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7 RETOS PARA UN FUTURO SOSTENIBLE

Retos para un futuro sostenible
"La propuesta de los bienes comunes es, en definitiva, un potente paradigma para la defensa de la naturaleza, la vida, las personas y la construcción de otra economía y otras formas de vida y de sociedad"
  • Aprender para transformar
  • Mantener la coherencia entre discurso y práctica
  • Construir comunidad
  • Reducir las desigualdades
  • Impulsar la participación
  • Promover la resiliencia
  • Reivindicar el bien común

Joseba Martínez Huerta


La sostenibilidad plantea retos de innovación que nos invitan a repensar cómo organizamos nuestras vidas y nuestro trabajo de tal forma que encontremos soluciones que mejoren la calidad de vida de la gente sin degradar el medio ambiente, acumular problemas para el futuro o transferirlos a otras partes del mundo.

Podemos y debemos sustituir la cultura del consumo por una cultura de la sostenibilidad, porque este estilo de vida está llevando a la degradación de los ecosistemas que mantienen la vida, y socavando el bienestar de multitud de seres humanos. Parece improbable, pero cuando pensamos que, en cada etapa del pasado, la etapa siguiente era inconcebible, imposible de imaginar y de predecir, ¿cómo no pensar que en el futuro ocurrirá lo mismo? La esperanza no es certidumbre, pero tampoco mera ilusión, “se hace camino al andar” 1.

Aprender para transformar

Educar para la sostenibilidad no consiste en realizar la mayor cantidad posible de acciones, sino en promover conciencia, aprendizaje y compromiso mediante estas acciones. El verdadero aprendizaje se consigue involucrando a las personas en actividades de resolución de problemas, tomando decisiones, reflexionando sobre los efectos, los riesgos y las posibles alternativas.

A diferencia de un problema teórico, que se resuelve cuando se conoce la solución, un problema práctico se resuelve cuando ponemos la solución en marcha, que suele ser lo difícil, porque es entonces cuando aparecen los intereses enfrentados, los prejuicios, los miedos… Pero como reza un proverbio sufí “la única magia es hacer”.

Si queremos avanzar hacia la sostenibilidad hemos de actuar en consecuencia, tomando decisiones —individuales y colectivas— que la favorezcan desde diferentes ámbitos —social, económico, educativo…—, organizando de forma sostenible nuestra casa, nuestro trabajo y nuestras vidas.

La educación para la sostenibilidad, por lo tanto, ha de ser una capacitación para la acción consciente, cuyo objetivo es aprender para cambiar, y que encuentra su mejor estrategia en la participación en proyectos reales de transformación y cambio.

Debemos ayudar a implicar, y no sólo sensibilizar, a las personas y a los grupos sociales (Solano, 2008). La conciencia, por sí sola, no produce cambios, aunque sí puede facilitar la participación en los procesos que conducen a ellos. Procesos que deben ser también de cambio social. Esto significa generar propuestas claras de trabajo y lograr el compromiso social para capitalizarlas.

La educación para la sostenibilidad puede lograr que las personas sepan cómo hacer las cosas y se comprometan a hacerlas. Pero este saber hacer y este compromiso solo se materializarán si existe una propuesta de trabajo que la gente haga suya y la concrete en su ámbito de acción: el hogar, el centro de trabajo, la escuela2 u otros.

El deseo de actuar en un sentido determinado está relacionado con la interacción social que se produce al compartir anhelos, sentimientos y emociones. Capacitar para la acción requiere la existencia de grupos sociales capaces de desarrollar ambientes estimulantes, en los que los individuos encuentren ventajas en actuar.

Adquirir la capacidad de actuar no es consecuencia de actividades puntuales. Requiere una inmersión en ambientes que ponen en práctica lo que predican. Es preciso que la comunidad participe en esta labor identificando problemas, generando propuestas, tomando decisiones y aplicándolas.

Las competencias para la acción llevan consigo el conocimiento, no sólo del problema y sus síntomas, sino también de sus raíces y sus posibles soluciones: cómo impacta en la vida de la gente, qué formas hay de enfocarlo y cómo diferentes tipos de soluciones sirven a diferentes intereses (Fien, 2003).

