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LECCIONES QUE DEBEN SER REPASADAS EN EL CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE


Centenario de la Revolución bolchevique: lecciones que deben ser repasadas

Alfonso Hernández


Este siete de noviembre (25 de octubre en el antiguo calendario) se celebra el centenario de la Revolución Bolchevique, en la cual los obreros, campesinos y soldados tomaron el poder en Rusia y, por primera vez en la historia, lograron consolidar un Estado bajo su mando y producir cambios profundos en la sociedad, de modo que los humildes tuvieron la primacía y les pusieron coto a los abusos de los magnates. Ya antes, en la Comuna de París, los asalariados habían intentado derribar la dictadura de los opresores y establecer un gobierno proletario, pero esta hazaña duró poco tiempo y sucumbió —no sin dejar fructíferas lecciones a los futuros luchadores— ante el embate de las burguesías francesa y alemana, quienes se hacían la guerra, pero se coligaron para castigar la osadía de las gentes laboriosas. La influencia de los bolcheviques dejó profunda huella en todos los acontecimientos del siglo XX y hoy continúa sintiéndose su prestigio, ya en el aborrecimiento de los enemigos de los pueblos, ya en la admiración de los amantes del progreso y de los oprimidos conocedores de este acontecer.

Pero el aniversario no recibe la atención que acaparan otros de menor envergadura histórica. Los medios de comunicación omnipresentes, gran parte de la academia e incluso muchos de los partidos que en un tiempo se proclamaron afines a los ideales leninistas optan por ignorar la fecha, omitir toda mención a los sucesos de entonces y eludir el debate acerca de sus causas y consecuencias, logros y dificultades. Si bien esta conjura del silencio puede mantener a mucha gente sumida en las tinieblas, se trata de una maniobra de corto alcance, ya que el análisis de cualquier acaecimiento posterior a octubre de 1917 —la Segunda Guerra Mundial, la descolonización, las conquistas sociales o los avances tecnológicos y científicos— desbarata las chapucerías de los afanosos pero miopes sepultureros de tan magno suceso. Estos acuden, entonces, de manera febril, y contradictoria, a la difamación; se debaten así, entre negarle toda importancia o reconocérsela, pero atribuyéndole la máxima perversidad de que son capaces los seres humanos. Sostienen que todo fue un desatino y que el Estado democrático de los obreros y campesinos constituye un acto contra natura, ya que afirman que solo el capital tiene la sapiencia para regir los destinos de los hombres; que el colectivismo es un imposible, pues, aseguran, la especie es, primero que todo, y abrumadora e insuperablemente, individualista, egoísta. En síntesis, se obstinan en declarar que la "democracia liberal", o "Estado de derecho" capitalista, con todo y la miseria de las mayorías, es el culmen del humanitarismo, de la libertad, del bienestar. 

Detrás de todos estos intentos se ve cómo la burguesía y sus contritos hijos pródigos se llenan de pavor ante la sola mención del bolchevismo, puesto que saben que el ejemplo de la Rusia bolchevique les infunde coraje a los esquilmados y los dota de unas herramientas para alcanzar la libertad y sacarse de encima a quienes los parasitan. Las principales de sus enseñanzas cobran creciente vigencia y han de ser juiciosamente repasadas por quienes anhelan cambiar la agobiante situación actual.

La revolución de octubre fue posible, entre otros factores, porque existía un partido que sometía todas las ideas, concepciones y programas políticos o económicos al más riguroso análisis de clase; es decir, desentrañaba qué clase social se beneficiaba o perjudicaba con cada uno de ellos. Los bolcheviques siempre defendieron resueltamente los intereses de los obreros y de los campesinos pobres, y desenmascararon todo aquello que les fuese nocivo. El partido educaba no solo a estos sectores sino también a los intelectuales en esa línea de principios. Así construyó toda una teoría sobre Rusia y sobre el conjunto de la situación mundial. Sostuvo Lenin que sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario. La batalla ideológica no se limitaba, pues, a las reivindicaciones salariales o a las denuncias de uno que otro atropello o acto de corrupción del régimen o a un discurso en la Duma, sino que estas actividades eran componentes de la lucha general contra la opresión y el despojo. Con esa mira se batalló por la independencia ideológica, política y organizativa de los obreros, incluso en el periodo en que los objetivos consistían en alcanzar derechos y progresos de tipo democrático burgués. Esa claridad de pensamiento de los trabajadores es del todo intolerable para los capitalistas, pues su dominio solo es factible sobre la base del engaño; este es requisito también para el mangoneo por parte de los mandaderos del poder incrustados en el movimiento popular.

