De Frente. Maria Elvira Samper
1/07/09
Foto: el país.com
La reelección no ayuda para nada en la agenda con Washington y envía un mensaje negativo sobre nuestra precaria democracia.
El presidente Uribe fue, vio y… ¿venció? No, para nada. Fue por lana y salió trasquilado. Ni siquiera sacó un autógrafo del presidente Obama, como ocurrió en la cumbre de Trinidad y Tobago. Urgido por la necesidad de recomponer sus relaciones con los demócratas de quienes poco se ocupó durante la administración Bush, y de demostrar que con el gobierno de Obama también es posible entrar en sintonía, Uribe viajó en un mal momento. Mal momento no solo porque el nuevo inquilino de la Casa Blanca no tenía mucho para ofrecer sino porque sus prioridades tanto internas como externas son en este momento otras: Irán, Afganistán, Corea del Norte, la crisis económica, la agenda legislativa interna…
Si bien la intención de Washington es mantener buenas relaciones con Colombia porque hay intereses comunes y mutuos en juego, Colombia dejó de ser el más importante y casi único aliado de Estados Unidos en América Latina. Así lo dio a entender el presidente Obama al entrevistarse primero con ‘Lula’, Felipe Calderón y Michele Bachelet. Y es que, a diferencia de su antecesor, el mandatario norteamericano no ve el mundo en blanco y negro, dividido irremediablemente entre amigos y enemigos, y su discurso es de diálogo, no de confrontación.
Pero, además, Uribe llegó en mal momento porque el ambiente en Estados Unidos es de abierto rechazo a la reelección. Así lo han expresado los principales diarios en sus páginas editoriales, incluso los que han alabado su gestión en materia de seguridad. Y para colmo de males, llegó con el fardo de las ejecuciones fuera de combate, las ‘chuzadas’ del DAS, la parapolítica y el enfrentamiento con la Corte. Nada de buen recibo en una democracia y menos aun cuando hay presiones y exigencias en materia de defensa y protección de los derechos humanos si Colombia quiere que le aprueben el TLC.
En resumen, el mandatario colombiano fue a hablar del TLC y lo único que sacó fue una declaración en el sentido de que, pese a los avances en la protección de los derechos humanos, en el Congreso de Estados Unidos aún hay preocupaciones, y además no hay un cronograma con respecto al Tratado. Ni del Presidente, ni del Congreso. Así que de lana, nada de nada.
Pero, eso sí, salió trasquilado porque no pudo obviar el tema de la reelección. Uribe debió oír en público lo que funcionarios del Gobierno americano venían diciendo en privado: que la reelección no gusta. Obama lo dijo a su manera, suavemente, en forma muy diplomática. Pero a buen entendedor… “Nuestra experiencia en Estados Unidos es que dos periodos presidenciales funcionan, y que usualmente, después de ocho años, el pueblo americano quiere un cambio”, dijo y agregó que le contó al presidente Uribe que una de las cosas que hicieron de George Washington el presidente más admirado de Estados Unidos no fue sólo el hecho de que fundó el país sino que, habiendo podido ser presidente de por vida, escogió dejar el poder y eso sentó un precedente. Directo y a la mandíbula, aunque luego le dio un poquito de analgésico: “Si yo pudiera ser presidente por dos periodos, tengo la certeza de que no lograré una popularidad del 70 por ciento como la del presidente Uribe”.
El TLC quedó en el congelador y Uribe salió pringado. La reelección no ayuda para nada en la agenda con Washington y envía un mensaje negativo sobre nuestra precaria democracia. Aunque en forma muy sutil, eso lo dejó claro el mandatario gringo. Ahora el asunto de las relaciones no es de personalidad o de química personal. Ni siquiera de ideología. Es de intereses comunes. El escenario es completamente distinto, lo mismo que el protagonista y el libreto. ¿Podrá entenderlo el presidente Uribe, tan apegado al poder y que, además, ha manejado tan mal y al oído las relaciones internacionales?