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LA APUESTA CHINO-NORTEAMERICANA EN ÁFRICA


China y EEUU se encuentran en África

Laura Daudén*
Revista Pueblos
 
En los últimos meses asistimos a la desastrosa intervención militar en Libia. Mucho se ha dicho sobre la importancia estratégica de ese país para el suministro de petróleo, y no es para menos: según la Energy Information Administration de Estados Unidos, el país tiene 46,5 mil millones de barriles de reserva (10 veces la capacidad de Egipto), por lo que es la mayor economía petrolera de África. Poco se ha dicho, sin embargo, acerca de cómo la batalla va redibujando las influencias en el norte del continente. Aunque estemos lejos de querer buscar paralelismos con la Guerra Fría, no podemos dejar de ver qué intereses políticos y económicos se defienden y cuáles son amenazados: la evacuación de 35 mil trabajadoras y trabajadores chinos dice mucho sobre quién está del lado amenazado.

Pese a que China y Rusia hayan perdido la oportunidad de vetar la intervención en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (más por mantener cierta “rectitud” en su postura internacional que por creer en la efectividad de la operación), las dos potencias han lamentado públicamente el uso de la fuerza por parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Detrás de esa postura de China se encuentra la preocupación por sus enormes inversiones en el país. Además de abrir camino para que los contratos de explotación de petróleo sean renegociados a favor de Occidente, la intervención afecta directamente a sus importaciones de crudo (tres por ciento del total de 2010 [1]). Como afirma Pepe Escobar, la intervención en Libia da a los países occidentales diversas posibilidades: un dictador fácilmente demonizable, un gobierno títere en la era post-Gaddafi, una base militar crucial para el Africom [2], cargas de excelente crudo barato y la posibilidad de alejar China de Libia [3].

Recordando Sudán

Los negocios fueron un poco más fáciles en Sudán, donde se vio un claro cambio de postura respecto al gobierno de Omar Al-Bashir por parte de China. Antes de que la partición del Sur se convirtiera en algo inevitable, fueron empresas chinas las que construyeron la infraestructura para la extracción del crudo (el oleoducto de 1.650 quilómetros desde el sudoeste hasta Port Sudan es un claro ejemplo). Fueron ellas, también, quienes montaron el nuevo aeropuerto de Jartum (750 millones de dólares) y el acueducto de Arbat que desvía agua del Nilo para Port Sudan (373 millones de dólares) [4]. El suministro de armas al gobierno fue constante: “A medida que las sanciones estadounidenses e internacionales se intensifican, la influencia china en Sudán se refuerza” [5].

Con la salida de la compañía estadounidense Chevron en 1992, China pasó a controlar el petróleo en Sudán, hizo del país uno de sus principales aliados en el continente y empezó un amplio programa de inversión. Pero las presiones crecieron al volverse la situación de Darfur cada vez más dramática y visible. En 2005 se decidió llevar a referéndum la independencia del Sur (movimiento fuertemente apoyado por los Estados occidentales), en contra los intereses de Al-Bashir.

Pero ahí, en ese Sur rebelde, estaban los recursos, y Pekín tuvo que adaptar a conveniencia el discurso de la neutralidad: empezó a negociar con los líderes del Movimiento Sudanés de Liberación Popular (SPLM, por sus siglas en inglés), que luchaba por la independencia. En 2008 instaló un consulado en Juba, la capital del Sur, y en noviembre de 2010 lo convirtió en embajada. Acordaron diversos proyectos antes mismo de la oficialización de la independencia: China se encargaría de la construcción de infraestructuras diversas y, por supuesto, de dar salida a las materias primas [6].

En el caso de Sudán, la cooperación se adaptó fácilmente a los cambios de la política y el principio de no-injerencia se mostró más flexible que en la teoría. En Libia ya no será así de sencillo.

El factor de la interdependencia Los casos de intereses en África que se superponen a lo largo de la historia (como Libia y Sudán) son apenas una muestra de una realidad que alcanza todo el continente. En todos los rincones, EE UU y China se encuentran en medio de disputas locales, políticas, medioambientales, humanitarias y, especialmente, económicas; disputas que no se deben, en realidad, a nada más que la lucha por el control de los recursos y la influencia.