Cuando se pierde la conciencia de clase, las gentes quedan a merced de sus peores enemigos: en los Estados Unidos numerosos trabajadores, cansados de las perjudiciales políticas de los bush, los clinton y los obama, decidieron apoyar a Trump, con el argumento de que si este negociante inmobiliario había sido tan astuto para enriquecerse, podría utilizar esa habilidad para beneficiar a las mayorías. Otros respaldaron a Clinton y a Obama dizque para contrarrestar a la derecha republicana y dar lugar a políticas más favorables a la población. No se trata de personas tontas, sino de que, al perder la brújula para orientarse en las luchas sociales, toman los atajos más inconvenientes, actúan a la ciega, caen en las trampas que se les tienden por doquier. Despropósitos semejantes se cometen en todos los rincones de la tierra y agudizan día por día la esclavitud de las gentes, la arrogancia de los de arriba. 

En Colombia el espectáculo es de igual manera abominable. Mientras que los gobiernos, obedeciendo las órdenes de los financistas internacionales y de los grupos monopólicos nacionales, proceden de manera cada vez más despiadada contra el conjunto de la población, el grueso de los jefes de los partidos originariamente marxistas buscan a toda costa embrollar la cabeza de la gente asegurándole que magnates y desposeídos, todos, todos, vamos en el mismo barco y nos corresponde juntar esfuerzos para que no se hunda: en vez de la lucha contra los tiranos, pregonan la colaboración con ellos; en vez de denunciar las artimañas, se prestan a hacerlas más efectivas. Entre estos colaboracionistas hay unos que anuncian el advenimiento inminente de la paz y el amor y otros que prometen el fin de la corrupción, el cese del maltrato, el alivio de la desigualdad y el incremento de la producción de la riqueza en beneficio general. Estos exleninistas les prometen angustiosamente a los burgueses y terratenientes que, si les brindan la oportunidad de presidir el Estado, no van a nacionalizar nada; esto es, que en manos de los autoproclamados adversarios de la privatización neoliberal todas las empresas, bancos, y demás instituciones y servicios de propiedad pública que fueron transferidos a los oligarcas y a otros aprovechadores se mantendrán lucrando a sus nuevos propietarios. Los latifundistas y consorcios mineros continuarán imperturbados, los lesivos pactos internacionales se acatarán y solo se solicitará una renegociación amistosa. La estabilidad fiscal —que significa altos impuestos para la población, desmirriado gasto en salud, educación y vías, para abonar a la onerosa deuda externa— no se pondrá en riesgo. La Constitución neoliberal permanecerá intocada y se convocará el respaldo general a las Fuerzas Armadas y de Policía, sostén del régimen. En conclusión, todo seguirá igual en lo atinente al poder económico e institucional, —y, por tanto, a la supremacía política que eso implica—. Solo se requiere cambiar a los partidos y personajes al mando del Estado. Que algo cambie para que todo siga igual; que ya no sean los mismos con las mismas, sino otros con las mismas. Esta es la oposición, tan "radical" como leal a su majestad.

Según ese discurso embaucador, tan pronto los voltearepas del Polo ocupen los cargos del Ejecutivo, los enormes hacendados prosperarán sin despojar a los campesinos; los capitalistas engordarán sus bolsillos pero serán magnánimos con los obreros; los indígenas y las comunidades negras no serán más agredidas; el imperialismo accederá de buena gana a cesar el espolio. Las transnacionales y grupos oligopólicos ya no comprarán a magistrados ni a políticos —pues estos no serán los mismos sino otros (como sucedió en la Alcaldía polista de Bogotá)—. Parlamentarios y jueces dejarán de venderse. ¡Todo un “gana gana”! Tales promesas tienen menos fundamento que el que tenían las pirámides de David Murcia Guzmán. No es de extrañar que conglomerados como el de Ardila Lulle y compañía, Santodomingo y el Grupo Empresarial Antioqueño aúpen mediante espacios en sus medios de comunicación u otros favores a esta clase de arribistas, quienes pueden hacer carrera y engrupir a los líderes de las organizaciones populares con tamañas necedades debido al abatimiento ideológico que hoy se vive. Hechos que nos demuestran que la tarea más urgente y la lección bolchevique de más apremiante repaso consiste en desarrollar resueltamente la lucha ideológica contra todas las teorías con las que se ofuscan las mentes y se paralizan, corrompen o desvían las luchas. 

