llamada “regeneradora”, confirmada en 1887 mediante el primer Concordato firmado entre los Estados vaticano y colombiano, que acompañó hasta 1930 un perverso contubernio eclesial con el partido conservador, todavía en los albores del siglo XXI impera en Colombia una influencia confesional catolizada en lo ideológico y lo pragmático de la política explicada, entre otros factores, porque la escuela ha actuado como instrumento de su ideología, sin que hasta ahora haya rendido cuenta alguna por la correlación existente entre escuela, política y violencia (12).

Esta digresión se propone con el fin de resaltar que, en lo educativo, la Iglesia ejerce a plenitud su clásico doble moralismo orientado a atribuirse los escasos ‘éxitos’ de su política hacia la “defensa del orden y la moral establecidos”, siempre y cuando estén ligados a proteger sus propios intereses. Pero cuando su acción política degenera con demasiada frecuencia en situaciones violentas, al mejor estilo de Pedro, se ha escondido culpando a liberales, comunistas o protestantes por las mortandades padecidas por el pueblo (13). Bajo esta óptica se pudiera comprender por qué en la estructura educativa pública y privada ha imperado, antes que visión liberal alguna, un confesionalismo católico, represor de la libertad explicativo sobre cuán lejana ha estado Colombia de los retos de la modernidad, el más importante de ellos la posibilidad de construir nación mediante el ejercicio pleno de la política y no de la violencia.

Escuela = Iglesia = Política catolizada

La propia jerarquía eclesiástica suele autoincriminarse afirmando, por ejemplo, que “en Colombia la Iglesiaha hecho mucho desde los tiempos de la Colonia en materia de educación [...] [Fue] la primera en abrir escuelas primarias y centros docentes de nivel secundario y universitario, con el objetivo primordial de incorporar el pueblo a la Iglesia y asegurar su destino eterno”. Fue este mismo criterio el que movió en el siglo XVI a la fundación de la Compañía de Jesús, pues “[el grupo ignaciano] vio claro que la educación era, no solamente un medio [...] para el desarrollo humano y espiritual sino también un instrumento eficaz para la defensa de la fe [...] El número de colegios [...] comenzó a crecer [...] rápidamente” (14). No extraña, pues, que la estrategia eclesial educativa mantenga férreos controles sobre la gestión escolar, sin asumir responsabilidades por los estropicios sociopolíticos que ha generado este diseño.

La educación moldea católicamente a la sociedad

El Vaticano ha impuesto la educación como instrumento útil para moldear las sociedades que subsisten bajo su férula, ajenas a cualquier paradigma civilista y sometidas a su propia concepción dogmática, orientada a la conservación de sus privilegios de clase. Ello es coherente con su dogmática según la cual en Colombia “la Iglesia y el catolicismo tienen un rol fundamental [...] en la sociedad, por lo que todo intento de desconocer su importancia es, en realidad, un atentado no sólo contra [...] Dios sino contra la nación”. En otro escrito del ya citado Arias, se lee una propuesta de un obispo colombiano que en 1988 afirma que “los problemas del país [...] [se resuelven mediante] un sistema de educación integral basado en el conjunto de valores cristianos” (15). Esta propuesta que alarma cuando ya existen pruebas de que precisamente ese “conjunto de valores cristianos” puede haber sido, al contrario, un dispositivo clave de la violencia política y que la escuela haya sido instrumento eficaz para materializar ese degradante proyecto político (16).

El sofisma del “Derecho divino”

La estrategia eclesial frente al tema educativo ha sido disfrazada por el Vaticano como un “Derecho divino” sin que hasta ahora algún otro Estado la haya cuestionado a fondo. La Compañía de Jesús ha confirmado por excelencia esa línea dogmática, ya que, a su juicio, “todos los aspectos del proceso educativo pueden conducir [...] a adorar a Dios [...] [parte que es] de la vida escolar [...] la educación jesuita (prepara) para la vida, que es en sí misma preparación para la vida eterna”. En otro aparte, la jesuítica propone que “los centros educativos de la Compañía [responden] a la misión que les fue dada de ‘oponerse valientemente al ateísmo’ aunando todas sus fuerzas” (17).

