Pedagogía del afecto
Rosa María Torres
Investigaciones vinculadas a la neurociencia concluyen desde hace tiempo en un descubrimiento tan simple como fenomenal: el afecto modifica el cerebro de las personas. Un niño o niña expuesto a relaciones y demostraciones de afecto, no sólo se desarrolla distinto a uno carente de afecto, sino que su cerebro cambia y, por tanto, se modifican sustancialmente sus posibilidades y capacidades como persona. ¡Así de importante es el afecto!
Por su lado, estudios y evaluaciones en el ámbito de la educación vienen consistentemente mostrando que el factor decisivo en la relación maestro-alumnos y en el logro escolar asociado a esta relación no es ni la calificación ni la experiencia docente. Es el afecto. Los profesores que consiguen mejores relaciones y resultados con sus alumnos son aquellos que cultivan la empatía y la simpatía, les brindan comprensión y cariño, depositan en ellos altas expectativas y se lo hacen saber, apuntalan su autoestima, les ayudan a confiar en sí mismos, les estimulan y alientan constantemente.
Pedro no aprende rápido. Pronto es tildado de tonto y abandonado a su suerte. Termina repitiendo el año y, poco después, retirándose de la escuela. Condenado y culpabilizado, Pedro queda marcado de por vida, predispuesto para el fracaso. ¿Cuánto de ello podría haberse evitado con un poco más de atención y de afecto, tanto de los padres como de los profesores?. ¿Acaso habría sido Pedro otra clase de alumno, otra clase de niño, si no se hubiese sentido solo, ignorado, incomprendido?.
Teresa tiene dificultades con matemáticas. Uno tras otro, profesoras y profesores contribuyen a reforzar su (auto)imagen de incapaz, de niña que deberá contentarse con un rol doméstico, sin aspirar a demasiados estudios y, mucho menos, a una profesión o un oficio más allá de las tareas del hogar. ¿Qué habría sido de Teresa si hubiera encontrado el profesor o la profesora empeñados en ayudarle a identificar y desarrollar sus talentos en vez de sus debilidades?. ¿Dónde estaría Teresa si alguien se hubiese percatado que dibujaba y le hubiese convencido, a tiempo, que tenía aptitudes especiales para el dibujo?.
Los casos de Pedro y Teresa son reales, y lastimosamente abundan en el mundo y a nuestro alrededor.
Por eso, si hemos de elegir un elemento a cambiar en nuestros sistemas educativos, optemos por el afecto. No cuesta un centavo, no implica trámites ni consultas, no requiere cursos ni postgrados ni expertos. No hay política educativa, reforma curricular, capacitación docente, pedagogía o tecnología que pueda tener repercusiones tan significativas y duraderas sobre niños y jóvenes y sobre el futuro de la educación como una profunda reforma en el mundo de los afectos, tanto en el hogar como en el sistema escolar.
http://otra-educacion.blogspot.com/2011/02/pedagogia-del-afecto.html