Fue gracias a la claridad de pensamiento y a la férrea voluntad de atenerse a los principios que los bolcheviques pusieron en evidencia los verdaderos intereses que se beneficiaban con la guerra que tuvo sus comienzos en al año de 1914. El zarismo, los terratenientes y la gran burguesía, en colusión con los ingleses y franceses acaudalados, habían llevado a Rusia a la contienda de rapiña contra Alemania y Austria-Hungría, con lo que la situación crítica de la atrasada Rusia se convirtió en calamidad. Mientras que casi todos los partidos socialdemócratas (como se denominaba a las organizaciones marxistas de la época)se sumaron a los capitalistas de sus propias naciones y llamaron a los obreros a guerrear contra sus hermanos de otros países en provecho de los ricachos connacionales, Lenin no temió al aislamiento, levantó su resuelta voz solitaria contra el tropel de quienes claudicaban y rompió con la Segunda Internacional de partidos "marxistas"; llamó a convertir la guerra imperialista en guerra civil contra la autocracia y sus cómplices, poniendo así en primer lugar la fraternidad internacional de los trabajadores y desenmascarando cómo el capital escondía sus desaforados apetitos tras la bandera nacionalista. Gracias a estas enseñanzas, obreros, campesinos y soldados pudieron desechar las trapisondas. 

Esta lección cobra plena vigencia hoy cuando los Estados Unidos están cocinando una nueva y mucho más devastadora conflagración mundial. Hostilizan a Rusia para reducirla a la impotencia; la enemistan con Ucrania, Polonia, los países Bálticos; en síntesis, con todas las naciones asentadas en su flanco occidental; fomentan los motines en el Cáucaso y Asia Central y golpean a los gobiernos amigos de Rusia en el Medio Oriente, como Siria, Libia e Irán. Le imponen sanciones económicas al gobierno de Putin y alebrestan a sus enemigos usando oenegés financiadas por especuladores gringos y por el gobierno de Estados Unidos. Siembran de misiles y concentran tropas en todos los territorios adyacentes. A la vez, la vapuleada Rusia procura recuperar parte de su antigua influencia en las regiones con las que colinda y sueña con alcanzar estatus de superpotencia, de imperio, otra vez.

Los Estados Unidos movilizan portaaviones y toda clase de fuerzas navales para acordonar a China, restringirle y hacerle incierta su comunicación marítima vital; atizan en ella las diferencias étnicas y regionales, para frenarle su desarrollo y empantanarla en reyertas intestinas. Fomentan el militarismo japonés y todo tipo de alianzas contra China y la acusan de provocar los descalabros económicos y financieros de los Estados Unidos. Por su parte China se afana por convertirse en la primera potencia del mundo y garantizar su acceso a los mercados mineros, energéticos, industriales, agrícolas y laborales de Asia y África, Europa y el Medio Oriente; se arma con celeridad y se prepara para un conflicto de colosales proporciones.

Los Estados Unidos atizan las guerras en el Medio Oriente, se alarman por el desarrollo alemán, quieren a Europa unida para contrarrestar a Rusia, pero sin mayor fuerza para que no rivalice con ellos. La carrera armamentista retoma velocidad y los arsenales se modernizan y refinan. Los pulpos financieros imponen condiciones cada vez más onerosas a las diferentes naciones y ya ni siquiera los tratados comerciales más lesivos satisfacen las apetencias de los imperialistas norteamericanos; las crisis económicas y financieras se hacen más recurrentes y devastadoras. Entre tanto, la mayoría de los partidos de la izquierda dan la espalda a los desenvolvimientos de la situación internacional, porque desenmarañar cuáles son las ambiciones en pugna y los peligros que se ciernen, si bien educa a los pueblos y les permite entender de manera más precisa no solo el acontecer internacional, sino también los sucesos nacionales, no reporta votos y puede enajenarles a los izquierdistas domesticados la benevolencia de la recelosa burguesía objeto de sus coqueteos. 

Los bolcheviques combatieron toda discriminación contra los judíos o los pueblos asiáticos y vivificaron la hermandad entre las distintas nacionalidades, enfocando todo su ataque únicamente en las clases expoliadoras y en las potencias imperialistas. Hoy, a medida que los ideólogos de la reacción logran engatusar las mentes de las mayorías, las tendencias xenófobas toman fuerza, se culpa al extranjero desarraigado de la baja de salarios, del desempleo, del deterioro de la seguridad social, hechos provocados por los grandes capitalistas para incrementar sus utilidades; las mentes de las personas se ofuscan y son fácilmente manipulables por sus enemigos de clase; el odio al extranjero constituye punto de partida para justificar la agresión a otras naciones. Parece ser una ley que cuando la lucha y la conciencia de clase retroceden, avanzan los odios a otras razas, etnias o naciones, junto con los fanatismos religiosos. Recuperar el espíritu internacionalista de los bolcheviques es una de las tareas más prioritarias, antes de que las masas se vean envueltas en las llamas sin descifrar quiénes son los culpables y qué propósitos persiguen. 


