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MUERE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, LOS COLOMBIANOS RINDEN SENTIDO HOMENAJE

El maestro Gabriel García Márquez ha dejado en cada una de sus obras, un pedazo de la realidad de América Latina (Foto: teleSUR)


Muere el escritor colombiano Gabriel García Márquez

El escritor de "Cien años de soledad" falleció en México luego de estar recluido algunos días en el hospital.

El Gabo falleció a los 87 años (AP/Eduardo Verdugo)

jueves 17 de abril de 2014 03:40 PM

México.- El escritor colombiano Gabriel García Márquez, creador del realismo mágico latinoamericano con su emblemática novela "Cien años de soledad", murió este jueves en la Ciudad de México a los 87 años de edad, dijo una periodista mexicana cercana a la familia.

García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982, había salido recientemente de un hospital en la Ciudad de México en el que permaneció internado una semana por una infección pulmonar y de vías urinarias, informó Reuters.

"Muere Gabriel García Márquez. Mercedes (su esposa) y sus hijos, Rodrigo y Gonzalo, me autorizan a dar la información", dijo en su cuenta de Twitter Fernanda Familiar, una periodista cercana a la familia que ayudaba al escritor como enlace con la prensa.

A través de la red social Twitter, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, lamentó la noticia. "Mil años de soledad y tristeza por la muerte del más grande colombiano de todos los tiempos! Solidaridad y condolencias a la Gaba y familia", escribió.

García Márquez nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, departamento del Magdalena en Colombia. Fallece este jueves 17 de abril en su casa de Ciudad de México. Fue uno de los escritores más admirados en el mundo, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. Vendió más de 40 millones de libros en el mundo.

Una vida para escribir

En 1940 El Gabo abandonó la costa colombiana para estudiar interno con una beca en el Liceo Nacional de Zipaquirá, una localidad cercana a Bogotá donde conoció el frío, la introspección y su talento para la escritura, temporalmente frustrado por el empeño de su padre en que estudiara Derecho.

No obstante, en septiembre de 1947 publicó su primer cuento, "La tercera resignación", en el diario El Espectador, y su papel como promesa literaria comenzó a forjarse en Bogotá hasta que el asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán y los consiguientes disturbios del "Bogotazo" le obligaron a volver a la costa en 1948.

Allí se vinculó al Grupo de Barranquilla, donde con intelectuales se acercó a los clásicos rusos, estadounidenses e ingleses y perfeccionó su estilo directo, ya como columnista de El Universal de Cartagena, de El Heraldo de Barranquilla y como crítico de cine y reportero de El Espectador, destacó EFE.

La publicación de "La hojarasca" y sobre todo del reportaje por entregas "Relato de un náufrago" le valió la censura del régimen del último dictador de Colombia, el general Gustavo Rojas Pinilla, lo que marcó el inicio de su carrera como corresponsal superviviente por Europa, la Unión Soviética de entonces, Estados Unidos y Venezuela.

"El hijo del telegrafista", como se presentaba, huyó siempre de identificarse como un intelectual de su tiempo, pero lo fue, pues cultivó su amor por la pintura y la música, fue accionista de la revista colombiana Cambio y fundó instituciones como la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños de Cuba.

Además, en su etapa europea ya se había empezado a codear con célebres escritores como el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza o Mario Vargas Llosa, amigo cercano en la época parisina y de quien se alejó en 1976 cuando el nobel peruano le asestó, en público, un derechazo en un ojo por un episodio del que ambos guardaron el secreto.

Polémica amistad con Fidel Castro

En 1959 conoció en La Habana al triunfal líder de la revolución cubana, Fidel Castro, momento en el que comenzó una polémica amistad que según García Márquez se basaba en pasiones como la literatura o la gastronomía.