Sabemos que la educación es agente de transformación social, pero, a la vez, resultado de los procesos de cambio de la sociedad. Para transformar las instituciones hemos de transformar las mentes, pero para ello debemos transformar la educación. En numerosas ocasiones nos encontramos con situaciones como esta, de aparente bloqueo.

Nos recuerdan la paradoja de Zenon, en la que se planteaba la imposibilidad del movimiento: es imposible desplazarse de un punto A a otro B, porque para hacerlo habría que recorrer primero la mitad del camino hasta el punto B, y después desplazarse a medio camino de la otra mitad, y así infinitamente, con lo cual nunca se llegaría al destino. Cuentan que Diógenes de Sínope refutó a Zenon poniéndose en pie y dando unos pasos, tras lo cual afirmó que “el movimiento se demuestra andando”.

De la misma forma, el hecho de empezar a hacer supone iniciar una andadura hacia vías que nos transforman a lo largo del camino, porque la vida es capaz de aportar soluciones a problemas lógicamente irresolubles. Ya no basta con denunciar, es preciso enunciar. No es suficiente reconocer la urgencia, también hay que saber empezar (Morin, 2011).

Cambiar es difícil, pero posible —como nos recuerda Freire (2006)—, por ello, la educación ha de hacer hincapié en el cambio de modelos, estilos de vida y estructuras sociales de poder para, aprendiendo de nuestras experiencias, examinar cómo avanzar hacia la sostenibilidad (Tilbury y Ross, 2006).

Mantener la coherencia entre discurso y práctica

Aprendemos lo que es la democracia viviendo en democracia, conocemos la participación participando, avanzamos hacia la sostenibilidad construyendo las condiciones que la hacen posible. En demasiadas ocasiones, sin embargo, no existe correspondencia entre los valores que decimos defender y la conducta que adoptamos.

Así lo han reflejado numerosos estudios, que muestran una baja relación entre la actitud favorable hacia el medio ambiente y la implicación en comportamientos respetuosos. Esto es, un mayor nivel de concienciación pro ambiental no se traduce necesariamente en mayores tasas de comportamiento ecológicamente responsable.

Aceptamos con sospechosa frecuencia esta falta de correspondencia —que en opinión de Thomson y Hoffman (2003) ha alcanzado proporciones epidémicas en la sociedad en la que vivimos—, desarrollando buenos discursos, pero malas prácticas.

Calvo y Gutiérrez (2007) hablan del espejismo que se produce cuando la llamada a la educación se hace para resolver los problemas sin cambiar sus causas, como una reiterada fantasía de políticos y gestores, destinada a escolares o a ese público en general, indeterminado, que debe poner los residuos en su sitio y cerrar el grifo cuando se lava los dientes.

Nos hemos acostumbrado —porque se ha convertido en algo habitual— a que, mientras se hacen declaraciones sobre la importancia de la educación, se siga sin tomar las medidas necesarias. La educación no puede convertirse en una tabla de salvación para tranquilizar conciencias, para hacer como que hacemos, para formar a “las nuevas generaciones”, y que sean ellas las que arreglen el desaguisado.

Reducir la brecha entre lo que se dice, o se pretende hacer, y aquello que se está llevando a cabo, requiere coherencia y honestidad, tanto en el ámbito personal como en el social. La coherencia, y el ejemplo que de ella se desprende, es una potente herramienta educativa.

Más vale un ejemplo que cien sermones. Quienes nos dedicamos a la educación pasamos mucho tiempo diciendo a otras personas lo que tienen que hacer, nuestras recomendaciones tendrían más efecto si se lo dijéramos después de que nos hubieran visto hacerlo.

“Los medios están en los fines como el árbol en la semilla” decía Gandhi. En efecto, los fines que buscamos deben estar presentes en los medios o estrategias a emplear, tanto por razones de coherencia ética como por razones de “eficacia” (Muller, 1983).

Una organización o entidad que avanza hacia la sostenibilidad es una comunidad de aprendizaje y acción que aborda su desarrollo y mejora desde un enfoque global e integrado. Se guía por principios acordes a la sostenibilidad —en su organización y formas de trabajo, en sus relaciones con la comunidad donde se inserta y en la gestión que hace de los espacios y los recursos— y potencia la reflexión sobre su práctica y el significado de la evaluación.

Decía Johann Wolfgang Goethe que pensar es fácil, actuar es difícil, y actuar conforme al pensamiento propio es lo más difícil de todo. Nos convertimos en aquello que hacemos, cumpliendo el viejo dicho: “si no actúas como piensas, acabarás pensando como actúas”.