Se ha afirmado que la revolución bolchevique no fue tal, y que no fue obrera, pues dizque el partido había suplantado a la clase de los proletarios; que se trató apenas de ¡un golpe de Estado! Meras falsedades. Según E. H. Carr, el partido bolchevique contaba con unos veintitrés mil militantes en febrero del 17 y con poco más de cien mil en octubre. Una agrupación tan poco numerosa solo podía tomar el poder gracias a la claridad, valor y resolución de sus cuadros, pero también al apoyo consciente de las masas. Todos los hechos posteriores demuestran esta aseveración. En la primavera de 1918, pocos meses después de la toma del palacio de Invierno por los insurrectos, tuvo comienzo la más violenta arremetida de las naciones burguesas para aplastar el bolchevismo; movilizaron en conjunto más de 200 mil hombres para agredir al pueblo ruso. Las tropas anglofrancesas desembarcaron en el norte de Rusia, y ocuparon Arjanguelsk y Murmansk y prestaron, además, todo tipo de apoyo a los guardias blancos [1] sublevados contra el poder revolucionario, quienes instauraron el "Gobierno del Norte de Rusia". Las huestes japonesas desembarcaron en Vladivostok, disolvieron los Soviets y también asistieron de todas las formas posibles a los facinerosos guardias blancos, quienes restauraron el régimen burgués en la región. En el Cáucaso del Norte, los generales reaccionarios Kornilov, Alexeiev y Denikin, con el patrocinio de las fuerzas inglesas y francesas organizaron un ejército blanco y solevaron a los cosacos ricos. En la región del Don, los generales Krasnov y Mármontov, apoyados por el imperialismo alemán, desencadenaron la sublevación de los cosacos y ocuparon la región bañada por ese río. Las tropas inglesas y francesas patrocinaron el amotinamiento del cuerpo del ejército checo-eslovaco. Con ese aliento se soliviantaron los Kulaks del Volga y de Siberia. A estos desórdenes antisoviéticos cooperaron los socialistas revolucionarios [2]. Por su parte, los alemanes, que le habían impuesto un tratado lesivo a Rusia, le separaron a Ucrania, a la que invadieron y también movilizaron fuerzas y escindieron a la Transcaucasia; desplegaron efectivos con los turcos en Tiflis y en Bakú. A varias de las agresiones se sumaron los Estados Unidos. 

Los campeones de la democracia y de los derechos, de la libre determinación de los pueblos, las potencias capitalistas, demostraban con esas agresiones que las libertades que decían abanderar no abarcaban la potestad de los proletarios a gobernar y a poner fin a la explotación del trabajo asalariado, reivindicación que figuraba en el programa bolchevique. Decidieron, por ello, ahogar en sangre la osadía del proletariado. Ese pueblo, arruinado por los años de guerra en la que el zar lo había embarcado, hubo de enfrentar la invasión concertada de todos los imperios de entonces. Pensaban los capitalistas que derrocarían fácilmente a los bolcheviques. Pero estos, guiados por Lenin, se pusieron a la cabeza de los obreros, campesinos y soldados y rechazaron la agresión extranjera que privaba de alimentos y recursos a la Rusia, saboteaba la producción y la reducía a escombros. Ya en 1920 había en pie un Ejército Rojo de más de cinco millones de hombres, que habían comenzado sin ninguna experiencia militar y llegaron a vencer una a una las fuerzas de invasión, cuyos ejércitos estaban bien entrenados y disponían de los pertrechos más modernos y letales de la época; ni siquiera acontecimientos tan dicientes como estos desaniman a los tergiversadores de la historia, quienes persisten en afirmar que octubre del 17 no fue más que un golpe de mano, carente de respaldo popular. Por el contrario, lo que queda en evidencia es que las masas, cuando cuentan con una dirección correcta y las mueve la comprensión de lo que está en juego, son capaces de realizar las más grandes hazañas históricas. Nada de esto hubiera sido posible sin una educación concienzuda de las clases explotadas, punto en el que toda insistencia es insuficiente.