Pero esas disonancias no llegan al discurso oficial. En un encuentro en Washington en enero de 2011, la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, y el ministro de Relaciones Exteriores de China, Yang Jiechi, debatieron acerca del alineamiento de las dos potencias. Aunque la interdependencia económica es extraordinaria (China es el mayor detentor de títulos de deuda pública americana y la mayor parte de sus reservas están en dólares) y las respectivas políticas económicas se afectan mutuamente, los dos representantes mantuvieron el previsible discurso de la cooperación. “Yo creo que las relaciones chinoamericanas están en el camino cierto. Nos enfrentamos a desafíos comunes y estamos disfrutando de oportunidades iguales”, dijo el ministro chino [7].


Pero esas palabras ocultaban varias cuestiones: se estima que el superávit comercial de China llegue a los 270 billones en 2011; Estados Unidos acusa a Pekín de mantener artificialmente devaluada a su moneda para garantizar beneficios en el comercio y China, a su vez, acusa a EE UU de imprimir más dinero para debilitar al dólar y reforzar sus exportaciones.

La interdependencia es un factor crucial para entender de que manera están encadenadas las dos economías. Como explican Diego Pautasso y Lucas Kerr de Oliveira, “mientras los capitales sostienen los déficits por medio de la compra de títulos del Tesoro, el mercado chino proporciona un espacio dinámico de acumulación para sus multinacionales. Las contradicciones derivan de las ganancias diferenciadas producidas por la interdependencia. Es decir, el relacionamiento bilateral tiende a debilitar la economía estadounidense (…) a la vez que permite a China fortalecer su capacidad diplomática, por su condición de acreedora” [8].

Y es que surge el Africom Las disputas económicas son apenas parte de la cada vez más compleja relación entre China y EE UU (hay que tener en cuenta, entre otras cuestiones, las presiones para que Pekín asuma una actitud más enfática con relación a Corea del Norte). Y las dos naciones dan claras señales de que la fuerza militar no está fuera de juego, sino todo lo contrario. Los gastos militares de China han crecido a un ritmo de dos cifras en la última década. Estados Unidos, a su vez, vincula cada vez más su ayuda a lo militar. Como apuntan los periodistas franceses Serge Michel y Michel Beuret [9], “hace diez años, el Pentágono controlaba el tres por ciento de los fondos de la U.S. Agence for International Development; ahora mismo controla el 22 por ciento”.

Pero la posibilidad de un conflicto real entre los dos sólo se tornó visible (para algunos, apenas es cuestión de tiempo) cuando en 2007 George W. Bush dio visto bueno para el inicio de las actividades del Africom. Este comando oculta en sus pautas (siempre maquilladas por la ayuda al desarrollo, el servicio humanitario, el incremento en las capacidades de gestión locales y la guerra al terror) la clara defensa de las fuentes de energía y el aislamiento de China. Conviene recordar el firme reproche de Muammar Gadafi, en el marco de los Estados del Sahel, a la creación de una base del Africom en su país o en las cercanías (una más de las nada casuales circunstancias de la historia).

Progresivamente, China empezó a participar más activamente en las misiones de la ONU en el continente y a mandar más observadores e instructores hasta comenzar, en 2008, a montar sus propias bases militares. La República Democrática del Congo y Angola ya recibieron sus cuarteles. Según los datos de abril del Departamento de Misiones de Paz de la ONU, China posee 2.037 cascos azules, de los que 1.575 se encuentran en operaciones en África. Hoy, China es el miembro del Consejo de Seguridad de la ONU que más soldados ha enviado al continente.

La presencia militar de China en África se diferencia bastante de la americana, tanto en términos geográficos como de estrategia. EE UU da prioridad a la región del Cuerno, al Sahara-Sahel, de manera general, y al Golfo de Guinea, garantizando el suministro de petróleo. China, por otro lado, apuesta por sus socios más próximos para el suministro de materias primas: Zimbabwe, Zambia y Sudán (donde viven cerca de cincuenta mil ciudadanas y ciudadanos chinos).

Estados Unidos tiene por delante, pues, el desafío de recomponer su hegemonía en el continente frente al avance chino. Esa hegemonía, que se remonta al inicio del sigo XX, ya se encuentra bastante fragmentada por el creciente sentimiento antiamericano y estancada por los problemas económicos domésticos. Además, cuando hablamos de EE UU en África hablamos de seguridad energética, un factor siempre crucial para su estabilidad y ampliación de su zona de influencia. En números, África es responsable del 19 por ciento de las importaciones de crudo. En el caso de China, esa parcela sube al 24 por ciento [10].