Por eso, debemos abordar el problema de la toma de decisiones, reconociendo los valores que en ellas subyacen (Novo, 2006). Ello nos ayudará a seleccionar aquellos que han de servirnos de guía, para comprometernos con ellos, porque los valores se desarrollan poniéndolos en práctica.

En educación, como en la vida, la meta no puede ser la de acumular —conocimientos, objetos, títulos, dinero, poder, honores…— sino llegar a interiorizar, para experimentar en la práctica cotidiana —más allá del discurso— unos valores éticos que persigan el bienestar de las personas y de las comunidades.

Construir comunidad

Hay diferentes tipos de comunidad y diferentes formas de entenderla. De hecho, el concepto de comunidad ha ido cambiando a lo largo del tiempo; pero, si algo es común a las diferentes concepciones sobre la comunidad es la sensación de pertenencia. El sentido de pertenencia es una de las motivaciones básicas del ser.

humano, que nos lleva a agruparnos y cooperar. De hecho, la investigación confirma que sentirse conectado a los demás es una necesidad humana fundamental.

La globalización ha provocado una transformación de la comunidad. Al mismo tiempo que ha acabado con muchas formas de comunidad local, también ha llevado a la reinvención de otras, y la relación local-global es especialmente interesante para entender las nuevas comunidades contemporáneas que, más que productos de estructuras, se construyen mediante las “prácticas” (Delanty, 2006).

Las tecnologías de la información y la comunicación han tenido una gran influencia en la remodelación de la idea de comunidad —dando lugar, entre otras cosas, a comunidades virtuales—; no conviene, sin embargo, perder de vista una realidad que hace referencia a personas —de diferentes opiniones, estatus y ambientes— que viven juntas y aprenden a resolver sus diferencias para mantener cierta armonía que les aporte un mutuo beneficio.

En la sociedad actual se producen numerosos procesos de exclusión, y la globalización, el neoliberalismo y las tecnologías de la información y de la comunicación, por lo general, no han traído mayor inclusión, sino más bien lo contrario. Se ha generado una importante fragmentación del vínculo social, dando lugar a lo que Bauman (2002) ha denominado modernidad líquida, una condición en la que todo se disuelve y es fluido.

Con el fin de obtener beneficios o rehuir responsabilidades, las estrategias del poder se orientan en demasiadas ocasiones a invisibilizar, fragmentar y desconectar (Riechmann, 2011).

La concentración de personas desfavorecidas en ciertas áreas de la ciudad, por ejemplo, es un hecho guiado por el precio de la vivienda sumado a la tendencia que tienen los segmentos de población de gran poder adquisitivo a cerrarse en sí mismos, apartándose de las dificultades de la ciudad.

Otro ejemplo lo encontramos en el distanciamiento que se produce, cada vez mayor, entre producción y consumo, lo que favorece la filosofía de “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Esto nos lleva a trasladar a “otros” —personas y lugares— las cargas e inconvenientes del impacto ambiental generado, y desmotiva la adopción de las medidas necesarias para corregir en su origen este modelo insostenible (French, 2004).

Por eso resulta necesario hacer visible lo que queda oculto y establecer relaciones.

Una buena estrategia puede ser pasar más tiempo en la naturaleza y en situaciones colectivas, en lo que nos da sentido de comunidad. Para ello, será necesario fomentar las redes sociales presentes en el sector informal —que funcionan según la lógica del trueque, y no según la lógica mercantil— recurriendo a las relaciones de confianza, de ayuda mutua, de solidaridad familiar o vecinal; sin descuidar las políticas de reducción de desigualdades, pues es difícil mantener el sentido de comunidad con grandes dosis de desigualdad.

Reducir las desigualdades

También en este tema hemos de plantearnos la cuestión de los límites, tanto los “suelos de pobreza” como los “techos de riqueza”. Tal como planteaba Mansholt (1975), “hay que emprender una política que conduzca a la élite de los privilegiados a disminuir su nivel de vida para poder lograr una mayor igualdad, no solo a nivel nacional, sino a escala mundial. Porque cada vez es más patente que el mundo es una entidad en la que vivimos todos juntos y en la que realmente no hay fronteras”.

¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?, se preguntaba Bauman (2014). La respuesta es: no. Este principio del capitalismo resulta falaz, ya que el gran problema.

radica en las grandes desigualdades. La felicidad social hay que buscarla en la redistribución de la riqueza. Por eso, una política tendente a una mayor igualdad es la mejor inversión que puede hacer un gobierno.

El tema de la desigualdad es importante, no solo para las clases más desfavorecidas, porque las sociedades más igualitarias casi siempre salen mejor paradas (Wilkinson, 2000; Wilkinson y Pickett, 2009). Las sociedades poco igualitarias, donde la discriminación de las mujeres ocupa un importante lugar, desperdician el talento de la gente, su recurso más importante.

Estos autores ponen de manifiesto que, por lo general, en las sociedades con más desigualdad existen más problemas de salud y violencia, saliendo peor paradas en los indicadores relacionados con la esperanza de vida y la mortalidad infantil, los niveles de confianza, las enfermedades mentales —incluídas la adicción al alcohol y las drogas—, la obesidad, el rendimiento académico de los hijos e hijas, los embarazos de adolescentes, los homicidios, los índices de encarcelamiento y la movilidad social.

Por el contrario, numerosos estudios han puesto de manifiesto que en las sociedades más igualitarias hay más personas que toman parte en actividades comunitarias, culturales, solidarias y deportivas; pertenecen a toda clase de clubes, asociaciones y redes. Esta participación social tiene un impacto mensurable en la salud y la calidad de vida.

Apostar por la redistribución equitativa de la riqueza supone unos servicios públicos fuertes —que permitan que se garantice el mantenimiento del “suelo social” para todas las personas—, una fiscalidad progresiva y un gasto público cuya prioridad se oriente al bienestar: sanidad, educación, protección y cuidado de la población (Herrero, 2014b).

Los retos que plantea la sostenibilidad son tanto locales como globales. Esto exige, en muchos casos, ampliar la idea de comunidad para incluir gente que no comparte nuestras opiniones, cultura o tradiciones, y hacer esfuerzos hacia la tolerancia y comprensión de estas diferencias.

La comunidad de la especie humana frente a problemas vitales y mortales comunes exige una política de la humanidad; se basaría en el concepto de Tierra-Patria, que supone la conciencia del destino, la identidad y el origen común de toda la humanidad. La Tierra-Patria, lejos de anular las patrias singulares, las integraría en una gran patria común.

Hemos de aprender a no oponer lo universal a las patrias, sino a vincular de manera concéntrica nuestras patrias familiares, regionales y nacionales, y a integrarlas en el universo concreto de la patria terrenal. La educación ha de contribuir aportando una enseñanza fundamental y universal, centrada en la condición humana, debe enseñar una ética de la comprensión planetaria (Morin, 2001 y 2011).

Impulsar la participación

Cuenta una leyenda persa que, al comienzo de los tiempos, los dioses repartieron la verdad. Entregaron una pequeña parte a cada persona, de tal forma que hiciera falta poner el trozo de cada una para reconstruirla.

La participación permite no solo reconstruir la verdad sino también emprender los cambios necesarios para avanzar hacia la sostenibilidad, porque para que ese proceso sea exitoso y duradero debe estar respaldado por la población implicada.

Esta implicación, además, supone una forma de acción que tiene gran poder educativo, ya que lo que aprendemos es, fundamentalmente, resultado de la participación en contextos significativos. La participación ciudadana en las decisiones y acciones comunitarias no es un lujo, sino.

un imperativo, no solo desde la perspectiva democrática, sino también desde su propia relevancia, eficacia y sostenibilidad.

La noción de participación está íntimamente ligada al ideal de democracia. Pero, para hacerla real, hay que ejercerla, creando canales para que la gente opine y decida sobre los asuntos que le afectan.

Ya en 1972, el Informe de la Comisión Internacional para el desarrollo de la educación, titulado “Aprender a ser”, advertía que la gente tiene más información y conocimientos que en el pasado, pero las riendas del poder, cada vez más, se deslizan fuera de su control real. Su participación en el proceso de toma de decisiones está preñada de obstáculos (Faure et al., 1987).

Participar es mucho más que dar la opinión en un momento determinado, supone tomar parte en las diferentes etapas de un proceso —diseño, desarrollo, evaluación, etc.— y en la toma de decisiones. Participar significa dialogar para comprender y transformar, compartir responsabilidades e involucrarse en acciones conjuntas.

