El cartel del neoliberalismo en Colombia
Por: Mario Serrato
A los empresarios colombianos el nuevo modelo económico les permitió reducir al mínimo, o casi eliminar, los derechos que los trabajadores habían conquistado en sus luchas desde la revolución industrial.
También fueron eliminadas las horas extras pretextando que el empresariado requería disponer de mayores recursos para fomentar con ellos el empleo e incrementar la producción.
En la búsqueda de la satisfacción de las pretensiones del empresariado, desaparecieron las convenciones colectivas, los estímulos a la continuidad laboral y se extinguió el poder de los sindicatos.
Se permitieron formas de vinculación a los trabajadores mediante modalidades contractuales mentirosas en las que se negó la realidad del vínculo laboral y se impuso la virtualidad de la relación.
La subordinación y la prestación personal del servicio continúan intactas, solo el salario perdió su valor. Sin embargo, y para comodidad del empresario, ninguna de las anteriores convierte la relación laboral en contrato de trabajo. Tales medidas, eliminaron las prestaciones sociales.
Para su felicidad fueron eliminados los impuestos que tenían por destino la estimulación del empleo y la preparación para el trabajo. A esos impuestos se les denominaba parafiscales.
En el deseo de favorecerlos, fue rediseñado el modelo pensional de modo que se descargara sobre el estado el peso de las obligaciones y se les entregara a los fondos privados el aporte económico de los trabajadores, aportes que sumados, alcanzan cifras billonarias.
Para facilitar sus actividades comerciales se firmaron sendos tratados con poderosas economías, en los que las incipientes actividades del campesino minifundista y el mismo campesino, tendrán por único destino la inexorable extinción.
Con dineros del erario se subsidian proyectos agroindustriales en biocombustibles y palma africana en condiciones tan generosas y permisivas que bien pueden calificarse de subsidios corruptos.
A cambio de los beneficios anteriores, solo se les pidió competir.
Competir en condiciones que estimularan la presencia en el mercado de múltiples ofertas para beneficio del consumidor. Se les pidió que por razón de la competencia, y la búsqueda y conquista de mercados, se obligaran a mejorar la calidad de sus artículos y a ofrecer mejores precios, más garantías y amplitud de oferta.
Se les facilitó hacer negocios con el mundo entero, por lo que les fueron dispuestos varios ministerios e instituciones financieras y de fomento solo con ese fin.
Todo se les entregó y ¿qué hicieron los empresarios colombianos y algunas multinacionales con operaciones en el país?
Aunque no lo crean, lo que hicieron fue ponerse citas clandestinas en los clubes de lujo de la ciudad. Se citaron y encontraron con la máxima discreción y a oscuras en los hoteles de Miami. Se mimetizaron entre los manteles de los encuentros y congresos empresariales y se confundieron entre los compradores y usuarios en las ferias comerciales pagadas con el patrimonio público.
En cada uno de esos encuentros clandestinos de ladrón nocturno, en esas salidas de amantes furtivos, y en esas faenas oscuras de mafiosos preparando embarques o atentados, algunos de nuestros empresarios henchidos de privilegios, concertaron, en una maniobra digna de peligrosos forajidos, los precios, la calidad, las estrategias de ventas y la comercialización de sus productos, de modo que sus artículos gozaran de estabilidad en el mercado, estabilidad alcanzada por el acuerdo entre productores y no por la dinámica de la competencia.
Los empresarios del papel higiénico, de los pañales, de las comunicaciones, de artículos o servicios con clientela cautiva, se han asociado como vulgares mafiosos para controlar los precios e impedir el ingreso al mercado de nuevos competidores.
Todo en el modelo económico se dispuso para que compitieran sin obstáculos. Se les oía en los foros económicos pregonar las bondades de la competencia.
En la mesa de noche de las cabeceras de sus camas reposaba una edición de lujo de "El fin de la Historia" de Francis Fukuyama y sus actitudes de ricos nuevos, se convirtieron en el modelo a seguir para adolescentes admirados, mujeres de falda fácil, politólogos de derecha y dirigentes parapolitizados.
La verdad es que impusieron un modelo. Se beneficiaron con él, y perjudicaron a los trabajadores, para después revelar que su intención no era competir.
Nunca tuvieron el propósito de sacrificarse para mejorar las condiciones del mercado. Y tampoco estuvieron dispuestos a los avatares del comercio.
Esos mercaderes del papel higiénico, de los pañales, de las comunicaciones y quien sabe cuántas empresas más, son solo mafiosos sin lealtades y sin escrúpulos, son, sin duda alguna, el cartel del neoliberalismo.
Actualidad Urbana
http://www.cronicon.net/paginas/edicanter/Ediciones102/nota17.htm