Pero Castro fue el único mandatario con el que alternó el Nobel, pues como afirma su biógrafo británico Gerald Martin, Gabo tenía una "enorme fascinación por el poder" que le llevó a ser amigo, entre otros, del español Felipe González y del estadounidense Bill Clinton, quien hace unos años le visitó en su casa de Cartagena de Indias y le confesó cuánto le quería.

A principios de los sesenta ya se había casado con Mercedes Barcha y había tenido a sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, con quienes se trasladó a vivir a México, donde escribió guiones, así como las novelas "El coronel no tiene quien le escriba", "La mala hora" y el libro de relatos "Los funerales de la Mamá Grande".

La mejor novela: "Cien años de soledad"

En 1967 llegó "Cien años de soledad", al cabo de dos décadas de disciplina y estratagemas de Mercedes para que el carnicero le fiara, obra con la que barrió en las librerías y se consolidó como el padre de un estilo poliédrico, de una rica prosa y de descripciones detallistas hasta el extremo.

Consolidado después de este "vallenato de 450 páginas" que el poeta chileno Pablo Neruda calificó como "la mejor novela que se ha escrito en castellano después de 'El Quijote'", le siguieron cuatro libros más, tres volúmenes de cuentos y dos relatos a caballo entre Barcelona, México, La Habana y Cartagena.

De liqui liqui recibió el Nobel

Vestido con un inmaculado liqui liqui, el traje que manda el protocolo caribeño, recibió en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura en 1982, en una pura reivindicación de su hemisferio que resumió en el potente discurso "La soledad de América Latina".

La Academia explicó que el colombiano merecía el premio porque "sus novelas e historias cortas reúnen la fantasía y la realidad que se combinan en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente".

Y es que su compromiso con las causas latinoamericanas nunca ha menguado: participó como mediador en los intentos frustrados de paz con las guerrillas en Colombia de 1985 y 1998-2002, rechazó públicamente el bloqueo estadounidense contra Cuba y firmó la "Proclama de Panamá" por la independencia de Puerto Rico.

En 1999 le detectaron un cáncer linfático que superó escribiendo sus memorias "Vivir para contarla" (2002), para apartarse del ruido mediático y aparecer sólo en los días de su cumpleaños, siempre sonriente y tratando de disimular las lagunas de la memoria. "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla", afirmó en su día.

http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2014/04/17/fallece-gabriel-garcia-marquez-6659.html


Fallece el escritor Gabriel García Márquez a los 87 años de edad 

García Márquez
Fotografía de archivo del 6 de marzo de 2014 del premio Nobel de Literatura, el colombiano Gabriel García Márquez en Ciudad de México. (EFE) 

El premio Nobel de Literatura 1982 ha muerto en México DF. Las últimas semanas las pasó aquejado por una neumonía. Su obra más destacada es 'Cien años de Soledad'. PERFIL: Macondo se queda huérfano. LISTA de sus mejores novelas: 'Crónica de una muerte anunciada', 'El amor en los tiempos del cólera'... Entrevista en 'Esquire' en 2012: "Deseo que el mundo sea socialista". ECO 

El escritor Gabriel García Márquez ha fallecido este jueves a los 87 años de edad. El premio Nobel de Literatura 1982 ha fallecido en México DF, donde vivía desde hace años, después de pasar las últimas semanas aquejado por una neumonía. El autor de obras tan emblemáticas como Cien años de soledad nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, al norte de Colombia. Conocido como 'Gabo', fue escritor, periodista y guionista de cine, además de agitador cultural por convencimiento y padre del "realismo mágico" en literatura. 

Fallece García Márquez 

Su obra más destacada es 'Cien años de Soledad' El pasado 31 de marzo, García Márquez fue ingresado de urgencia en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas Salvador Zubirán, en México DF, "por un cuadro de deshidratación y un proceso infeccioso pulmonar y de vías urinarias". Permaneció hospitalizado una semana en la que aprovechó para dar muestras de su buena evolución. Incluso llegó a pedir a los periodistas que estaban a las puertas de dicho centro sanitario que "fueran a hacer su trabajo", restando importancia a su estado de salud. Sin embargo, los rumores de los últimos días sobre una posible recaída en el cáncer linfático, que le habría afectado a un pulmón, ganglios e hígado, de acuerdo con el diario mexicano El Universal', que citó fuentes propias, hicieron temer de nuevo por su salud. 