Conlleva un proceso educativo, de aprendizaje, de construcción de conocimiento, de maduración personal y colectiva. Permite “crear las bases de una nueva cultura relacional, una nueva forma de entender nuestro papel en sociedad y, por tanto, una nueva manera de educarnos, desde la práctica cotidiana, desde el aprender haciendo en el cambio de actitudes, de predisposiciones y de valores” (Rebollo, 2007).

No se trata solamente de usar técnicas participativas en un escenario convencional, sino de replantear de forma radical quién promueve y realiza el proceso, quién aprende y quién se beneficia de los hallazgos.

De esta forma, la participación favorece el desarrollo autónomo de la comunidad y los procesos generados pueden ser aprovechados para potenciar la conciencia crítica y la autoestima de la gente, así como para articular el liderazgo y la acción colectiva.

Promover la resiliencia

Por resiliencia se entiende la capacidad de un individuo, o un colectivo, para hacer frente a las adversidades, adaptarse, recuperarse e, incluso, salir de ellas fortalecido.

La resiliencia no es algo que una persona o una comunidad tenga o no tenga, sino que implica una serie de actitudes y habilidades que pueden ser aprendidas y desarrolladas.

Ante el contexto actual, y futuro, de incertidumbre, esta puede ser, sin duda, una estrategia educativa para fortalecer la identidad y los valores de las personas y los grupos sociales frente a las situaciones de crisis.

Ser resilientes significa resistir —es preciso fortalecer las capacidades de las personas para resistir frente a la publicidad consumista, las consignas sectarias o las promesas ilegítimas—, pero va más allá, supone tener capacidad de anticipación, prever las perturbaciones y, cuando llegan, sobreponerse a ellas sin perder la propia identidad. Implica flexibilidad para afrontar los embates que ponen en juego nuestros valores, para saber reorganizarse, para permanecer cambiando (Novo, 2006).

El Grupo de Alto Nivel del Secretario General de las Naciones Unidas sobre la Sostenibilidad Mundial señalaba, en el informe titulado Gente resiliente en un planeta resiliente: un futuro que vale la pena elegir, que para lograr un mundo resiliente se requiere erradicar la pobreza, la desigualdad, el consumo insostenible y la mala gobernanza. Es necesario acabar con la feroz competencia por los recursos, gestionando adecuadamente lo que queda, compartir la responsabilidad de mitigar los efectos del cambio climático y alcanzar un compromiso para resolver las crecientes.

tensiones sociopolíticas sin recurrir a conflictos armados. La civilización depende de que reconozcamos nuestra capacidad para destruir nuestra casa común, y que dediquemos nuestra energía colectiva a lograr una vida digna para todas las comunidades del mundo, respetando los límites del planeta.

Asimismo, reconoce el informe que la educación es un medio eficiente de promover el empoderamiento individual y sacar a generaciones de la pobreza, produciendo beneficios importantes para el desarrollo de las personas jóvenes, especialmente mujeres.

Afirma, asimismo, que las redes de protección y seguridad social son herramientas esenciales para reducir las dificultades durante periodos difíciles, y pueden contribuir decisivamente a fomentar la resiliencia en general en momentos de mayor riesgo (Grupo de Alto Nivel sobre Sostenibilidad Mundial, 2012).

