Guillermo Guevara Pardo,
La Real Academia Sueca de Ciencias acaba de conceder los premios Nobel de Medicina, Física y Química a científicos adscritos a avanzados institutos de investigación de Estados Unidos, Inglaterra e Israel.
El premio Nobel de Medicina lo ganaron los norteamericanos Elizabeth Blackburn, Carol Greider y Jack Szostak por su trabajo relacionado con la capacidad de los cromosomas para copiarse y mantenerse íntegros durante el proceso de división celular. Cada uno de los 46 cromosomas presentes en el núcleo de nuestras células tiene un extremo llamado telómero, cuya degradación paulatina se presenta cada vez que la célula se divide y que tiene que ver con el proceso de envejecimiento. El acortamiento de los telómeros no se da en las células cancerosas, lo que las hace prácticamente inmortales. Este trabajo ha permitido comprender con mayor profundidad el funcionamiento de la célula, aclarar el origen de muchas patologías y abrir nuevas posibilidades para el desarrollo de novedosas terapias.
El de Física fue ganado por el científico de origen chino, Charles Kao, y los norteamericanos Willard Boyle y George Smith. El trabajo de investigación de Kao ha sido la base para el desarrollo de la fibra óptica, tan importante en las comunicaciones telefónicas y la transmisión de datos. Por su parte Boyle y Smith fueron galardonados con el Nobel, pues ellos inventaron el artefacto electrónico que permitió el salto hacia la fotografía digital y que está incorporado en todas las cámaras fotográficas de uso común.
El Nobel de Química fue otorgado a los norteamericanos Venkatraman Ramakrishman, de origen hindú, Thomas Steitz y la israelí Ada Yonath. Ellos fueron galardonados por sus aportes para comprender el papel que tienen las estructuras celulares llamadas ribosomas en la fabricación de las proteínas, proceso clave en el funcionamiento de todo ser vivo y conocido con el nombre de traducción, pues la información almacenada en el lenguaje del ácido desoxirribonucleico (ADN) se traslada al lenguaje de las proteínas. El trabajo de estos investigadores ha permitido el desarrollo de nuevos antibióticos.
Mientras que hace tiempo los países desarrollados del planeta convirtieron al conocimiento científico en uno de los pilares de su desarrollo tecnológico, Colombia ve con pavor cómo la brecha tecnológica y científica con esos países se amplía más y más. A ello han contribuido las políticas económicas diseñadas por los últimos gobiernos, pero en especial el actual de Álvaro Uribe Vélez, el cual dedica únicamente el 0,4% del PIB a la universidad pública frente al 14,2% destinado a las políticas de la mal llamada Seguridad Democrática. El columnista del periódico EL Espectador, Alfredo Molano, cita al profesor Libardo Sarmiento, consultor de la UNICEF, según el cual el Gobierno invierte en un soldado profesional 60 millones de pesos al año, mientras que en un estudiante de una universidad estatal apenas gasta 8 millones. Además este Gobierno, en trance de reelegirse, ha sido muy obediente ante las recomendaciones de ciertos ideólogos como la del norteamericano Michael Porter de la Escuela de Negocios de Harvard, quien tiene el descaro de sugerir que Colombia debe “dedicarse a lo que sabe hacer bien, esencialmente producir café, pero no cometer el error de tratar de incursionar en temas más sofisticados en los cuales no tiene ninguna oportunidad”. Esto significa ni más ni menos que nuestro país no debe tener la posibilidad de producir conocimiento y que lo máximo a que puede aspirar es a que sean los países desarrollados los que se ocupen de generar ciencia y nosotros a comprar (ni siquiera copiar) los productos tecnológicos que ellos fabrican. Esto explica en parte la política del uribismo contra la educación pública en general y su pretensión de convertir la Universidad Nacional en una empresa de consultoría. Un país que se dedique únicamente a la producción de bienes primarios (productos agrícolas tropicales, algo de minería y maquila en la industria) no puede salir del atraso científico y tecnológico. Para Uribe, como para el “pacificador” Pablo Morillo, Colombia no necesita sabios.