Censo manipulado
Por: Reinaldo Spitaletta
Se dice que la democracia es el menos imperfecto de los sistemas políticos. En Colombia, sin embargo, abundan las imperfecciones, hasta tal punto que uno pudiera decir que aquí, en este país irredento y de múltiples desventuras, la democracia es de pura pacotilla y los atentados contra la misma son el pan (duro y mohoso) de todos los días. Un caso reciente puede ser el del cambio del censo electoral, según un artículo de la reforma política aprobada por el Congreso en diciembre último.
El artículo en cuestión excluye a unos 15 millones de ciudadanos, como una suerte de “castigo” a la abstención electoral, que, quiérase o no, se ha erigido como un derecho y como un modo de protestar contra el sistema político, sus dirigentes, la historia del poder y otras muchas “imperfecciones” de lo que ha sido el país más o menos desde 1830. El látigo va contra los que no votaron en las últimas elecciones; pero el asunto tiene fondos y trasfondos distintos.
Sea que se declare constitucional o no, la intención misma de ese artículo es, de por sí, antidemocrática, porque, al no ser el voto obligatorio (que también sería muy cuestionable), la gente puede votar o no si le da la gana. Hay casos en que la abstención es apatía, o pereza de salir a votar, pero en otros también es una posición personal frente a la política (o la politiquería). Se dirá, con alto grado de tino, que no tenemos cultura política, que aquí cualquier culebrero, hechicero o ilusionista seduce a la gente y la arrastra a que deposite sus votos por él. Y que tanto votar como no votar poco aporta a la cacareada democracia.
Se podrá decir que la democracia, sobre todo en estas tierras, es un espejismo, que ha sido la manera para que unas cuantas familias desde hace años se hayan mantenido en el poder. Y que los atentados contra la democracia han sido variados e incontables. Que por ejemplo, en los tiempos del regenerador Núñez, la Ley de los caballos iba contra la libertad de expresión; que ha habido censuras y manipulaciones; que la prensa fue silenciada durante los hechos sangrientos del Palacio de Justicia, en fin.
Ah, y se podrá hacer memoria de todos los fraudes electorales que en la historia nuestra han ocurrido, como lo escribió el historiador estadounidense David Bushnell. Desde el nacimiento de la república, esa práctica ha sido recurrente, con diversas modalidades: irregularidades en el registro electoral, depósito de votos falsos, manipulación de escrutinios, control sobre los votos (“el que escruta, elige”, decía Camilo Torres), compra de votos, el voto “prepago”, etc. Cómo no recordar ahora el más descarado fraude electoral de la historia de la “democracia” colombiana: el de 1970, cuando el gobierno de Lleras Restrepo intervino para darle el triunfo electoral a Misael Pastrana Borrero.
Volviendo al censo y la reforma política, se nota la injerencia del uribismo-santismo (en el nuevo censo serían la mayoría: en las últimas elecciones nueve millones votaron por el actual presidente). Se advierte, entonces, que el artículo en cuestión sirve para favorecer intereses políticos específicos y no a la presunta democracia. Es un artificio para decir que se rebaja la abstención y amparar decisiones que tengan que ver con referendos y otros mecanismos de participación. Todo muy convenientemente, como dicen las señoras.
El registrador Carlos Ariel Sánchez, en entrevista con El Espectador, dijo que “la disminución estadística del censo es una ficción numérica y no significa que el fenómeno del abstencionismo haya desaparecido en la realidad”. Cuánto hubieran deseado los uribistas ese “articulito” para los referendos, sobre todo para la reelección.
Dicen por ahí que los políticos colombianos, para disminuir la abstención, deberían estar sinceramente al servicio de los intereses populares y no de los magnates y la oligarquía. Sin embargo, la realidad muestra que la mayoría, anclada a la “politiquería y la corrupción”, está sirviendo a asuntos nada democráticos. Bueno, y como se ve, la democracia colombiana es pura ficción.
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