Manuel E. Yepe
VIERNES 22 DE MAYO DE 2009
“La Administración del Presidente estadounidense Barack Obama debía trabajar por lograr la reincorporación de Cuba a organismos internacionales tales como el Fondo Monetario Internacional”, manifestó Paulo Nogueira Batista, un funcionario de dicho Fondo que representa a Brasil y a un grupo de otros 8 países latinoamericanos en el FMI, durante una conferencia sobre turismo mundial que tuvo lugar a mediados de mayo en la ciudad brasileña de Florianópolis.
El llamado no es algo excepcional. De hecho, se incorpora a los muchos que, tanto en Estados Unidos como en otras naciones, se formulan constantemente contra un bloqueo económico que ha sido condenado, casi unánimemente, por la comunidad mundial en la Asamblea General de las Naciones Unidas, año tras año.
Son denuncias que forman parte de las críticas más generales a la política de Estados Unidos contra Cuba que ahora están brotando en muchos escenarios, como es el caso de los pronunciamientos a favor de la restitución a Cuba sus derechos de pertenecer a la Organización de Estados Americanos que proliferaron en ocasión de la Conferencia Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, pese a que es sabido que la nación caribeña rechazaría tal reinserción.
Es tangible la incongruencia que existe entre el significado de las promesas de cambios que propiciaron al nuevo presidente de los Estados Unidos su elección. Para las masas de votantes significan muchas reivindicaciones sociales enajenadas no obstante la opulencia del país, en tanto que, para las élites que detentan el poder verdadero son las correcciones imprescindibles para evitar el derrumbe de un orden imperial gravemente amenazado.
Pero la impunidad con que la superpotencia se ha permitido mantener el evidente crimen de lesa humanidad del bloqueo a la pequeña isla vecina durante medio siglo, pone de relieve lo inicuo y absurdo de ese orden mundial a que se halla sometido el planeta y, así mismo, prueba que éste no se limita a los factores económicos sino que ha marcado profundamente la orientación política de mucha gente y grupos sociales.
Es evidente que hoy, en Estados Unidos, son muchos y muy fuertes los intereses que se movilizan contra el bloqueo económico de Cuba, la prohibición de los viajes de estadounidenses a Cuba y la ausencia de relaciones oficiales con la isla antillana.
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Pero también es irrebatible que aún la mayoría de quienes abogan por el retorno a la normalidad de los vínculos diplomáticos, económicos, culturales y de todo tipo entre los dos países, se ven obligados por las huellas de cincuenta años de malintencionadas campañas de difamación, a acudir a la justificación de esta posición rectificadora con el argumento de que la revolución cubana no ha podido ser derrotada con las mañas agresivas hasta ahora utilizadas y es preciso adoptar otras más sutiles.
Son minoría aún en Estados Unidos, a mi juicio, aquellos que –al abogar o respaldar un cambio en la política de Estados Unidos respecto a Cuba- parten del argumento de que la revolución es un derecho inalienable que tienen los pueblos de todas las naciones del mundo y que los cubanos se han visto obligados a ejercer tal facultad siempre obstaculizados por una injustificable hostilidad de la potencia militar y económica mayor del mundo, su vecino más próximo.
Por eso, no sorprende encontrar ahora a furibundos defensores de las políticas más terroristas de EEUU contra Cuba abogando en contra del bloqueo. Incluso entre cubanos residentes en los Estados Unidos que han hecho de la agresividad contra Cuba su medio de subsistencia aprovechando los abundantes recursos financieros que Washington ha destinado al propósito de derrotar a la revolución cubana, se encuentran hoy nuevos propagadores de la idea del cambio de los métodos agresivos por los de la penetración, sin variar los objetivos.
Es obvio que esta idea de intentar la derrota de la revolución cubana desde adentro no es privativa de la nueva corriente política estadounidense y de los contrarrevolucionarios cubanos que sirven a Washington. Nadie ignora que los gobiernos de casi todas las naciones del Norte, que durante muchos años han aconsejado a los de la superpotencia líder del capitalismo mundial que levante el bloqueo a Cuba, temen tanto el ejemplo de Cuba como el de EEUU.
Pero la revolución cubana, cuyo pueblo y sus líderes han dado muestras de decisión y capacidad para librar las batallas más complejas por afirmar su identidad y los derechos populares, no sería verdadera si rehuyera el enfrentamiento ideológico como terreno de lucha para su reafirmación.
La propaganda contra la revolución pagada por Estados Unidos acuñó como consigna la de que Cuba se aprovechaba del bloqueo para justificar sus errores o deficiencias, mientras impúdicamente se trataba de aislar, hambrear y desalentar los bríos de los cubanos por llevar adelante un hermoso proyecto revolucionario al que el pueblo no ha renunciado ni renunciará jamás hasta verlo convertido en realidad.