¿Y los intereses africanos?

Pese a la creciente rivalidad entre ambas potencias y a la consecuente militarización, parece difícil que se enfrenten en un conflicto directo, que difícilmente beneficiaría a alguien. Por ahora, la guerra de discursos y acuerdos parece mucho más factible. Pero, ¿cómo afecta eso a la población africana? Sin entrar a hablar de los beneficios o maleficios de la penetración china, es necesario evaluar hasta qué punto la búsqueda de esos intereses de orden estrictamente particular están afectando el desarrollo de los países y sus pueblos.

Es cierto que, ante la amenaza, Occidente reacciona hablando a través de sus políticos, periodistas y expertos. Gran parte de los informes y oscurantismo de los tratados y la falta de importancia que China da a temas como la democracia y los derechos humanos a la hora de hacer negocios. Lo resalta aunque, claro está, esa no sea su verdadera preocupación.

Por su parte, China sigue haciendo promesas y ampliando su aproximación horizontal e interesada. Pero, hablando de economía, ¿qué aproximación no lo es? ¿Es mejor su propuesta que la presentada por Occidente? Así como a África se le presenta el reto de administrar en beneficio de la población los ingresos de las exportaciones, conviene a China buscar y adoptar formas menos oportunistas. “China proyecta una actitud gentil, amigable y cuidadosa que representa para muchos africanos un bienvenido contraste con la explotación, la relación vertical e intransigente que caracterizó el acercamiento occidental” [11].

Como expone John Rocha, “las perspectivas de desarrollo en África están limitadas por su fuerte dependencia del sector primario (…). Esa situación se agrava con un sistema internacional distorsionado que facilita la explotación de materias primas pero inhibe y restringe el comercio de productos transformados provenientes de África. Hasta el momento, China no muestra cualquier desvío significativo de esta enraizada práctica internacional” [12].

Es imprescindible prestar atención a todas estas dinámicas para ir previendo lo que pasará en los próximos años. La ruptura de la hegemonía occidental en África supone nuevos retos y pautas para la investigación y, sobre todo, pide un acercamiento menos dualista, más crítico y plural. Ya no hablamos del Sur contra el Norte, sino de relaciones bastante más complejas. De todos modos, la pregunta fundamental a la hora de nortear los razonamientos sitúa a los pueblos africanos en el centro: ¿Qué papel quieren tener en el mundo los países africanos? Ahora, en el momento en el que el mundo más lo necesita, África debe poder decidir.

*Laura Daudén es colaboradora de Pueblos – Revista de Información y Debate
Este artículo ha sido publicado en el nº 47 de Pueblos – Revista de Información y Debate, tercer trimestre de 2011.

Notas
[1] Escobar, Pepe: “The Africa Star Wars”, AlJazeera, 26/04/11. Disponible en: http://english.aljazeera.net/indepth.
[2] African Command o Comando del Ejército de EE UU para África.
[3] Ídem.
[4] Michel, Serge, y Beuret, Michel: China en África, Alianza Editorial, Madrid, 2009.
[5] Ídem.
[6] Hardenberg, Donata: “China: A force for peace in Sudan?”, AlJazeera, 11/01/11. Ver: www.aljazeera.english.net.
[7] “US and China meet on trade”. AlJazeera, 06/01/11. Disponible en www.aljazeera.english.net.
[8] Pautaos, Diego, y Oliveira, Lucas: “A Segurança Energética da China e as Reações dos EUA”, en Contexto Internacional, Vol. 30, N. 2, Rio de Janeiro, 2008.
[9] Ver cita 3.
[10] British Petroleum, 2010: BP statistical review of world energy 2007.
[11] Chidaushe, M: “China’s grand re-entrance into Africa – Mirage or oasis?”, en African perspectives on China in Africa (Editado por Manji, F. y Marks, S. Fahamu, Nairobi y Oxford, 2007).
[12] Rocha, J: “A new frontier in the exploitation of Africa’s natural resources: the emergence of China”, en African perspectives on China in Africa (Editado por Manji, F. y Marks, S. Fahamu, Nairobi y Oxford, 2007).

http://lahistoriadeldia.wordpress.com/2011/08/18/china-y-eeuu-se-encuentran-en-africa/

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