Se ataca a la Revolución rusa acusándola de sanguinaria, brutal, de no respetar los derechos humanos, etc. Lo cierto es que los bolcheviques hicieron todo lo posible por llevar a cabo las transformaciones de la manera más incruenta: al tomar el palacio de Invierno, el 25 de octubre (7 de noviembre en el nuevo calendario) no hubo derramamiento de sangre, a pesar de que la burguesía había procedido de la manera más brutal contra las manifestaciones populares precedentes y había preparado golpes como el de Kornilov, que pretendían yugular el movimiento. El zarismo y las Centurias Negras [3] habían asesinado a numerosos luchadores, tanto en los campos como en las ciudades. No obstante, los bolcheviques evitaron al máximo la violencia, al punto de que ponían en libertad a los jefes de las tropas reaccionarias levantadas contra el poder soviético con la mera promesa de no incurrir de nuevo en actos criminales contra el pueblo. Sin embargo, una vez salían de prisión, se dedicaban de nuevo al bandolerismo. Visto lo cual, la jefatura del Partido Bolchevique comprendió que a cada indulgencia con los contrarrevolucionarios le seguía una nueva cadena de asesinatos de dirigentes obreros y campesinos y mayor hambre y desorganización provocadas por el sabotaje que impedía el abastecimiento. Decidió, entonces, tratar como mano dura a los malhechores a sueldo del capital, tanto ruso como de las otras metrópolis.

De igual manera tuvo que obrar con los campesinos ricos que retenían el grano indispensable para alimentar a las ciudades y al ejército que repelía la agresión foránea. Se le condena por una de sus más ejemplares acciones: procedió, finalmente, sin contemplaciones contra acaparadores y especuladores, que pretendían cercar a la revolución por hambre y enriquecerse causando la ruina del pueblo. Virtud que hay que resaltar en esta época en la cual los agiotistas de Wall Street y sus socios en otras partes del mundo mantienen los países, las industrias, a las personas rehenes de sus chantajes financieros. Provocan quiebras e imponen reformas tributarias, fiscales, de la legislación de trabajo, educativas, de salud, de pensiones; siempre en desmedro de las condiciones de vida de la inmensa mayoría, siempre para acrecentar el lucro de los más grandes bancos y fondos de capital ¡Cuánto se echa de ver la falta de un gran levantamiento popular y de unos jefes como los bolcheviques que le pongan freno al incontrolado atropello de los tiburones financieros! Pero los Estados, empezando por el yanqui, acuden a toda prisa a sacar con el dinero público a los banqueros de las encrucijadas a las que los ha llevado su propio aventurerismo especulativo. Por su parte, los alzafuelles, en vez de educar con esas duras lecciones de la experiencia, como hacían los bolcheviques, peroran sobre el respeto a la sacrosanta propiedad privada.


Al tiempo que defendía el suelo de Rusia, la Revolución impulsó el restablecimiento de la industria, con control obrero y propiedad estatal de todas las factorías claves, y los transportes y comunicaciones; comenzó la planificación de la economía y dio impulso a la electrificación. El motor de semejantes avances no fue otro que el esfuerzo prodigioso de las mayorías que entendieron que se trataba de proteger su propio Estado. Derrotados los facinerosos y sus patrocinadores imperialistas, el gobierno soviético se consagró a desarrollar la industria pesada, faena en la que obtuvo frutos prontos. Lo logró en medio del aislamiento internacional y sin contar con inversión extranjera, caso único aparte del inglés, hasta ese momento. La diferencia consiste en que Inglaterra controlaba casi totalmente el mercado del mundo para los productos de sus factorías; de ese modo, y con la explotación brutal de la mano de obra de hombres, mujeres y niños, pudo acumular las masas ingentes de capital requeridas para tal objeto. La Rusia soviética no disponía sino de su mercado interno, bastante estrecho por los factores ya señalados, y se rehusaba a la explotación de la mano de obra. Pero tenía una ventaja estratégica: cada gota de sudor, cada esfuerzo muscular y mental de los proletarios redundaba en un mayor bienestar y en el progreso nacional; no había lugar para el agiotaje o el despilfarro de la plusvalía en lujos. Por tal razón, los obreros se ofrecían a laborar gratuitamente los sábados —sábados comunistas se les denominó— e incrementaron la disciplina y la productividad voluntariamente y con entusiasmo. El Estado premió y exaltó a quienes se destacaban en la producción; esta se afrontó con la misma enjundia con la que se habían librado la Revolución y la Guerra Civil. También, gracias a esto, consiguió establecer la industria productora de equipos con las más avanzadas técnicas del momento y se constituyó en la segunda potencia industrial, y en varios campos de la tecnología llegó a ser pionera. Sin la participación consciente, organizada y disciplinada del pueblo ruso tal hazaña tampoco hubiera sido posible.

Ya en el año de 1929 se puso en marcha el primer plan quinquenal, cuyas metas fueron superadas de manera temprana. Igual ocurrió con los subsiguientes, con lo que la Unión Soviética dio un ejemplo a otros Estados, que no tardaron en utilizar la planificación económica, pero sobre bases capitalistas, no socialistas, lo que, entre otras cosas, restringía su alcance. Cierto que la planificación económica no fue invento de los bolcheviques, pero estos la llevaron a su estadio más avanzado y fructífero.