En alusión a estos rumores, la familia del escritor colombiano admitió el pasado lunes que su salud "era muy frágil" y que "existían riesgos de complicaciones de acuerdo a su edad", pero subrayó que estaba estable. En 1999, se le diagnosticó un cáncer linfático que, según declaró en una entrevista concedida al diario colombiano El Tiempo, superó tras un tratamiento de tres meses. 

Cima de la literatura universal 

De entre toda su obra destaca Cien años de soledad (1967), una de las cimas de la literatura universal, traducida a 35 idiomas y de la que se han vendido más de 30 millones de ejemplares. Pero 'Gabo' no fue solo un gran escritor. Fue miembro de la Academia colombiana de la Lengua, impulsor de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, con sede en La Habana (1985) y de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (1994), además de un revolucionario del lenguaje, que incluso pidió la supresión de la gramática y la ortografía. 

'Vivir para contarla' es la autobiografía en formato de novela que publicó en 2002Una vida intensa que comenzó en Aracataca, población que le inspiró el literario 'Macondo', donde situó algunas de sus obras, y que sería convertido con el tiempo en lugar de peregrinaje, dentro de la 'Ruta de Macondo' y de la 'Cartagena de García Márquez', recorridos culturales por los municipios y lugares de su obra. 

A lo largo de su vida no paró de recibir homenajes, aunque el año mas especial fue 2007, cuando por su 80 cumpleaños, el 40 aniversario de Cien años de soledad y los 25 del Nobel, honraron su figura la Casa de América de Madrid y sendos Congresos de la Asociación de Academias de Lengua Española (Medellín) e Internacional de la Lengua Española (Cartagena de Indias). 

Vivir para contarla es la autobiografía en formato de novela que el premio Nobel publicó en 2002, y en 2009 apareció la primera biografía "tolerada", escrita por el británico Gerald Martin y titulada Gabriel García Máquez: Una vida. 

Superó el cáncer El escritor superó dos cánceres, uno de pulmón que le fue extirpado en 1992 y otro linfático que le diagnosticaron en 2000 y por el que recibió sesiones de quimioterapia en Los Ángeles (EE UU), que debilitaron su salud. 

Premiado y galardonado en múltiples ocasiones, García Márquez recibió entre otros galardones el Rómulo Gallegos (1972, por Cien años de soledad); la Legión de Honor francesa (1982); la Orden del Aguila Azteca (1982), y la Orden del Congreso de Colombia en el Grado de Gran Cruz con placa de oro (2007).El escritor colombiano aseguró en 1994 no querer recibir el Premio Cervantes de Literatura, galardón al que era candidato. 

Sus últimos libros publicados son Memorias de mis putas tristes (2004) y Yo no vengo a decir un discurso (29 octubre 2010), en el que recoge 22 de sus discursos para ser leídos en público.

http://www.20minutos.es/noticia/2116724/0/fallece/gabriel-garcia-marquez/escritor-colombiano/#xtor=AD-15&xts=467263



La soledad de América Latina

Por Gabriel García Márquez

Audio: el discurso de Gabriel García Márquez al recibir el Premio Nobel de Literatura, el 8 de diciembre de 1982.

Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros, y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana encargada de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santa Anna, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general Gabriel García Morena gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetu que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéros sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. Ha habido 5 guerras y 17 golpes de Estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera donde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres encintas fueron arrestadas y dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 muertes violentas en cuatro años.