Pensar en términos de resiliencia nos exige transformar nuestras relaciones, entre los seres humanos y con el medio natural. Si queremos superar con éxito las conmociones y sorpresas que el futuro nos depare hemos de invertir en las capacidades de la gente para, entre otras cosas, revertir la metástasis de la pobreza y de la desigualdad (Mazur, 2013). Siguiendo a esta autora, podemos señalar una serie de cualidades que proporcionan resiliencia a los sistemas humanos:
  • Diversidad. Un sistema con componentes diversos presentará un amplio rango de respuestas frente a una perturbación, con lo que disminuye la probabilidad de un fallo repentino
  • Redundancia. Si existen múltiples formas de realizar funciones básicas, es menos probable que un problema en uno de sus componentes provoque un colapso en todo el sistema
  • Modularidad. Los sistemas donde las unidades mantienen cierto grado de autosuficiencia pueden encarar mejor una crisis que las desconecte de redes más amplias
  • Reservas. Contar con recursos de calidad, no solamente económicos, sino también ambientales y humanos —como la salud, la educación, el tejido asociativo, etc.— facilita la superación de las perturbaciones
  • Capital social. El grado de confianza, la calidad de las relaciones sociales y la capacidad de organización, por ejemplo, forman parte del capital social de una comunidad, que le ayudará a enfrentarse a los problemas que pueda sufrir
  • Capacidad de actuación. La capacidad para decidir y poner en práctica las decisiones adoptadas resulta fundamental para adaptarse a los cambios
  • Inclusividad. Las comunidades exitosas involucran a sus miembros en la toma de decisiones, y distribuyen ampliamente el poder y las oportunidades
  • Mecanismos de realimentación. Unos mecanismos de realimentación eficaces permiten detectar rápidamente alteraciones —sobreexplotación de un recurso, por ejemplo— y responder adecuadamente
  • Innovación. En relación con las cualidades anteriores, la innovación permite dar respuestas novedosas a condiciones cambiantes
Sabemos que desarrollar resiliencia no sale gratis, supone sacrificar otras cualidades, como la eficiencia, tan valorada en nuestra economía de mercado. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que a medida que un sistema se hace más eficiente pierde resiliencia, y se hace más vulnerable a las perturbaciones. No suele ser fácil saber cuándo nos acercamos al umbral en el que una alteración puede provocar un colapso del sistema hacia un estado diferente. Se hace necesario, por lo tanto, activar el principio de prudencia.

Reivindicar el bien común

Se preguntaba Konrad Lorenz sobre lo que afecta más gravemente al alma humana en la actualidad, si su pasión ciega por el dinero o su prisa febril. Son, sin duda, dos “productos” del modelo dominante de producción y consumo, que prioriza el lucro de una minoría frente a los procesos comunitarios.

Esto nos lleva a un creciente menosprecio del valor de lo público y lo común para potenciar estrategias privatizadoras. Como señala Slavoj Žižek, vivimos una época que promueve los sueños tecnológicos más delirantes, pero no quiere mantener los servicios públicos más necesarios (Lenore, 2011).

Frente a la extendida idea de “lucha por la vida”, Margulis (2002) defiende que el principal mecanismo de la evolución es la colaboración o simbiosis. La idea de la supervivencia de los mejor dotados se desvanece con la nueva imagen de cooperación, interacción y mutua dependencia entre formas de vida, pues la vida no ocupó la Tierra tras un combate, sino extendiendo una red de colaboraciones. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron cada vez más complejas, integrándose con otras, en vez de hacerlas desaparecer.

También el ser humano depende de la cooperación. La naturaleza le ha dotado, es cierto que no del todo bien, con el aparato instintivo del que puede surgir la cordialidad necesaria para la cooperación (Russell, 2011).

Así ha sido a largo de la evolución humana, la ayuda mutua nos ha hecho más fuertes para resistir las adversidades. Esto nos da una base sólida para plantear alternativas que toman la construcción del bien común como base para la organización social. Podemos hablar, desde esta perspectiva, de la búsqueda del bien común como la dimensión política de la buena vida (Riechmann, 2011).

“La calidad de vida se traduce por el bienestar en sentido existencial no solo en sentido material. Implica la calidad de comunicaciones con el prójimo y participaciones afectivas y afectuosas”.

La política no puede crear lo que es vivido y sentido existencialmente, no puede crear la felicidad. Pero puede, y debe, eliminar las causas públicas de infelicidad (Morin, 2010).

Hardin (1968) en “La tragedia de los comunes” utilizaba una metáfora para plantear el conflicto entre el interés individual y el bien común. Ponía como ejemplo unos prados de uso común para los habitantes de un pueblo.

Si todos los ganaderos ponen más y más animales en los prados comunales, porque no les cuesta nada, al cabo de un tiempo los prados se degradan y los pastos desaparecen. Esta alegoría ha sido utilizada para defender la propiedad privada como forma de gestionar los recursos naturales.

Sin embargo, Elinor Ostrom, coganadora del Premio Nobel de economía en 2009, y sus colegas han demostrado que en el mundo existen multitud de experiencias exitosas de gestión de bienes comunes (Ostrom, 2011), y han identificado ocho principios necesarios para lograr esa buena gestión:
a) identidad fuerte del grupo,
b) equidad en la distribución de costes y beneficios,
c) toma de decisiones consensuadas,
d) seguimiento eficaz del esfuerzo y recompensas,
e) sanciones proporcionales,
f) solución de diferencias rápida y justa,
g) autonomía suficiente cuando el grupo forma parte de un sistema mayor, y
h) coordinación adecuada entre grupos.