No obstante esos grandes avances, el campo no proveía con suficiencia las materias primas y alimentos que se requerían: a las pequeñas parcelas campesinas poco les quedaba para enviar al mercado después del consumo propio; las explotaciones mayores tampoco suministraban las cantidades bastantes porque los campesinos ricos querían imponer precios que atentaban contra el desarrollo industrial y el consumo de la población. Además, como herencia del zarismo y la aristocracia, la producción agraria se mantenía en un atraso tremendo. El dilema consistía en permitir la reversión al capitalismo accediendo al chantaje de los Kulaks o continuar el avance socialista hasta cubrir también los renglones agropecuarios. Como respuesta a la encrucijada, se organizaron cooperativas agrarias —koljoses— que brincaron del arado de madera al tractor. Constituían una salida para las masas del campesinado pobre, pero representaban un desafío para los ricos del campo, quienes emprendieron el camino del sabotaje y del acto terrorista para impedir la cooperativización. De nuevo, el Partido se vio precisado a movilizar a los obreros y a los campesinos pobres y medios para garantizar el desarrollo productivo y la consolidación del socialismo. Fue necesario eliminar a los Kulaks como clase social colectivizando la producción agrícola y estableciendo grandes empresas agropecuarias del Estado, sovjoses. Si los bolcheviques hubieran contemporizado con las teorías reaccionarias de fomentar la convivencia armoniosa de latifundistas, campesinos ricos, medios y pobres, en vez de liberar a los últimos, habrían apuntalado la explotación; en vez de construir una nación socialista próspera, hubieran mantenido una republiqueta capitalista rezagada. Llama la atención que sean quienes arruinan a las masas de campesinos e indígenas y mantienen escuadrones de sicarios para despojarlos de sus parcelas o los acribillan echando mano de las "fuerzas del orden" los más alharaquientos sobre el supuesto maltrato de los Soviets a la población agraria. En todo este empuje por el progreso económico y social, el Partido se vio en la necesidad de refutar distintas teorías que pretendían que Rusia debía limitarse a la producción agropecuaria y, si mucho, a la industria ligera, y aconsejaban importar la maquinaria pesada, incluidos los tractores. También hubo quienes abogaron por permitir que los campesinos ricos acumularan más y más capital, explotaran a los jornaleros e impidieran la colectivización. 

Echando abajo estas concepciones fue como la Unión Soviética logró acabar el paro forzoso, el analfabetismo, garantizar la salud, la vivienda, la educación a todos los habitantes de esa, la patria de los proletarios. La enseñanza secundaria se universalizó y un gran porcentaje de la población accedió a la superior, que alcanzó un nivel científico y técnico de primer orden.

La revolución bolchevique le imprimió un poderoso empuje al movimiento obrero internacional; su ejemplo y conquistas determinaron que amplios sectores proletarios radicalizaran sus luchas y, por el temor que infundió entre los capitalistas, las condiciones de trabajo y los salarios mejoraron en muchos países. La Tercera Internacional Comunista desempeñó un papel de primera importancia en el propósito de coordinar la brega proletaria a nivel mundial. Buena parte de las garantías conquistadas en el periodo del llamado Estado de bienestar fueron el fruto de la pelea obrera de cada país y de las conquistas sociales de la URSS. A la vez, los imperialistas acudieron al asesinato, a la implantación de regímenes dictatoriales, principalmente en las naciones sojuzgadas, aunque también en varias de las potencias industriales, para cerrarle el paso al avance del movimiento proletario. De la misma manera, los potentados se dedicaron a comprar a los dirigentes sindicales, a construir y financiar centrales patronalistas y enemigas del socialismo y ganaron maestría en el arte de cebar a partidos de quintacolumnistas en el movimiento obrero. 

Muchos de los pueblos de los países coloniales se pusieron en pie contra el dominio imperialista: Lenin había planteado como una de las tareas prioritarias de la clase de los asalariados respaldar las luchas de independencia de las naciones sometidas. Gesta que alcanzó su máximo desarrollo después de la Segunda Guerra Mundial. 

Muchas de las naciones rezagadas comprendieron, gracias al ejemplo soviético, que la industrialización no era imposible para ellas, sino que la podrían alcanzar siempre y cuando no limitaran su desarrollo a los dictados de las metrópolis. Con el apoyo resuelto de la Unión Soviética, después de la Segunda Guerra Mundial, varios países de la postergada Europa Oriental adelantaron drásticas reformas agrarias, que liquidaron el dominio de la nobleza terrateniente y libertaron a los campesinos de tan aborrecible yugo. También países como Checoslovaquia, Hungría y demás dieron un fuerte impulso al desenvolvimiento de las manufacturas. La República Popular China constituyó otro gran avance del socialismo y de la libertad de los países sometidos al yugo imperialista. Baste con esta ligera mención, ya que tales gestas exceden con mucho los propósitos de este artículo. 