De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 12 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el pais más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar, que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construirse su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de la incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aun en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa como soldados de fortuna. Aun en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos hará sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: “Me niego a admitir el fin del hombre”. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.


http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2014/04/17/la-soledad-de-america-latina-9725.html


La terrífica historia de un ojo morado

Por Rodrigo Moya



Martes 6 de marzo de 2007. Tal vez Gabriel García Márquez sea el más popular de los mortales, porque es asombrosa la cantidad de gente que en una reunión o fiesta cualquiera se refiere al escritor como “el Gabo”, como si lo conociera de toda la vida o fueran primos hermanos del premio Nobel. Algunos hasta hablan de él como “el Gabito”, pero en más de una ocasión he descubierto a ciencia cierta que dicha familiaridad es ficticia, y que quienes lo tratan con tal confianza quizás lo han leído de cabo a rabo, pero nunca han cruzado una palabra con él.

Mi madre, Alicia Moreno de Moya, sí que podía referirse a Gabriel García Márquez y a Mercedes Barcha, su esposa, como amigos muy cercanos, y referirse a él como mi Gabito o Gabo de mi alma, y a Mercedes como Meche linda, o mijita linda, y en medio de cualquier diálogo soltar un ¡eh Ave María!, o unos más contundentes carajos y varios pendejos, que a veces eran de cariño, y a veces simplemente una especie de sustantivo o calificativo de difusas connotaciones.

Y es que Alicia era una colombiana de Medellín, una antioqueña de pura cepa, una auténtica paisa, como la definía el propio García Márquez. Él y Mercedes la querían como una de los mejores representantes de la colombianidad en México, por allá a principios de los años 60 del siglo pasado, cuando lo conocí en aquella casa de mi madre que era una especie de embajada paralela de Colombia en México, cuando la oficial estaba ocupada por los militares de la dictadura en turno.

En alguna de aquellas fiestas de intelectuales y artistas de destinos aún inciertos, el tal Gabo no me cayó muy bien que digamos. En plena reunión él se tendió en uno de los largos sofás, la cabeza apoyada en el brazo acodado, y desde esa posición como de marajá aburrido sostenía escuetos diálogos, o emitía juicios contundentes o frases entre ingeniosas y sarcásticas. Estaban aún lejos Cien años de soledad y el premio Nobel, pero el paisano de mi madre se comportaba ya con una seguridad y cierta arrogancia intelectual que no a todos agradaba. Poco después leí La hojarasca, y luego Relato de un náufrago, y El coronel no tiene quien le escriba, y todo lo que escribiría a lo largo de los siguientes casi 50 años, y entendí entonces porqué aquel tipo de bigote y gestos como de fastidio y pocas pero contundentes palabras como de frases célebres, podía recostarse en el sofá en medio de una ruidosa tertulia y decir lo que le viniera en gana.

Por aquellas tertulias en la casa materna fue que tuve cercanía amistosa con García Márquez, con Mercedes y sus hijos adolescentes, Rodrigo y Gonzalo. Yo sí tenía el derecho de llamarlo Gabo, pero nunca llegué a llamarlo Gabito, pues de alguna manera lo he visto como un gigante al que no le van los diminutivos. Siendo fotógrafo y amigo, no le pedí alguna vez que posara para mí, y cuantas veces los visité en su casa fue sin la cámara en el hombro. Ahora tal vez me arrepiento.

Por eso, fue natural que el 29 de noviembre de 1966 el Gabo apareciera por mi apartamento en los Edificios Condesa para que le tomara algunas fotografías para ilustrar la solapa o la contraportada del libro que había terminado después de dos años de trabajo, y estaba ya en manos de los editores. Llegó acompañado de nuestro mutuo amigo Guillermo Angulo, quien había sido mi maestro, pero en esos años trabajaba como cónsul de Colombia en Estados Unidos. El saco que había escogido Gabo para aquella sesión era despampanante, y estuve tentado de sugerirle mejor una foto en camisa arremangada o prestarle una de mis chamarras, pero usaba la prenda con tal naturalidad que adiviné que la amaba y así las fotos se hicieron a su manera. La foto era para Cien años de soledad, cuya edición se preparaba en Buenos Aires. Pero nadie sabía, quizás ni él mismo, lo que ese título significaría en la historia de la literatura.