Este mecano del Vaticano actúa, como tantos otros, cercano a la perfección. Desde lo sociológico, enlazando el orden divino con el moral social para justificar que la educación sea un instrumento culturizador confesional, antes que camino alguno hacia el conocimiento y la formación de ciudadanos civilistas. Esta perversión colectiva contribuye a frustrar la posibilidad de construir una cultura política que resulte funcional y que posee acciones en la manera violenta de relacionarse los ciudadanos en el seno de la arena donde se concilian sus intereses civiles. Desde lo propiamente político, su objetivo confesional escolar resulta el instrumento por excelencia para moldear la sociedad bajo el rasero de sus propios dogmas y la defensa de sus intereses de clase sin pagar costo alguno a cambio. Y, desde lo táctico, porque, poniendo estas columnas de evidente talante político escondidas bajo un presunto “derecho divino”, el artilugio aceptado por sus discípulos en la élite del poder le ha permitido evadir sus responsabilidades por los estropicios que ha generado sobre la concepción civilista de la política.

1 Estas hipótesis están desarrolladas a espacio en: Congote, 2004, “Anatomía religiosa de la guerra”, Tesis magistral, Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes, 2004, Bogotá.
2 El Catolicismo, 2003- 09-23.
3 Guillén, Fernando, 1996, El poder político en Colombia, Planeta, Bogotá, cap. 2) y Castañeda, Felipe, 2001, “La Cruz y la Espada: filosofía de la guerra en Francisco de Vitoria”, en Revista Historia Crítica, Nº 22, Editorial Universidad de los Andes, Bogotá, Junio-diciembre 2001, pp. 27-50.
4 Reyes, Catalina, 1989, “Intolerancia e Iglesia en Colombia”, Consejería Presidencial para la Defensa, Protección y Promoción de los Derechos Humanos, Bogotá, p. 30. Este perfil del problema fue demostrado por el autor en su citada tesis magistral.
5 Reyes, op. cit., p. 38.
6 Delmasure, M., 1963, Los católicos y la política. Editorial San Pablo, Bogotá, pp. 53, 69. Concilio Vaticano II, 1965, “Constituciones. Decretos. Declaraciones. Documentos pontificios complementarios”, Editorial Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid, p. 324 y Benedicto XVI, 2007, Sacramento del amor, Encíclica, pp. 75-78 y 2005, Dios es amor, Encíclica, pp. 55 y ss.
7 Arias, Ricardo, 2003, El episcopado colombiano. Intransigencia y laicidad (1850-2000). Editorial CESO-Uniandes-ICANH, Bogotá, 1ª ed., p. 63 y ss, y Blanco et al, 2006, “Las trayectorias del catolicismo político en Colombia (1885-1953), en El altar y el trono, Colom et al (editores), Editorial Anthropos/Universidad Nacional de Colombia, 1ª ed., p. 145.
8 Arias, Ricardo, 2000, “Estado laico y catolicismo integral en Colombia. La reforma religiosa de López Pumarejo” en Revista Historia Crítica, Depto. de Historia Universidad de los Andes, Nº 19, Bogotá, Colombia, Enero-junio 2000, p. 79, y Perea, Carlos, 1996, Porque la sangre es espíritu. Imaginario y discurso político de las élites capitalinas (1942-1949), Editorial IEPRI, Aguilar, Bogotá, 1ª ed., p. 49. (Notas entre paréntesis del autor de este artículo).
9 Arias, op. cit., 77 y Guzmán, et al, 2005 (1962), La violencia en Colombia, Editorial Taurus/Historia, Bogotá, Tomos 1 y 2, 2ª ed., p. 441 del tomo 2. Congote, 2004, desarrolla con amplitud el peso del Odio y la Venganza judeocristianos como animador de este doctrinarismo religioso incitador de violencia.
10 Congote, op. cit., 2004, Cap. 5.
11 Reyes, op. cit., p. 52, entre otros autores.
12 La Rosa, op. cit., pp. 43-87, y Guzmán et al., op. cit., tomo 1, p. 294.
13 Arias, 2003, op. cit., pp. 70-101, La Rosa, op cit., y Congote, 2008, “La pobreza: ¿comodín político del Vaticano?”, en Le Monde diplomatique, edición Colombia, noviembre, pp. 28-29.
14 La Rosa, op. cit., p. 190, y Compañía de Jesús, 1987, “Características de la educación de la Compañía de Jesús”, Documento de la Provincia Colombiana de la CdeJ, Prefectura General de Estudios, Bogotá, pp. 1, 77.
15 Congote, op. cit., 2004.
16 Compañía, 1987, op. cit., pp. 22-26 y Congote, 2004. op. cit.

http://www.eldiplo.info/mostrar_articulo.php?id=875&numero=76 Edición Nro.: 76

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