El afanoso desarrollo industrial y agrícola, el auge del socialismo y el alto nivel de conciencia colectivista del pueblo soviético le permitieron afrontar con éxito, aunque no sin ingentes sacrificios, otro enorme reto histórico: la derrota del fascismo alemán. Este, en cumplimiento de sus planes de dominio global, había ocupado rápidamente y sin enfrentar mayor resistencia a Polonia, Francia (la poderosa República se rindió en apenas siete semanas de combates), Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda y Checoslovaquia, y se había robustecido económica y militarmente con las fuentes de materias primas, la mano de obra y los arsenales de los países agredidos. Considerando que había alcanzado la fortaleza suficiente, el 22 de junio de 1941, alrededor de las cuatro de la madrugada, el ejército alemán comenzó el ataque a la URSS a lo largo de toda la frontera occidental. Las elites de todos los países capitalistas se hacían ilusiones de que los nazis arrasarían de la faz de la tierra el socialismo; se alegraban ante esa perspectiva, pero les preocupaba que Alemania los derrotara a ellos también. Por eso jugaron a que las dos se destruyeran. Las fechas hablan por sí solas: como ya se acaba de señalar, la URSS fue atacada el 22 de junio de 1941, el tan mencionado Desembarco en Normandía, en el que participaron por primera vez fuerzas de los Estados Unidos en el teatro europeo (aparte de una incursión en Sicilia, el diez de julio de 1943, que continuó con otra sin éxito en Italia) ocurrió el 6 de junio de 1944, tres años después del comienzo del ataque a la Unión Soviética. Ya el doce de enero de 1945 las tropas soviéticas entraron a territorio alemán; el 16 de abril iniciaron el ataque a Berlín e hicieron rendir a las fuerzas fascistas el dos de mayo del mismo año. Como se puede ver, la Unión Soviética llevó con mucho la carga principal de vapulear a las hordas nazis, con lo que prestó un servicio invaluable a toda la humanidad.


Lo logró con un enorme sacrificio. Aunque el gobierno rojo, bajo la dirección de Stalin, había llevado a cabo enormes esfuerzos para prepararse ante la inminente acometida y había echado mano de maniobras diplomáticas para ganar tiempo, la superioridad de las huestes alemanas era muy considerable, y los agresores pudieron propinar inicialmente severos golpes a las tropas soviéticas. No obstante, el Partido Bolchevique y el Estado soviético llamaron a todo el pueblo ruso a levantarse contra la bota hitleriana. Esta encontró una resistencia cada día más encarnizada: los militares daban muestras de arrojo, hasta el punto de que los pilotos cuando quedaban sin munición estrellaban las aeronaves contra las alemanas o las lanzaban contra las columnas de tierra de los invasores. En las regiones ocupadas, las gentes organizaban destacamentos guerrilleros que hostigaban sin cesar a los enemigos y destruían todo lo que quedara atrás y pudiera ser utilizado por ellos. Entre las muchas hazañas reputadas como imposibles, los soviéticos desmontaron ciudades industriales completas para impedir que fueran capturadas por el enemigo, las trasladaron rápidamente al oriente, a Siberia y a los Urales, a miles de kilómetros de distancia, y en el curso de pocos meses las pusieron a producir de nuevo para alimentar y proveer de suministros a quienes batallaban en el frente. A marchas forzadas, los habitantes de las zonas orientales desplegaban iniciativas audaces para alojar a millones de personas que se desplazaban y, viviendo casi a la intemperie, los obreros e ingenieros instalaron en los nuevos emplazamientos las fábricas e instituciones. Otra vez, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas logró una hazaña histórica partiendo de condiciones de enorme desventaja, todo gracias a la movilización consciente de los trabajadores y a la dirección lúcida del Partido Comunista y de su secretario general, José Stalin.

Una de las batallas clave fue la de Stalingrado, hoy Volgogrado, ciudad que fue atacada con virulencia por los germanos el 23 de agosto de 1942; más de dos millones de personas sacrificaron la vida pero no permitieron a las tropas de Hitler controlar plenamente esa urbe, y el dos de febrero de 1943, las heroicas fuerzas soviéticas rindieron al 6° Ejército alemán, de cientos de miles de hombres. Fue la primera derrota estratégica del hitlerismo; en adelante la guerra ocurrió bajo la iniciativa de las huestes rojas.


