Gabriel García Márquez, inmortal como Macondo
Rosario Herrera Guido
La Jornada Michoacan
“En todo esto hay algo categórico e inexplicable, pues Cien años de Soledad es la base del rompecabezas cuyas piezas he venido dando en los libros preliminares. Aquí están casi todas las claves. Se conoce el origen y el fin de los personajes y la historia completa, sin vacíos, de Macondo”. Gabriel García Márquez
La gestación de Macondo
El pasado martes 6 de marzo se celebraron en todo el mundo los ochenta y cinco años del escritor colombiano Gabriel García Márquez (1928), en especial en Aracataca, Colombia, su pueblo natal, que despertó con ochenta y cinco cañonazos y una interminable cascada de fuegos artificiales. Lo que se festeja es la inmortalidad literaria del pueblo de Macondo y de su creador. Se agasaja el alumbramiento de Gabriel García Márquez, el extraordinario periodista y guionista de cine, el fantástico cuentista y novelista, Premio Nobel de Literatura 1982, conocido mundialmente por La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la mamá grande, La mala hora, Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada, El otoño del patriarca yEl amor en los tiempos del cólera, entre otros.
La hojarasca, la primera novela que empieza a escribir Gabriel García Márquez a sus diecisiete años, publicada ocho años después (1955), es un libro inicial que narra por primera vez la historia del pueblo de Macondo (1903-1928), a través de los monólogos de tres personajes de una misma familia: un viejo coronel, su hija Isabel y el hijo de ésta. Los tres meditan y recuerdan junto al cadáver de un amigo de la familia, un médico taciturno y misterioso que se ha suicidado. Aquí aparece la figura, después clásica en García Márquez, del viejo coronel retirado del campo de batalla tras años de febril adhesión a las fuerzas de la guerra civil. El coronel, después de la muerte en parto de su primera esposa, vuelve a contraer otro matrimonio del que nace Isabel, la característica mujer de García Márquez, enérgica y voluntariosa, abandonada por su marido y que le ha dejado un niño (una imagen leída como una borrosa proyección del autor).
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En La hojarasca, al negarse a asistir a los heridos durante el bandidaje que asoló Macondo, el médico es objeto de la enemistad de todos, que una vez muerto, tanto el cura como el pueblo no saben si su cuerpo merece el cementerio. Un pasaje de la Antígona de Sófocles, que encabeza el libro, evoca el conflicto entre Macondo, el cura y el coronel: “Y respecto al cadáver de Polínice, que miserablemente ha muerto, dicen que se ha publicado un bando para que ningún ciudadano lo entierre ni llore, sino que insepulto y sin rumores de llanto, lo dejen para sabrosa presa de las aves”.
La hojarasca es la gran metáfora de ese poblado de la costa atlántica colombiana, uno de los grandes mitos de la literatura universal. Macondo es cualquier pueblo latinoamericano, es Comala de Juan Rulfo, es México. Por ello declara Carlos Monsiváis que Gabriel García Márquez es mexicano. La hojarasca es el elixir de la vida literaria de Macondo y de Gabriel García Márquez.
El coronel no tiene quien le escriba, escrita en 1957 y publicada en 1961, pule con el cuidado con el que se bruñe un diamante La hojarasca: descarta cosas superfluas, ahorra palabras, expresa claridades y abandona la retórica. El coronel, considerada la obra más perfecta de García Márquez, su personaje más estudiado y mejor trazado, es un viejo que vegeta en las ruinas de una casa hipotecada, en espera de la pensión del gobierno que le corresponde y que no llega. Tesorero de las fuerzas revolucionarias de Aureliano Buendía, tras su fracaso se le concede la amnistía y un retiro. Pero sus peticiones se pierden en la burocracia de la capital donde, según el general, sus enemigos no duermen. Una burocracia tan bien dibujada, que no podemos saber tanto de la burocracia que leyendo esta cuidada novela.
Mientras el coronel espera, su hijo Agustín, es asesinado por sus actividades revolucionarias. De su retoño ha recibido un gallo de pelea que engordará para que descuartice a un gallo del pueblo vecino, con lo que logrará honor y fortuna. Venderá todo para alimentar al gallo, porque todos han apostado por él.
Parafraseando a Luis Harss: el coronel es una especie de niño prodigio envejecido, loco y cuerdo, conmovedor y humano, maravillado y tragicómico, que además de personalidad tiene alma. Son pocos los personajes de la novela latinoamericana que seducen tanto como el viejo y maniático coronel que, aun habiendo terminado el libro, vive eternamente, como su creador, en la memoria.
Los funerales de la mamá grande, el primer libro de cuentos de García Márquez (1962), continúa la historia de Macondo, iniciada en La hojarasca y culminada en Cien años de soledad (1967).
El más antiguo de los relatos, el primero, La siesta del martes, que narra la llegada al pueblo, en una tarde soporífera, de una viuda y su hija, que se dirigen a depositar flores en la tumba del hijo, un muchacho baleado por un ladrón. La viuda, arquetipo de mujer de García Márquez, es una figura resuelta y altiva, dramática, que produce un sentimiento popular de violencia y hostilidad.
En Los funerales de la mamá grande, el paisaje del pueblo se confunde con el humor de sus habitantes y con sus malestares, penas y prodigios. Rebeca Buendía, la viuda de don Arcadio, padece delirios y visiones, el padre Angel duerme en el confesionario, carcomido por la indiferencia general hacia su misión. Los Montiel son los caciques de Macondo, los grandes personajes que compraron las propiedades de la Mamá Grande, una especie de la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, que rentó sus tierras durante noventa y dos años y que siempre estaba metida en todo, desde la minería hasta la política (una imagen poética del realismo mágico latinoamericano, que narra lo que siempre está sucediendo).
A la muerte de la Mamá Grande, “virgen y en olor de santidad”, acuden representaciones de todo el país y hasta de El Vaticano. Su fantasmal presencia habita en la mansión que han comprado los Montiel. Todos personajes de Macondo, un pueblo donde sólo prosperan las pestes, los adivinos, los saltimbanquis y los encantadores de serpientes. Los funerales –según el mismo García Márquez– es una sátira del matriarcado y “una gran burla de toda la retórica oficial” de la literatura periodística colombiana (tan necesaria como actual en el México de hoy).
La mala hora (1962), una edición desautorizada por el autor, se sitúa después de las guerras políticas que han asolado a Macondo. Cuando se anunciaban días de paz aparecen en los muros papeles que revelan los secretos y las vergüenzas, verdaderas y falsas, de las gentes del pueblo. Después de que cae un diluvio bíblico y el alcalde elige una víctima propiciatoria, el único lugar seguro es un lugar al lado del cementerio. Pero nadie oculta la verdad: los carteles son obra de todos y todos descubren en ellos sus propias culpas.
Tras los carteles comienza la fiebre y la violencia: César Montero, rico negociante en madera, asesina a Pastor, el amante de su esposa. Entonces resucitan los espectros del pasado: viejos feudos, incestos e infidelidades. Macondo es una orgía que Gabriel García Márquez compara con un momento de las saturnales antiguas en las que los hombres perseguían a las mujeres en la calle, las madres abandonaban a sus hijos y la gente bailaba entre las tumbas. Por lo que aprovechando la situación, el alcalde declara el estado de sitio y el toque de queda. La víctima propiciatoria es un muchacho, Pepe Amador, quien es sorprendido circulando volantes a favor de los guerrilleros que se encuentran cerca. Tras su tortura, Amador es asesinado y enterrado en el patio de la cárcel. Al ceder el diluvio todo vuelve a la normalidad.
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