Negación ideológica de la ideología
Hoy en día se nos dice, se nos repite hasta la saciedad, que las ideologías han muerto. Sugieren que la caída del muro de Berlín supuso el fin de dos perspectivas contrapuestas: el fin del llamado “socialismo real” daba vía libre al “capitalismo real” para conquistar lo que quedaba de mundo.
El desmantelamiento de la URSS permitió al capitalismo (representado sobre todo por las grandes multinacionales y sus Estados clientes) quitarse la máscara. Liberales y conservadores adquirieron una visión teleológica de la evolución de la humanidad: es “el fin de la historia” decían, “no hay alternativa”, todo apunta al capitalismo, todo acaba en el capitalismo. Siguiendo el esquema de desarrollo propuesto por Rostow, consideran que la sociedad de consumo es la cúspide del desarrollo social, político y económico. No obstante, las invasiones de Panamá por parte de Estados Unidos (1989) y la Guerra del Golfo (1990-1991) parecían indicar tempranamente que la tan ansiada paz mundial (el paseo triunfante del capitalismo), prometida para cuando consiguiesen eliminar a los comunistas, tendría que esperar.
En efecto, tras la caída del muro, las potencias imperialistas cayeron en la cuenta de que, pese a su propaganda, bombardeos, invasiones, inversiones y chantajes, seguían teniendo enemigos. El “eje del mal”, no obstante, ya no está compuesto por países ideológicamente opuestos, sino por Estados tercermundistas (con grandes recursos naturales o con una importante ubicación estratégica) que se niegan a cumplir (al menos en parte) la voluntad de Washington y las multinacionales occidentales. Pero también en el campo ideológico sobreviven algunos enemigos claramente identificables: Cuba sigue resistiendo los ataques de Estados Unidos, el zapatismo se levanta en Chiapas, más adelante aparece el Foro Social Mundial, Chávez, Evo Morales… son sólo algunos ejemplos.
Ante el nuevo panorama globalizado, vista la imposibilidad para el imperialismo moderno de seguir manteniendo la estrategia de polarización del mundo en dos bloques contrapuestos (aunque se sigue intentando desde otros puntos de vista, sirva de ejemplo Huntington y su “choque de civilizaciones”), la estrategia de los agentes públicos y privados del capital cambia: la propaganda ya no se centra en señalar al comunismo como el mal absoluto que viene del este, algo irracional que no merece la pena ni plantearse y que amenaza la libertad del mundo entero. Ahora la estrategia de propaganda y contención del capitalismo tiene otra arista principal: la negación ideológica de la ideología.
Lo contemplamos todos los días: hordas de políticos, medios de comunicación, empresarios, incluso amigos y familiares insisten sin cansarse en que su visión del mundo o de una cuestión en concreto es objetiva, neutral, científica y/o no interesada, cuando lo único que representan es una perspectiva acrítica, contemplativa, incluso justificadora del orden existente. A la hora de reflexionar, todos partimos de una serie de conceptos a los que damos un significado y unas connotaciones determinadas. Nacemos y crecemos en un contexto político, social y económico concreto, donde nos socializamos y aprendemos a ver el mundo. Aunque solo sea por esto, todos tenemos una ideología, una conciencia política, una forma de entender el mundo que puede ser consciente (cuando se disponen de los instrumentos conceptuales necesarios para conocer esa forma y otras) o inconsciente (asumida sin saberlo). La clave reside en que todas estas personas que niegan que su punto de vista sea ideológico han sido socializadas y socializan en una ideología hegemónica que se niega a sí misma como tal para presentarse como ciencia, como pragmatismo “natural”, como algo inherente al ser humano. De esta forma, los agentes del capital pueden adoptar el discurso anti-ideológico del que hacen gala en la actualidad. Así, aquellos que pueden enmarcarse dentro de una corriente ideológica crítica (y no los demás) son presentados como personas sin conciencia propia, identificando el concepto de ideología con el de sesgo. El resultado final es que una ciencia pragmática y universal, el capitalismo, se opone a una serie de fuerzas irracionales, confundidas y anacrónicas.
Las ideologías siguen vivas pese a que el capitalismo ha conquistado el planeta entero: el pensamiento único se ha convertido en hegemónico a nivel global, pero no ha acabado con las distintas ideologías que se le oponen, y de ahí la estrategia de negación ideológica de la ideología. Decimos que es ideológica porque el objetivo final de esta estrategia de negación es impedir tanto la reflexión crítica y la conciencia de clase como su posible difusión; porque busca, no por casualidad, que asumamos los desastres y contradicciones del capitalismo como algo inevitable e inmejorable, como algo natural o una especie de destino manifiesto a nivel global. De esta forma podemos asumir, por ejemplo, que los centenares de miles de muertos en Haití son obra y gracia del terremoto y no víctimas de un sistema socio-económico perverso que les ha condenado a sobrevivir en la miseria, a ser invisibles entre desastre y desastre, a vivir en chabolas endebles que esperan a que sople el lobo para venirse abajo sobre sus habitantes. Y puesto que la culpa y la responsabilidad de lo ocurrido es de la naturaleza, nosotros, los que vivimos en países donde no hay terremotos o los edificios aguantan embates de la naturaleza aún mayores que los de Haití, podemos seguir con nuestra vida dedicada al consumo “sin hacer daño a nadie”.
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