Con el nombre de Gran Guerra Patria denominaron los soviéticos esta gesta. En ella la participación femenina fue decisiva, incluso las niñas afirmaban falsamente ser mayores de edad para evitar que las oficinas de reclutamiento se negaran a incorporarlas al Ejército. Las mujeres lucharon con valor en el frente, fueron aguerridas combatientes de las guerrillas que hostilizaban la retaguardia enemiga, se esforzaron hasta el agotamiento en las fábricas para garantizar los pertrechos y alimentos; trabajaron con denuedo en los hospitales de guerra y se emplearon a fondo para educar a los niños, en las condiciones terribles del conflicto bélico. Ofrendaron su sangre y cada minuto de su vida para impedir la esclavización de su patria, de sus hijos, de sus compañeros. Tal vez no haya habido en la historia otro momento en el cual las mujeres hayan dado pruebas de mayor capacidad, heroísmo, y espíritu de sacrificio. Demostraron lo más elevado de sus virtudes. Pero hasta esto ha querido trivializarse. La premio Nobel de Literatura de 2015, escribió un libro titulado La guerra no tiene rostro de mujer, afirmación que basa en el hecho de que en el frente de batalla —que carecía incluso de analgésicos para hacer las amputaciones— no hubiera perfumes, zapatos de tacón o pintalabios. Verificación de cómo la burguesía y sus escritores valoran a las mujeres como meras gatitas de pasarela; a lo Melania Trump, adornos del macho.

Ya que hemos mencionado los escritos de Svetlana Alexiévich, echemos mano de una frase suya y otra de una de sus entrevistadas, para que nos ayuden a comprender cómo fueron posibles tan impensables proezas como las que llevó a cabo el pueblo ruso. Así caracteriza Alexiévich a la gente educada en la concepción comunista del mundo: 

(Eran) Personas incapaces de sustraerse a la historia con mayúsculas, de despegarse de ella, de ser felices de otra manera. Personas incapaces de abrazar el individualismo de hoy, cuando lo particular ha terminado ocupando el lugar de lo universal.

Y la entrevistada:

¡Sí, sí! Morir era nuestro sueño más elevado. Sacrificarnos, darlo todo. El juramento que hacíamos al ingresar en el Komsomol [4] lo decía: "Estoy dispuesta a dar mi vida, si la necesita mi pueblo". Y no eran meras palabras, no. ¡Nos habían educado en ese espíritu! (Pág. 127).

Completamente cierto: los asombrosos progresos logrados por la Unión Soviética y sus aportes colosales y generosos a la humanidad solo fueron posibles gracias al espíritu colectivista en el que se educó al pueblo desde el triunfo de la Revolución de Octubre. Las masas aprendieron a dar primacía al interés colectivo sobre el individual, a respetar el trabajo y despreciar a los explotadores; así se hicieron invencibles; porque probaron que cuando la clase obrera y los demás pobres se adueñan de su propio destino no hay fuerza capaz de someterlos. Infortunadamente, la invulnerabilidad que mostraron los proletarios ante sus enemigos externos no se repite en lo atinente a la traición de sus propios dirigentes, culpables del retroceso temporal del socialismo, que, además había sido previsto por los maestros del proletariado. Por ello, redundemos, el asunto de la educación, de elevar el nivel de conciencia, nunca puede ser desdeñado.

Una muy sucinta exposición de los hechos basta para explicar con nítidos colores el porqué los imperialistas, los burgueses y los renegados de la causa del proletariado se esfuerzan por condenar al olvido y difamar la Revolución de Octubre, que, no obstante, se mantendrá en la memoria de los pueblos y será fuente de inspiración de las luchas que se avecinan. 

____________________________
[1]Guardias Blancos: fueron el brazo militar del Movimiento Blanco durante la Guerra Civil Rusa desde 1918 hasta 1921. Eran contrarrevolucionarios pro-zaristas, que tras la Revolución de Octubre lucharon contra el Ejército Rojo. La mayoría de sus miembros había servido en el ejército del zar Nicolás II, y buscaban, apoyados por todas las potencias, derribar el gobierno de los Soviets y restaurar la monarquía.

[2] Los Socialistas revolucionarios (eseristas): era un partido de la pequeña burguesía rusa, surgido de la unificación de grupos populistas; estaban arraigados, principalmente, en las masas campesinas. Vacilaban entre la burguesía liberal y el proletariado.

[3] Las centurias negras eran bandas zaristas organizadas por la policía para perseguir, agredir o asesinar revolucionarios o personas progresistas en general, y, además, organizar pogromos antisemitas.

[4] Unión comunista de la juventud rusa.

Fuente: http://notasobreras.net/index.php/nacional/40-historia/620-centenario-de-la-revolucion-bolchevique-lecciones-que-deben-ser-repasadas#_ftn2

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