Envidia y corrupción
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA
Es creencia muy difundida pensar que somos seres, fundamentalmente, racionales, que la racionalidad es lo que nos distingue de las demás especies vivas de la naturaleza, que la razón es faro que ilumina todos nuestros actos.
Lo anterior es parcialmente cierto, pero se utiliza para desvalorizar nuestro emocionar, para esconder la naturaleza emocional de nuestro actuar. Si se mira con cuidado, todo acto se origina en una emoción y se justifica desde la razón.
Vale decir, que en ocasiones, nuestro razonar justifica actuaciones inmorales e inconvenientes, pero que en realidad deseamos y por eso las ejecutamos.
La corrupción es un crimen. Pero está alimentada desde el emocionar que asume que con tal de obtener algo, todo vale. La emoción del tener es más valorada que la emoción de ser, y el discurso racional opera para disimular este comportamiento. Nos hemos convencido que el que tiene vale, que el que posee manda y decide. Acumular se ha convertido en una obsesión. La gente, racionalmente, dice amar a Dios, pero se prosterna ante la emoción que le produce acumular dinero; luego el dios al que adora no es el que dice, sino es al dinero, aunque no lo reconozca públicamente.
El Concejal, por ejemplo, que exige puestos al Alcalde, los pide no por altruismo, ni por el deseo de ayudar a las personas que se sacrificaron por él. Lo que quiere es dinero, y para obtenerlo le exige una parte de la remuneración al empleado, argumentando que su campaña lo costó mucho, que hay que recuperar gastos, etc. Los contratistas saben que les van a pedir dinero para que les ayuden a adjudicar un contrato, pero asumen que eso es así y que así será y que no hay nada que hacer distinto a entregar las sumas y exigencias pedidas. Si un Alcalde cobra por adjudicar una contratación (han aprendido como burlar la ley); si el Concejal, Diputado o Congresista cobra por la intermediación; si el funcionario que legaliza y tramita el contrato cobra (por agilizar o evitar que se "pierda" o "empapele" una cuenta) ¿Qué le queda de ganancia al contratista? No crean que él trabaja sólo para que lo vean. Como los que lo pueden supervisar están metidos en el "negocio", él cuadra sus cuentas reduciendo sustancialmente la calidad de la obra a entregar. De tal forma que los usuarios, los que pagamos impuestos, los que elegimos a estos corruptos, resultamos perdiendo. Ellos llenan sus bolsillos y muchos justificamos su actuación: están aprovechando su "cuarto de hora", el poder es para poder, y el que tiene la jeringa, pone la inyección.
Repase la lista de empleados que entraron a la administración pública, recuerde como vivían y constatará que se enriquecieron de un momento a otro. Si indaga un poco, descubrirá que sumando todos sus sueldos, sin gastar un peso en manutención, no alcanza ni a una mínima parte de lo que ahora tienen. ¿De dónde salió el dinero que ostentan? No lo dude, de la corrupción. Claro que si dice algo, ellos le argumentarán que es la envidia la que a usted lo mueve, y que lo que debe es aprender a "trabajar".
Según los corruptos, los ciudadanos honrados, lo que deben hacer es hacerse a un lado, no mirar cómo realizan sus fechorías, aplaudir su viveza, y pagar puntualmente sus impuestos para que a ellos no se les acabe la renta. Y si alguien se queja, es por envidioso, porque no le han dejado aprovechar "la teta del Estado" para engordar la cuenta bancaria. Así como la corrupción compra conciencias, jueces, autoridades, líderes y funcionarios, también paga periodistas, comunicadores y medios de comunicación para que difundan la idea de que en Ibagué y el Tolima, la gente no se muere de cáncer, sino de envidia. Así los corruptos pueden continuar disfrutando a sus anchas sin la mirada impertinente de nadie. ¿Se ha dado cuenta que ante toda denuncia por corrupción, el denunciado se defiende diciendo que es pura envidia lo que le tienen y que es un montaje lo que le han tramado?
La emoción que mueve la ambición de los corruptos quiere ser disimulada, racionalmente, llamando envidiosos a los ciudadanos honrados que denuncian y que no cohonestan con el crimen. Entonces, ejerza su honradez, denuncie, aunque lo tilden de envidioso.