Casi 10 años después, el 14 de febrero de 1976, Gabriel García Márquez volvió a tocar el timbre de mi casa, ya por distintos rumbos, en la colonia Nápoles, para que le tomara otras fotografías. Esa vez lo notable no era el saco de cuadritos, sino el tremendo hematoma en el ojo izquierdo y una herida en la nariz, causada por el puñetazo que dos días antes le había propinado su colega y hasta ese momento gran amigo Mario Vargas Llosa.

El Gabo quería una constancia de aquella agresión, y yo era el fotógrafo amigo y de confianza para perpetuarla. Claro que pregunté azorado qué había pasado, y claro también que Gabo fue evasivo y atribuyó la agresión a las diferencias que ya eran insalvables en la medida que el autor de La guerra del fin del mundo se sumaba a ritmo acelerado al pensamiento de derecha, mientras que el escritor que 10 años después recibiría el premio Nobel, seguía fiel a las causas de la izquierda. Su esposa Mercedes Barcha, quien lo acompañaba en aquella ocasión luciendo enormes lentes ahumados, como si fuera ella quien hubiera sufrido el derechazo, fue menos lacónica y comentó con enojo la brutal agresión, y la describió a grandes rasgos: En una exhibición privada de cine, García Márquez se encontró poco antes del inicio del filme con el escritor peruano. Se dirigió a él con los brazos abierto para el abrazo. ¡Mario...! Fue lo único que alcanzó a decir al saludarlo, porque Vargas Llosa lo recibió con un golpe seco que lo tiró sobre la alfombra con el rostro bañado en sangre. Con una fuerte hemorragia, el ojo cerrado y en estado de shock, Mercedes y amigos del Gabo lo condujeron a su casa en el Pedregal. Se trataba de evitar cualquier escándalo, y el internamiento hospitalario no habría pasado desapercibido. Mercedes me describió el tratamiento de bisteces sobre el ojo, que le había aplicado toda la noche a su vapuleado esposo para absorber la hemorragia. Es que Mario es un celoso estúpido, repitió Mercedes varias veces cuando la sesión fotográfica había devenido charla o chisme.

Según los comentarios que recuerdo de aquella mañana, mientras ambas parejas vivían en París los García Márquez habían tratado de mediar los disturbios conyugales entre Vargas Llosa y su esposa Patricia, acogiendo sus confidencias. Como suele suceder, los consejos o comentarios de la pareja colombiana rebotaron hacia Vargas Llosa cuando éste volvió al redil y se reconcilió con su esposa. Y lo que sea que se hubiese dicho o sucedido, el caso es que el peruano se sentía gravemente ofendido, y su furia la resolvió de aquella manera expedita y salvaje. Guarda las fotos y mándame unas copias, me dijo el Gabo antes de irse. Las guardé 30 años, y ahora que él cumple 80 años, y 40 la primera edición de Cien años de soledad, considero correcta la publicación de este comentario sobre el terrífico encuentro entre dos grandes escritores, uno de izquierda, y otro de contundentes derechazos.

jue, 17 abr 2014 14:58

* Rodrigo Moya nació en Colombia en 1935 y se naturalizó mexicano. Es uno de los fotógrafos más importantes en la historia contemporánea. Entre su trabajo destaca la documentación de los movimientos guerrilleros, incluido un libro con material hasta aquel entonces inédito de fotografías del Che Guevara, y su colaboración con Salvador Novo en trabajos de crónica urbana

http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2014/04/17/la-terrifica-historia-de-un-ojo-morado-5836.html

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