Hoy en día, dentro del concepto de bien común, además de los bienes públicos o comunes tradicionales, hemos de incluir aspectos como el clima, porque el bienestar.

de todos los seres humanos depende de él. De hecho, lo común no es solo un recurso, es la existencia y la búsqueda de bienestar, individual y colectivo. Así, hoy en día encontramos innumerables iniciativas que intentan profundizar en la democracia y en la sostenibilidad de nuestras prácticas y valores potenciando lo común (Calle, 2014).

Ejemplos de ello son: la creación de conocimiento compartido en Internet, los cuidados, las luchas sociales por el control social y comunitario del agua o de los montes, la experimentación de formas de producción y consumo cooperativas y de carácter local, el desarrollo de espacios sociales destinados a la autogestión o las propuestas de gestión compartida en materia de salud o educación por parte de las comunidades beneficiarias de estos servicios, etc.

La propuesta de los bienes comunes es, en definitiva, un potente paradigma para la defensa de la naturaleza, la vida, las personas y la construcción de otra economía y otras formas de vida y de sociedad (Aristizábal, 2014).
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Notas:
  1. Hemos tratado este tema en Las alas de la oruga. Capacitarnos para la sostenibilidad Accesible en https://www.kobo.com/es/en/ebook/las-alas- de-la- oruga
  2. Para el ámbito escolar, hemos abordado este tema en Viaje a la sostenibilidad. Una propuesta para la escuela, Los libros de la Catarata, 2010.

Fuente: http://vinculando.org/sociedadcivil/retos-para-un-futuro-sostenible.html

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DESCUBRIERON QUE LA TIERRA PODRÍA PATIRSE EN DOS

Científicos descubrieron que la Tierra podría partirse en dos mitades: dónde sucedería Investigadores de la Fundación Nacional de Ciencias llevaron adelante un estudio de un potencial evento que ocurriría en el planeta; todos los detalles 21 de abril de 202412:48 Científicos descubrieron que la Tierra podría partirse en dos mitades: dónde sucederíaUnsplash Un nuevo fenómeno alertó a la comunidad científica luego de que se diera a conocer que, según una investigación, el planeta Tierra se podría partir en dos. Se trata de las placas tectónicas que dividen Asia y que generaron conmoción porque podría producirse en ellas una ruptura en la zona continental. Un grupo de científicos de la Fundación Nacional de Ciencias llevó adelante una investigación de un evento que podría ocurrir en la Tierra dentro de algunos años. Esto sería producto del constante movimiento del planeta debido a la litosfera y los desastres naturales cada vez más frecuentes, como terremotos, tsunamis y erupciones volcán

LA MUERTE ESTARÍA PROGRAMADA POR NUESTRO RELOJ BIOLÓGICO

La muerte estaría programada por nuestro reloj biológico, según unos científicos de Harvard La ciencia ha entregado evidencia de que nuestro ritmo biológico podría influir en el momento final de nuestras vidas. Las variantes genéticas sugieren una conexión entre nuestro reloj biológico y el fallecimiento. El concepto de “reloj biológico” se usa para describir los ciclos internos de nuestro cuerpo que regulan el sueño, la vigilia y otros procesos fisiológicos. Gabriela Aceitón Cortés Meteored Chile 21/04/2024 20:005 La naturaleza nos presenta una sinfonía de ciclos y patrones, y entre ellos, uno de los más intrigantes es nuestro reloj biológico. Según la ciencia, este no solo determina cuándo nos despertamos y dormimos, sino que también influye en el momento de nuestro último suspiro. Según una investigación de la facultad de medicina de Harvard, en Estados Unidos publicada en 2012, existe una variante genética común que no solo influye en si eres madrugador o noctámbulo –por ejemplo–,

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DE GALILEO A NEWTON, ASÍ FUE LA MAYOR REVOLUCIÓN CIENTÍFICA DE LA HISTORIA

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Dejar de creer que la tierra y el ser humano se encontraba en el centro de todo no fue tarea fácil.…

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