Prostitutas de la cumbre
Por: Reinaldo Spitaletta
Que los gringos vengan a Colombia –que es como su solar veraniego- y no les paguen a las prostitutas, sobre todo si ellos son de la guardia de seguridad del presidente de Estados Unidos, no es raro.
Lo han hecho desde la metrópoli los dueños de la Casa Blanca, que han tenido como rameras a muchos mandatarios no sólo en Colombia sino en América Latina. El incidente de los agentes estadounidenses en Cartagena es otra muestra de los comportamientos extravagantes de la gringada oficial.
Hace mucho tiempo, en 1999, la visita a Cartagena de otro “presidente del mundo”, Bill Clinton, tenía varios objetivos: uno, el principal, hacer que se suscribiera el Plan Colombia, un suculento negocio norteamericano, y otro, crear a través de las medidas de seguridad que rodearon su llegada, el clima de que el país estaba en poder del terrorismo.
Para recordar no más, la Heroica se llenó de agentes de seguridad norteamericanos, se maltrató a manifestantes que protestaban por la visita, se escondieron a los negros y mendigos, y, al final de cuentas, el saxofonista Clinton, que estaba vigilado por enormes masas de policías, que había llegado en medio de la protección de helicópteros y aviones, terminó bailando cumbia en alguna calle cartagenera. Eran los días de una “campaña psicosocial” para justificar el Plan Colombia.
Para entonces, la táctica era hacer parecer que el presidente norteamericano en su visita a Colombia se estaba jugando la vida. Ya la CIA y el “arreglatodo” peruano Vladimiro Montesinos habían entregado a las Farc diez mil fusiles Kalashnikov para que éstas aumentaran su capacidad de fuego. Todo eso, con el propósito de que el Plan Colombia pudiera ser una realidad. Qué cosas que tiene la vida y el negocio de la guerra.
De aquella visita quedaron, además del Plan, los radares y bases que instalaron los gringos, sobre todo para el control de la región amazónica, gran reserva de agua dulce del mundo y dueña de un vasto banco de genes para el futuro de la humanidad. Hoy, tras la Cumbre de Cartagena, se nota que los norteamericanos querían –en el caso criollo- dejar listo lo del TLC y en América Latina continuar con el dominio de los mercados.
Sin embargo, la agenda del Tío Sam ha provocado resistencias y repulsas. El neoliberalismo, gestado en el Consenso de Washington, ha dejado unas secuelas de horror en el subcontinente, como la de millones de pobres y desempleados, y un índice de desarrollo humano muy inferior al de las naciones avanzadas. En Cartagena, y aunque no tuvo ningún despliegue mediático, también se celebró la Cumbre de los Pueblos, alternativa a la promovida por la Casa Blanca.
Los de la llamada Cumbre de los Pueblos se opusieron al bloqueo norteamericano contra Cuba, a los tratados de libre comercio y exigieron el cierre de la cárcel de Guantánamo. Destacaron, por ejemplo, que en Venezuela, Ecuador y Bolivia se construyen proyectos económicos y políticos autóctonos. Además, declararon “persona no grata” al presidente Barack Obama.
Los Estados Unidos en su cumbre, de la cual no se suscribió ninguna declaración conjunta (una especie de fracaso para los norteamericanos y sus adláteres), no ocultaron sus intenciones de mantener en un solo mercado a Colombia, Perú, México, Chile y Panamá, a través de los tratados de libre comercio, que los amarran a depender de las imposiciones de Washington.
La cumbre marginó el tema de las Malvinas, archipiélago rico en reservas petroleras, cuya soberanía exige la Argentina. En todo caso, se notó en la cumbre cartagenera quiénes son los peones de Washington. En el caso de las prostitutas, no se sabe todavía si todas las contratadas por los guardaespaldas de Obama fueron “conejiadas” (¿se dejarían meter otra deuda externa?) o si lograron ganarse algunos dolaritos. Ah, y el burro que el alcalde de Turbaco le mandó al presidente estadounidense se quedará a pastar en esta tierra. Tal vez el hombre de la Casa Blanca consideró que ya Colombia le ha hecho muchos regalos.